saliendo del búnker
[Jeffrey Fleishman] Los alemanes meditan sobre la derrota de su país en la Segunda Guerra Mundial de modos más matizados.
Berlín, Alemania. Waltraud Sussmilch y su madre se escondieron debajo de una ciudad en guerra y en llamas. Salieron de un vagón del metro, pasaron sigilosamente junto a soldados rusos borrachos y cuerpos de mujeres alemanas violadas. Su madre paró y arregló las faldas de las muertas. Sussmilch salió rápidamente del túnel hacia la luz de la mañana, donde la sangre goteaba sobre los ladrillos y el humo se enroscaba en el cielo.
"No reconocí nada", dijo Sussmilch, que tenía 14 años y vivía en la Saarlandstrasse cuando las tropas rusas entraron a la capital alemana en los últimos días de la Segunda Guerra Mundial. "No había ni un edificio en pie. Se oía el sonido del fuego, como bolsas de papel explotando unas detrás de otras... Yo pensaba, ¿cómo puede brillar el sol en estas circunstancias?"
Alemania se rindió hace 60 años, terminando una guerra que mató a unos 50 millones de personas, destruyó el mapa de Europa y agregó la palabra Holocausto' al léxico de la barbarie. Adolfo Hitler se había suicidado unos días antes en un búnker. Los soldados aliados repartían barras de chocolate y cigarrillos.
Dejada con incalculables toneladas de escombros y haciendo frente a décadas de culpabilidad y expiación, Alemania se transformó en un país en el diván del psiquiatra, suprimiendo todo vestigio de patriotismo, viviendo la negación y, finalmente, la aceptación.
Durante años el país se negó a considerar los enormes sufrimientos de sus civiles. No cuestionó la moralidad de los bombardeos aliados que provocaron tormentas de fuego de 1.000 grados en ciudades como Dresden, donde el 13 febrero de 1945 murieron 40.000 civiles. Pero hoy los alemanes están articulando una visión más atenuada que va más allá de la complicidad con el nazismo para mostrar que muchos alemanes fueron víctimas del Tercer Reich -y de los bombardeos aéreos aliados.
"¿Se están viendo los alemanes ahora repentinamente bajo una luz diferente -como una comunidad que sufrió?", se preguntaba hace poco la revista Der Spiegel. "¿Se ha convertido el país de perpetradores' en el país de las víctimas'? ¿Se ha cerrado el capítulo del auto-castigo?"
Generaciones de alemanes han querido navegar más allá de su historia. Sobreviviendo la Guerra Fría y construyendo la economía más grande de Europa, una Alemania reunificada entró al nuevo siglo con una influyente voz en asuntos internacionales. El país se tornó hacia la globalización y empezó a restaurar la identidad nacional; la guerra se convirtió en algo para ser estudiado, no para quedarse atrapado en ella. Incluso los nuevos edificios oficiales de Berlín fueron diseñados con agudos ángulos y paredes de cristal, una arquitectura transparente que implica que nada oscuro volverá a surgir otra vez.
Pero para los viejos soldados y supervivientes, el pasado perdura como una sonata que cruje en un gramófono.
"He vivido toda mi vida sintiéndome culpable por lo que hicieron los alemanes", dijo Sussmilch, que publicó recientemente In the Bunker', sus recuerdos de Berlín durante el sitio. "Pensaba que yo tenía algo que ver con eso. Como muchos alemanes, creía que llevaría el sentimiento de culpa hasta la tumba. Pero incluso si lo hubiera sabido, no podría haber hecho nada. No sabes los tiempos en los que estábamos viviendo entonces".
Una mujer alta y enérgica de pelo rojizo, Sussmilch escribe una prosa deliberada que no busca simpatía cuando describe su vecindario desaparecido. "Pasó y terminó", dijo, sentada junto a su marido Martin, que hizo el servicio militar en una división blindada en los años cuarenta y fue capturado por fuerzas americanas. "¿Qué es justo en una guerra? Nada."
La literatura del sufrimiento alemán fue escasa durante gran parte de la era de posguerra. Hubo memorias dramáticas, como la entrada del 20 de agosto de 1943 del diario de vida de Friedrich Reck-Malleczewen que describe una maleta de cartón que contenía "el cuerpo carbonizado de un niño, encogido como una momia, que su madre semi demente había estado acarreando de un lugar a otro". Pero las historias de llamas que entraban aullando por los callejones, fundiendo los cuerpos y los enjambres de moscas que bajaban formando negras olas sobre las fosas comunes estaban inscritas fundamentalmente en la memoria.
Un país que "había asesinado y llevado a la muerte a millones de personas en sus campos podía difícilmente exigir de las potencias victoriosas que explicaran la lógica militar y política que dictó la destrucción de las ciudades alemanas", escribió W.G. Sebald en su libro Sobre la historia natural de la destrucción'. Sebald descubrió que muchos alemanes "consideraban las grandes tormentas de fuego como un castigo justo, incluso un acto de retribución de parte de una potencia superior con la que no se podía discutir".
Los historiadores han debatido sobre los bombardeos aéreos contra Dresden y otras ciudades. Los aliados dijeron que los bombardeos fueron necesarios para destruir el aporreado complejo industrial alemán y romper la voluntad del país. Pero los alemanes han cuestionado cada vez más esta interpretación, diciendo que la máquina de guerra de Hitler se había derrumbado y que, en palabras del ex presidente alemán Richard von Weizsacker, fue "inhumano" castigar a decenas de miles de civiles.
Sin embargo, los alemanes no quieren eludir su responsabilidad de la guerra, ni disminuir el respeto por los millones que fueron asesinados por Hitler. "Nie wieder", o nunca más, es una lección que los niños en la escuela aprenden de memoria. Sin embargo, en un país donde el pasado a menudo emerge en el presente, hay constantes batallas sobre esa memoria. Berlín inaugurará el martes su Monumento A los Judíos Asesinados de Europa en medio de amenazas de los neo-nazis de marchar cerca del sitio con la esperanza de instigar un nuevo arrebato nacionalista.
A pesar de los persistentes problemas económicos y el alto desempleo, hay pocas posibilidades de que los partidos políticos de extrema derecha gane un apoyo más amplio. Uno rara vez oye las palabras alemán' y orgullo' en la misma frase. La guerra es un espectro demasiado grande como para ese renacimiento, incluso si los hechos históricos son a veces ocultados en eufemismos. Un reciente sondeo de Forsa, por ejemplo, reveló que 80 por ciento de los alemanes prefiere creer que el 8 de mayo de 1945 fueron "liberados" antes que derrotados.
"El proceso de la memoria no ha terminado en Alemania", dijo Susanne Kiewits, una historiadora que supervisa una exhibición de 200 cartas escritas por soldados alemanes en los años cuarenta. "Sesenta años después de la guerra queda poca gente que la haya vivido directamente. Todavía nos quedan quizás unos cinco años para obtener sus recuerdos. Estamos en el umbral entre la memoria biológica y la memoria histórica objetiva".
Reinhold Skoecz calcula que entre 1940 y 1945 su división de infantería marchó 1.900 kilómetros de Polonia a Rusia. Fue herido en una pierna en 1943; dos años más tarde la metralla rompió su mandíbula. A los 85 es un fornido jubilado con un tesoro de elefantes esculpidos. Su pelo tiene el mismo tinte castaño rojizo que cuando posó para su retrato en el ejército. Visitas las escuelas toda vez que puede para contar su historia a los alumnos.
"Nosotros empezamos la guerra y empujamos a Europa en una tragedia", dijo, desenrollando un mapa en su apartamento y recordando sus batallas en los pantanos de Belarus cuando avanzaba hacia Moscú. "No hay mucho que aprender de lo que ocurrió. Es amargo y triste para nosotros, alemanes, pero tenemos que admitirlo. No quiero que me vean como un viejo que habla sobre una guerra olvidada".
Skoecz fue expulsado de una liga de fútbol local por rehusar inscribirse en la Juventud Hitleriana. Fue alistado poco después en el ejército y, como muchos alemanes que presenciaron el antisemitismo en las escuelas y en sus trabajos, dice que no sabía nada de las atrocidades de los nazis. No fue sino hasta que leyó los diarios en un campo de prisioneros de guerra ruso a fines de los años cuarenta que, dice, se enteró del Holocausto.
"Pensábamos que los judíos estaban siendo enviados al este a cavar trincheras y construir puentes", dijo Skoecz. Hizo una pausa. Era inútil buscar palabras. Luego agregó: "Destrozamos el continente, pero con los años se nos ha aceptado nuevamente. Pero no debemos abrir la boca y comportarnos como si fuéramos importantes. Deberíamos ser modestos y mantenernos tranquilos".
La unidad de artillería alemana de Harri Czepuck luchó contra el Ejército Rojo en el sur de Berlín, cerca de Franfurt an der Oder en la primavera de 1945. Las tropas rusas avanzaban desde el este y el norte y rodearon la capital, colapsando las filas alemanas. En la región alrededor de Halbe todavía se encuentran restos de soldados alemanes dispersos en los campos y bosques y enterrados propiamente.
"El 20 de abril nos quedamos sin alimentos", dijo Czepuck, periodista jubilado con una monumental biblioteca en su casa. "Todos queríamos marchar hacia el oeste, hacia los norteamericanos. Nadie quería ser capturado por los rusos. Cuando se nos acabó el combustible, confiscamos caballos a los granjeros locales para acarrear los cañones. Pero aparecieron los aviones rusos y terminaron con los caballos. No podíamos mover la artillería, pero podíamos comernos a los caballos. Entonces pusimos vacas a tirar de la artillería, pero los aviones volvieron y terminamos comiendo vacas".
Czepuck está preocupado por la Alemania de hoy. Piensa que es demasiado materialista, demasiado obsesionada con ser el más grande y el más fuerte. Lo llama la "enfermedad alemana". Era todavía un niño cuando un hombre raro con un mostacho pequeño subió al poder con una hipnotizadora retórica.
"Es complicado", dijo Czepuck, un hombre de cara ancha con el pelo plateado. "Cuando hice la secundaria había sido fuertemente influido por los nazis. Eran a veces más fuertes que la influencia de mi padre. Siempre traté de eludir a la Juventud Hitleriana. Pero ¿cómo eludir el servicio militar? A veces cuando eres joven no sabes lo que es el coraje. ¿Es de valientes unirse? A los 17 ¿cómo imaginar lo que es una guerra? Sonaba como si fuera una aventura".
Sussmilch, la superviviente de Berlín que escribió In the Bunker', tiene preguntas propias.
"¿A quién escucha Dios?", dijo, sentada con su marido cerca de un cuenco con galletas y un ejemplar de su libro. "De niña rogaba a Dios que no bombardearan Berlín. Luego imaginaba a una niña inglesa lejos rezando sus oraciones en la guerra. ¿A quién escucha?"
Más de 10.000 personas se escondieron en el búnker adonde Sussmilch, su madre y hermano huyeron después de que su casa fuera bombardeada. Les ordenaron rápidamente abandonar el búnker y escapar a través de los túneles del metro antes de que el subterráneo fuera inundado para impedir que los tanques rusos usaran los rieles. Miles de personas se arrastraron en la oscuridad.
Una noche aparecieron en el túnel soldados rusos. Se llevaron a los soldados alemanes heridos y reunieron a las mujeres en un andén. Sussmilch y su familia se ocultaron en un vagón del metro.
"Obligaron a las mujeres a beber alcohol", dijo. "Sus voces ya no sonaban humanas. No creerías lo que hicieron con las botellas. Fue una noche que no podrías imaginar".
En la mañana, las mujeres, con las faldas levantadas y cruces gamadas grabadas en sus nalgas, yacían muertas en el andén. Sussmilch y su familia pasaron junto a ellas, hacia la luz.
La madre de Sussmilch moriría más tarde en un hospital psiquiátrico; su hermano desaparecía para comenzar una nueva vida.
10 de mayo de 2005
©los angeles times
©traducción mQh
"No reconocí nada", dijo Sussmilch, que tenía 14 años y vivía en la Saarlandstrasse cuando las tropas rusas entraron a la capital alemana en los últimos días de la Segunda Guerra Mundial. "No había ni un edificio en pie. Se oía el sonido del fuego, como bolsas de papel explotando unas detrás de otras... Yo pensaba, ¿cómo puede brillar el sol en estas circunstancias?"
Alemania se rindió hace 60 años, terminando una guerra que mató a unos 50 millones de personas, destruyó el mapa de Europa y agregó la palabra Holocausto' al léxico de la barbarie. Adolfo Hitler se había suicidado unos días antes en un búnker. Los soldados aliados repartían barras de chocolate y cigarrillos.
Dejada con incalculables toneladas de escombros y haciendo frente a décadas de culpabilidad y expiación, Alemania se transformó en un país en el diván del psiquiatra, suprimiendo todo vestigio de patriotismo, viviendo la negación y, finalmente, la aceptación.
Durante años el país se negó a considerar los enormes sufrimientos de sus civiles. No cuestionó la moralidad de los bombardeos aliados que provocaron tormentas de fuego de 1.000 grados en ciudades como Dresden, donde el 13 febrero de 1945 murieron 40.000 civiles. Pero hoy los alemanes están articulando una visión más atenuada que va más allá de la complicidad con el nazismo para mostrar que muchos alemanes fueron víctimas del Tercer Reich -y de los bombardeos aéreos aliados.
"¿Se están viendo los alemanes ahora repentinamente bajo una luz diferente -como una comunidad que sufrió?", se preguntaba hace poco la revista Der Spiegel. "¿Se ha convertido el país de perpetradores' en el país de las víctimas'? ¿Se ha cerrado el capítulo del auto-castigo?"
Generaciones de alemanes han querido navegar más allá de su historia. Sobreviviendo la Guerra Fría y construyendo la economía más grande de Europa, una Alemania reunificada entró al nuevo siglo con una influyente voz en asuntos internacionales. El país se tornó hacia la globalización y empezó a restaurar la identidad nacional; la guerra se convirtió en algo para ser estudiado, no para quedarse atrapado en ella. Incluso los nuevos edificios oficiales de Berlín fueron diseñados con agudos ángulos y paredes de cristal, una arquitectura transparente que implica que nada oscuro volverá a surgir otra vez.
Pero para los viejos soldados y supervivientes, el pasado perdura como una sonata que cruje en un gramófono.
"He vivido toda mi vida sintiéndome culpable por lo que hicieron los alemanes", dijo Sussmilch, que publicó recientemente In the Bunker', sus recuerdos de Berlín durante el sitio. "Pensaba que yo tenía algo que ver con eso. Como muchos alemanes, creía que llevaría el sentimiento de culpa hasta la tumba. Pero incluso si lo hubiera sabido, no podría haber hecho nada. No sabes los tiempos en los que estábamos viviendo entonces".
Una mujer alta y enérgica de pelo rojizo, Sussmilch escribe una prosa deliberada que no busca simpatía cuando describe su vecindario desaparecido. "Pasó y terminó", dijo, sentada junto a su marido Martin, que hizo el servicio militar en una división blindada en los años cuarenta y fue capturado por fuerzas americanas. "¿Qué es justo en una guerra? Nada."
La literatura del sufrimiento alemán fue escasa durante gran parte de la era de posguerra. Hubo memorias dramáticas, como la entrada del 20 de agosto de 1943 del diario de vida de Friedrich Reck-Malleczewen que describe una maleta de cartón que contenía "el cuerpo carbonizado de un niño, encogido como una momia, que su madre semi demente había estado acarreando de un lugar a otro". Pero las historias de llamas que entraban aullando por los callejones, fundiendo los cuerpos y los enjambres de moscas que bajaban formando negras olas sobre las fosas comunes estaban inscritas fundamentalmente en la memoria.
Un país que "había asesinado y llevado a la muerte a millones de personas en sus campos podía difícilmente exigir de las potencias victoriosas que explicaran la lógica militar y política que dictó la destrucción de las ciudades alemanas", escribió W.G. Sebald en su libro Sobre la historia natural de la destrucción'. Sebald descubrió que muchos alemanes "consideraban las grandes tormentas de fuego como un castigo justo, incluso un acto de retribución de parte de una potencia superior con la que no se podía discutir".
Los historiadores han debatido sobre los bombardeos aéreos contra Dresden y otras ciudades. Los aliados dijeron que los bombardeos fueron necesarios para destruir el aporreado complejo industrial alemán y romper la voluntad del país. Pero los alemanes han cuestionado cada vez más esta interpretación, diciendo que la máquina de guerra de Hitler se había derrumbado y que, en palabras del ex presidente alemán Richard von Weizsacker, fue "inhumano" castigar a decenas de miles de civiles.
Sin embargo, los alemanes no quieren eludir su responsabilidad de la guerra, ni disminuir el respeto por los millones que fueron asesinados por Hitler. "Nie wieder", o nunca más, es una lección que los niños en la escuela aprenden de memoria. Sin embargo, en un país donde el pasado a menudo emerge en el presente, hay constantes batallas sobre esa memoria. Berlín inaugurará el martes su Monumento A los Judíos Asesinados de Europa en medio de amenazas de los neo-nazis de marchar cerca del sitio con la esperanza de instigar un nuevo arrebato nacionalista.
A pesar de los persistentes problemas económicos y el alto desempleo, hay pocas posibilidades de que los partidos políticos de extrema derecha gane un apoyo más amplio. Uno rara vez oye las palabras alemán' y orgullo' en la misma frase. La guerra es un espectro demasiado grande como para ese renacimiento, incluso si los hechos históricos son a veces ocultados en eufemismos. Un reciente sondeo de Forsa, por ejemplo, reveló que 80 por ciento de los alemanes prefiere creer que el 8 de mayo de 1945 fueron "liberados" antes que derrotados.
"El proceso de la memoria no ha terminado en Alemania", dijo Susanne Kiewits, una historiadora que supervisa una exhibición de 200 cartas escritas por soldados alemanes en los años cuarenta. "Sesenta años después de la guerra queda poca gente que la haya vivido directamente. Todavía nos quedan quizás unos cinco años para obtener sus recuerdos. Estamos en el umbral entre la memoria biológica y la memoria histórica objetiva".
Reinhold Skoecz calcula que entre 1940 y 1945 su división de infantería marchó 1.900 kilómetros de Polonia a Rusia. Fue herido en una pierna en 1943; dos años más tarde la metralla rompió su mandíbula. A los 85 es un fornido jubilado con un tesoro de elefantes esculpidos. Su pelo tiene el mismo tinte castaño rojizo que cuando posó para su retrato en el ejército. Visitas las escuelas toda vez que puede para contar su historia a los alumnos.
"Nosotros empezamos la guerra y empujamos a Europa en una tragedia", dijo, desenrollando un mapa en su apartamento y recordando sus batallas en los pantanos de Belarus cuando avanzaba hacia Moscú. "No hay mucho que aprender de lo que ocurrió. Es amargo y triste para nosotros, alemanes, pero tenemos que admitirlo. No quiero que me vean como un viejo que habla sobre una guerra olvidada".
Skoecz fue expulsado de una liga de fútbol local por rehusar inscribirse en la Juventud Hitleriana. Fue alistado poco después en el ejército y, como muchos alemanes que presenciaron el antisemitismo en las escuelas y en sus trabajos, dice que no sabía nada de las atrocidades de los nazis. No fue sino hasta que leyó los diarios en un campo de prisioneros de guerra ruso a fines de los años cuarenta que, dice, se enteró del Holocausto.
"Pensábamos que los judíos estaban siendo enviados al este a cavar trincheras y construir puentes", dijo Skoecz. Hizo una pausa. Era inútil buscar palabras. Luego agregó: "Destrozamos el continente, pero con los años se nos ha aceptado nuevamente. Pero no debemos abrir la boca y comportarnos como si fuéramos importantes. Deberíamos ser modestos y mantenernos tranquilos".
La unidad de artillería alemana de Harri Czepuck luchó contra el Ejército Rojo en el sur de Berlín, cerca de Franfurt an der Oder en la primavera de 1945. Las tropas rusas avanzaban desde el este y el norte y rodearon la capital, colapsando las filas alemanas. En la región alrededor de Halbe todavía se encuentran restos de soldados alemanes dispersos en los campos y bosques y enterrados propiamente.
"El 20 de abril nos quedamos sin alimentos", dijo Czepuck, periodista jubilado con una monumental biblioteca en su casa. "Todos queríamos marchar hacia el oeste, hacia los norteamericanos. Nadie quería ser capturado por los rusos. Cuando se nos acabó el combustible, confiscamos caballos a los granjeros locales para acarrear los cañones. Pero aparecieron los aviones rusos y terminaron con los caballos. No podíamos mover la artillería, pero podíamos comernos a los caballos. Entonces pusimos vacas a tirar de la artillería, pero los aviones volvieron y terminamos comiendo vacas".
Czepuck está preocupado por la Alemania de hoy. Piensa que es demasiado materialista, demasiado obsesionada con ser el más grande y el más fuerte. Lo llama la "enfermedad alemana". Era todavía un niño cuando un hombre raro con un mostacho pequeño subió al poder con una hipnotizadora retórica.
"Es complicado", dijo Czepuck, un hombre de cara ancha con el pelo plateado. "Cuando hice la secundaria había sido fuertemente influido por los nazis. Eran a veces más fuertes que la influencia de mi padre. Siempre traté de eludir a la Juventud Hitleriana. Pero ¿cómo eludir el servicio militar? A veces cuando eres joven no sabes lo que es el coraje. ¿Es de valientes unirse? A los 17 ¿cómo imaginar lo que es una guerra? Sonaba como si fuera una aventura".
Sussmilch, la superviviente de Berlín que escribió In the Bunker', tiene preguntas propias.
"¿A quién escucha Dios?", dijo, sentada con su marido cerca de un cuenco con galletas y un ejemplar de su libro. "De niña rogaba a Dios que no bombardearan Berlín. Luego imaginaba a una niña inglesa lejos rezando sus oraciones en la guerra. ¿A quién escucha?"
Más de 10.000 personas se escondieron en el búnker adonde Sussmilch, su madre y hermano huyeron después de que su casa fuera bombardeada. Les ordenaron rápidamente abandonar el búnker y escapar a través de los túneles del metro antes de que el subterráneo fuera inundado para impedir que los tanques rusos usaran los rieles. Miles de personas se arrastraron en la oscuridad.
Una noche aparecieron en el túnel soldados rusos. Se llevaron a los soldados alemanes heridos y reunieron a las mujeres en un andén. Sussmilch y su familia se ocultaron en un vagón del metro.
"Obligaron a las mujeres a beber alcohol", dijo. "Sus voces ya no sonaban humanas. No creerías lo que hicieron con las botellas. Fue una noche que no podrías imaginar".
En la mañana, las mujeres, con las faldas levantadas y cruces gamadas grabadas en sus nalgas, yacían muertas en el andén. Sussmilch y su familia pasaron junto a ellas, hacia la luz.
La madre de Sussmilch moriría más tarde en un hospital psiquiátrico; su hermano desaparecía para comenzar una nueva vida.
10 de mayo de 2005
©los angeles times
©traducción mQh
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