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tener y no tener


[Ginia Bellafante] La nueva autobiografía de Lauren Bacall.
En los años setenta, Lauren Bacall escribió lo que sería el primer volumen de su autobiografía ‘By Myself', un libro que haría la crónica de su vida como hija única, su descubrimiento por Diana Vreeland, su surgimiento en Hollywood, sus matrimonios -uno dichoso y otro turbulento- con Humphrey Bogart y Jason Robards.
"¿Han pasado 27 años?", se pregunta Bacall en el primer renglón de la secuela de 179 páginas, ‘And Then Some', que será publicada la próxima semana por HarperCollins (junto con una reedición de ‘By Myself' de 1978 en el mismo tomo). ‘No puedo creerlo. El tiempo vuela, incluso cuando no te estás divirtiendo".
El mundo ha conocido a promotores más ansiosos de la tercera edad pero Bacall ha decidido escribir y hablar sobre todo lo que ha ocurrido en los años entretanto con una inocencia que uno ha dejado hace mucho tiempo de asociar con los famosos. Se hizo estrella de Hollywood (‘Mujer del Año'), siguió hacia las películas (‘Dogville' en 2003, ‘Birth', el año pasado), se deshizo lamentándolo de una casa en la playa (Amagansett, Nueva York), perdió a amigos íntimos (Katharine Hepburn, Gregory Peck) y fue finalmente nominada para un Academy Award por su papel como la madre de Barbra Streisand en ‘The Mirror Has Two Faces' (1996). No la obtuvo.
Bacall tiene 80, y al contrario de todas las descripciones que hace de sí misma, parece más robusta de lo que implicaría la edad. "No me miro al espejo, no me gusta lo que veo, no me ha gustado nunca. No es falsa modestia, es la verdad", dijo una tarde hace algunas semanas en el salón de su apartamento en el Dakota con vistas al Central Park.
Su ama de llaves había entrado justo en ese momento con un pote de café protegido por un guante navideño y Bacall abrió la gaveta de una cómoda para sacar unos posavasos de su colección. "Hoy usaremos la del Café Flore", dijo, con un meditado floreo de actriz. "¿Le parece?"
El Dakota ha sido su casa -que compartió con Robards, con sus hijos y más recientemente con su papillón, Sophie- desde que se vino de Los Angeles en 1961. Ha vivido como una mujer soltera durante 35 años. En la pared del salón cuelga un retrato de un ancestro de Sophie, un caballero del Rey Charles llamado Blenheim, junto con pinturas e impresos de muchos otros animales (a Bacall le han gustado siempre los animales domésticos y se indignó cuando un periodista británico describió incorrectamente el color de Sophie como concha de carey).
"La primera persona que vi al entrar en el edificio fue Boris Karloff", recordó. En el edificio también ha vivido Judy Holliday. "Roberta Flack vive aquí. Todavía está aquí y es simpática", dijo Bacall.
Antes de que se transformara en un refugio para los que se movían en los altos rangos de las profesiones económicas, el Danoka era famoso por ser un santuario de artistas. "Había otra gente del mundo del espectáculo", dijo Bacall. "Todo el mundo se conocía. Era un lugar mucho más cálido. Nueva York era mucho más excitante no se giraba en torno al dinero".
Dice que nunca poseyó una gran fortuna. "Me gustaría tener un pequeño pied-à-terre en París, un chalet junto al mar en Malibu o Trancas", dijo Bacall. "No me interesaría dónde exactamente. Pero no puedo pagarme eso. No puedo tener casa en todas partes. Bogie no era un hombre rico. Jason tampoco".
El apartamento en el Dakota refleja ciertamente las experiencias de alguien que ha conocido grandes placeres, tanto sociales como monetarios. El salón tiene dos litografías de Calder, una serie de esculturas de Henry Moore, al que conoció, en la repisa de la chimenea, y fotografías de ella con muchas luminarias, incluyendo a Eleanor Roosevelt. Un pasillo está alineado de bosquejos de otro amigo, el artista Robert Graham.
El salón de Bacall tiene un amanerado eclecticismo; la mayoría de los muebles parecen salidos de un viaje muy romántico. En su visión, sin embargo, hay demasiadas cosas, gracias en parte a la venta de la casa de Long Island. "Yo sé de dónde viene todo, porque yo los escogí todos", dijo. Durante su juventud en Los Angeles se hizo amiga de una mujer llamada Mildred Jaffe, que la introdujo en las cosas finas. "Me enseñó todo, y me llevó a todas partes", dijo Bacall.
Una mesita de café redonda con textos en sánscrito inscritos está cerca de la pared norte de la sala. En ella hay una copia de ‘Chronicles', de Bob Dyland de 1997; ella lo describe como "adorable".
El bar con mesón de mármol en la esquina es francés, y fue comprado a la decoradora de interiores Gladys Belzer, que era la madre de Loretta Young.
"Tenía un gusto impecable", dijo Bacall. "Ella diría", dice imitando el acento aristocrático del Sur: "‘Esto viene de las Bellas Artes, querida'".
Por supuesto, en su salón el Oscar brilla por su ausencia. "Nunca pensé en que yo recibiría ese tipo de reconocimiento en el mundo del cine", dijo. Luego, recordando el nombre de un colega del pasado, bromeó: "Yo y Garbo". Bacall recordó haber asistido de la entrega de las Academy Awards en 1997. Cuando Kevin Spacey se acercó al estrado a presentar el premio a la mujer actriz secundaria, el corazón de Ball retumbaba tan furiosamente que pensó que no sería capaz de levantarse si era llamada.
"Desafortunadamente", dijo, su fría voz imperiosa y seductora, "fue el año de ‘El paciente inglés'. El premio fue otorgado a Juliette Binoche.
"Me sentí muy sola", escribe en ‘And Then Some'. "No importa cómo lo digas, pero este es un baile para ganadores".
La idea de escribir otro libro autobiográfico se le ocurrió, dijo, debido a que tanta gente joven le había escrito en los últimos años -gente que había visto ‘El sueño eterno' en DVD- preguntándole más sobre ella. (Es también la autora de otra memoria, ‘Now', publicada en 1994).
"Cuando tengo momento de calma en mi vida, escribo, y eso ocurre bastante a menudo", explicó. "Nada es nunca tan bueno como al principio", continuó, optimista. "Yo tuve repentinamente una vida de cuento de hadas, a una edad tan joven, ¿quién hubiera pensado que iba a ocurrir una cosa así?"
En conversaciones sobre su vida ahora no escabulle el tema de la soledad. "A veces cuando voy al teatro y no tengo a nadie que me acompañe, puede ser difícil. Pero ahora que tengo a Sophie, no me siento nunca sola".
Cree que la muerte de sus amigos es el aspecto más difícil de hacerse viejo.
"Lo peor fue Adolph Green", dijo, refiriéndose al dramaturgo y libretista que murió en 2002. "Nadie que lo conociera podía olvidarlo. Tenía una inteligencia increíble. Era un gran, gran amigo", continuó. "Creo que la amistad es la relación más valiosa que tienes en la vida".
Sophie, que aparece en la solapa del libro ‘And Then Some', son su orgullosa propietaria, es responsable de muchas de las interrupciones de la conversación con Bacall. "Yo ceno -bueno, si se le puede llamar ‘cenar' a eso", dijo antes de volverse a sujetar a Sophie, extraviando sus ideas.
"Mírala, mira el modo en que sienta como si fuera la dueña de todo", dijo Bacall , divertida.
Bacall saca ella misma a pasear a Sophie. Desde que vendió su casa en la playa a mediados de los años noventa, pasa la mayoría de los fines de semana en casa en el Dakota. "Entro y salgo de los closets y armarios y trato de deshacerme de cosas", dijo. "Es un tipo de ir no hacer nada que encuentro agradable".

2 de marzo de 2005
©new york times
©traducción mQh

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