guerrillas hutu vuelven a atacar
[Craig Timberg] Los atormentadores de Ruanda emergen de la selva para acosar al Congo. Guerrillas hutu encuentran nuevas víctimas.
Kiwanja, Congo. Julienne Kyakimwa, 34, estaba sacando frijoles del huerto familiar cuando un hombre emergió repentinamente de la vegetación con una pistola en la mano, un machete en su cinturón y una mirada amenazadora en los ojos. El espeluznante hombre habló en kinyarwanda -para muchos aquí la lengua del terror- cuando exigió que ella le entregara los frijoles.
Según el marido de Kyakimwa, Alfajiri Kaposo, el agresor y un cómplice -muy probablemente hutus étnicos, originalmente de la vecina Ruanda- la golpearon en la cara y brazos y la dejaron por muerta encina de una pila de ramas antes de huir de vuelta hacia la densa selva ecuatorial.
"El mayor problema aquí es la gente con armas", dijo Kaposo, 38, justo después de visitar a su esposa en un hospital, donde se estaba recuperando de sus heridas. "No me siento seguro".
Una década después del genocidio en Ruanda, unos 15.000 guerrilleros hutus se ocultan todavía en las selvas del este del Congo, de acuerdo a personal de la misión de paz de Naciones Unidas. Restos de las milicias y fuerzas de seguridad que participaron en la matanza masiva de tutsis y hutus moderados en 1994 y huyeron al otro lado de la frontera a vivir en las fértiles tierras que habían usurpado a las aldeas, esperan la siguiente oportunidad para atacar Ruanda.
En lugares como Kiwanja, un pueblo en la provincia de Kivu del Norte, a 16 kilómetros al oeste de la frontera, su presencia, junto a una volátil mezcla de soldados congoleños y grupos de milicianos de la localidad, ha mantenido a esta región fronteriza enredada en una guerra o al borde de una durante más de una década.
Como dicen habitantes de la localidad, la gente con armas atacan repetidas veces a civiles, violan a las mujeres y saquean las viviendas. El grupo más temido y misterioso es el de los interahamwe, una milicia hutu de Ruanda cuyo nombre significa los que luchan juntos'.
"Tienen dos nombres: Interahamwe y bandidos", dijo Nyota Ndivito, 16, con su bebé de 4 meses en su cadera. Contó cómo tres hombres emergieron de la selva en noviembre y apuñalaron a su hermano hasta la muerte. Cuando se le preguntó cómo sabía que los agresores eran interahamwe, chasqueó su lengua con impaciencia. "Son todos iguales", dijo.
Pero los interahamwe son más que una banda de forajidos. De acuerdo a analistas locales y extranjeros, son la clave de un puzzle de conflictos tribales y territoriales que nadie ha logrado resolver.
Durante el genocidio ruandés, la milicia interhamwe mató a 800.000 tutsis y hutus moderados. La matanza terminó cuando una fuerza rebelde tutsi tomó control del gobierno y los interahamwe fluyeron hacia el Congo, atrincherándose la mayoría de ellos en las enormes provincias fronterizas de Kivu del Norte y del Sur.
Han estado ahí desde entonces, apoyados por miembros de ex militares hutus de Ruanda que eluden las repetidas incursiones de las actuales fuerzas armadas ruandesas dirigidas por tutsis. Las dos más recientes guerras del Congo comenzaron con intentos de Ruanda de eliminar a la milicia interhamwe.
De acuerdo a grupos que los estudian, los hutus han sobrevivido cultivando la tierra, saqueando aldeas y haciendo comercio con los congoleños. Con los años, algunos interahamwe se han casado con mujeres congoleñas, reclutado jóvenes congoleños y, en áreas remotas, reimpusieron las funciones de una menguada burocracia estatal cobrando impuestos y controlando el cruce de los ríos.
Aunque muchos de sus miembros actúan más como bandidos que como soldados, los analistas dicen que siguen siendo una fuerza militar bien armada unida por una causa política: derrocar al gobierno tutsi de Ruanda.
Sin embargo, su presencia también ha mantenido a gran de la población viviendo en el temor -no sólo de los violentos interahamwe, sino también de ataques del otro lado de la frontera de Ruanda. Como resultado, el gobierno congoleño mantiene una pesada presencia militar cerca de la frontera -agregando más hombres armados a la ya volátil mezcla. También hay informes de que el Congo ha ayudado a armar a los interahamwe, a los que consideran una primera línea de defensa contra Ruanda.
Los ataques en la frontera se convirtieron en una guerra a toda escala en 1996 y 1998, dejando dolorosos recuerdos de matanzas, violaciones y fugas. En noviembre, Ruanda volvió a amenazar con enviar tropas para terminar con los hutus militantes. Y en diciembre dos facciones de los militares congoleños, formadas con milicias pro y anti-Ruanda, comenzaron a luchar entre ellas en Kivu del Norte, desplazando de sus hogares a más de 100.000 personas. Sólo la intervención de las tropas de paz de Naciones Unidas pusieron fin a la batalla.
"Mientras haya interahamwe, habrá siempre una amenaza desde Ruanda y mientras exista esa amenaza, existirá el temor", dijo Hans Romkema, consultante en Amsterdam que vivió tres años en el Congo tratando con militantes hutus a nombre de grupos de ayuda humanitaria.
Otros analistas dijeron que Ruanda ha utilizado a los interahamwe como un pretexto para conservar unas poderosas fuerzas armadas que también protege sus extensos intereses comerciales en el rico en minerales Congo.
La continua confusión pone en peligro los planes del Congo de convocar a elecciones nacionales en junio, un elemento crucial en el acuerdo de paz de 2002 que terminó con la última guerra del Congo. Cuando el director de la comisión electoral propuso hace unas semanas que la votación fuera aplazada, estallaron disturbios en Kinshasa, la capital.
Una década de vivir con la violencia ha tenido bajas físicas en esta lujuriosa región. La carretera pavimentada que llevaba a Kiwanja se ha transformado en una transitada huella de tierra, y una atracción turística cercana, el Parque Nacional de Virunga, ha perdido a la mayoría de sus elefantes, leones y otros animales protegidos a manos de hambrientos y furtivos cazadores hutus. Ahora, una fuerza de Naciones Unidas acampadaen una ciudad adyacente desaconseja viajar a través del parque sin una escolta armada.
Además de los envejecidos milicianos, los bosques de la región ocultan a combatientes hutus más jóvenes que no participaron en las atrocidades ruandesas o fueron reclutados por los interhamwe en el Congo. Miles de mujeres y niños se encuentran también entre las cerca de 30.000 personas que Naciones Unidas considera que son miembros de las milicias selváticas.
En abril Naciones Unidas comenzaron un programa de desarme voluntario que ha atraído a entre 60 y 90 interahamwe en un mes. Sus armas entregadas son destruidas y los hombres dirigidos a un campo de re-educación ruandés antes de ser enviados a sus aldeas natales.
"La mayoría de los reclutas quieren volver a casa", dijo el mayor Christian Vera, un oficial de Uruguay involucrado en la desmovilización. Fue entrevistado en Goma, la capital provincial de Kivu del Norte. "Están cansados de vivir en la selva, comiendo lo que encuentran. Quieren volver a sus familias y vivir en su propio país".
Pero muchos interahamwe, especialmente sus miembros más viejos, podrían ser juzgados por asesinato si vuelven a Ruanda. Como resultado, muchos residentes del este del Congo están convencidos de que los interahamwe sólo se irán si se les obliga.
Justin Atongwe, un funcionario del medio-ambiente del gobierno congoleño que vive en Kiwanja expresó pocas esperanzas de que los interahamwe u otras milicias abandonen el país a corto plazo. Si él tuviera dinero, dijo, se mudaría.
En 1998, contó Atongwe, estaba viajando por una carretera al sur de la ciudad cuando un grupo de unos 20 hombres armados con harapos y barbas crecidas emergió de la selva. "Parecían animales, como personas que han vivido en la selva", recordó. Los hombres robaron sus ropas, zapatos, maleta y 30 dólares.
Eso fue hace casi siete años, pero poco ha cambiado, dijo Atongwe, riendo suavemente y con la vista en el suelo.
"En Kivu del Norte", dijo, "todavía hay guerra".
10 de febrero de 2005
17 de febrero de 2005
©washington post
©traducción mQh
Según el marido de Kyakimwa, Alfajiri Kaposo, el agresor y un cómplice -muy probablemente hutus étnicos, originalmente de la vecina Ruanda- la golpearon en la cara y brazos y la dejaron por muerta encina de una pila de ramas antes de huir de vuelta hacia la densa selva ecuatorial.
"El mayor problema aquí es la gente con armas", dijo Kaposo, 38, justo después de visitar a su esposa en un hospital, donde se estaba recuperando de sus heridas. "No me siento seguro".
Una década después del genocidio en Ruanda, unos 15.000 guerrilleros hutus se ocultan todavía en las selvas del este del Congo, de acuerdo a personal de la misión de paz de Naciones Unidas. Restos de las milicias y fuerzas de seguridad que participaron en la matanza masiva de tutsis y hutus moderados en 1994 y huyeron al otro lado de la frontera a vivir en las fértiles tierras que habían usurpado a las aldeas, esperan la siguiente oportunidad para atacar Ruanda.
En lugares como Kiwanja, un pueblo en la provincia de Kivu del Norte, a 16 kilómetros al oeste de la frontera, su presencia, junto a una volátil mezcla de soldados congoleños y grupos de milicianos de la localidad, ha mantenido a esta región fronteriza enredada en una guerra o al borde de una durante más de una década.
Como dicen habitantes de la localidad, la gente con armas atacan repetidas veces a civiles, violan a las mujeres y saquean las viviendas. El grupo más temido y misterioso es el de los interahamwe, una milicia hutu de Ruanda cuyo nombre significa los que luchan juntos'.
"Tienen dos nombres: Interahamwe y bandidos", dijo Nyota Ndivito, 16, con su bebé de 4 meses en su cadera. Contó cómo tres hombres emergieron de la selva en noviembre y apuñalaron a su hermano hasta la muerte. Cuando se le preguntó cómo sabía que los agresores eran interahamwe, chasqueó su lengua con impaciencia. "Son todos iguales", dijo.
Pero los interahamwe son más que una banda de forajidos. De acuerdo a analistas locales y extranjeros, son la clave de un puzzle de conflictos tribales y territoriales que nadie ha logrado resolver.
Durante el genocidio ruandés, la milicia interhamwe mató a 800.000 tutsis y hutus moderados. La matanza terminó cuando una fuerza rebelde tutsi tomó control del gobierno y los interahamwe fluyeron hacia el Congo, atrincherándose la mayoría de ellos en las enormes provincias fronterizas de Kivu del Norte y del Sur.
Han estado ahí desde entonces, apoyados por miembros de ex militares hutus de Ruanda que eluden las repetidas incursiones de las actuales fuerzas armadas ruandesas dirigidas por tutsis. Las dos más recientes guerras del Congo comenzaron con intentos de Ruanda de eliminar a la milicia interhamwe.
De acuerdo a grupos que los estudian, los hutus han sobrevivido cultivando la tierra, saqueando aldeas y haciendo comercio con los congoleños. Con los años, algunos interahamwe se han casado con mujeres congoleñas, reclutado jóvenes congoleños y, en áreas remotas, reimpusieron las funciones de una menguada burocracia estatal cobrando impuestos y controlando el cruce de los ríos.
Aunque muchos de sus miembros actúan más como bandidos que como soldados, los analistas dicen que siguen siendo una fuerza militar bien armada unida por una causa política: derrocar al gobierno tutsi de Ruanda.
Sin embargo, su presencia también ha mantenido a gran de la población viviendo en el temor -no sólo de los violentos interahamwe, sino también de ataques del otro lado de la frontera de Ruanda. Como resultado, el gobierno congoleño mantiene una pesada presencia militar cerca de la frontera -agregando más hombres armados a la ya volátil mezcla. También hay informes de que el Congo ha ayudado a armar a los interahamwe, a los que consideran una primera línea de defensa contra Ruanda.
Los ataques en la frontera se convirtieron en una guerra a toda escala en 1996 y 1998, dejando dolorosos recuerdos de matanzas, violaciones y fugas. En noviembre, Ruanda volvió a amenazar con enviar tropas para terminar con los hutus militantes. Y en diciembre dos facciones de los militares congoleños, formadas con milicias pro y anti-Ruanda, comenzaron a luchar entre ellas en Kivu del Norte, desplazando de sus hogares a más de 100.000 personas. Sólo la intervención de las tropas de paz de Naciones Unidas pusieron fin a la batalla.
"Mientras haya interahamwe, habrá siempre una amenaza desde Ruanda y mientras exista esa amenaza, existirá el temor", dijo Hans Romkema, consultante en Amsterdam que vivió tres años en el Congo tratando con militantes hutus a nombre de grupos de ayuda humanitaria.
Otros analistas dijeron que Ruanda ha utilizado a los interahamwe como un pretexto para conservar unas poderosas fuerzas armadas que también protege sus extensos intereses comerciales en el rico en minerales Congo.
La continua confusión pone en peligro los planes del Congo de convocar a elecciones nacionales en junio, un elemento crucial en el acuerdo de paz de 2002 que terminó con la última guerra del Congo. Cuando el director de la comisión electoral propuso hace unas semanas que la votación fuera aplazada, estallaron disturbios en Kinshasa, la capital.
Una década de vivir con la violencia ha tenido bajas físicas en esta lujuriosa región. La carretera pavimentada que llevaba a Kiwanja se ha transformado en una transitada huella de tierra, y una atracción turística cercana, el Parque Nacional de Virunga, ha perdido a la mayoría de sus elefantes, leones y otros animales protegidos a manos de hambrientos y furtivos cazadores hutus. Ahora, una fuerza de Naciones Unidas acampadaen una ciudad adyacente desaconseja viajar a través del parque sin una escolta armada.
Además de los envejecidos milicianos, los bosques de la región ocultan a combatientes hutus más jóvenes que no participaron en las atrocidades ruandesas o fueron reclutados por los interhamwe en el Congo. Miles de mujeres y niños se encuentran también entre las cerca de 30.000 personas que Naciones Unidas considera que son miembros de las milicias selváticas.
En abril Naciones Unidas comenzaron un programa de desarme voluntario que ha atraído a entre 60 y 90 interahamwe en un mes. Sus armas entregadas son destruidas y los hombres dirigidos a un campo de re-educación ruandés antes de ser enviados a sus aldeas natales.
"La mayoría de los reclutas quieren volver a casa", dijo el mayor Christian Vera, un oficial de Uruguay involucrado en la desmovilización. Fue entrevistado en Goma, la capital provincial de Kivu del Norte. "Están cansados de vivir en la selva, comiendo lo que encuentran. Quieren volver a sus familias y vivir en su propio país".
Pero muchos interahamwe, especialmente sus miembros más viejos, podrían ser juzgados por asesinato si vuelven a Ruanda. Como resultado, muchos residentes del este del Congo están convencidos de que los interahamwe sólo se irán si se les obliga.
Justin Atongwe, un funcionario del medio-ambiente del gobierno congoleño que vive en Kiwanja expresó pocas esperanzas de que los interahamwe u otras milicias abandonen el país a corto plazo. Si él tuviera dinero, dijo, se mudaría.
En 1998, contó Atongwe, estaba viajando por una carretera al sur de la ciudad cuando un grupo de unos 20 hombres armados con harapos y barbas crecidas emergió de la selva. "Parecían animales, como personas que han vivido en la selva", recordó. Los hombres robaron sus ropas, zapatos, maleta y 30 dólares.
Eso fue hace casi siete años, pero poco ha cambiado, dijo Atongwe, riendo suavemente y con la vista en el suelo.
"En Kivu del Norte", dijo, "todavía hay guerra".
10 de febrero de 2005
17 de febrero de 2005
©washington post
©traducción mQh
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