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guerra contra el islam


[James Carroll] Temores atávicos e injustificados del islam provocan reacciones políticas irracionales, como en Francia y Holanda.
Uno de los factores que condujo la semana pasada al rechazo francés y holandés de la constitución europea , ninguno acecha más ominosamente que la pesadilla de un antagonismo entre el ‘Occidente' y el islam. Muchos europeos temen una marea verde, tanto dentro como fuera del continente. Donde antes amenazaban comunistas, amenazan ahora los musulmanes. Se está levantando un nuevo muro.
Entretanto, los musulmanes ven una avalancha de desprecio en las presiones sobre las comunidades de inmigrantes en las ciudades europeas, en las restricciones de la opinión musulmana, y en reservas expresadas abiertamente sobre la integración de Turquía en la Unión Europea debido precisamente a su carácter musulmán. Dada la escalada en la guerra de Iraq, junto con ejemplos ampliamente reportados de denigración del islam por interrogadores norteamericanos, esas tendencias en Europa hacen que la guerra global contra el terrorismo parezca expresamente una guerra contra el islam. El ‘choque de civilizaciones' parece más cerca que nunca.
Para entender esta peligrosa situación, hay que recordar algo de la historia olvidada o mal recordada que la preparó, desde los remotos orígenes del conflicto a sus manifestaciones en un pasado no muy remoto. Según se cuenta la historia normalmente en Europa y Estados Unidos, el problema empezó cuando un ejército yihadista de ‘infieles' sarracenos, después de agredir a los cristianos en la ‘Tierra Santa', amenazó a la ‘Cristiandad' misma con derechos de conquista hasta en el corazón mismo de lo que hoy es Francia. Charles Martel es el héroe de los primitivos romances europeos porque en 733 derrotó al ejército musulmán cerca de Tours. Pero para Martel, escribió Edward Gibbon, "el Corán debería estar siendo enseñado en las escuelas de Oxford".
Después de los siglos que siguieron, en la memoria europea el islam representó la principal amenaza contra el emergente orden cristiano. ¿Pero era así? Lombardos, normandos, vikingos, tropas del eslavo Este y violentas contiendas entre los cristianos mismos habían causado estragos en Europa, incluso en la época de Martel. Según aprendí del historiador Tomaz Mastnak, la amenaza de los sarracenos era una de muchas. Fue definida como importante sólo con las cruzadas posteriores, cuando ejércitos cristiano-latinos emprendieron el rescate de la ‘Tierra Santa' e hicieron retroceder las conquistas musulmanas. El impulso cruzado presupuso una demonización de los sarracenos que no se justificaba ni en la amenaza que representaban realmente ni en su tratamiento de los cristianos en Palestina. En realidad, las crónicas del primer período apenas si mencionan la religión de los sarracenos. La coexistencia religiosa, famosa en Iberia, era una característica de otras tierras conquistadas por los árabes. Europa estaba iniciando una ‘guerra santa' contra el islam basándose en una inteligencia defectuosa, propaganda y exageración de la amenaza.
La flor envenenada de las cruzadas, con su desprecio de las culturas distantes, fue el colonialismo. El sombrío resultado de las aventuras imperiales europeas en el mundo musulmán fue doble: primero, la habitual explotación de los pueblos nativos y sus recursos, con la consiguiente destrucción de su cultura, y, segundo, la enérgica reacción entre las poblaciones árabes y musulmanas contra el colonialismo, una reacción que incluyó la corrupción interna de las tradiciones musulmanas. La accidental riqueza petrolera de Oriente Medio hicieron de la explotación externa y la corrupción interna condiciones absolutamente ruinosas. El fanatismo político que se apoderó después de la imaginación religiosa árabe musulmana (cuyo mayor ejemplo es Osama bin Laden) está enraizado más en una reacción defensiva contra el ataque ‘de Occidente' que en algo intrínseco del islam. La guerra norteamericana contra el terror, tocando las peores notas de la antigua afrenta imperial, sólo exacerba este fanatismo reaccionario (que genera, por ejemplo, legiones de terroristas suicidas).
Habiendo olvidado la historia más profunda, los nerviosos europeos parecen también haber olvidado, en primer lugar, la enorme cantidad de musulmanes que se asentaron en las ciudades del continente. En los años sesenta y setenta, los turcos, árabes y norafricanos fueron recibidos como ‘trabajadores invitados' para ocuparse de las labores meniales en el subentendido de que no debían esperar nunca convertirse en ciudadanos de los países que los explotaban. La rancia injusticia de un sistema que depende una clase oprimida permanente estaba destinada a transformarse en resistencia política, y lo ha logrado, pero con un filo religioso.
El punto es que este conflicto tiene su origen más en ‘Occidente' que en la Casa del Islam. La imagen de los musulmanes como inclinados a la violencia en virtud de su religión fue construida principalmente por europeos que durante siglos trataron de promover sus propios intereses, un hábito de paranoia politizada que es cultivada con enorme maestría por los atemorizados líderes de Estados Unidos de después de los atentados del 11 de septiembre de 2001. También ellos -prelados, cruzados, conquistadores y colonos, han convertido el temor del islam en una fuente de poder. Esta historia enseña que la proyección interesada puede en realidad resultar en la creación de un enemigo dispuesto y preparado a transformar en realidad esa pesadilla.

7 de junio de 2005
©boston globe
©traducción mQh

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