DE MOMENTO LOS COMERCIANTES SE LO APUESTAN CASI TODO AL NUEVO IRAQ - sabrina tavernise
Los comerciantes son considerados por los ocupantes norteamericanos como un pilar de la economía y de la nueva democracia iraquí. Pero los negocios marchan lentamente y los empresarios deben hacer frente a nuevos peligros. La amenaza del secuestro y los necesarios sobornos de los funcionarios son algunos de ellos.
Bagdad, Iraq. Su casa fue impactada por fuego de mortero durante la invasión norteamericana. Un coche cargado con explosivos estalló frente a su restaurante durante Noche Vieja. Más de diez de sus amigos han debido pagar miles de dólares a secuestradores.
Pero Nabil Hanna, de 41 años, que posee también una tienda de ropa, no tiene ninguna intención de abandonar Iraq, aunque podría. (Este mes viajará a Italia a comprar una nueva colección para la nueva temporada).
La transición hacia el nuevo Iraq ha sido arriesgada para los iraquíes pobres, atrapados entre el caos y los rebeldes. Pero los miembros de la clase de comerciantes de Iraq deben hacer frente a riesgos de otro tipo. Son blanco de secuestradores. Los ladrones recorren sus rutas de transporte. Sus vidas se han limitado a rápidos desplazamientos entre sus oficinas y sus casas. Muchos se preguntan si los peligros no serán demasiado grandes como para quedarse.
Sin embargo algunos empresarios como Hanna están decididos a quedarse. El caos domina sus nuevas vidas, y muchos están aprendiendo a adaptarse.
"A veces pienso en dejar mi país", dijo el miércoles pasado en su tienda de Bagdad. Pero agregó: "Soy iraquí. Aquí soy respetado. Mi sueño está aquí, no en otro país. Así que esperaré a ver qué pasa".
Los comerciantes iraquíes decayeron fuertemente bajo el régimen de Saddam Hussein a medida que el estado tomó control del comercio y las guerras consumían la mayor parte de los recursos del país. Hacia los años noventa el estado se había transformado en el empleador más grande, con más de 200 compañías en propiedad del estado.
El renacimiento de la clase empresarial es crucial para la campaña estadounidense de ayudar a Iraq a transformarse en un país estable y próspero. Ayudarán a liberalizar una economía dominada por el estado, dicen los norteamericanos. La definición de derechos legales dará a los propietarios confianza para invertir y crear un pilar de la democracia.
Pero de momento sus vidas se han torcido y adquirido extrañas formas. Abdul Wahed Hashim, un importador de Bagdad, dijo que cambiaba de coche varias veces a la semana y dormía en casas diferentes para eludir a los secuestradores.
"No es vida", dijo Hashim, de 40 años, que accedió a encontrarme en un café porque no quería que vieran a una periodista extranjera en su oficina. "Los presos permanecen al menos en un solo lugar, con un guardia afuera. Pero nosotros tenemos que trasladarnos siempre, y sólo Dios nos custodia".
Como defensa ante los secuestros los propietarios de negocios han comenzado a trasladar a sus familias a países cercanos más seguros. Hashim llevó hace tres meses a su esposa y cuatro hijos a Siria después de que su sobrino de 10 años fuera secuestrado. Fue liberado después del pago de un rescate.
Un resultado es el reverso de lo que ocurría durante el régimen de Hussein, cuando los iraquíes trataban de salir del país para obtener las divisas que necesitaban para mantener a sus familias en casa, dijo Ihsan al-Septi, que posee una joyería en el centro de Bagdad y cuya familia se mudará pronto a Siria. "Somos extranjeros en nuestro propio país", dijo Septi el martes en su atiborrada tienda. "La muerte es como nuestra sombra; vive con nosotros".
Ese movimiento puede ser visto en las cifras proporcionadas por el ministerio de Emigración de Iraq el mes pasado. El gobierno estima que 40.000 cristianos han abandonado Iraq desde que comenzara la ocupación norteamericana el año pasado. Los cristianos constituyen una pequeña fracción de la población de 25 millones de Iraq, pero la cifra tiene alguna significación porque una gran mayoría de los cristianos son propietarios.
La preocupación por la seguridad atraviesa todas sus vidas, personal y profesionalmente. El restaurante de Hanna sigue cerrado, su fachada destruida es un lúgubre recordatorio del atentado que mató a cuatro personas durante Noche Vieja. Otros restaurantes, hace algunos días en el distrito de Harthiya en Bagdad estaban, a las ocho de la tarde, prácticamente cerrados. Antes de la guerra habrían estado llenos, dijo Muhammad Farook, manager del Coconut, una hamburguesería de 200 plazas con apenas unos comensales.
Parte del problema son los frecuentes apagones, dice Omar Mufeed, dueño de un restaurante de comida rápida que compró un segundo generador. Aunque su restaurante está tan iluminado como un árbol de Navidad, las calles de acceso a su restaurante son obscuras cuando se va la luz.
"La electricidad es vida en Bagdad", dice Mufeed. Dijo que había comprado un rifle de asalto Kalashnikov para protegerse, pero que la única vez que lo usó fue para celebrar disparando el triunfo del equipo de fútbol de Iraq contra Australia durante los Juegos Olímpicos.
Sin embargo, algunos negocios -principalmente de bienes de consumo- están prosperando. Un gran número de empleados del sector público ganan hasta cien veces más que los pocos dólares que recibían mensualmente durante Hussein.
Los equipos de aire acondicionado se venden rápidamente. Coches y joyas también se venden bien. Septi dijo que ha había vendido dos veces más que antes de la guerra.
"Hace tres meses la gente comenzó a comprar", dijo, mientras dos mujeres regateaban con un vendedor por un pendiente con cadenilla de oro de 948 dólares. La compra, dijo Septi, 41, le hizo recordar los gastos que se hacían en los años setenta, que fue una época pacífica y próspera en Iraq.
Otro aspecto de la economía de Iraq que está animando a los comerciantes es el valor de la tierra y de la propiedad. Se desató una racha de compras cuando los exiliados iraquíes volvieron y estimularon un mini boom después de la caída de Hussein. El precio del metro cuadrado de espacio comercial se cuadruplicó a mil dólares, dijo Assan al-Shamari, un corredor de propiedades de Bagdad. Desde entonces ha vuelto a caer a 800 dólares.
Hanna ha cerrado temporalmente su fábrica de ropa y vendido una de sus tiendas de ropa femenina, pero no está, enfatizó, vendiendo su terreno.
Los más grandes beneficios provienen de contratos con el gobierno. Los que más beneficios obtienen son en su mayor parte las compañías más grandes y mejor conectadas, aunque las pequeñas también lo hacen, con las inusuales oportunidades y peligros de la época.
Tomemos el caso de Hashim, que poseía una pequeña empresa importadora de jabón antes de la guerra. Un momento de suerte con el ministerio de Comercio después de la caída del gobierno de Hussein le proporcionó un paquete de contratos, algunos de más de un millón de dólares, para importar alimentos, bombas de agua y otros artículos. Calcula que sus beneficios son cinco veces mayores de lo que ganaba con el negocio del jabón.
Pero el negocio utiliza convoyes de camiones de Jordania y Siria, debiendo transitar por las carreteras más peligrosas de Iraq. Hashim, un hombre compacto con profundas arrugas en su cara bronceada, hace uso de su apasionado anti-americanismo, conexiones familiares en Faluya (el baluarte de la rebelión sunní en Iraq), y la fuerza de su voluntad para pasar con sus camiones. La seguridad a lo largo de la ruta la proporcionan tres grupos y debe negociar con los nuevos proveedores cada vez para reducir las posibilidades de una emboscada.
Los convoyes han sido atacados dos veces. Una vez por ladrones (una transacción simple en la que Hashim tuvo que pagar 20 mil dólares para recuperar sus ocho camiones) y una vez por los islamitas (una negociación más compleja, para la que tuvo que recurrir a un jeque local).
Ali Abdul Karim, el propietario de una compañía de camiones, dijo que los atacantes pusieron en la frontera a un hombre que pretende ser un vendedor de refrescos. Él observa el tráfico y utiliza un teléfono celular para informar.
La mayoría de los dueños de negocios entrevistados para este reportaje sintieron alivio de que Hussein fuera derrocado. Pero también recordaron afectuosamente los días en que el apetito de sobornos entre los funcionarios estatales fue mantenido a raya por el temible sistema de control de Hussein. Abdul Karim dijo que para recuperar un cargamento de cien mil toneladas de azúcar tuvo que pagar a un funcionario del ministerio dos dólares por tonelada.
"Antes, tenían miedo", dijo. "Ahora te lo piden oficialmente".
Hanna pasa las tardes en su tienda. Los negocios marchan lentamente. Le gusta hablar de política bebiendo un café arábico. Los funcionarios del gobierno iraquí hacen parte de un gigantesco juego de ajedrez, compitiendo por los lugares más cercanos al poder. Él, por otro lado, tiene planeado abrir un centro comercial. Tiene el terreno. El centro comercial es sólo una idea.
"No invertiré nada hasta que no vea qué va a pasar", dijo. "Quiero ver a la gente volviendo a Iraq, quiero ver a extranjeros y negocios nuevos".
"No me quiero ir", agregó. "Créeme".
Zaineb Hussain y Zainab Obeid, empleados del despacho del New York Times en Bagdad contribuyeron a este artículo.
12 de septiembre de 2004
©newyorktimes
©traducción mQh
Pero Nabil Hanna, de 41 años, que posee también una tienda de ropa, no tiene ninguna intención de abandonar Iraq, aunque podría. (Este mes viajará a Italia a comprar una nueva colección para la nueva temporada).
La transición hacia el nuevo Iraq ha sido arriesgada para los iraquíes pobres, atrapados entre el caos y los rebeldes. Pero los miembros de la clase de comerciantes de Iraq deben hacer frente a riesgos de otro tipo. Son blanco de secuestradores. Los ladrones recorren sus rutas de transporte. Sus vidas se han limitado a rápidos desplazamientos entre sus oficinas y sus casas. Muchos se preguntan si los peligros no serán demasiado grandes como para quedarse.
Sin embargo algunos empresarios como Hanna están decididos a quedarse. El caos domina sus nuevas vidas, y muchos están aprendiendo a adaptarse.
"A veces pienso en dejar mi país", dijo el miércoles pasado en su tienda de Bagdad. Pero agregó: "Soy iraquí. Aquí soy respetado. Mi sueño está aquí, no en otro país. Así que esperaré a ver qué pasa".
Los comerciantes iraquíes decayeron fuertemente bajo el régimen de Saddam Hussein a medida que el estado tomó control del comercio y las guerras consumían la mayor parte de los recursos del país. Hacia los años noventa el estado se había transformado en el empleador más grande, con más de 200 compañías en propiedad del estado.
El renacimiento de la clase empresarial es crucial para la campaña estadounidense de ayudar a Iraq a transformarse en un país estable y próspero. Ayudarán a liberalizar una economía dominada por el estado, dicen los norteamericanos. La definición de derechos legales dará a los propietarios confianza para invertir y crear un pilar de la democracia.
Pero de momento sus vidas se han torcido y adquirido extrañas formas. Abdul Wahed Hashim, un importador de Bagdad, dijo que cambiaba de coche varias veces a la semana y dormía en casas diferentes para eludir a los secuestradores.
"No es vida", dijo Hashim, de 40 años, que accedió a encontrarme en un café porque no quería que vieran a una periodista extranjera en su oficina. "Los presos permanecen al menos en un solo lugar, con un guardia afuera. Pero nosotros tenemos que trasladarnos siempre, y sólo Dios nos custodia".
Como defensa ante los secuestros los propietarios de negocios han comenzado a trasladar a sus familias a países cercanos más seguros. Hashim llevó hace tres meses a su esposa y cuatro hijos a Siria después de que su sobrino de 10 años fuera secuestrado. Fue liberado después del pago de un rescate.
Un resultado es el reverso de lo que ocurría durante el régimen de Hussein, cuando los iraquíes trataban de salir del país para obtener las divisas que necesitaban para mantener a sus familias en casa, dijo Ihsan al-Septi, que posee una joyería en el centro de Bagdad y cuya familia se mudará pronto a Siria. "Somos extranjeros en nuestro propio país", dijo Septi el martes en su atiborrada tienda. "La muerte es como nuestra sombra; vive con nosotros".
Ese movimiento puede ser visto en las cifras proporcionadas por el ministerio de Emigración de Iraq el mes pasado. El gobierno estima que 40.000 cristianos han abandonado Iraq desde que comenzara la ocupación norteamericana el año pasado. Los cristianos constituyen una pequeña fracción de la población de 25 millones de Iraq, pero la cifra tiene alguna significación porque una gran mayoría de los cristianos son propietarios.
La preocupación por la seguridad atraviesa todas sus vidas, personal y profesionalmente. El restaurante de Hanna sigue cerrado, su fachada destruida es un lúgubre recordatorio del atentado que mató a cuatro personas durante Noche Vieja. Otros restaurantes, hace algunos días en el distrito de Harthiya en Bagdad estaban, a las ocho de la tarde, prácticamente cerrados. Antes de la guerra habrían estado llenos, dijo Muhammad Farook, manager del Coconut, una hamburguesería de 200 plazas con apenas unos comensales.
Parte del problema son los frecuentes apagones, dice Omar Mufeed, dueño de un restaurante de comida rápida que compró un segundo generador. Aunque su restaurante está tan iluminado como un árbol de Navidad, las calles de acceso a su restaurante son obscuras cuando se va la luz.
"La electricidad es vida en Bagdad", dice Mufeed. Dijo que había comprado un rifle de asalto Kalashnikov para protegerse, pero que la única vez que lo usó fue para celebrar disparando el triunfo del equipo de fútbol de Iraq contra Australia durante los Juegos Olímpicos.
Sin embargo, algunos negocios -principalmente de bienes de consumo- están prosperando. Un gran número de empleados del sector público ganan hasta cien veces más que los pocos dólares que recibían mensualmente durante Hussein.
Los equipos de aire acondicionado se venden rápidamente. Coches y joyas también se venden bien. Septi dijo que ha había vendido dos veces más que antes de la guerra.
"Hace tres meses la gente comenzó a comprar", dijo, mientras dos mujeres regateaban con un vendedor por un pendiente con cadenilla de oro de 948 dólares. La compra, dijo Septi, 41, le hizo recordar los gastos que se hacían en los años setenta, que fue una época pacífica y próspera en Iraq.
Otro aspecto de la economía de Iraq que está animando a los comerciantes es el valor de la tierra y de la propiedad. Se desató una racha de compras cuando los exiliados iraquíes volvieron y estimularon un mini boom después de la caída de Hussein. El precio del metro cuadrado de espacio comercial se cuadruplicó a mil dólares, dijo Assan al-Shamari, un corredor de propiedades de Bagdad. Desde entonces ha vuelto a caer a 800 dólares.
Hanna ha cerrado temporalmente su fábrica de ropa y vendido una de sus tiendas de ropa femenina, pero no está, enfatizó, vendiendo su terreno.
Los más grandes beneficios provienen de contratos con el gobierno. Los que más beneficios obtienen son en su mayor parte las compañías más grandes y mejor conectadas, aunque las pequeñas también lo hacen, con las inusuales oportunidades y peligros de la época.
Tomemos el caso de Hashim, que poseía una pequeña empresa importadora de jabón antes de la guerra. Un momento de suerte con el ministerio de Comercio después de la caída del gobierno de Hussein le proporcionó un paquete de contratos, algunos de más de un millón de dólares, para importar alimentos, bombas de agua y otros artículos. Calcula que sus beneficios son cinco veces mayores de lo que ganaba con el negocio del jabón.
Pero el negocio utiliza convoyes de camiones de Jordania y Siria, debiendo transitar por las carreteras más peligrosas de Iraq. Hashim, un hombre compacto con profundas arrugas en su cara bronceada, hace uso de su apasionado anti-americanismo, conexiones familiares en Faluya (el baluarte de la rebelión sunní en Iraq), y la fuerza de su voluntad para pasar con sus camiones. La seguridad a lo largo de la ruta la proporcionan tres grupos y debe negociar con los nuevos proveedores cada vez para reducir las posibilidades de una emboscada.
Los convoyes han sido atacados dos veces. Una vez por ladrones (una transacción simple en la que Hashim tuvo que pagar 20 mil dólares para recuperar sus ocho camiones) y una vez por los islamitas (una negociación más compleja, para la que tuvo que recurrir a un jeque local).
Ali Abdul Karim, el propietario de una compañía de camiones, dijo que los atacantes pusieron en la frontera a un hombre que pretende ser un vendedor de refrescos. Él observa el tráfico y utiliza un teléfono celular para informar.
La mayoría de los dueños de negocios entrevistados para este reportaje sintieron alivio de que Hussein fuera derrocado. Pero también recordaron afectuosamente los días en que el apetito de sobornos entre los funcionarios estatales fue mantenido a raya por el temible sistema de control de Hussein. Abdul Karim dijo que para recuperar un cargamento de cien mil toneladas de azúcar tuvo que pagar a un funcionario del ministerio dos dólares por tonelada.
"Antes, tenían miedo", dijo. "Ahora te lo piden oficialmente".
Hanna pasa las tardes en su tienda. Los negocios marchan lentamente. Le gusta hablar de política bebiendo un café arábico. Los funcionarios del gobierno iraquí hacen parte de un gigantesco juego de ajedrez, compitiendo por los lugares más cercanos al poder. Él, por otro lado, tiene planeado abrir un centro comercial. Tiene el terreno. El centro comercial es sólo una idea.
"No invertiré nada hasta que no vea qué va a pasar", dijo. "Quiero ver a la gente volviendo a Iraq, quiero ver a extranjeros y negocios nuevos".
"No me quiero ir", agregó. "Créeme".
Zaineb Hussain y Zainab Obeid, empleados del despacho del New York Times en Bagdad contribuyeron a este artículo.
12 de septiembre de 2004
©newyorktimes
©traducción mQh
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