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manifiesto calvinista de weber


[Francis Fukuyama] A 100 años de la publicación de ‘La ética protestante y el espíritu del capitalismo' Francis Fukuyama elaboró, para el New York Times, un ensayo donde se pregunta por la vigencia de una de las obras cumbres del célebre sociólogo alemán. A su juicio, la importancia de los factores religiosos en el desarrollo económico -y en el acontecer político- hacen necesaria una nueva mirada a Weber.
Este año se cumple el centenario del más famoso tratado sociológico jamás escrito, ‘La ética protestante y el espíritu del capitalismo', de Max Weber. Fue un libro que rebatió a Karl Marx. La religión, de acuerdo con Weber, no era una ideología producida por intereses económicos (El "opio de las masas", en las palabras de Marx), sino más bien lo que había hecho posible el mundo capitalista moderno. En esta década, cuando las culturas parecen estar colisionando y cuando la religión es culpada con frecuencia de los fracasos de la modernización y de la democracia en el mundo musulmán, el libro y las ideas de Weber merecen una nueva mirada.
El argumento de Weber se centraba en el protestantismo ascético. El decía que la doctrina calvinista de la predestinación llevaba a los creyentes a buscar demostrar su estatus de elegidos, cuestión que hacían dedicándose al comercio y a la acumulación material. De este modo, el protestantismo creó una ética laboral -esto es, una valoración del trabajo por sí mismo, más que por sus resultados- y demolió la antigua doctrina aristotélica/católico-romana, según la cual se debía adquirir sólo la riqueza necesaria para vivir bien. Adicionalmente, el protestantismo advirtió a sus seguidores en cuanto a comportarse correctamente fuera de los límites familiares, cuestión decisiva para crear un sistema de confianza social.
La tesis de Weber fue controvertida desde el momento en que se publicó. Diversos académicos señalaron que era empíricamente incorrecta en cuanto al desempeño económico superior de los protestantes respecto de los católicos. Que las sociedades católicas habían comenzado a desarrollar el capitalismo moderno mucho antes de la Reforma y que fue la Contrarreforma, más que el catolicismo en sí, la que había llevado al atraso. El economista alemán Werner Sombart afirmó haber encontrado el equivalente funcional de la ética protestante en el judaísmo, mientras Robert Bellah la descubrió en el budismo Tokugawa japonés.
No hay riesgo en afirmar que la mayoría de los economistas contemporáneos no toman en serio las hipótesis de Weber, ni ninguna otra teoría culturalista del crecimiento económico. Muchos sostienen que la cultura es una categoría residual en la que se refugian los cientistas sociales perezosos cuando no pueden desarrollar una teoría más rigurosa. Hay, en verdad, razones para ser cautelosos a la hora de usar la cultura para explicar resultados económicos y políticos. Los propios escritos de Weber acerca de las otras grandes religiones mundiales, y su impacto en la modernización, sirven como advertencias. Su libro ‘La religión de China: confucianismo y taoísmo' (1916) da una mirada muy sombría a las perspectivas de desarrollo económico en la china confucianista, cuya cultura, se destaca en cierto punto, ofrece sólo un obstáculo ligeramente menor que el de Japón al surgimiento del capitalismo moderno.
Lo que atrasó a la China y al Japón tradicionales, podemos entender ahora, no fue la cultura, sino las instituciones sofocantes, malas políticas y tácticas inadecuadas. Una vez que éstas fueron reparadas, ambas sociedades despegaron. La cultura es sólo uno de los muchos factores que determinan el éxito de una sociedad. Esto es algo para tener en mente cuando se oye que la religión del Islam explica el terrorismo, la falta de democracia u otros fenómenos en el Medio Oriente.
Al mismo tiempo, nadie puede negar la importancia de la religión y la cultura al determinar por qué las instituciones funcionan en algunos países mejor que en otros. Las regiones católicas de Europa fueron más lentas en modernizarse que las protestantes y les tomó más tiempo aceptar la democracia. Así, buena parte de lo que Samuel Huntington llamó la "tercera ola" de democratización tuvo lugar entre los '70 y los '90 en lugares como España, Portugal y muchos países de Latinoamérica. Aún hoy, entre las sociedades altamente seculares que integran la Unión Europea, hay un claro declive de actitudes hacia la corrupción política desde el norte protestante hacia el sur mediterráneo. Fue la entrada a la Unión de los correctos escandinavos la que finalmente forzó la renuncia de su plana ejecutiva completa en 1999, por un escándalo de corrupción que involucraba a un ex primer ministro francés.
‘La ética protestante' plantea interrogantes mucho más profundas acerca del rol de la religión en la vida moderna que lo sugerido por la mayoría de los debates al respecto. Weber sostiene que en el mundo moderno la ética del trabajo se ha despojado de las pasiones religiosas que le dieron origen, y que ahora es parte de un capitalismo basado en la ciencia y en la razón. Los valores para Weber no surgen racionalmente, sino del tipo de creatividad humana que inspiró originalmente a las grandes religiones. El creía que su fuente fundamental yacía en lo que etiquetó como "autoridad carismática", en el sentido griego original de "tocada por Dios". El mundo moderno, decía, ha visto este tipo de autoridad derrotada por una forma burocrático-racional que apaga el espíritu humano (produciendo lo que llamó una "jaula de hierro"), aun si ha hecho al mundo pacífico y próspero. La modernidad todavía es perseguida por el "fantasma de las creencias religiosas muertas", pero lleva largo tiempo vaciada de espiritualidad auténtica. Esto fue especialmente cierto, creía Weber, en Estados Unidos, donde "la persecución de la riqueza, desprovista de su sentido religioso y ético tiende a asociarse con pasiones puramente mundanas".
Vale la pena mirar más de cerca el modo en que la visión de Weber del mundo moderno ha rendido en el siglo que siguió a la publicación de ‘La ética protestante'. De muchas formas, por cierto, se ha mostrado fatalmente precisa: el capitalismo basado en la razón y la ciencia se ha diseminado por el planeta, llevando avances materiales a grandes áreas del mundo, integrándolo en lo que ahora llamamos globalización.
Pero huelga decir que la religión y la pasión religiosa no han muerto. No sólo debido a la militancia islámica, sino también al ascenso protestante-evangélico global que, en números concretos, rivaliza con el Islam fundamentalista como fuente de auténtica religiosidad. El renacer del hinduismo entre los indios de clase media o el surgimiento del movimiento Falun Gong en China, o la reaparición de la ortodoxia oriental en Rusia y otros ex territorios comunistas, o la constante resonancia de la religión en EE.UU., sugiere que la secularización y el racionalismo difícilmente pueden ser subalternos ineludibles de la modernización.
Uno podría examinar con mayor amplitud aquello que constituye la religión y la autoridad carismática. El siglo pasado estuvo marcado por lo que el teórico alemán Carl Schmitt llamó movimientos "político-teológicos", como el nazismo y el marxismo-leninismo, basados en compromisos vehementes con creencias fundamentalmente irracionales. El marxismo sostenía ser científico, pero sus adherentes en el mundo real siguieron a líderes como Lenin, Stalin o Mao con un tipo de adhesión ciega a la autoridad indistinguible de la pasión religiosa. (Durante la Revolución Cultural en China la gente debía tener cuidado con lo que hacía con los diarios viejos. Si un diario tenía una foto de Mao y alguien se sentaba en la imagen sagrada o usaba el diario para envolver pescado, corría peligro de que lo que designaran como contrarrevolucionario).
Sorpresivamente, la visión weberiana de una modernidad caracterizada por "especialistas sin espíritu y sensualistas sin corazón" es mucho más aplicable a la Europa moderna que a los EE.UU. de hoy. La Europa actual es un continente pacífico, próspero, administrado racionalmente por la Unión Europea y completamente secular. Los europeos pueden seguir usando términos como "derechos humanos" y "dignidad humana", que están enraizados en los valores cristianos de su civilización, pero pocos de ellos podrían dar cuenta coherente de por qué siguen creyendo en tales cosas. El fantasma de las creencias religiosas muertas atormenta a Europa mucho más que a Estados Unidos.
‘La ética protestante' de Weber fue, de esta manera, tremendamente exitosa en cuanto estímulo al pensamiento acerca de la relación entre valores culturales y modernidad. Pero como reporte histórico del ascenso del capitalismo moderno, o como ejercicio de predicción social, ha resultado ser menos correcto.
Al violento siglo que siguió a la publicación de su libro no le faltó autoridad carismática. Y el siglo que viene amenaza con traer aún más de lo mismo. Uno puede preguntarse si acaso la nostalgia de Weber por la autenticidad espiritual -lo que podría llamarse su nietzscheanismo- no se habrá extraviado, y si vivir en la jaula de hierro del racionalismo moderno es una cosa tan terrible, después de todo.

Los Cómo y los Porqué del Capitalismo, Según Weber
"Durante mucho tiempo", escribe Alain Payrefitte en ‘La sociedad de la confianza', "la única alternativa a la sociología marxista de la economía fue la de Max Weber". Fundador de la sociología moderna junto a Karl Marx y Emile Durkheim, Weber nació en Erfurt, Prusia, en 1820.
Hijo de un destacado político del Partido Liberal Nacional de la época de Bismarck, estudió en las universidades de Heidelberg, Berlín y Gotinga, interesándose por el derecho, la historia y la economía. Advirtiendo que la sociología no podía imitar al pie de la letra a las ciencias "duras", propuso el establecimiento de tipos sociales ideales, base de la construcción de modelos teóricos más rigurosos.
El método se aplicó en ‘La ética protestante y el espíritu del capitalismo' (1905), donde estudió la moral que proponían algunos grupos calvinistas de los siglos XVI y XVII para mostrar lo que él veía como una evidencia: que las sociedades protestantes estaban mejor dotadas que las católicas para el progreso económico. El punto radica en establecer el porqué y el cómo de lo que constituye "la potencia más decisiva de nuestra vida moderna: el capitalismo".
Entre varios otros puntos del libro, Weber designa al ascestismo propio del puritanismo de raíz calvinista (según el cual "cada hora perdida es sustraída al trabajo que contribuye a la gloria divina") como condición de la racionalidad económica.
El ‘Marx de los burgueses' se resistía a aceptar el determinismo económico planteado por el ideólogo del comunismo, reivindicando la importancia de los factores culturales, así como de la progresiva racionalidad que incluso ciertas religiones eran capaces de proveer. Redactor de la Constitución de la República de Weimar, falleció en 1919. Tres años después, su viuda publica ‘Economía y sociedad', otra de sus obras clave.

20 de marzo de 2005
27 de marzo de 2005
©tercera

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