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muerte sin honores


[David Zucchino] Para las familias de los contratistas que trabajan en la guerra encargada de Iraq, no hay cartas presidenciales ni salvas de 21 disparos, sólo consternación y pena.
Rosharon, Tejas, Estados Unidos. Cuando los parroquianos del Johnson's Market Bar and Grill se enteraron de que su amigo Allan Smith había muerto en Iraq, le rindieron tributo jugando a los dardos y bebiendo cerveza, dos de los pasatiempos favoritos de Smith.
"Allan lo hubiese aprobado", dijo Pat Johnson, el dueño, que se complació cuando en el funeral se mostró un video de Smith luchando con un oso de circo, e inmovilizándolo.
En otro suburbio de Houston, Dona Davis había recibido un email de su marido Leslie pocas horas antes de que le dijeran que había muerto en el mismo atentado suicida en el que murió Smith el 21 de diciembre. Entonces comenzó a preparar lo que llamó un "funeral patriota".
"Mi marido amaba a su país", dijo Davis. "Una de las últimas cosas que me dijo fue: ‘Estamos haciendo algo bueno aquí'".
Leslie Wayne Davis y Allan Keith Smith no eran soldados. Eran contratistas civiles, parte de un ejército de mecánicos, carpinteros y electricistas que apoyan la misión militar norteamericana en Iraq. Empleados de Halliburton Co., murieron junto a dos de sus colegas y 14 soldados en un comedor militar en Mosul.
Estados Unidos nunca ha estado antes en una guerra como esta, donde el enemigo está en todas partes y en ninguna, donde los civiles tienen tareas que antes realizaban los soldados y donde abuelos de edad mediana mueren junto a soldados de infantería de 19 años. Esta es la primera guerra por encargo del país, donde los civiles proporcionan los dos pilares del ejército en la logística y los aprovisionamientos.
Es una guerra sin frente, donde los civiles comparten los riesgos y el peso del combate. La gente muere en las más prosaicas de las circunstancias: durmiendo, yendo al trabajo, almorzando.
A diferencia de los soldados y marines que mueren en acción, los contratistas que mueren en Iraq tienden a morir anónimamente, y se los menciona sólo al pasar. Un diario local publicó un reportaje sobre Davis y Smith, proporcionando algunos detalles biográficos mínimos.
Pero sus muertes no son menos trágicas, y los mismos estertores de pena y dolor que sacuden las familias de los militares, sacuden a las familias de los civiles.
A diferencia de las familias de los militares, las familias de los contratistas no han tenido años para endurecerse con la posibilidad de la muerte en combate. Sus seres queridos no llevan rifles ni pesadas ametralladoras. Son civiles que hacen sus trabajos, y cada muerte repentina y violenta causa conmoción, sin importar cuántos contratistas mueren en el caos de Iraq.
El Pentágono y los órganos de prensa llevan una lista meticulosa de los soldados y marines caídos. Los diarios locales publican historias detalladas y obituarios elogiando sus servicios y valor. Los muertos reciben funerales militares con guardias de honor, salvas 21 disparos y ceremonias con banderas. Sus familias reciben cartas del presidente Bush.
Ninguna organización lleva una lista oficial de los contratistas muertos, de acuerdo a Stan Soloway, del Consejo de Servicios Profesionales, un grupo profesional entre cuyos miembros hay contratistas militares. Dijo que el grupo representa a 30.000 contratistas en Iraq, de un total de contratistas dos o tres veces mayor.
Soloway calcula que desde marzo han muerto en Iraq entre 200 y 250 contratistas. Las bajas no oficiales según informes de prensa que lleva el Conteo de Bajas de la Coalición en Iraq, un grupo de investigación privado, llegan a 202, entre las que hay 72 norteamericanos.
Halliburton, con 40.000 empleados y contratistas en Oriente Medio, dice que 63 de sus trabajadores han muerto en Iraq -más que los de las otras empresas, de acuerdo a Soloway.
Los militares norteamericanos, con 150.000 tropas en Iraq, han sufrido 1.356 bajas.
Las principales causas de muerte de los contratistas, listadas en la página web del Conteo de Bajas, son los ataques contra convoyes y emboscadas en carretera (48), ejecuciones realizadas por secuestradores (29), bombas improvisadas en la calle (18) y atentados suicidas con bomba y coches-bomba (25), incluyendo a Smith y Davis.
El Pentágono proporciona funerales con honores militares completos en cementerios de las fuerzas armadas para los militares muertos en Iraq. Las familias de los contratistas se encargan de sus propios funerales.
Después de que los militares enviaran los restos de Smith y Davis a la Base Aérea de Dover en Delaware, después de que los empleados de Halliburton escoltaran los cuerpos de vuelta a casa en Tejas, y después de que representantes de Halliburton pasaran dos horas con los seres queridos de los dos hombres muertos, las familias se quedan a hacer el resto.
Dona Davis tomó el anillo de bodas de su marido y la remplazó por el suyo propio, enterrándolo con él. Se aseguró de que su funeral incluyera un video de Leslie hablando en el reciente funeral de su hermano, donde dice que su hermano había "ido a un lugar mejor en el cielo". Ella cree que Leslie está allá ahora.
Los amigos de Smith pegaron un blanco de dardos a su ataúd. Rieron con el video de la lucha con el oso y lloraron cuando sonó la canción favorita de Smith, ‘Silver Wings', de Merle Haggard. Hubo sollozos cuando se mostró una instantánea de Smith sosteniendo a su nieto recién nacido en el hospital.
Tanto Smith, 45, como Davis, 53, eran abuelos. Tenían el doble de edad que la mayoría de los soldados que almorzaban ese día en el comedor donde murieron. El soldado típico es soltero, terminó hace pocos años la escuela secundaria y tiene pocas deudas o compromisos. El contratista típico es un hombre de edad mediana, casado o divorciado, y persigue un salario grandioso.
Los amigos de Smith dicen que se marchó a trabajar para Halliburton en Iraq como capataz para ganar dinero y dar una mejor vida a sus dos hijas y a su nieto de cuatro meses, y para comprarle un coche a una de sus hijas. La familia de Davis dice que él se marchó por sentido del deber, a trabajar como controlador de calidad, con la esperanza de que Halliburton lo integrara a su plantilla permanente en el extranjero de modo que él y su esposa pudieran viajar por el mundo.
Hombres como Davis y Smith, con toda una vida de habilidades adquiridas y experiencia, son muy pedidos en una época en que unas fuerzas armadas reducidas se han volcado hacia los civiles para que hagan trabajos que antes hacían los soldados. Halliburton, una compañía de servicios de energía basada en Houston, ha estado entre los principales contratistas privados en Iraq, principalmente a través de su filial de ingeniería, la KBR.
Cuando se presentó la oportunidad de trabajar para la compañía en Iraq, Smith y Davis se aferraron a ella, a pesar de las súplicas de la familia y amigos de que no corrieran ese riesgo.

Lo Tengo Todo Bajo Control
Smith era un hombre fuerte con cara de pan y una personalidad despreocupada. Su vida se centraba en sus hijas, Brandy, 21, y Savanah, 18, y en su nieto, Koda. Era un parroquiano del Johnson's Bar, un bar que se ciñe a un estrecho camino condal que pasa por pastizales ganaderos y torres de perforación de petróleo en Rosharon en la punta sur de Houston.
Smith se ganaba la vida con una firma de servicios de jardinería. Vivía en una caravana a menos de un kilómetro y medio de Johnson y era socio, y un amigo de toda la vida, de una taberna llamada Hoot N Annie's.
Miranda Selvera, 29, que trabajaba para Smith como camarera, contó que había convencido a su marido de no ir a Iraq, pero no había podido convencer a Smith.
"Sólo sonrió y me dijo que quería una vida mejor para él y sus hijos", dijo.
Terry ‘Alabama' Hartley, que jugó a los dardos con Smith durante más de una década, dijo que le había dicho la noche antes de que se marchara, en octubre: "Man, no necesitas ir allá". Hartley dijo que Smith "me tomó por el cuello y me dijo: ‘Chico, lo tengo todo bajo control'".
La hija de Smith, Brandy Wilkison, vive en su caravana, adonde llegaron dos consejeros de Halliburton la tarde del 21 de diciembre a entregarle la noticia de la muerte de su padre.
Dijo que su padre pensaba volver en primavera para una breve visita para ver a su hermana, Savanah, que se graduaba de la secundaria y para el nacimiento del primer hijo de Savanah, que debía nacer en junio.
"Luego se volvería a marchar y terminaría el año, para volver a casa y criar a sus nietos", dijo Brandy. Le dijo que su salario "era más que suficiente" y "mucho mejor que cortar el césped".
Ella siente ahora la pérdida. "Era valiente. Yo dependía mucho de él, y ahora ya no está y me siento como perdida".
Cuando él se marchó a Iraq, dijo, Smith le pasó la firma de jardinería al novio de Brandy. "Vamos a mantener el nombre -Allan's Lawn Service", dijo.
Smith estaba preocupado de los ataques con mortero en la base de Mosul donde vivía, dijo su novia, Ellen Hanley. Le dijo que un mortero había impactado en una bodega cercana. "Pero no le tenía miedo a nadie", dijo Hanley.
El día antes de que muriera Smith, Hanley se operó de un cáncer. "Entonces me llegaron las noticias de Allen, y eso era más de lo que podía soportar", dijo.
La muerte de Smith ha dejado un hueco en Rosharon, una diminuta comunidad donde se conoce todo el mundo y la mayoría de la gente trabaja en la construcción de casas o en el petróleo. Todos reconocieron su camioneta Dodge beige, con la que iba al bar de Johnson o a comer al restaurante Chili.
Selvera dijo que su hijo de cuatro años todavía sonreía y saludaba cuando veía pasar la camioneta de Smith, que conduce ahora su hija.
"Entonces grita: ‘¡Llegó Allan!", dijo Selvera. "Y yo tengo que contarle: ‘No, no es él'".

Cerca del Cielo
A 80 kilómetros, en Magnolia, en los suburbios del norte de Houston, Dona Davis trató de convencer a su marido de no ir a Iraq en junio pasado. Sigue pensando sobre el tiempo que pasó hace tres décadas cuando estuvo de servicio en las lanchas patrulleras de la Marina en Vietnam, y de cómo temía que alguien llamara a la puerta.
Cuando eso ocurrió el 21 de diciembre, no había un oficial militar en la puerta sino dos representantes de Halliburton. "Estoy completamente perdida", dijo al enterarse. Se puso histérica, llorando y gritando, dijo.
Finalmente encontró consuelo en lo que le había dicho su marido cuando ella trató de mantenerlo en casa. "Me dijo: ‘Dona, estoy tan cerca del cielo en Iraq que en Houston'", dijo.
Leslie Davis, conocida como ‘Bub', era un hombre religioso, un ex diácono que enseñaba el catecismo y rezaba antes de la comida. Apoyó al misión norteamericana en Iraq, dijo su viuda. Daba caramelos a los niños iraquíes hasta que los militares, preocupados de la seguridad de la base, construyeron una muralla que se lo impidió.
Dona dijo que su marido ganaba más o menos el mismos dinero con Halliburton que en sus trabajos previos como auditor de compañías petrolíferas norteamericanas.
"No me hablaba de los peligros, y eso lo hacía aposta", dijo. "Bromeaba sobre el hecho de que debía almorzar con el chaleco antibalas puesto. Si los habían atacado con morteros, me diría: ‘Los chicos pasaron una noche bulliciosa'".
Leslie y Dona, con 35 años de matrimonio, intercambiaban emails todas las noches -los de Leslie decorados con banderas de Estados Unidos y de Tejas- y hablaban por teléfono casi todos los días. Él le hablaba a menudo del miedo y de la ansiedad que veía en los ojos de los jóvenes soldados. Leslie tenía 19 años cuando Vietnam, y Dona cree que estaba reviviendo su juventud en una zona de combate lejos de casa.
Después de un fatal atentado con coche-bomba en Mosul, dijo Dona, Leslie que contó que se había encontrado con un turbado y joven soldado que había sobrevivido.
"Dijo que quiso abrazar a ese joven, pero no lo hizo porque no quiso hacerlo frente a otros soldados", dijo. "Y entonces me contó que hubiese preferido morir él antes que esos chicos".
El día que murió, la familia estaba preparando una cena para las vísperas de Navidad. El novio de la hija de los Davis, Angie, 35, quería pedirla en matrimonio esa noche. La cena fue cancelada.
"Sabes", dijo Angie, limpiándose las lágrimas que mancharon su maquillaje, "lo primero que habría hecho es escribirle un email a mi papá, para contárselo. Lo habría hecho muy feliz".
A pesar de los peligros, dijo, su padre se marchó a Iraq "porque era allá donde lo necesitaba Dios".
Para Dona, que empezó a salir con Leslie cuando estaban los dos en el noveno, su muerte la ha destrozado. La pareja quería trabajar para Halliburton y viajar por el mundo antes de volver a ver crecer a sus nietos. Leslie había planeado tomar libre en marzo para reunirse con Dona en Roma.
"Es difícil imaginarse la vida sin él", dijo.
Ese día en Mosul Davis no quería almorzar, dijo Dona, pero sus colegas lo convencieron. Uno de ellos, Dennis Barcelona, le dijo a Dona que él trató de salvar a Leslie cuando este yacía sangrando de una herida en su muslo cerca de su ingle. Barcelona dijo que uso una camisa para hacer un torniquete, pero fue incapaz de parar el derrame.
Para su cumpleaños en noviembre, Leslie le envío a Dona una esterilla de oraciones que había hecho hacer en Iraq. Bordados en el reverso estaban los nombres y las edades de los cuatro hijos de la pareja y sus 11 nietos.
Dona pensó que era típico de su marido hacérselo todo más difícil tratando de recordar las edades y no solamente las fechas de nacimiento. Él había tenido que calcular la edad de todos, redondeándolos para arriba o para abajo. Las edades que escogió correspondían precisamente a las edades de sus hijos y nietos el día en que murió.
"Fue casi como una premonición", dijo Angie.
En el funeral de Leslie cientos de personas se agolpearon en la capilla, entre ellos los dos representantes de Halliburton. Se colocaron monitores en el exterior para los que quedaron fuera.
"La gente se acercaba a él. Le encantaba a todo el mundo", dijo Angie. "Si tú trabajabas un día para mi padre, te hacías amigo de él para toda la vida".
Había un águila y una bandera americana en el ataúd. Debido a que Davis era un veterano, dos marinos de la Marina estaban presentes para prestar sus respetos al ataúd, tocar a silencio y ofrecer a Dona una bandera norteamericana plegada.
Pocos días después, en la salita de su casa de estilo rancho, donde las ventanas dan a varias hectáreas de ondulados prados de magnolia, Dona y Angie no lloraban como cuando la despedida final.
"Ese funeral fue una celebración de su vida", dijo Dona.
Después de toda las turbulencias en Iraq, dijo Angie, su padre estaba finalmente en paz.

16 de enero de 2005
©los angeles times
©traducción mQh

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