rebelde de la clase alta
[Juan Forero] El antiguo gerente de banco y productor teatral se transformó en guerrillero. Un vecino, un rico hacendado cuya familia vivía en la misma calle, se transformó en el jefe de un grupo criminal de extrema derecha.
Valledupar, Colombia. El encarcelado jefe guerrillero Ricardo Palmera y sus violentas hazañas se ha transformado en noticia de primera plana cuando el gobierno colombiano se prepara para extraditar a Estados Unidos al comandante rebelde de más alto rango capturado alguna vez, para ser juzgado por cargos de tráfico de cocaína.
Igual de bien conocido para la mayoría de los colombianos es el rival de Palmera, Rodrigo Tovar, cabecilla de una organización guerrillera de extrema derecha que participa en las negociaciones para el desarme con funcionarios de gobierno.
Pero aquí en esta somnolienta ciudad norteña, Palmera todavía es recordado como un prominente miembro de la oligarquía que producía desenfadadas piezas teatrales, se codeaba con la elite social de Valledupar y tenía un brillante futuro como banquero. Y Tovar es recordado como un aristócrata parrandero, el vástago de una familia conectada políticamente que poseía grandes explotaciones arroceras y ganaderas.
Ambos hombres, conocidos en la cerrada clase alta de Valledupar, crecieron a varios cientos de metros uno del otro en la exclusiva calle de Santo Domingo, con sus elegantes y blancas casas e iglesias coloniales.
Asistían a los mismos bailes con cotillón y soñaron con futuros de fortuna y comodidad en una región que es fundamentalmente colombiana, con su música vallenata entrelazada por acordeones y los paisajes calientes y oníricos que nutrieron la imaginación del escritor Gabriel García Márquez, que creció cerca de allí.
Palmera y Tovar no son los combatientes más típicos en una de las guerras más largas de las Américas, un conflicto cuyos guerreros provienen normalmente de las filas de los desposeídos.
Pero no se conocen dos mejores adversarios, especialmente en esta conservadora ciudad de 350.000 habitantes.
La pérdida de los hijos preferidos que se pasaron a dos grupos armados todavía confunde, dejando a la gente aquí sacudiendo la cabeza y temerosos de que la guerra apartó a esos dos hombres que prometían tanto. Sus historias son un convincente ejemplo de cómo la guerra ha afectado a gente normal -Diomedes Díaz, el más conocido cantante de vallenatos de Colombia, ha incorporado a Palmera en una de sus canciones.
"Por supuesto, la gente se sorprende", dijo Tovar, 45, con uniforme de faena, en una entrevista reciente. "A mí me gustaba parrandear y me dedicaba a mi trabajo. La gente se sorprende de ver que alguien de Valledupar tome las armas, porque nosotros no éramos así".
Palmera, 54, provoca debates todavía más animados. Puede ser extraditado para ser procesado en Nueva York por cargos de tráfico de drogas a menos que los rebeldes liberen a 63 secuestrados, según prometió el viernes el presidente colombiano, Álvaro Uribe. Aquí, Palmera todavía es conocido como el hijo del gallardo Ovidio Palmera, el abogado más importante de la ciudad.
Para muchos aquí, el comandante rebelde en traje de camuflaje selvático no concuerda con el joven del pueblo que se casó bien, tuvo dos hijos y llegó a ser director del Banco Comercial de Valledupar.
"Era tan encantador e inteligente", dice Lilián Castro, que dijo que conocía a Palmera. "Ricardo Palmera era un caballero hecho y derecho".
Hernán Araujo, presidente de la asociación local de ganaderos, agrega: "Ricardo Palmera era el gerente de un banco, un chico apuesto, un dandy. Salía a bailar en los clubes. Montaba caballos finos con sus amigos".
Hacia fines de los años ochenta, Palmera empezó a asistir a reuniones clandestinas de profesionales de izquierda decididos a hacer algo para paliar la enorme disparidad entre ricos y pobres, recuerda Lolita Acosta, editora de un diario, que dijo que había conocido a Palmera.
La desigualdad era especialmente evidente en una región como esta, donde las haciendas se extienden tan lejos como pueden ver los ojos y unas pocas familias dominan la política y el comercio.
"Para Ricardo eso era pura ideología", dice Edgardo Pupo, 76, un tío de Tovar que también era cercano a Palmera. "Estaba convencido de que el sistema aquí no funcionaba y que sólo un sistema comunista era lo mejor".
Hacia fines de los años ochenta, Palmera, aunque seguía trabajando como banquero, estaba en la vanguardia de un movimiento campesino que ocupó la plaza mayor de Valledupar. Cuando fue detenido, la elite local ayudó a que lo liberaran.
En 1989 se marchó a las montañas, tomando el apodo de Simón Trinidad y uniéndose a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, el grupo rebelde de izquierda que años más tarde lanzaría devastadores ataques contra el ejército colombiano. También se transformaría en una pesadilla para muchos colombianos con el secuestro de gente con medios, atacando ciudades y vinculándose con los traficantes de drogas.
Cuando aumentaron los secuestros en Valledupar, muchos culparon a Palmera, que conocía íntimamente los recursos financieros de los ricos.
"Debido a que nos conocía, podía decir cuánto poseíamos", dice Hernando Molina, el gobernador de la provincia de César, que fue amigo de Tovar en la escuela y conocía a Palmera. "Era una cuenta que teníamos que pagar, pero nunca entendimos por qué, porque nunca le habíamos hecho nada".
Para muchos aquí, las razones de Tovar para incorporarse a la guerra eran más lógicas. Un hacendado ganadero y arrocero, era uno de los principales terratenientes de la región y se había transformado en un blanco de extorsión de los rebeldes.
Con sus negocios al borde la bancarrota, e incapaz de pagar la educación de sus hijos, Tovar se unió a los paramilitares en 1998, dijo.
"Así es cómo comenzó mi guerra contra ellos", dijo Tovar sobre los guerrilleros. "Antes me podían matar, y decidí defenderme a mí mismo".
Tovar, que se niega a ser fotografiado, tomó el apodo de Jorge y levantó una fuerza que ahora llega a 5.000 hombres, controla vastas extensiones del campo y ha sido acusada por funcionarios norteamericanos y colombianos de tráfico de cocaína y del asesinato de campesinos.
Hablando animadamente en una hacienda ganadera cerca de donde se reúnen los paramilitares con negociadores del gobierno, Tovar defendió sus métodos, diciendo que los paramilitares tenían que atacar a la gente cercana a los rebeldes para destruir el apoyo a ese grupo.
"Me di cuenta de que no llegaríamos a ninguna parte con los métodos convencionales", dijo. "Comencé a responderles con los mismos métodos no convencionales que usaban ellos para atacarme".
El alcalde de Valledupar, Ciro Pupo, primo de Tovar, dijo que la barbarie de los paramilitares no correspondía con el hombre que él había conocido, una persona que era divertida y extrovertida. Ahora, Pupo dijo que se preguntaba qué papel pudo jugar Tovar en el torrente de homicidios que han asolado los vecindarios pobres de la ciudad donde mandan los paramilitares.
"Me gustaría preguntarse sobre eso, porque si son ellos, la gente aquí está aburrida", dijo Pupo.
Sin embargo, la mayor parte de la antipatía de los ricos de aquí se dirige contra Palmera.
La rabia ha sido especialmente pronunciada desde que Consuelo Araujo, una antigua ministro de cultura que era querida aquí en su ciudad natal, fuera asesinada después de haber sido secuestrada por los rebeldes en 2001. La hermana de Palmera está casada con el hermano de Araujo, y las dos familias han estado relacionadas desde hace mucho tiempo.
"La pregunta que se hace todo el mundo es qué motivos tenía Ricardo Palmera para hacer esto; él disfrutó de las comodidades de la clase alta", dijo Hernán Araujo, sobrino de Araujo. "Sólo él lo sabe".
Según se supo, a Palmera le amargó esa muerte. Pero se ha mantenido desafiante, levantando el puño y gritando lemas rebeldes tras su detención en Ecuador en enero pasado.
Años antes, en una entrevista para un diario de la localidad, llamó a la elite de aquí la "rancia oligarquía de Valledupar".
Explicando por qué se había convertido en rebelde, dijo: "No estoy solo. Los que se preocupan de nuestros hermanos en este país, son los guerrilleros".
20 de diciembre de 2004
23 de diciembre de 2004
©new york times
©traducción mQh
Igual de bien conocido para la mayoría de los colombianos es el rival de Palmera, Rodrigo Tovar, cabecilla de una organización guerrillera de extrema derecha que participa en las negociaciones para el desarme con funcionarios de gobierno.
Pero aquí en esta somnolienta ciudad norteña, Palmera todavía es recordado como un prominente miembro de la oligarquía que producía desenfadadas piezas teatrales, se codeaba con la elite social de Valledupar y tenía un brillante futuro como banquero. Y Tovar es recordado como un aristócrata parrandero, el vástago de una familia conectada políticamente que poseía grandes explotaciones arroceras y ganaderas.
Ambos hombres, conocidos en la cerrada clase alta de Valledupar, crecieron a varios cientos de metros uno del otro en la exclusiva calle de Santo Domingo, con sus elegantes y blancas casas e iglesias coloniales.
Asistían a los mismos bailes con cotillón y soñaron con futuros de fortuna y comodidad en una región que es fundamentalmente colombiana, con su música vallenata entrelazada por acordeones y los paisajes calientes y oníricos que nutrieron la imaginación del escritor Gabriel García Márquez, que creció cerca de allí.
Palmera y Tovar no son los combatientes más típicos en una de las guerras más largas de las Américas, un conflicto cuyos guerreros provienen normalmente de las filas de los desposeídos.
Pero no se conocen dos mejores adversarios, especialmente en esta conservadora ciudad de 350.000 habitantes.
La pérdida de los hijos preferidos que se pasaron a dos grupos armados todavía confunde, dejando a la gente aquí sacudiendo la cabeza y temerosos de que la guerra apartó a esos dos hombres que prometían tanto. Sus historias son un convincente ejemplo de cómo la guerra ha afectado a gente normal -Diomedes Díaz, el más conocido cantante de vallenatos de Colombia, ha incorporado a Palmera en una de sus canciones.
"Por supuesto, la gente se sorprende", dijo Tovar, 45, con uniforme de faena, en una entrevista reciente. "A mí me gustaba parrandear y me dedicaba a mi trabajo. La gente se sorprende de ver que alguien de Valledupar tome las armas, porque nosotros no éramos así".
Palmera, 54, provoca debates todavía más animados. Puede ser extraditado para ser procesado en Nueva York por cargos de tráfico de drogas a menos que los rebeldes liberen a 63 secuestrados, según prometió el viernes el presidente colombiano, Álvaro Uribe. Aquí, Palmera todavía es conocido como el hijo del gallardo Ovidio Palmera, el abogado más importante de la ciudad.
Para muchos aquí, el comandante rebelde en traje de camuflaje selvático no concuerda con el joven del pueblo que se casó bien, tuvo dos hijos y llegó a ser director del Banco Comercial de Valledupar.
"Era tan encantador e inteligente", dice Lilián Castro, que dijo que conocía a Palmera. "Ricardo Palmera era un caballero hecho y derecho".
Hernán Araujo, presidente de la asociación local de ganaderos, agrega: "Ricardo Palmera era el gerente de un banco, un chico apuesto, un dandy. Salía a bailar en los clubes. Montaba caballos finos con sus amigos".
Hacia fines de los años ochenta, Palmera empezó a asistir a reuniones clandestinas de profesionales de izquierda decididos a hacer algo para paliar la enorme disparidad entre ricos y pobres, recuerda Lolita Acosta, editora de un diario, que dijo que había conocido a Palmera.
La desigualdad era especialmente evidente en una región como esta, donde las haciendas se extienden tan lejos como pueden ver los ojos y unas pocas familias dominan la política y el comercio.
"Para Ricardo eso era pura ideología", dice Edgardo Pupo, 76, un tío de Tovar que también era cercano a Palmera. "Estaba convencido de que el sistema aquí no funcionaba y que sólo un sistema comunista era lo mejor".
Hacia fines de los años ochenta, Palmera, aunque seguía trabajando como banquero, estaba en la vanguardia de un movimiento campesino que ocupó la plaza mayor de Valledupar. Cuando fue detenido, la elite local ayudó a que lo liberaran.
En 1989 se marchó a las montañas, tomando el apodo de Simón Trinidad y uniéndose a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, el grupo rebelde de izquierda que años más tarde lanzaría devastadores ataques contra el ejército colombiano. También se transformaría en una pesadilla para muchos colombianos con el secuestro de gente con medios, atacando ciudades y vinculándose con los traficantes de drogas.
Cuando aumentaron los secuestros en Valledupar, muchos culparon a Palmera, que conocía íntimamente los recursos financieros de los ricos.
"Debido a que nos conocía, podía decir cuánto poseíamos", dice Hernando Molina, el gobernador de la provincia de César, que fue amigo de Tovar en la escuela y conocía a Palmera. "Era una cuenta que teníamos que pagar, pero nunca entendimos por qué, porque nunca le habíamos hecho nada".
Para muchos aquí, las razones de Tovar para incorporarse a la guerra eran más lógicas. Un hacendado ganadero y arrocero, era uno de los principales terratenientes de la región y se había transformado en un blanco de extorsión de los rebeldes.
Con sus negocios al borde la bancarrota, e incapaz de pagar la educación de sus hijos, Tovar se unió a los paramilitares en 1998, dijo.
"Así es cómo comenzó mi guerra contra ellos", dijo Tovar sobre los guerrilleros. "Antes me podían matar, y decidí defenderme a mí mismo".
Tovar, que se niega a ser fotografiado, tomó el apodo de Jorge y levantó una fuerza que ahora llega a 5.000 hombres, controla vastas extensiones del campo y ha sido acusada por funcionarios norteamericanos y colombianos de tráfico de cocaína y del asesinato de campesinos.
Hablando animadamente en una hacienda ganadera cerca de donde se reúnen los paramilitares con negociadores del gobierno, Tovar defendió sus métodos, diciendo que los paramilitares tenían que atacar a la gente cercana a los rebeldes para destruir el apoyo a ese grupo.
"Me di cuenta de que no llegaríamos a ninguna parte con los métodos convencionales", dijo. "Comencé a responderles con los mismos métodos no convencionales que usaban ellos para atacarme".
El alcalde de Valledupar, Ciro Pupo, primo de Tovar, dijo que la barbarie de los paramilitares no correspondía con el hombre que él había conocido, una persona que era divertida y extrovertida. Ahora, Pupo dijo que se preguntaba qué papel pudo jugar Tovar en el torrente de homicidios que han asolado los vecindarios pobres de la ciudad donde mandan los paramilitares.
"Me gustaría preguntarse sobre eso, porque si son ellos, la gente aquí está aburrida", dijo Pupo.
Sin embargo, la mayor parte de la antipatía de los ricos de aquí se dirige contra Palmera.
La rabia ha sido especialmente pronunciada desde que Consuelo Araujo, una antigua ministro de cultura que era querida aquí en su ciudad natal, fuera asesinada después de haber sido secuestrada por los rebeldes en 2001. La hermana de Palmera está casada con el hermano de Araujo, y las dos familias han estado relacionadas desde hace mucho tiempo.
"La pregunta que se hace todo el mundo es qué motivos tenía Ricardo Palmera para hacer esto; él disfrutó de las comodidades de la clase alta", dijo Hernán Araujo, sobrino de Araujo. "Sólo él lo sabe".
Según se supo, a Palmera le amargó esa muerte. Pero se ha mantenido desafiante, levantando el puño y gritando lemas rebeldes tras su detención en Ecuador en enero pasado.
Años antes, en una entrevista para un diario de la localidad, llamó a la elite de aquí la "rancia oligarquía de Valledupar".
Explicando por qué se había convertido en rebelde, dijo: "No estoy solo. Los que se preocupan de nuestros hermanos en este país, son los guerrilleros".
20 de diciembre de 2004
23 de diciembre de 2004
©new york times
©traducción mQh
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