anarquía en calles de iraq
[Monte Morin] Epidemia de asesinatos en las calles de Iraq.
Bagdad, Iraq. Ha pasado más de un mes desde que Hassan Hadi viera cómo sus compañeros de trabajo fueran ejecutados uno por uno por la Panadería Felicidad, y no puede dejar de recordar el momento en que el destino le perdonó su vida.
En un pequeño apartamento a apenas una cuadra de la escena del crimen, un familiar de una de las víctimas pone una pistola en su cinturón y desliza una granada de apagado verde en el bolsillo de su chaqueta mientras él piensa en cómo vengarse.
Y en la oscura sala de autopsias de la morgue central de Bagdad, un doctor que examina a las víctimas de la panadería sonríe débilmente para sí mismo a medida que más y más cuerpos llegan a la apiñada instalación.
"Los casos son cada vez más increíbles", dice el doctor Taha Qassim. "Montones de crímenes, asesinatos, decapitaciones. Sólo hoy hice la autopsia de tres cuerpos decapitados. Probablemente romperemos el récord de cadáveres decapitados en los departamentos forenses del mundo".
Cuando los recién elegidos líderes de Iraq allanan la formación de una novata democracia, una epidemia de crímenes se ha apoderado de este conflictivo país. Las estadísticas del ministerio de Sanidad muestras cifras nunca vista antes de civiles iraquíes que mueren violentamente, sobre todo aquí en la capital.
Los asesinatos y atentados con bomba han llamado la atención del mundo. Pero funcionarios iraquíes dicen que la violencia no relacionada con la resistencia está aumentando, y es más probable que los iraquíes mueran a manos -o en el fuego cruzado- de secuestradores, ladrones de coches y vecinos furiosos que en atentados con coches-bomba.
En algunos casos, dicen las autoridades, los motivos son tan oscuros que no pueden decidir si están investigando un crimen disfrazado de acto de guerra o de un asesinato político encubierto como una violenta riña de negocios.
Solamente en Bagdad los funcionarios de la morgue central contaron en 2004, 8.035 muertes por causas no naturales, de 6.012 el año pasado, cuando Estados Unidos invadió Iraq. En 2002, el último año del régimen de Saddam Hussein, la morgue realizó 1.800 autopsias.
De las muertes que ocurren ahora, un 60 por ciento son causadas por heridas de bala, dicen los funcionarios, y la mayoría no están relacionadas con la resistencia. Llegan cada día a la morgue entre 20 y 30 cadáveres, y las víctimas en su gran mayoría hombres.
Gran parte de la violencia, dicen los funcionarios, se inspira en rivalidades étnicas, tribales y religiosas, que eran mantenidas a raya por el brutal régimen de Hussein, y es facilitada por la abundancia de armas de fuego. Esa mortífera combinación ha desatado una ola de asesinatos por venganza, venganzas tribales, secuestros mercenarios y robos.
"La única virtud del antiguo régimen es que Iraq gozaba de estabilidad", dijo el teniente Faris Jubrail, de la policía de Bagdad. "Era una reacción ante los severos castigos que imponía el régimen. Esto no habría ocurrido nunca entonces".
Los policías dicen que están cada vez más preocupados por la reciente llegada de grupos delictivos organizados que comercian en armas, drogas y coches robados y someten a chantaje a la gente. En algunos casos, dice la policía, los insurgentes han pagado a bandas de matones para secuestrar a doctores e ingenieros o matar a barberos por realizar cortes de pelo al estilo occidental.
El general de la Fuerza Aérea, Richard B. Myers, presidente del Mando Conjunto del Estado Mayor, se hizo eco de la policía, diciendo el martes en Bagdad que los criminales a sueldo jugaban un papel cada vez mayor en la resistencia.
La policía dice que las bandas no son motivadas por el deseo de poner fin a la ocupación; están simplemente tratando de ganar dinero.
"Hay muchas maneras diferentes de alcanzar el martirio ahora", dijo secamente un portavoz de la policía iraquí. "En los viejos días, estas cosas eran controladas por el régimen, pero ahora no hay modo de pararlas".
Uno de esos incidentes, dijo el agente, fue el descarado asesinato de 11 trabajadores y clientes de la Panadería Felicidad en Nuevo Bagdad el 11 de febrero, un suburbio de clase obrera chií en el lado este de la capital.
Los detectives sospecharon primero de insurgentes sunníes -las panaderías tenían retratos de clérigos chiíes y carteles llamando a los clientes a votar en las elecciones del 30 de enero, y el ataque tomó lugar justo antes de Ashura, un importante festivo chií.
La policía cambió de opinión cuando los testigos reconocieron a varios asesinos que eran chiíes. Las autoridades sospechan ahora que se trató de una vendetta tribal. Especulan que puede tratarse de una banda contratada para cometer los asesinatos y hacerlos aparecer como si los hubieran cometido los rebeldes.
Hadi, 30, dijo que una multitud de hambrientos clientes estaba pidiendo pan caliente para el desayuno samoon la mañana de un viernes en la popular panadería de la Calle de los Mártires. Hadi estaba atareado amasando enormes cantidades de harina, que el panadero Ali Salim metía en el horno con una ancha paleta de madera.
Hacían bromas mientras trabajaban. "Nos estábamos riendo de nuestro trabajador más joven, Mustafa", recordó Hadi. "Nos estábamos riendo de su enorme nariz".
La risa cesó abruptamente cuando oyeron ráfagas de bala justo afuera de la panadería. Sin que Hadi pudiera verlo, hombres armados que venían en tres coches se echaron a la calle y corrieron hacia las tiendas. "¡Dios es grande!", gritó un pistolero. "¡Dios es sólo uno!"
La alarma se convirtió en terror en la Panadería Felicidad cuando una segunda ráfaga hizo trizas el ventanal central y perforó al encargado de la caja, matándolo.
Hadi se deslizó detrás de un enorme mezcladora de pan y atisbó hacia la puerta de entrada. Vio entrar a la panadería a un hombre en camiseta y con una máscara negra. Llevaba un rifle Kalashnikov.
"Me dio terror cuando vi qué tipo de arma llevaba", dijo Hadi. "Luego llegó el momento más terrible: La balacera era dentro de la tienda y me sentía como si las balas nos estuvieran matando uno por uno".
Salim, el panadero, murió frente a su horno. El empleado Abdul Rehman fue matado cuando saltaba sobre la mezcladora de harina. Hadi sintió cómo una bala se incrustaba en su cadera.
Mientras se preparaba para recibir el golpe de gracia, Hadi oyó a alguien gritar repentinamente al pistolero: "¡Vamos, mátalos! ¡Nos están atacando! ¡Vámonos!" Los pistoleros desaparecieron en cuestión de segundos, dejando 11 personas muertas o agonizando.
El hermano de Hadi, Farooq, 23, también trabaja en la panadería. Él y Mustafa, el chico del que se reían, se había encerrado en los servicios durante el ataque. Mientras las balas se incrustaban en la puerta y en los listones de la ventana, contuvieron el aliento, sin atreverse a hacer un ruido.
Cuando terminó, Farooq Hadi trasladó a su hermano y a Rehman, que tenía varias heridas, al hospital.
"Incluso cuando íbamos hacia el hospital, sólo repetía: Oh, Ali'", dijo Farooq Hadi, refiriéndose a una expresión que utilizan los chiíes a menudo en momentos de dolor o de problemas. Ali era primo y yerno del profeta Mahoma.
"Luego, a medida que nos acercábamos, su voz se fue haciendo más y más débil, y cuando llegamos al hospital ya no se oía su voz. Había muerto".
La documentación de muertes semejantes en Iraq es extremadamente irregular. Ni los militares norteamericanos ni su embajada siguen la cuenta de las muertes civiles en Iraq.
Aparte de las estadísticas de la morgue, que sólo cubren Bagdad, el ministerio de Sanidad ha informado que 5.158 civiles iraquíes han muerto como resultado de actividades militares y de la resistencia en todo el país durante los últimos seis meses de 2004.
Esa cifra, como otras entregadas por el ministerio, son desechadas como inverosímilmente bajas por los grupos de derechos humanos y como altamente improbables por funcionarios de la coalición norteamericana en Iraq.
"No consideramos que sus estadísticas sobre muertes civiles sean fiables, pero son las únicas disponibles", dijo un funcionario occidental que habló anónimamente. "Es casi imposible determinar con algún grado de precisión cuántos iraquíes han muerto, especialmente por la violencia. Hay guerra, terrorismo, vendettas, delincuencia común, secuestros... En otras palabras, es simplemente imposible saber".
Algunos grupos insisten en que los iraquíes matados por las tropas norteamericanas superan de lejos las víctimas de la delincuencia.
La organización independiente Iraq Body Count lleva la cuenta de muertes de las que informa la prensa local.
Calculan que han muerto unos 18.670 civiles iraquíes desde la invasión norteamericana hace dos años.
Un estudio publicado en la revista médica británica Lancet calculó que más de 100.000 civiles iraquíes han sido asesinados desde la invasión y atribuyeron la mayoría de esas muertes a tropas de la coalición, en particular a los bombardeos aéreos.
El estudio fue único en el sentido de que se trataba de una extrapolación de sondeos realizados en casi 1.000 familias en todo Iraq.
Sus conclusiones fueron consideradas polémicas en los últimos días de la elección presidencial norteamericana del año pasado, pero el principal autor del informe, Les Roberts, las defiende.
En la pared agujereada por las balas de la Panadería Felicidad, banderas negras de defunción llevan los nombres de los muertos y condenan los "actos cobardes y traicioneros" de los atacantes. Muchas banderas semejantes cuelgan en el barrio; los tiroteos no son raros aquí. Las armas son fáciles de obtener, y los vecinos dicen que están más que preparados para responder a los ataques con sus propios arsenales.
Un vecino, Abu Ali, 37, habla con orgullo de su solitario contraataque durante el asalto de la panadería. El informe proporciona un vívido ejemplo de cómo la violencia ha impregnado la sociedad iraquí.
Ali, un primo del dueño de la panadería, se alarmó cuando oyó prolongados tiroteos ese día. El ex soldado agarró su Kalashnikov y corrió hacia la escena. Dijo que vio a un hombre enmascarado con un rifle automático parado en la calle y dio por sentado que estaba atacando la panadería. Ali dijo que disparó contra el hombre, descerrajándole tres ráfagas.
Cuando otro pistolero empezó a disparar contra Ali, dijo, corrió de vuelta a su casa, donde tenía una colección de granadas. Agarró dos de ellas, se subió al tejado de su casa y arrojó una a la calle, donde explotó.
Ali dijo que los atacantes empezaron a disparar contra él y él lanzó la segunda granada, pero esta chocó contra una pared y rebotó hacia él. Se las arregló para volver dentro antes de que detonara.
Ali dijo que se puso más que contento cuando vio a los atacantes arrastrar los cuerpos de dos de sus compañeros hacia los coches antes de huir.
Ali metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó una pequeña granada verde pálido.
"Después del incidente nunca salgo sin llevar una de estas en mi bolsillo", dijo con una sonrisa.
Frente a las puertas de la morgue central de Bagdad, parientes de los muertos se lamentan y lloran. Una constante procesión de endebles ataúdes de madera amarrados a los capós de coches o metidos en los portaequipajes avanza por la entrada de la morgue hacia el agente en servicio, que firmará los documentos.
Embargados por la emoción, los parientes a veces son dominados por la rabia cuando se reúnen con el personal médico.
"Ha cambiado tanto. Parece que la tasa de crímenes aumenta cada día", dijo el doctor Abed Razaq, el director suplente de la morgue. "Incluso la gente con la que tenemos que ver, es diferente. La mayoría de la gente en una situación crítica tiende a actuar de manera anormal o vulgar. Siendo las circunstancias lo que son, sin seguridad y sin leyes, la gente entristecida se las trae con nosotros, nos intimidan y a veces hasta nos amenazan".
El doctor dijo que él y su personal se han transformado en expertos para vérselas con su rabia y han aprendido a absorberla "como una esponja que absorbe agua".
"Tenemos que hacerlo para poder hacer nuestro trabajo", dijo Razaq. "En Iraq ha cambiado todo. Sólo las leyes de la medicina forense siguen siendo las mismas".
Caesar Ahmed y Suhail Ahmad en Baghdad contribuyeron a este reportaje.
20 de marzo de 2005
©los angeles times
©traducción mQh
En un pequeño apartamento a apenas una cuadra de la escena del crimen, un familiar de una de las víctimas pone una pistola en su cinturón y desliza una granada de apagado verde en el bolsillo de su chaqueta mientras él piensa en cómo vengarse.
Y en la oscura sala de autopsias de la morgue central de Bagdad, un doctor que examina a las víctimas de la panadería sonríe débilmente para sí mismo a medida que más y más cuerpos llegan a la apiñada instalación.
"Los casos son cada vez más increíbles", dice el doctor Taha Qassim. "Montones de crímenes, asesinatos, decapitaciones. Sólo hoy hice la autopsia de tres cuerpos decapitados. Probablemente romperemos el récord de cadáveres decapitados en los departamentos forenses del mundo".
Cuando los recién elegidos líderes de Iraq allanan la formación de una novata democracia, una epidemia de crímenes se ha apoderado de este conflictivo país. Las estadísticas del ministerio de Sanidad muestras cifras nunca vista antes de civiles iraquíes que mueren violentamente, sobre todo aquí en la capital.
Los asesinatos y atentados con bomba han llamado la atención del mundo. Pero funcionarios iraquíes dicen que la violencia no relacionada con la resistencia está aumentando, y es más probable que los iraquíes mueran a manos -o en el fuego cruzado- de secuestradores, ladrones de coches y vecinos furiosos que en atentados con coches-bomba.
En algunos casos, dicen las autoridades, los motivos son tan oscuros que no pueden decidir si están investigando un crimen disfrazado de acto de guerra o de un asesinato político encubierto como una violenta riña de negocios.
Solamente en Bagdad los funcionarios de la morgue central contaron en 2004, 8.035 muertes por causas no naturales, de 6.012 el año pasado, cuando Estados Unidos invadió Iraq. En 2002, el último año del régimen de Saddam Hussein, la morgue realizó 1.800 autopsias.
De las muertes que ocurren ahora, un 60 por ciento son causadas por heridas de bala, dicen los funcionarios, y la mayoría no están relacionadas con la resistencia. Llegan cada día a la morgue entre 20 y 30 cadáveres, y las víctimas en su gran mayoría hombres.
Gran parte de la violencia, dicen los funcionarios, se inspira en rivalidades étnicas, tribales y religiosas, que eran mantenidas a raya por el brutal régimen de Hussein, y es facilitada por la abundancia de armas de fuego. Esa mortífera combinación ha desatado una ola de asesinatos por venganza, venganzas tribales, secuestros mercenarios y robos.
"La única virtud del antiguo régimen es que Iraq gozaba de estabilidad", dijo el teniente Faris Jubrail, de la policía de Bagdad. "Era una reacción ante los severos castigos que imponía el régimen. Esto no habría ocurrido nunca entonces".
Los policías dicen que están cada vez más preocupados por la reciente llegada de grupos delictivos organizados que comercian en armas, drogas y coches robados y someten a chantaje a la gente. En algunos casos, dice la policía, los insurgentes han pagado a bandas de matones para secuestrar a doctores e ingenieros o matar a barberos por realizar cortes de pelo al estilo occidental.
El general de la Fuerza Aérea, Richard B. Myers, presidente del Mando Conjunto del Estado Mayor, se hizo eco de la policía, diciendo el martes en Bagdad que los criminales a sueldo jugaban un papel cada vez mayor en la resistencia.
La policía dice que las bandas no son motivadas por el deseo de poner fin a la ocupación; están simplemente tratando de ganar dinero.
"Hay muchas maneras diferentes de alcanzar el martirio ahora", dijo secamente un portavoz de la policía iraquí. "En los viejos días, estas cosas eran controladas por el régimen, pero ahora no hay modo de pararlas".
Uno de esos incidentes, dijo el agente, fue el descarado asesinato de 11 trabajadores y clientes de la Panadería Felicidad en Nuevo Bagdad el 11 de febrero, un suburbio de clase obrera chií en el lado este de la capital.
Los detectives sospecharon primero de insurgentes sunníes -las panaderías tenían retratos de clérigos chiíes y carteles llamando a los clientes a votar en las elecciones del 30 de enero, y el ataque tomó lugar justo antes de Ashura, un importante festivo chií.
La policía cambió de opinión cuando los testigos reconocieron a varios asesinos que eran chiíes. Las autoridades sospechan ahora que se trató de una vendetta tribal. Especulan que puede tratarse de una banda contratada para cometer los asesinatos y hacerlos aparecer como si los hubieran cometido los rebeldes.
Hadi, 30, dijo que una multitud de hambrientos clientes estaba pidiendo pan caliente para el desayuno samoon la mañana de un viernes en la popular panadería de la Calle de los Mártires. Hadi estaba atareado amasando enormes cantidades de harina, que el panadero Ali Salim metía en el horno con una ancha paleta de madera.
Hacían bromas mientras trabajaban. "Nos estábamos riendo de nuestro trabajador más joven, Mustafa", recordó Hadi. "Nos estábamos riendo de su enorme nariz".
La risa cesó abruptamente cuando oyeron ráfagas de bala justo afuera de la panadería. Sin que Hadi pudiera verlo, hombres armados que venían en tres coches se echaron a la calle y corrieron hacia las tiendas. "¡Dios es grande!", gritó un pistolero. "¡Dios es sólo uno!"
La alarma se convirtió en terror en la Panadería Felicidad cuando una segunda ráfaga hizo trizas el ventanal central y perforó al encargado de la caja, matándolo.
Hadi se deslizó detrás de un enorme mezcladora de pan y atisbó hacia la puerta de entrada. Vio entrar a la panadería a un hombre en camiseta y con una máscara negra. Llevaba un rifle Kalashnikov.
"Me dio terror cuando vi qué tipo de arma llevaba", dijo Hadi. "Luego llegó el momento más terrible: La balacera era dentro de la tienda y me sentía como si las balas nos estuvieran matando uno por uno".
Salim, el panadero, murió frente a su horno. El empleado Abdul Rehman fue matado cuando saltaba sobre la mezcladora de harina. Hadi sintió cómo una bala se incrustaba en su cadera.
Mientras se preparaba para recibir el golpe de gracia, Hadi oyó a alguien gritar repentinamente al pistolero: "¡Vamos, mátalos! ¡Nos están atacando! ¡Vámonos!" Los pistoleros desaparecieron en cuestión de segundos, dejando 11 personas muertas o agonizando.
El hermano de Hadi, Farooq, 23, también trabaja en la panadería. Él y Mustafa, el chico del que se reían, se había encerrado en los servicios durante el ataque. Mientras las balas se incrustaban en la puerta y en los listones de la ventana, contuvieron el aliento, sin atreverse a hacer un ruido.
Cuando terminó, Farooq Hadi trasladó a su hermano y a Rehman, que tenía varias heridas, al hospital.
"Incluso cuando íbamos hacia el hospital, sólo repetía: Oh, Ali'", dijo Farooq Hadi, refiriéndose a una expresión que utilizan los chiíes a menudo en momentos de dolor o de problemas. Ali era primo y yerno del profeta Mahoma.
"Luego, a medida que nos acercábamos, su voz se fue haciendo más y más débil, y cuando llegamos al hospital ya no se oía su voz. Había muerto".
La documentación de muertes semejantes en Iraq es extremadamente irregular. Ni los militares norteamericanos ni su embajada siguen la cuenta de las muertes civiles en Iraq.
Aparte de las estadísticas de la morgue, que sólo cubren Bagdad, el ministerio de Sanidad ha informado que 5.158 civiles iraquíes han muerto como resultado de actividades militares y de la resistencia en todo el país durante los últimos seis meses de 2004.
Esa cifra, como otras entregadas por el ministerio, son desechadas como inverosímilmente bajas por los grupos de derechos humanos y como altamente improbables por funcionarios de la coalición norteamericana en Iraq.
"No consideramos que sus estadísticas sobre muertes civiles sean fiables, pero son las únicas disponibles", dijo un funcionario occidental que habló anónimamente. "Es casi imposible determinar con algún grado de precisión cuántos iraquíes han muerto, especialmente por la violencia. Hay guerra, terrorismo, vendettas, delincuencia común, secuestros... En otras palabras, es simplemente imposible saber".
Algunos grupos insisten en que los iraquíes matados por las tropas norteamericanas superan de lejos las víctimas de la delincuencia.
La organización independiente Iraq Body Count lleva la cuenta de muertes de las que informa la prensa local.
Calculan que han muerto unos 18.670 civiles iraquíes desde la invasión norteamericana hace dos años.
Un estudio publicado en la revista médica británica Lancet calculó que más de 100.000 civiles iraquíes han sido asesinados desde la invasión y atribuyeron la mayoría de esas muertes a tropas de la coalición, en particular a los bombardeos aéreos.
El estudio fue único en el sentido de que se trataba de una extrapolación de sondeos realizados en casi 1.000 familias en todo Iraq.
Sus conclusiones fueron consideradas polémicas en los últimos días de la elección presidencial norteamericana del año pasado, pero el principal autor del informe, Les Roberts, las defiende.
En la pared agujereada por las balas de la Panadería Felicidad, banderas negras de defunción llevan los nombres de los muertos y condenan los "actos cobardes y traicioneros" de los atacantes. Muchas banderas semejantes cuelgan en el barrio; los tiroteos no son raros aquí. Las armas son fáciles de obtener, y los vecinos dicen que están más que preparados para responder a los ataques con sus propios arsenales.
Un vecino, Abu Ali, 37, habla con orgullo de su solitario contraataque durante el asalto de la panadería. El informe proporciona un vívido ejemplo de cómo la violencia ha impregnado la sociedad iraquí.
Ali, un primo del dueño de la panadería, se alarmó cuando oyó prolongados tiroteos ese día. El ex soldado agarró su Kalashnikov y corrió hacia la escena. Dijo que vio a un hombre enmascarado con un rifle automático parado en la calle y dio por sentado que estaba atacando la panadería. Ali dijo que disparó contra el hombre, descerrajándole tres ráfagas.
Cuando otro pistolero empezó a disparar contra Ali, dijo, corrió de vuelta a su casa, donde tenía una colección de granadas. Agarró dos de ellas, se subió al tejado de su casa y arrojó una a la calle, donde explotó.
Ali dijo que los atacantes empezaron a disparar contra él y él lanzó la segunda granada, pero esta chocó contra una pared y rebotó hacia él. Se las arregló para volver dentro antes de que detonara.
Ali dijo que se puso más que contento cuando vio a los atacantes arrastrar los cuerpos de dos de sus compañeros hacia los coches antes de huir.
Ali metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó una pequeña granada verde pálido.
"Después del incidente nunca salgo sin llevar una de estas en mi bolsillo", dijo con una sonrisa.
Frente a las puertas de la morgue central de Bagdad, parientes de los muertos se lamentan y lloran. Una constante procesión de endebles ataúdes de madera amarrados a los capós de coches o metidos en los portaequipajes avanza por la entrada de la morgue hacia el agente en servicio, que firmará los documentos.
Embargados por la emoción, los parientes a veces son dominados por la rabia cuando se reúnen con el personal médico.
"Ha cambiado tanto. Parece que la tasa de crímenes aumenta cada día", dijo el doctor Abed Razaq, el director suplente de la morgue. "Incluso la gente con la que tenemos que ver, es diferente. La mayoría de la gente en una situación crítica tiende a actuar de manera anormal o vulgar. Siendo las circunstancias lo que son, sin seguridad y sin leyes, la gente entristecida se las trae con nosotros, nos intimidan y a veces hasta nos amenazan".
El doctor dijo que él y su personal se han transformado en expertos para vérselas con su rabia y han aprendido a absorberla "como una esponja que absorbe agua".
"Tenemos que hacerlo para poder hacer nuestro trabajo", dijo Razaq. "En Iraq ha cambiado todo. Sólo las leyes de la medicina forense siguen siendo las mismas".
Caesar Ahmed y Suhail Ahmad en Baghdad contribuyeron a este reportaje.
20 de marzo de 2005
©los angeles times
©traducción mQh
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