cazadores y cazados en iraq
[Karl Vick] Fuerzas iraquíes deben hacer frente a continuados ataques de los rebeldes.
Bagdad, Iraq. Los hombres enmascarados en las calles de la capital iraquí se ven a sí mismos como los buenos de la película. Instalando puestos de control y corriendo entre los coches, a pie, los agentes de policía, soldados y guardias nacionales iraquíes asumen una postura claramente defensiva: los rifles en alto, pasamontañas.
"Es parte del uniforme", dijo Ahmed, un teniente primero con un pasamontañas de lana negra metido hasta el cuello de su chaqueta de camuflaje. Tanto la chaqueta como el pasamontañas son ahora el uniforme normal de las fuerzas de seguridad del gobierno interino iraquí, las tropas recientemente adiestradas que hacen doble servicio como cazadores y cazados.
Ahmed y cuatro otros comandos de la policía dicen que no hacen nada sin sus pasamontañas, no permiten que se usen sus nombres en publicaciones y no cuentan a sus vecinos cómo se ganan la vida.
"Yo digo que trabajo instalando azulejos", dice Wisam, 20, que vive en el sur de Bagdad.
"Yo digo que soy mecánico de coches", dice Abu Jaffar, después de salir de su escondite detrás de un camión sobre el que se ha montado una ametralladora. Incluso con su pasamontañas se ha ocultado después de divisar a un vecino bajándose de un autobús a unos 9 metros de allí.
La intimidación se ha transformado en la principal herramienta de los insurgentes que tratan de frustrar al gobierno iraquí, que está tratando de realizar elecciones parlamentarias a nivel nacional al mismo tiempo que afianza una fuerza de seguridad nacional que de a los votantes una posibilidad de llegar a los colegios electorales.
Cientos de iraquíes han perdido la vida en las últimas semanas, y el miedo que los insurgentes dicen que quieren causar en la población iraquí de 25 millones se extiende todavía más con cada asesinato y con los panfletos en los que se amenaza a todos los que participen en las elecciones.
El lunes el subdirector de la policía de Bagdad y su hijo fueron asesinados a balazos frente a su casa mientras que varios guardias nacionales en Baiji, una base rebelde a unos 200 kilómetros al norte de Bagdad, dijeron que 142 guardias habían renunciado.
Un día antes se encontraron tres cuerpos en las afueras de la ciudad de Samarra en el centro-norte del país. Eran jóvenes, tenían las manos atadas a la espalda y presentaban múltiples impactos de bala en la cabeza. Al menos uno de ellos era un agente de policía. Un miembro del ayuntamiento de Riyadh, en el Triángulo Sunní, fue arrojado en el maletero de un coche por hombres armados.
"Solicitamos este trabajo para proteger a nuestro pueblo, incluso aunque los del llamado Ejército de Ansar al-Sunna me amenazaron cuatro veces", dice Hisham Sattar Jabbar, un comando de la policía, mientras atendía a unos colegas heridos en el sitio de una fuerte explosión que mató al menos a diez personas el 4 de enero.
"Ellos dicen que trabajamos para los norteamericanos", dice Jabbar. "Pero nosotros trabajamos con la gente y para la gente".
La opinión pública parece apoyar ese sentimiento. Sondeos de opinión muestran que los iraquíes apoyan a los nuevos servicios de seguridad tan decididamente como apoyan al liderazgo religioso del país, un grupo que recibe más apoyo que cualquiera otra institución.
El apoyo es particularmente alto para la policía, cuyos agentes son reclutados en las ciudades donde trabajan.
Para incomodidad de funcionarios norteamericanos, sin embargo, que tienden a desconfiar de las unidades de policía locales, eso a menudo significa que sirven como barómetro de la aceptación pública de la resistencia.
En Mosul, la tercera ciudad más importante de Iraq, la fuerza policial de 5.000 miembros se desintegró el 10 de noviembre cuando olas de guerrilleros asaltaron las comisarías de policía para abrir un nuevo frente después de la ofensiva norteamericana en curso contra Faluya. Dos meses más tarde, la norteña ciudad sigue sin una fuerza de policía local.
Casi al mismo tiempo, la fuerza de policía de Ramadi, 50 kilómetros al oeste de Faluya, también desertaron en masa. Casi un mes más tarde, casi la mitad de sus 1.600 agentes estaban de vuelta en el trabajo, dijeron agentes.
"La gente los apoya", dijo el coronel Muhammed Nuri. "Antes, cuando salíamos a patrullar, la gente ni nos miraba. Ahora, la gente nos apoya, nos ofrecen té y agua".
Por impopular que sea la presencia norteamericana, con la gran mayoría de los iraquíes pidiendo la retirada de las tropas norteamericanas, de acuerdo a los sondeos de opinión, los insurgentes están consumiendo su aceptación.
Habitantes de Ramadi -que han visto como las tropas norteamericanas destruyeron casi completamente Faluya para recuperar la ciudad de manos de los rebeldes- han expresado un aumentado apetito de orden público. Dicen que reprocharon a los guerrilleros por usar los vecindarios residenciales para montar ataques contra las tropas norteamericanas y poner así en peligro a sus familias de encontrarse atrapadas en el fuego cruzado.
"Queremos seguridad y orden en la ciudad. Estamos cansados de la gente armada", dijo Talib Ashur, que se acercó a la comisaría de Ramadi a presentar una denuncia sobre una disputa de propiedad. Normalmente el problema sería resuelto a través de negociaciones tribales informales, pero Ashur quería hacer un punto.
"Tenemos que acudir a la ley, porque es nuestro destino", dijo. "Esos hombres armados no estarán siempre. Vivirán uno o dos meses más, quizás todavía menos que eso".
De momento, sin embargo, un buen número de ellos siguen vivos, como recordó un comandante a un puñado de animados jóvenes agentes durante la visita de un periodista iraquí. Los reclutas han pintado encima de las pintadas de los insurgentes en una pared de la comisaría con provocadores lemas propios, como "Nuestra vida es larga, la vuestra corta". Pero cuando aceptaron posar para una fotografía de grupo, su comandante intervino.
"No es necesario correr riesgos", aconsejó Nuri. "Si esas fotos se publican, os matarán uno por uno".
La amenaza contra las fuerzas de seguridad iraquíes es mayor en el corazón del territorio sunní, donde la resistencia ha crecido a medida que disminuyen las fortunas políticas de sus residentes desde el derrocamiento de Saddam Hussein.
En las regiones al norte y oeste de Iraq central, la presión contra la votación o contra acciones que pudieran dar credibilidad al gobierno interino y sus patrocinadores norteamericanos es intensa, aunque rara vez articulada.
Cuando los encuestadores del Instituto Republicano Internacional financiado por Estados Unidos, que está ayudando a los iraquíes a preparar las elecciones, preguntaron a los musulmanes sunníes por qué no pensaban votar, el 74 por ciento dio como respuesta "no responde".
"Mi marido recibió muchas amenazas, a veces por carta, a veces por hombres armados que entraron violentamente a nuestra casa", dice Mona Mosa, una habitante de Baiji. La semana pasada, la policía le entregó el cuerpo sin cabeza de su marido.
Hasballah Shati, 50, ex piloto de guerra, hizo frente a las amenazas y continuó trabajando como traductor en una base norteamericana. Estaba fumando una pipa de agua frente a su casa y tres hombres armados se lo llevaron. Su mejor amigo, Zamil Hussein, recordó que uno de los secuestradores llevaban zapatillas blancas, porque se mancharon con el maquillaje de la esposa de Shati cuando se echó a sus pies rogando por la vida de su marido.
"La campaña de intimidación es extraordinariamente dura", dijo un importante funcionario de la embajada norteamericana. "Es muy difícil de combatir".
La estrategia anti-insurgencia implementada por las tropas norteamericanas e iraquíes, de acuerdo a otro diplomático occidental, se ha estancado en semanas de implacables redadas dirigidas contra las redes clandestinas de insurgentes.
"Estamos haciendo un montón de cosas para eliminar a los partidarios secundarios de los insurgentes", dijo el diplomático.
Al mismo tiempo, los insurgentes han trabajado para infiltrar a las fuerzas de seguridad iraquíes. Comandantes norteamericanos e iraquíes reconocen abiertamente que las filas del nuevo ejército y policía son rutinariamente comprometidas por los rebeldes.
El mismo problema amenaza al gobierno civil iraquí: En octubre un importante funcionario del despacho del primer ministro interino, Ayad Allawi, fue detenido bajo sospechas de proporcionar a los insurgentes las direcciones personales y otros datos de empleados del gobierno que iban a ser asesinados.
Pero las fuerzas de seguridad, uniformadas y en la calle, siguen siendo las más vulnerables.
"En parte es porque son más fáciles de matar", dijo el funcionario norteamericano, que habló a condición de mantener el anonimato. "Pero también porque los insurgentes están preocupados de que esas fuerzas se afiancen".
"Se están transformando en una fuerza muy eficiente", dice el teniente general Thomas Metz, jefe de las fuerzas norteamericanas de tierra en Iraq, "que es exactamente lo que teme el enemigo".
También lo ven así los jefes de policía, a través de los ojos de sus pasamontañas.
"Somos el primer paso en el largo camino hacia la seguridad", dice Abu Jaffar. "Si la gente nos ve trabajando, tendrán coraje para incorporarse el ejército".
Y si se cubren las caras, es sólo para ponerse a la altura de un enemigo invisible, que los atacan desde coches en marcha o con coches-bomba suicidas.
"Los terroristas son cobardes", dice Abu Jaffar. "No se atreven a enfrentarse a nosotros".
Salih Saif Aldin en Baiji y Bassam Sebti en Baghdad contribuyeron a este reportaje.
11 de enero de 2005
13 de enero de 2005
©washington post
©traducción mQh
"Es parte del uniforme", dijo Ahmed, un teniente primero con un pasamontañas de lana negra metido hasta el cuello de su chaqueta de camuflaje. Tanto la chaqueta como el pasamontañas son ahora el uniforme normal de las fuerzas de seguridad del gobierno interino iraquí, las tropas recientemente adiestradas que hacen doble servicio como cazadores y cazados.
Ahmed y cuatro otros comandos de la policía dicen que no hacen nada sin sus pasamontañas, no permiten que se usen sus nombres en publicaciones y no cuentan a sus vecinos cómo se ganan la vida.
"Yo digo que trabajo instalando azulejos", dice Wisam, 20, que vive en el sur de Bagdad.
"Yo digo que soy mecánico de coches", dice Abu Jaffar, después de salir de su escondite detrás de un camión sobre el que se ha montado una ametralladora. Incluso con su pasamontañas se ha ocultado después de divisar a un vecino bajándose de un autobús a unos 9 metros de allí.
La intimidación se ha transformado en la principal herramienta de los insurgentes que tratan de frustrar al gobierno iraquí, que está tratando de realizar elecciones parlamentarias a nivel nacional al mismo tiempo que afianza una fuerza de seguridad nacional que de a los votantes una posibilidad de llegar a los colegios electorales.
Cientos de iraquíes han perdido la vida en las últimas semanas, y el miedo que los insurgentes dicen que quieren causar en la población iraquí de 25 millones se extiende todavía más con cada asesinato y con los panfletos en los que se amenaza a todos los que participen en las elecciones.
El lunes el subdirector de la policía de Bagdad y su hijo fueron asesinados a balazos frente a su casa mientras que varios guardias nacionales en Baiji, una base rebelde a unos 200 kilómetros al norte de Bagdad, dijeron que 142 guardias habían renunciado.
Un día antes se encontraron tres cuerpos en las afueras de la ciudad de Samarra en el centro-norte del país. Eran jóvenes, tenían las manos atadas a la espalda y presentaban múltiples impactos de bala en la cabeza. Al menos uno de ellos era un agente de policía. Un miembro del ayuntamiento de Riyadh, en el Triángulo Sunní, fue arrojado en el maletero de un coche por hombres armados.
"Solicitamos este trabajo para proteger a nuestro pueblo, incluso aunque los del llamado Ejército de Ansar al-Sunna me amenazaron cuatro veces", dice Hisham Sattar Jabbar, un comando de la policía, mientras atendía a unos colegas heridos en el sitio de una fuerte explosión que mató al menos a diez personas el 4 de enero.
"Ellos dicen que trabajamos para los norteamericanos", dice Jabbar. "Pero nosotros trabajamos con la gente y para la gente".
La opinión pública parece apoyar ese sentimiento. Sondeos de opinión muestran que los iraquíes apoyan a los nuevos servicios de seguridad tan decididamente como apoyan al liderazgo religioso del país, un grupo que recibe más apoyo que cualquiera otra institución.
El apoyo es particularmente alto para la policía, cuyos agentes son reclutados en las ciudades donde trabajan.
Para incomodidad de funcionarios norteamericanos, sin embargo, que tienden a desconfiar de las unidades de policía locales, eso a menudo significa que sirven como barómetro de la aceptación pública de la resistencia.
En Mosul, la tercera ciudad más importante de Iraq, la fuerza policial de 5.000 miembros se desintegró el 10 de noviembre cuando olas de guerrilleros asaltaron las comisarías de policía para abrir un nuevo frente después de la ofensiva norteamericana en curso contra Faluya. Dos meses más tarde, la norteña ciudad sigue sin una fuerza de policía local.
Casi al mismo tiempo, la fuerza de policía de Ramadi, 50 kilómetros al oeste de Faluya, también desertaron en masa. Casi un mes más tarde, casi la mitad de sus 1.600 agentes estaban de vuelta en el trabajo, dijeron agentes.
"La gente los apoya", dijo el coronel Muhammed Nuri. "Antes, cuando salíamos a patrullar, la gente ni nos miraba. Ahora, la gente nos apoya, nos ofrecen té y agua".
Por impopular que sea la presencia norteamericana, con la gran mayoría de los iraquíes pidiendo la retirada de las tropas norteamericanas, de acuerdo a los sondeos de opinión, los insurgentes están consumiendo su aceptación.
Habitantes de Ramadi -que han visto como las tropas norteamericanas destruyeron casi completamente Faluya para recuperar la ciudad de manos de los rebeldes- han expresado un aumentado apetito de orden público. Dicen que reprocharon a los guerrilleros por usar los vecindarios residenciales para montar ataques contra las tropas norteamericanas y poner así en peligro a sus familias de encontrarse atrapadas en el fuego cruzado.
"Queremos seguridad y orden en la ciudad. Estamos cansados de la gente armada", dijo Talib Ashur, que se acercó a la comisaría de Ramadi a presentar una denuncia sobre una disputa de propiedad. Normalmente el problema sería resuelto a través de negociaciones tribales informales, pero Ashur quería hacer un punto.
"Tenemos que acudir a la ley, porque es nuestro destino", dijo. "Esos hombres armados no estarán siempre. Vivirán uno o dos meses más, quizás todavía menos que eso".
De momento, sin embargo, un buen número de ellos siguen vivos, como recordó un comandante a un puñado de animados jóvenes agentes durante la visita de un periodista iraquí. Los reclutas han pintado encima de las pintadas de los insurgentes en una pared de la comisaría con provocadores lemas propios, como "Nuestra vida es larga, la vuestra corta". Pero cuando aceptaron posar para una fotografía de grupo, su comandante intervino.
"No es necesario correr riesgos", aconsejó Nuri. "Si esas fotos se publican, os matarán uno por uno".
La amenaza contra las fuerzas de seguridad iraquíes es mayor en el corazón del territorio sunní, donde la resistencia ha crecido a medida que disminuyen las fortunas políticas de sus residentes desde el derrocamiento de Saddam Hussein.
En las regiones al norte y oeste de Iraq central, la presión contra la votación o contra acciones que pudieran dar credibilidad al gobierno interino y sus patrocinadores norteamericanos es intensa, aunque rara vez articulada.
Cuando los encuestadores del Instituto Republicano Internacional financiado por Estados Unidos, que está ayudando a los iraquíes a preparar las elecciones, preguntaron a los musulmanes sunníes por qué no pensaban votar, el 74 por ciento dio como respuesta "no responde".
"Mi marido recibió muchas amenazas, a veces por carta, a veces por hombres armados que entraron violentamente a nuestra casa", dice Mona Mosa, una habitante de Baiji. La semana pasada, la policía le entregó el cuerpo sin cabeza de su marido.
Hasballah Shati, 50, ex piloto de guerra, hizo frente a las amenazas y continuó trabajando como traductor en una base norteamericana. Estaba fumando una pipa de agua frente a su casa y tres hombres armados se lo llevaron. Su mejor amigo, Zamil Hussein, recordó que uno de los secuestradores llevaban zapatillas blancas, porque se mancharon con el maquillaje de la esposa de Shati cuando se echó a sus pies rogando por la vida de su marido.
"La campaña de intimidación es extraordinariamente dura", dijo un importante funcionario de la embajada norteamericana. "Es muy difícil de combatir".
La estrategia anti-insurgencia implementada por las tropas norteamericanas e iraquíes, de acuerdo a otro diplomático occidental, se ha estancado en semanas de implacables redadas dirigidas contra las redes clandestinas de insurgentes.
"Estamos haciendo un montón de cosas para eliminar a los partidarios secundarios de los insurgentes", dijo el diplomático.
Al mismo tiempo, los insurgentes han trabajado para infiltrar a las fuerzas de seguridad iraquíes. Comandantes norteamericanos e iraquíes reconocen abiertamente que las filas del nuevo ejército y policía son rutinariamente comprometidas por los rebeldes.
El mismo problema amenaza al gobierno civil iraquí: En octubre un importante funcionario del despacho del primer ministro interino, Ayad Allawi, fue detenido bajo sospechas de proporcionar a los insurgentes las direcciones personales y otros datos de empleados del gobierno que iban a ser asesinados.
Pero las fuerzas de seguridad, uniformadas y en la calle, siguen siendo las más vulnerables.
"En parte es porque son más fáciles de matar", dijo el funcionario norteamericano, que habló a condición de mantener el anonimato. "Pero también porque los insurgentes están preocupados de que esas fuerzas se afiancen".
"Se están transformando en una fuerza muy eficiente", dice el teniente general Thomas Metz, jefe de las fuerzas norteamericanas de tierra en Iraq, "que es exactamente lo que teme el enemigo".
También lo ven así los jefes de policía, a través de los ojos de sus pasamontañas.
"Somos el primer paso en el largo camino hacia la seguridad", dice Abu Jaffar. "Si la gente nos ve trabajando, tendrán coraje para incorporarse el ejército".
Y si se cubren las caras, es sólo para ponerse a la altura de un enemigo invisible, que los atacan desde coches en marcha o con coches-bomba suicidas.
"Los terroristas son cobardes", dice Abu Jaffar. "No se atreven a enfrentarse a nosotros".
Salih Saif Aldin en Baiji y Bassam Sebti en Baghdad contribuyeron a este reportaje.
11 de enero de 2005
13 de enero de 2005
©washington post
©traducción mQh
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