rusia en camino hacia la tiranía
[Masha Lipman] El término autoritarismo blando' ha remplazado el de democracia gestionada' para describir el régimen del presidente ruso Vladimir Putin. Incluso los partidarios de Putin tienen cautela acerca de seguir llamando a Rusia un país democrático.
Moscú, Rusia. Habitualmente tratan de explicar que las muy especiales circunstancias de Rusia exigen una clase especial de democracia. Putin mismo ha supuestamente hablado de una "democracia al estilo ruso" al dar respuesta a las preocupaciones del presidente Bush sobre desarrollos políticos recientes aquí (preocupaciones expresadas cuando los dos presidentes se encontraron en Chile en noviembre).
El actual estilo ruso de democracia es muy especial, en realidad. La rivalidad política ha sido eliminada, los chequeos y balances suprimidos, y el público ha sido efectivamente alienado de su gobierno. De hecho, el Kremlin ya ni siquiera trata de mantener una apariencia de democracia desde que Putin cancelara las elecciones para gobernador e impusiera un sistema en el que los gobernadores son nombrados por él. Hoy la pregunta importante sobre el régimen de Putin es si la "blandura" de su estilo de gobierno se mantendrá o si las cosas se pondrán todavía más difíciles.
Aparte de la campaña contra la empresa petrolífera Yukos y sus gerentes, Putin se ha mostrado indulgente con la represión. Su tono desafiante, sus amenazas de persecución, el número cada vez más grande de personal de los servicios secretos en posiciones de gobierno y, por supuesto, el ejemplo de Yukos han sido suficientes para intimidar a las elites y limpiar la escena política de una oposición significativa.
Pero últimamente han habido alarmantes signos de que el régimen se está deslizando hacia métodos más represivos. Varias personas -gerentes de nivel medio o abogados- fueron arrestados en el caso Yukos a fines del año pasado. (Dos son mujeres: una, que tiene dos hijos, está en prisión, y la otra ha sido dejada en libertad porque se enfermó gravemente y sigue con restricciones de viaje).
Los académicos Ugor Sutyagin y Valetín Danilov recibieron largas sentencias de prisión por cargos inventados de espionaje.
Y miembros de un grupo político radical juvenil han sido sentenciados a cinco años de cárcel por entrar en un edificio de gobierno y destruir algunos muebles. Otros miembros del mismo grupo llevaron a cabo una acción similar y fueron acusados de un delito estatal (ataque violento contra las autoridades) que podría significarles condenas de hasta 20 años en prisión.
Estos casos tienen poco en común. Las recientes detenciones de Yukos pueden haber sido provocadas por la exasperación de los fiscales incapaces de concluir la campaña contra el antiguo director de la empresa encarcelado, Mikhail Khodorkovsky, y contra la compañía misma. El caso de Yukos se ha alargado mucho más tiempo de lo que esperaba el Kremlin y los costes para la economía y el prestigio internacional de Rusia han sido enormes.
De acuerdo a los abogados en los casos de Sutyagin y Danilov, los académicos fueron procesados por jurados especialmente escogidos. El caso de Danilov es particularmente escandaloso, porque fue absuelto y vuelto a enjuiciar por un nuevo jurado. Sus duras condenas (15 y 14 años respectivamente) son un mensaje del servicio de seguridad del estado, ansioso de mostrar quién manda en Rusia.
Los severos castigos a los activistas radicales se producen en la época de la revolución naranja' en Ucrania y fueron probablemente por los temores de los gobernantes en el Kremlin de que su poder pueda ser puesto en tela de juicio por multitudes enfadadas.
Mientras el régimen en Rusia suprime a los rivales políticos, los asesores del Kremlin recurren cada vez más a métodos simplificados e ineficientes de gobierno. Cuando esos primitivos intentos de solución conducen al fracaso y a la crisis, Putin y sus asesores, en lugar de reconsiderar sus medidas, se entregan a la rabia y a la frustración.
La destrucción de Yukos, la pesada interferencia del estado en la economía y la desastrosa política ucraniana están repeliendo a los inversores, vecinos y aliados extranjeros. Los ejecutivos de Putin son incapaces de ganar respeto en la escena mundial o de asegurar un desarrollo económico firme en casa -pero sí pueden meter a sus enemigos internos en la cárcel. Y a medida que se acumulan los fracasos, crece la urgencia de culpar a fuerzas hostiles', así como el deseo de castigar al enemigo'.
Putin no tenía la intención de transformarse en un gobernante represor. Incluso aunque algunos de sus asesores son más vengativos y duros que otros, su régimen se sostenía básicamente en burócratas corruptos que es improbable que lancen una represión masiva porque se dan cuenta de que ellos mismos a su vez pueden ser sus víctimas. Lo que causa alarma es la creciente tendencia a recurrir a las detenciones, a los encarcelamientos y a las sentencias severas.
Los detenidos en el caso de Yukos, los jóvenes radicales los académicos "espías" no pueden ser descritos como una oposición política en el sentido estricto de la palabra. Más bien, son víctimas del odio de la elite gobernante de Rusia, de su deseo de venganza y de sus temores. El encarcelamiento de los opositores políticos, mientras que es común ahora en Bielorrusia y en los países de Asia Central, no se ha transformado en una práctica aceptada en Rusia; en su mayor parte, la intolerancia del Kremlin hacia las críticas públicas se ha limitado a amenazas verbales. Pero el riesgo de deslizarse hacia un odioso ciclo represivo está aumentando y ya no parece improbable que veamos a más gente detenida y encarcelada por expresar su oposición o por participar en protestas políticas pacíficas.
Masha Lipman, editora de la revista Carnegie Moscow Center's Pro et Contra, escribe una columna mensual para el Post.
19 de enero de 2005
©washington post
©traducción mQh
El actual estilo ruso de democracia es muy especial, en realidad. La rivalidad política ha sido eliminada, los chequeos y balances suprimidos, y el público ha sido efectivamente alienado de su gobierno. De hecho, el Kremlin ya ni siquiera trata de mantener una apariencia de democracia desde que Putin cancelara las elecciones para gobernador e impusiera un sistema en el que los gobernadores son nombrados por él. Hoy la pregunta importante sobre el régimen de Putin es si la "blandura" de su estilo de gobierno se mantendrá o si las cosas se pondrán todavía más difíciles.
Aparte de la campaña contra la empresa petrolífera Yukos y sus gerentes, Putin se ha mostrado indulgente con la represión. Su tono desafiante, sus amenazas de persecución, el número cada vez más grande de personal de los servicios secretos en posiciones de gobierno y, por supuesto, el ejemplo de Yukos han sido suficientes para intimidar a las elites y limpiar la escena política de una oposición significativa.
Pero últimamente han habido alarmantes signos de que el régimen se está deslizando hacia métodos más represivos. Varias personas -gerentes de nivel medio o abogados- fueron arrestados en el caso Yukos a fines del año pasado. (Dos son mujeres: una, que tiene dos hijos, está en prisión, y la otra ha sido dejada en libertad porque se enfermó gravemente y sigue con restricciones de viaje).
Los académicos Ugor Sutyagin y Valetín Danilov recibieron largas sentencias de prisión por cargos inventados de espionaje.
Y miembros de un grupo político radical juvenil han sido sentenciados a cinco años de cárcel por entrar en un edificio de gobierno y destruir algunos muebles. Otros miembros del mismo grupo llevaron a cabo una acción similar y fueron acusados de un delito estatal (ataque violento contra las autoridades) que podría significarles condenas de hasta 20 años en prisión.
Estos casos tienen poco en común. Las recientes detenciones de Yukos pueden haber sido provocadas por la exasperación de los fiscales incapaces de concluir la campaña contra el antiguo director de la empresa encarcelado, Mikhail Khodorkovsky, y contra la compañía misma. El caso de Yukos se ha alargado mucho más tiempo de lo que esperaba el Kremlin y los costes para la economía y el prestigio internacional de Rusia han sido enormes.
De acuerdo a los abogados en los casos de Sutyagin y Danilov, los académicos fueron procesados por jurados especialmente escogidos. El caso de Danilov es particularmente escandaloso, porque fue absuelto y vuelto a enjuiciar por un nuevo jurado. Sus duras condenas (15 y 14 años respectivamente) son un mensaje del servicio de seguridad del estado, ansioso de mostrar quién manda en Rusia.
Los severos castigos a los activistas radicales se producen en la época de la revolución naranja' en Ucrania y fueron probablemente por los temores de los gobernantes en el Kremlin de que su poder pueda ser puesto en tela de juicio por multitudes enfadadas.
Mientras el régimen en Rusia suprime a los rivales políticos, los asesores del Kremlin recurren cada vez más a métodos simplificados e ineficientes de gobierno. Cuando esos primitivos intentos de solución conducen al fracaso y a la crisis, Putin y sus asesores, en lugar de reconsiderar sus medidas, se entregan a la rabia y a la frustración.
La destrucción de Yukos, la pesada interferencia del estado en la economía y la desastrosa política ucraniana están repeliendo a los inversores, vecinos y aliados extranjeros. Los ejecutivos de Putin son incapaces de ganar respeto en la escena mundial o de asegurar un desarrollo económico firme en casa -pero sí pueden meter a sus enemigos internos en la cárcel. Y a medida que se acumulan los fracasos, crece la urgencia de culpar a fuerzas hostiles', así como el deseo de castigar al enemigo'.
Putin no tenía la intención de transformarse en un gobernante represor. Incluso aunque algunos de sus asesores son más vengativos y duros que otros, su régimen se sostenía básicamente en burócratas corruptos que es improbable que lancen una represión masiva porque se dan cuenta de que ellos mismos a su vez pueden ser sus víctimas. Lo que causa alarma es la creciente tendencia a recurrir a las detenciones, a los encarcelamientos y a las sentencias severas.
Los detenidos en el caso de Yukos, los jóvenes radicales los académicos "espías" no pueden ser descritos como una oposición política en el sentido estricto de la palabra. Más bien, son víctimas del odio de la elite gobernante de Rusia, de su deseo de venganza y de sus temores. El encarcelamiento de los opositores políticos, mientras que es común ahora en Bielorrusia y en los países de Asia Central, no se ha transformado en una práctica aceptada en Rusia; en su mayor parte, la intolerancia del Kremlin hacia las críticas públicas se ha limitado a amenazas verbales. Pero el riesgo de deslizarse hacia un odioso ciclo represivo está aumentando y ya no parece improbable que veamos a más gente detenida y encarcelada por expresar su oposición o por participar en protestas políticas pacíficas.
Masha Lipman, editora de la revista Carnegie Moscow Center's Pro et Contra, escribe una columna mensual para el Post.
19 de enero de 2005
©washington post
©traducción mQh
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