Blogia
mQh

marcharse de iraq - william raspberry


¿Es hora de que Estados Unidos abandone Iraq? Se pregunta un editorialista del Washington Post.
No es una pregunta retórica, sino una que toca profundamente nuestras nociones de quiénes somos y cómo queremos ser vistos -militar, diplomática, política y moralmente.
Escribí hace poco (y desaprobatoriamente) sobre las ideas de Yaron Brook, presidente del Ayn Rand Institute, que piensa que el problema de Estados Unidos en Iraq lo provoca la abundancia de escrúpulos -una cobardía moral que nos impide dar caza a los insurgentes y a los iraquíes (incluyendo a familiares) que les dan protección.
En esa columna escribí:
"Incluso aquellos de nosotros que pensamos que el presidente Bush cometió un horroroso desatino moral y militar al lanzar la guerra estamos en gran parte satisfechos con la manera en que está conduciéndose con las secuelas -no porque sea particularmente exitoso, sino porque no se nos ocurre nada mejor".
Bueno, varias personas que examinan los escombros de nuestra política exterior en Iraq piensan que la mejor opción es simplemente abandonar el país.
Una de las expresiones más coherentes de ese punto de vista es un artículo de Naomi Klein en el número del 10 de enero de la revista Nation. Su punto de partida es la llamada regla de ‘Tú lo rompes, tú lo pagas' invocada por el ministro de Asuntos Exteriores, Colin Powell, en su consejo de preguerra al presidente Bush.
Klein reconoce que hemos destruido Iraq, pero argumenta que nuestra continuada presencia allá no arregla nada, y sólo hace peor las cosas. No necesitamos "poseer" el país, dice, sólo reconocer los daños, pagar y marcharnos.
Simplemente marcharnos. Suena tan simple -tan evocativo del consejo que el senador de Vermont, George Aiken, ofreció a otro presidente que ejerció el cargo durante el cenagal de Vietnam: Declaremos la victoria y márchemosnos a casa.
¿Por qué no? Políticamente hablando, requeriría una concesión -¿confesión?- de que todo este asunto fue un error. El presidente Bush parece incapaz de llegar a articular una conclusión semejante -a menos que sea obligado a hacerlo por una indignación pública reminiscente de la era de Vietnam y una capacidad cada vez más limitada de atraer a los jóvenes hacia las fuerzas armadas. En esta guerra han muerto más de 1.300 soldados norteamericanos. ¿Qué significaría para sus familias y la moral militar abandonar la guerra?
¿Qué diríamos a los británicos, a los australianos y otros en la coalición que han sufrido daños políticos y perdido vidas apoyándonos en nuestra guerra? ¿Qué amigo o enemigo tomaría nuevamente en serio a Estados Unidos? Incluso Israel podría empezar a dudar de nuestra fiabilidad.
¿Qué de las consideraciones morales? Dejar la guerra, con o sin una declaración de victoria, sería una sentencia de muerte para aquellos iraquíes que colaboraron con nosotros para adelantar nuestra misión declarada de llevar la democracia a Iraq.
¿Y qué, finalmente, del imperativo ‘tú lo rompes, tú lo pagas'?
Podemos discutir todo el día que Saddam Hussein era un tirano cuya derrota y humillación no debería despertar simpatía en nosotros. Pero él tenía un país que funcionaba. Había un gobierno. La gente iba a sus trabajos y a los mercados y a la escuela con relativa seguridad. ¿Puede creer alguien realmente que la anarquía engendrada por Estados Unidos ha mejorado la vida de los iraquíes? Nosotros destruimos ese país. ¿Tenemos el derecho moral de abandonarlo, y dejar los escombros en el suelo?
¿Cancelan esos escombros el argumento para abandonar el país?
Klein no lo piensa así. La continuación de nuestra presencia, argumenta, es un imán de violencia contra los iraquíes y nuestros planes parecen haber sido calculados para encender "la guerra civil que se necesita para justificar la presencia prolongada de tropas norteamericanas".
Nuestra posición de "mantener el curso" no repara lo que rompimos, sino más bien continuando acentuando los destrozos.
¿Es tiempo de marcharnos?
Un sorprendente número de lectores de esta columna piensa que sí lo es. Y dos han propuesto independientemente el pretexto para hacerlo de inmediato. Walter Gordon, de Delaware, y Christina Warren, de California, proponen enviar todas, o una nuestra substancial de nuestras tropas estacionadas en Iraq y otros recursos a las regiones devastadas por el maremoto en el Océano Índico.
Nos sacaría de Iraq y, debido a que el área afectada en gran parte musulmana, podría ayudarnos a vencer la noción de que estamos contra el islam.

Se puede escribir al autor a: willrasp@washpost.com

3 de enero de 2005
©washington post
©traducción mQh

0 comentarios