mi caso contra pinochet
[Francisco Letelier] Francisco Letelier es un artista que vive en Venice. Su padre fue asesinado en Washington cuando él tenía 17 años.
Cuando me enteré de que el general Augusto Pinochet, el antiguo dictador chileno de 89 años, había sido puesto bajo arresto domiciliario a principios de esta semana y declarado apto para ser juzgado por sus muchos crímenes, no fue un asunto abstracto para mí. Después de todo, este fue el hombre que tuvo una tremenda influencia en mi vida, el hombre que me quitó a mi padre y que destruyó mi familia.
Lo conocí en los días previos al golpe militar que lo llevó al poder. Era uno de los invitado a cenar en nuestra casa en Santiago, Chile. Yo tenía 14 años. Lo puedo ver ahora en la sala de estudio de mi padre, con la cordillera de los Andes visible a través de las ventanas detrás de él. Recuerdo que él parecía incómodo, entre los libreros y los tomos encuadernados en cuero. Quizás ya estaba haciendo planes para el futuro.
Sólo unos pocos meses después, el 11 de septiembre de 1973, Pinochet se hizo con el poder en un golpe que derrocó al gobierno elegido democráticamente de Salvador Allende. Allende murió durante el golpe, y nuestras vidas sufrieron un cambio dramático, la de mi familia y la de mi padre, Orlando Letelier, que había sido embajador de Allende ante Naciones Unidas y luego ministro de Asuntos Exteriores.
En los días posteriores vimos a aviones de guerra sobrevolando la ciudad, oímos estallidos de bombas, olimos el humo. En las calles había tanques.
Desde el principio el gobierno de Pinochet utilizó las detenciones arbitrarias y las tenebrosas desapariciones; durante los 17 años que estuvo en el poder, decenas de miles de personas fueron detenidas y torturadas, y miles, asesinadas. A nosotros nos pusieron bajo arresto domiciliario; mi padre pasó un año en campos de concentración, soportando las torturas en la Isla Dawson, un peñón barrido por el viento cerca de la Antártica. Mis hermanos y yo nos acostumbramos a ser seguidos por agentes secretos cuando íbamos a la escuela o a cualquier lugar.
Después de que mi padre fuera dejado en libertad, dejamos el país y nos mudamos a Washington. Pero eso no fue suficiente para Pinochet. Debido al trabajo de mi padre para restaurar la democracia en Chile, Pinochet resolvió detenerlo: impertérrito ante la distancia o las fronteras nacionales que habían entre Santiago y nuestra casa en un suburbio de Maryland.
Antes del amanecer un día a mediados de septiembre de 1976, cuando yo tenía 17 años, un norteamericano llamado Michael Townley, actuando por órdenes de la policía secreta chilena, puso un explosivo plástico debajo del Malibu Classic estacionado en nuestra calle a unos pocos metros de la ventana de mi dormitorio.
Todos en casa usábamos el coche. Yo había ido en él a mi graduación del colegio. El 21 de septiembre ninguno de nosotros llegaría usarlo. Mi padre se subió a él con sus colegas Ronni Karpen y Michael Moffit, su marido.
A las 9:30 la bomba hizo pedazos la tranquilidad de la Embassy Row. A mi padre le cercenó las piernas y se desangró hasta morir entre los restos calcinados del coche.. Ronni se ahogó en su propia sangre en la acera, con un trozo de metal incrustado en el cuello. Sólo Michael Moffitt sobrevivió. En esa época, fue el más descarado acto terrorista internacional nunca cometido en la capital del país.
Las investigaciones empezaron de inmediato, pero a un ritmo terriblemente lento. Finalmente Townley se transformó el testigo del estado, entregó una detallada confesión y pasó tres años y cuatro meses en prisión. Él confirmó que la orden para el asesinato provino de Santiago.
En 1985, la Corte Suprema de Chile declaró a Manuel Contreras, director de la policía secreta chilena, culpable de haber ordenado el asesinato de mi padre. Pasó siete años en prisión y fue dejado en libertad. Documentos desclasificados muestran que Contreras recibió un "estipendio único de 5.000 dólares", con el que la CIA esperaba poder influir en él. Hasta la fecha la CIA no ha sido relacionada directamente con el asesinato, aunque todavía hay muchas preguntas sin responder sobre el papel de la agencia en la política chilena.
Varios otros conspiraron para cometer el asesinato, pero continúan eludiendo la justicia. Uno de ellos es Guillermo Novo, que fue condenado en Washington por participar en el asesinato y sentenciado a 40 años de prisión, pero su convicción fue revocada por una formalidad. Más tarde fue enviado a prisión en Panamá por su papel en un intento de asesinato del presidente cubano, Fidel Castro, pero en agosto, cuando se acercaban las elecciones presidenciales en Estados Unidos, Novo fue dejado en libertad. Con otros tres conocidos terroristas, se subió a un avión en dirección a Miami, donde fue admitido en el país por funcionarios norteamericanos y recibido con júbilo por la comunidad de exiliados cubanos de Florida.
¿Y Pinochet? En agosto, 31 años después del golpe, la Corte Suprema chilena tomó una histórica decisión y lo despojó de su inmunidad jurídica.
Pinochet ha sido acusado de participar en la Operación Cóndor, un red de uso compartido de inteligencia utilizada por seis dictadores sudamericanos de esa época para eliminar a los disidentes. El asesinato de mi padre era parte de la misión Cóndor.
El lunes, el juez chileno Juan Guzmán ordenó la detención domiciliaria de Pinochet y lo declaró apto para ser juzgado. "No es un episodio de la historia estadounidense del que estemos orgullosos", concedió el ministro de Asuntos Exteriores Colin L. Powell en 2003, cuando le pidieron que comentara el papel de Estados Unidos en el Chile de los años setenta.
Hasta la tragedia del 11 de septiembre de 2001, el terrorismo era para muchos norteamericanos algo que se veía en la televisión. Ahora hay muchos más que, como yo, han perdido a miembros de sus familias a manos de terroristas. Nosotros continuamos buscando justicia. Nuestros héroes salen de tribunales, de humeantes escombros y de torres derrumbadas.
La justicia en estos casos debe ir más más allá de la encarcelación de los individuos. La historia debe hacerse pública y la política exterior de Estados Unidos debe reflejar las lecciones aprendidas.
Espero que el juicio público de Augusto Pinochet sirva como un paso importante, y que conduzca a revitalizar el largo tiempo olvidado caso de Letelier en Estados Unidos. Es en este país donde se ocultan los hechos y donde los individuos implicados en los trágicos asesinatos de mi padre y de Ronni Karpen siguen siendo intocables.
17 de diciembre de 2004
20 de diciembre de 2004
©los angeles times
©traducción mQh
Lo conocí en los días previos al golpe militar que lo llevó al poder. Era uno de los invitado a cenar en nuestra casa en Santiago, Chile. Yo tenía 14 años. Lo puedo ver ahora en la sala de estudio de mi padre, con la cordillera de los Andes visible a través de las ventanas detrás de él. Recuerdo que él parecía incómodo, entre los libreros y los tomos encuadernados en cuero. Quizás ya estaba haciendo planes para el futuro.
Sólo unos pocos meses después, el 11 de septiembre de 1973, Pinochet se hizo con el poder en un golpe que derrocó al gobierno elegido democráticamente de Salvador Allende. Allende murió durante el golpe, y nuestras vidas sufrieron un cambio dramático, la de mi familia y la de mi padre, Orlando Letelier, que había sido embajador de Allende ante Naciones Unidas y luego ministro de Asuntos Exteriores.
En los días posteriores vimos a aviones de guerra sobrevolando la ciudad, oímos estallidos de bombas, olimos el humo. En las calles había tanques.
Desde el principio el gobierno de Pinochet utilizó las detenciones arbitrarias y las tenebrosas desapariciones; durante los 17 años que estuvo en el poder, decenas de miles de personas fueron detenidas y torturadas, y miles, asesinadas. A nosotros nos pusieron bajo arresto domiciliario; mi padre pasó un año en campos de concentración, soportando las torturas en la Isla Dawson, un peñón barrido por el viento cerca de la Antártica. Mis hermanos y yo nos acostumbramos a ser seguidos por agentes secretos cuando íbamos a la escuela o a cualquier lugar.
Después de que mi padre fuera dejado en libertad, dejamos el país y nos mudamos a Washington. Pero eso no fue suficiente para Pinochet. Debido al trabajo de mi padre para restaurar la democracia en Chile, Pinochet resolvió detenerlo: impertérrito ante la distancia o las fronteras nacionales que habían entre Santiago y nuestra casa en un suburbio de Maryland.
Antes del amanecer un día a mediados de septiembre de 1976, cuando yo tenía 17 años, un norteamericano llamado Michael Townley, actuando por órdenes de la policía secreta chilena, puso un explosivo plástico debajo del Malibu Classic estacionado en nuestra calle a unos pocos metros de la ventana de mi dormitorio.
Todos en casa usábamos el coche. Yo había ido en él a mi graduación del colegio. El 21 de septiembre ninguno de nosotros llegaría usarlo. Mi padre se subió a él con sus colegas Ronni Karpen y Michael Moffit, su marido.
A las 9:30 la bomba hizo pedazos la tranquilidad de la Embassy Row. A mi padre le cercenó las piernas y se desangró hasta morir entre los restos calcinados del coche.. Ronni se ahogó en su propia sangre en la acera, con un trozo de metal incrustado en el cuello. Sólo Michael Moffitt sobrevivió. En esa época, fue el más descarado acto terrorista internacional nunca cometido en la capital del país.
Las investigaciones empezaron de inmediato, pero a un ritmo terriblemente lento. Finalmente Townley se transformó el testigo del estado, entregó una detallada confesión y pasó tres años y cuatro meses en prisión. Él confirmó que la orden para el asesinato provino de Santiago.
En 1985, la Corte Suprema de Chile declaró a Manuel Contreras, director de la policía secreta chilena, culpable de haber ordenado el asesinato de mi padre. Pasó siete años en prisión y fue dejado en libertad. Documentos desclasificados muestran que Contreras recibió un "estipendio único de 5.000 dólares", con el que la CIA esperaba poder influir en él. Hasta la fecha la CIA no ha sido relacionada directamente con el asesinato, aunque todavía hay muchas preguntas sin responder sobre el papel de la agencia en la política chilena.
Varios otros conspiraron para cometer el asesinato, pero continúan eludiendo la justicia. Uno de ellos es Guillermo Novo, que fue condenado en Washington por participar en el asesinato y sentenciado a 40 años de prisión, pero su convicción fue revocada por una formalidad. Más tarde fue enviado a prisión en Panamá por su papel en un intento de asesinato del presidente cubano, Fidel Castro, pero en agosto, cuando se acercaban las elecciones presidenciales en Estados Unidos, Novo fue dejado en libertad. Con otros tres conocidos terroristas, se subió a un avión en dirección a Miami, donde fue admitido en el país por funcionarios norteamericanos y recibido con júbilo por la comunidad de exiliados cubanos de Florida.
¿Y Pinochet? En agosto, 31 años después del golpe, la Corte Suprema chilena tomó una histórica decisión y lo despojó de su inmunidad jurídica.
Pinochet ha sido acusado de participar en la Operación Cóndor, un red de uso compartido de inteligencia utilizada por seis dictadores sudamericanos de esa época para eliminar a los disidentes. El asesinato de mi padre era parte de la misión Cóndor.
El lunes, el juez chileno Juan Guzmán ordenó la detención domiciliaria de Pinochet y lo declaró apto para ser juzgado. "No es un episodio de la historia estadounidense del que estemos orgullosos", concedió el ministro de Asuntos Exteriores Colin L. Powell en 2003, cuando le pidieron que comentara el papel de Estados Unidos en el Chile de los años setenta.
Hasta la tragedia del 11 de septiembre de 2001, el terrorismo era para muchos norteamericanos algo que se veía en la televisión. Ahora hay muchos más que, como yo, han perdido a miembros de sus familias a manos de terroristas. Nosotros continuamos buscando justicia. Nuestros héroes salen de tribunales, de humeantes escombros y de torres derrumbadas.
La justicia en estos casos debe ir más más allá de la encarcelación de los individuos. La historia debe hacerse pública y la política exterior de Estados Unidos debe reflejar las lecciones aprendidas.
Espero que el juicio público de Augusto Pinochet sirva como un paso importante, y que conduzca a revitalizar el largo tiempo olvidado caso de Letelier en Estados Unidos. Es en este país donde se ocultan los hechos y donde los individuos implicados en los trágicos asesinatos de mi padre y de Ronni Karpen siguen siendo intocables.
17 de diciembre de 2004
20 de diciembre de 2004
©los angeles times
©traducción mQh
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