feas verdades sobre guantánamo - richard cohen
El presidente Bush propone a González, que apoya las torturas y le lleva el amén, como fiscal general. Gobierno actúa como si el mundo ignorara el comunismo y el fascismo.
En algún lugar en el gobierno de Estados Unidos se encuentra la persona que sugirió la idea de fundir el llanto de un niño con el incesante maullido de un reclame de comida para gatos para atormentar a los detenidos en Bahía Guantánamo, Cuba. Los detenidos también fueron sometidos a canciones populares como las de Eminem y de Rage Against the Machine. Sólo puedo imaginar qué puede significar Liberace para un musulmán observante, pero es un genio malvado el que se dio cuenta de que la cultura norteamericana corriente puede ser, si se repite suficientemente, casi mortal. Dios nos salve.
En la novela de George Orwell, 1984', eran ratas, si recuerdo bien, las que eran usadas para torturar a Winston Smith. No se trataba de que las ratas causaran algún daño físico, sino más bien que Smith les tenía fobia -"su miedo más grande, su peor pesadilla"- y así sucumbió, renunció a sus creencias e incluso a su novia, y volvió a su café donde pasaba los días bebiendo gin. Ese era el futuro para Orwell, y nuestro presente.
El término orwelliano' ha sido mal usado y en 1984 pensé que Orwell era sobrevalorado. Entonces pensaba que el novelista fundamental del siglo 21 era Kafka, que se dio cuenta de que no hay un arma homicida más eficiente que esa que el crítico literario George Steiner llamó "la lunática lógica de la burocracia".
Sin embargo, Orwell se equivocó en sólo 20 años. Habría observado con gran satisfacción el constante abuso del lenguaje por parte del gobierno de Bush -llamar "cobardes" a los terroristas suicidas, llamando Ley Patriótica a una serie de restricciones de las libertades públicas y, por supuesto, privando de significación a la palabra tortura'. Hasta hace poco, cuando se modificó la interpretación de la tortura, el término se aplicaba solamente al dolor como el de "fallos orgánicos, deterioro de una función fisiológica, o incluso la muerte". Menos que eso, cosas como, digamos, encadenar a un detenido a una silla chica durante horas y horas, hasta que se arranca el pelo de desesperación, es algo diferente. No tenemos palabras para eso, pero es -o era, hasta hace poco- considerado perfectamente legal.
La interpretación original de la tortura por parte del gobierno fue promulgada por el ministerio de Justicia, durante John Ashcroft, y la Casa Blanca, bajo su abogado Alberto R. González. El resultado ha avergonzado profundamente a Estados Unidos. Entre otras cosas, produjo los maltratos de la prisión de Abu Ghraib en Iraq, sobre los que nos dijeron que eran excepciones inexplicables. Dios mío, si lo hubieran sabido las autoridades más altas.
Ahora todos sabemos. El Comité Internacional de la Cruz Roja se ha quejado de que algunas de las cosas que se hicieron en Guantánamo -Guantánamo, no Abu Ghraib- era "equivalente a tortura". La Unión Americana de Libertades Civiles se ha quejado, pero era algo que esperábamos. Así, también, se han quejado el FBI y abogados militares, antiguos y actuales. Justo al otro lado de la mesa, el gobierno de Bush se ha puesto por encima de la ley. Se pronunció virtuoso' a sí mismo; pero haciendo frente a una amenaza tan única, tan terrible, González opinó que las Convenciones de Ginebra mismas estaban "obsoletas". Esa brillantez jurídica no pasa mucho tiempo sin ser recompensada. Ha sido nominado para ser el fiscal general.
Se supone que el encumbramiento de González es la particular historia de un éxito a la americana. Este hijo de inmigrantes mexicanos llegó a la Escuela de Leyes de Harvard sin ayuda de nadie y de ahí al círculo íntimo de Bush, primero en Austin, luego en Washinton. Allá propuso esa brillate definición de tortura, una que era tan lista legalmente que sólo los muertos podrían rechazarla y, por supuesto, no lo hicieron. Sorprendió a todo el mundo. ¿Es una sorpresa que el Senado probablemente lo confirme pronto? Para el próximo año habrá recibido sin duda la apreciada Medalla de la Libertad del presidente, otorgada a aquellos que sirven con éxito al presidente, pero en detrimento del país. En la audiencia, invisibles pero sin embargo presentes, Orwell y Kafka asistirán a la ceremonia.
Las revelaciones sobre lo que ocurre en Guantánamo son horrorosas. El maltrato corriente de los prisioneros, la locura instilada por encarcelamientos repugnantes, las incesantes mentiras de las autoridades, además de los interrogatorios falsos montados para la prensa, en los que los detenidos y sus interrogadores comparten los batidos de leche -todas estas cosas nos manchan como país. Es como si el gobierno fuera ahistórico, inconsciente de cómo los comunistas y fascistas también mancharon el lenguaje y empujaron al mundo a cámaras de tortura diseñados mononamente para la ocasión. Ahora estamos en muy malas compañías.
El gobierno de Bush ha fundido a Orwell con Kafka del mismo modo que alguien fusionó el llanto de un niño con el del gato del reclame de televisión de Meow Mix. El resultado final es González, propuesto para la Corte Suprema debido a que hizo la vista gorda sobre las torturas y le lleva el amén al presidente. Es el hombre de Kafka, el chico de Orwell y el gatito de Bush. Conocido por su gruñido.
Miauw.
Al autor se le puede escribir a: cohenr@washpost.com
4 de enero de 2005
©washington post
©traducción mQh
En la novela de George Orwell, 1984', eran ratas, si recuerdo bien, las que eran usadas para torturar a Winston Smith. No se trataba de que las ratas causaran algún daño físico, sino más bien que Smith les tenía fobia -"su miedo más grande, su peor pesadilla"- y así sucumbió, renunció a sus creencias e incluso a su novia, y volvió a su café donde pasaba los días bebiendo gin. Ese era el futuro para Orwell, y nuestro presente.
El término orwelliano' ha sido mal usado y en 1984 pensé que Orwell era sobrevalorado. Entonces pensaba que el novelista fundamental del siglo 21 era Kafka, que se dio cuenta de que no hay un arma homicida más eficiente que esa que el crítico literario George Steiner llamó "la lunática lógica de la burocracia".
Sin embargo, Orwell se equivocó en sólo 20 años. Habría observado con gran satisfacción el constante abuso del lenguaje por parte del gobierno de Bush -llamar "cobardes" a los terroristas suicidas, llamando Ley Patriótica a una serie de restricciones de las libertades públicas y, por supuesto, privando de significación a la palabra tortura'. Hasta hace poco, cuando se modificó la interpretación de la tortura, el término se aplicaba solamente al dolor como el de "fallos orgánicos, deterioro de una función fisiológica, o incluso la muerte". Menos que eso, cosas como, digamos, encadenar a un detenido a una silla chica durante horas y horas, hasta que se arranca el pelo de desesperación, es algo diferente. No tenemos palabras para eso, pero es -o era, hasta hace poco- considerado perfectamente legal.
La interpretación original de la tortura por parte del gobierno fue promulgada por el ministerio de Justicia, durante John Ashcroft, y la Casa Blanca, bajo su abogado Alberto R. González. El resultado ha avergonzado profundamente a Estados Unidos. Entre otras cosas, produjo los maltratos de la prisión de Abu Ghraib en Iraq, sobre los que nos dijeron que eran excepciones inexplicables. Dios mío, si lo hubieran sabido las autoridades más altas.
Ahora todos sabemos. El Comité Internacional de la Cruz Roja se ha quejado de que algunas de las cosas que se hicieron en Guantánamo -Guantánamo, no Abu Ghraib- era "equivalente a tortura". La Unión Americana de Libertades Civiles se ha quejado, pero era algo que esperábamos. Así, también, se han quejado el FBI y abogados militares, antiguos y actuales. Justo al otro lado de la mesa, el gobierno de Bush se ha puesto por encima de la ley. Se pronunció virtuoso' a sí mismo; pero haciendo frente a una amenaza tan única, tan terrible, González opinó que las Convenciones de Ginebra mismas estaban "obsoletas". Esa brillantez jurídica no pasa mucho tiempo sin ser recompensada. Ha sido nominado para ser el fiscal general.
Se supone que el encumbramiento de González es la particular historia de un éxito a la americana. Este hijo de inmigrantes mexicanos llegó a la Escuela de Leyes de Harvard sin ayuda de nadie y de ahí al círculo íntimo de Bush, primero en Austin, luego en Washinton. Allá propuso esa brillate definición de tortura, una que era tan lista legalmente que sólo los muertos podrían rechazarla y, por supuesto, no lo hicieron. Sorprendió a todo el mundo. ¿Es una sorpresa que el Senado probablemente lo confirme pronto? Para el próximo año habrá recibido sin duda la apreciada Medalla de la Libertad del presidente, otorgada a aquellos que sirven con éxito al presidente, pero en detrimento del país. En la audiencia, invisibles pero sin embargo presentes, Orwell y Kafka asistirán a la ceremonia.
Las revelaciones sobre lo que ocurre en Guantánamo son horrorosas. El maltrato corriente de los prisioneros, la locura instilada por encarcelamientos repugnantes, las incesantes mentiras de las autoridades, además de los interrogatorios falsos montados para la prensa, en los que los detenidos y sus interrogadores comparten los batidos de leche -todas estas cosas nos manchan como país. Es como si el gobierno fuera ahistórico, inconsciente de cómo los comunistas y fascistas también mancharon el lenguaje y empujaron al mundo a cámaras de tortura diseñados mononamente para la ocasión. Ahora estamos en muy malas compañías.
El gobierno de Bush ha fundido a Orwell con Kafka del mismo modo que alguien fusionó el llanto de un niño con el del gato del reclame de televisión de Meow Mix. El resultado final es González, propuesto para la Corte Suprema debido a que hizo la vista gorda sobre las torturas y le lleva el amén al presidente. Es el hombre de Kafka, el chico de Orwell y el gatito de Bush. Conocido por su gruñido.
Miauw.
Al autor se le puede escribir a: cohenr@washpost.com
4 de enero de 2005
©washington post
©traducción mQh
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