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violencia fundamentalista en basra


[Anthony Shadid] Indignación por ataque armado contra fiesta estudiantil reabre debate sobre papel y alcance del islam.
Basra, Iraq. Celia Garabet pensó que los estudiantes estaban peleando. Sinan Saeed estaba seguro de que había estallado una pelea. Pero a los pocos minutos, un asoleado día en un parque junto al río, se dieron cuenta de que era otra cosa. Un grupo de milicianos chiíes armados de rifles, pistolas, gruesos cables y palos atacaron a cientos de estudiantes que participaban en un picnic estudiantil. Dispararon, golpearon a los estudiantes y se llevaron a algunos en furgonetas. Las transgresiones: hombres cantando y bailando, música y parejas en público.
Ese tumulto, el 15 de marzo, y sus consecuencias han reabierto el debate que ha ensombrecido la segunda ciudad más grande de Iraq desde la invasión norteamericana de 2003: ¿Cuál es el papel del islam en la vida cotidiana? En la alguna vez libertina Basra, un maltratado puerto en el sur de Iraq cerca del Golfo Pérsico, la pregunta domina todo en estos días, desde los partidos políticos en el poder al estilo de vestir en las calles.
En los días posteriores al tumulto, cientos de estudiantes, indignados por las agresiones y detenciones, se manifestaron frente al edificio de la administración de la facultad y luego frente al despacho del gobernador, exigiendo excusas y, más importante, la disolución de la temida policía religiosa de la ciudad universitaria. Los milicianos que atacaron a los estudiantes se jactaron primero de estar erradicando el libertinaje, llegando incluso a repartir videos de la agresión. Pero, temiendo la repulsa popular, más tarde admitieron lo que calificaron de error. El gobernador, él mismo un activista fundamentalista, instó al diálogo para calmar una ciudad irritada y dio el caso por cerrado, incluso aunque los estudiantes insistieron en que no estaban satisfechos.
Para muchos en Basra, los estudiantes lograron lo que no había logrado todavía ningún partido ni político locales: Interrumpieron, aunque brevemente, la marea de conservadurismo religioso que ha cerrado las tiendas de licores en una ciudad que tenía decenas, administrado justicia arbitrariamente y alentado a las mujeres a usar velos y ropas consideradas modestas.
"Los estudiantes rompieron las barreras del temor", dijo Ali Abbas Khafif, un escritor de 55 años y sindicalista que estuvo 23 años encarcelado durante el régimen del ex presidente Saddam Hussein. "Esta fue la primera respuesta de masas al poder religioso".
La victoria puede ser efímera en una ciudad donde el activismo islámico y las armas a menudo se dan la mano. Incluso en su momento de triunfo, muchos estudiantes laicos reconocen que están peleando una guerra perdida; algunos sugieren que ya se ha perdido.
"Sentimos al mismo tiempo nuestro poder y nuestra debilidad", dijo Saif Emad, 24.
El día comenzó con ocho autobuses escolares que aparcaron a las 10 de la mañana en uno de los dos campus de la Universidad de Basra, un extenso recinto donde las buganvillas rosadas interrumpen el monótono paisaje. Cientos de estudiantes de la facultad de ingeniería de la universidad se apiñaron en los buses. A ellos se unieron, en el Parque Andaluz, cientos más a pie y en sus propios coches. Hacia las 10:30, había entre 500 y 750 estudiantes e invitados a un picnic que había sido aprobado por la universidad.
Los jóvenes empezaron a jugar fútbol. Otros fueron a comprar helados. Los más bulliciosos comenzaron a cantar una canción, Se marchó a Basra y me olvidó, de Ali Hatem, un cantante iraquí. Algunos se pusieron más eufóricos, lanzando al aire los radiocasetes junto con pañuelos rojiblancos. La mayoría de las mujeres estaba con velo, aunque algunas, incluyendo a algunas cristianas, llevaban la cabeza descubierta.
"De repente, los estudiantes empezaron a correr", dijo Garabet, 21, estudiante de ingeniería civil.
En ese momento, entre 20 y 40 milicianos leales al grupo militante del clérigo chií Moqtada Sáder y su Ejército Mahdi entraron al parque de una hectárea y crecido césped, mesas de picnic de cemento y senderos de azulejos de colores. Algunos de ellos llevaban pañuelos de cuadros sobre sus caras; otros, pasamontañas negros. Llevaban palos, cables, pistolas y rifles, y algunos llevaban armas en las dos manos. Iban acompañados de dos clérigos en túnica y turbante: Abdullah Menshadawi y Abdullah Zaydi.
Garabet, una mujer sin velo de una familia cristiana armenia, nunca vio a su agresor. La golpeó dos veces por detrás en la cabeza, con su puño. "Tuve miedo de volverme a mirar", dijo.
Tropezó, luego escapó con los otros hacia la puerta de acero negra. Los milicianos gritaban: "¡Infieles!"
"Era un caos", dijo. "Todo el mundo estaba gritando".
Cuando salía por la puerta, un segundo golpe en la cabeza casi la hizo perder la conciencia. Dos semanas después, todavía lleva un collarín, y su visión es borrosa. Una de sus manos está insensible y sufre de fuertes dolores de cabeza.
En ese momento, dijeron estudiantes, un miliciano golpeó a Zeinab Faruq, 21, que no llevaba velo, con un palo. Otro acosaba a una pareja. Los milicianos dispararon dos balazos a las piernas de Muhsin Walid, 22; otro disparo rasguñó la mano de Walid.
Sinan Saeed, 24, un ronco estudiante de ingeniería mecánica, dijo haber visto correr a una chica hacia la salida, y luego a un hombre tropezar con ella. Los dos fueron golpeados con palos y cables mientras se encontraban en el suelo. Algunos salieron por la puerta; otros trataron de pasar por encima de la verja de cadenas, dijo Saeed. En la salida, los milicianos golpearon a los estudiantes con una mano, agarrando sus pistolas con la otra.
Los estudiantes acusaron a los milicianos de robarles los celulares, las cámaras, joyas de oro y radiocasetes cuando salían.
"Se concentraron en las mujeres", dijo el amigo de Saeed, Osama Adnan. "Las golpearon salvajemente".
"Sin ningún tipo de discriminación", agregó Saeed.
La gresca terminó en media hora. Funcionarios de la universidad dijeron que 15 estudiantes quedaron gravemente heridos. Los milicianos detuvieron a 10 estudiantes, que fueron llevados a la oficina local del movimiento de Sáder antes de ser dejados en libertad esa tarde. Según todos los informes, había abundantes policías presentes, pero no intervinieron. Los estudiantes insisten en que la policía se acobardó ante Menshadawi, uno de los dos clérigos.
Un estudiante, que habló a condición de permanecer anónimo, recordó los gritos de Menshadawi: "¡No hay un gobierno laico! ¡Sólo existe el gobierno del Ejército Mahdi!", parado en las escalinatas del parque con un palo y una pistola.
En la oficina del movimiento de Sáder, Heidar Jabari reconoció los excesos, pero defendió la acción. "Hubo errores en la ejecución, pero teníamos derecho a intervenir", dijo.
Alto, de aspecto amistoso, Jabari dijo que dos días antes había advertido a los estudiantes que el picnic no era apropiado. Los chiíes todavía observan el mes sagrado de muharram, dijo, y una atentado kamikaze había recientemente matado a 125 personas en la sureña ciudad de Hilla. "La sangre de allá estaba todavía fresca", dijo. "Nadie nos escuchó".
Jabari concedió que los estudiantes fueron agredidos y que las palizas "fueron más allá de lo legítimo". Pero, agregó: "Ellos dicen que la libertad significa que pueden hacer lo que quieren. Eso no es libertad. La libertad no significa que puedes violar las tradiciones". Habló calmamente, pero con la estrictez de un clérigo. "Hay tradiciones y reglas en la sociedad oriental que son diferentes de las sociedades occidentales. Los iraquíes tienen derecho a actuar contra esas transgresiones".
Para resaltar su caso, el movimiento, uno de los más poderosos de Basra, emitió un video con metraje filmado en el picnic. Lo distribuyó en tiendas locales, que a su vez lo vendieron por alrededor de un dólar.
Las imágenes son relativamente suaves, incluso para las normas conservadoras de Basra. Se muestra a los hombres bailando. En el momento más eufórico, un bailarín se amarra un pañuelo en su cintura y mueve las caderas. Un hombre hace girar a una mujer.
"En una boda hacen mucho más que eso", dijo Saleh Najim, el decano de la facultad de ingeniería.
La noche del ataque se extendió el rumor de que se protestaría, y a la mañana siguiente unos 150 estudiantes se reunieron en la facultad de ingeniería, dividida ella misma entre estudiantes laicos y religiosos. Su número aumentó a medida que se acercaban al despacho del presidente y daban a conocer sus exigencias: que salieran del campus los grupos islámicos pagados, excusas oficiales, castigo de los milicianos, devolución de los artículos robados, disolución de los temidos comités de seguridad que actúan como policía religiosa en todos los departamentos universitarios y su remplazo por tropas del ejército iraquí.
Los estudiantes juraron que seguirían en huelga hasta que se cumplieran sus exigencias. Las clases fueron suspendidas.
Al día siguiente los estudiantes se volvieron a reunir. Esta vez, dijeron, planeaban dirigirse al despacho del gobernador. La policía trató de obstaculizar la marcha, disparando balazos en el aire en la puerta, pero los estudiantes lograron salir por otra puerta en 15 buses escolares. Una vez frente al despacho del gobernador, encontraron a cientos de estudiantes de universidades más pequeñas y de algunas escuelas secundarias, que ya se encontraban en el lugar. Dentro, el gobernador se reunió con miembros del consejo del ayuntamiento y del movimiento Sáder, representantes de los estudiantes y empleados de la facultad.
Dos horas después, dijeron estudiantes, Mohammed Abadi, el presidente del ayuntamiento, salió de la reunión. Las demandas de los estudiantes serían satisfechas, declaró. Leyó un texto desde un micrófono montado en un patrullero policial frente al despacho, deteniéndose en cada exigencia.
"Pagaremos compensaciones por las cosas perdidas", dijo Abadi, según los estudiantes.
"¡Las cosas robadas!", gritó alguien de la multitud, corrigiendo a Abadi.
Tras la declaración de Abadi, funcionarios del ayuntamiento y del movimiento Sáder dieron el asunto por concluido.
"El caso está terminado", dijo Mohammed Musabah, que asumió como gobernador de Basra el día mismo de las agresiones. Reconoció que la policía no había detenido a nadie, como habían pedido los estudiantes. Pero dijo en una entrevista: "Hemos hablado con ellos en un tono severo. Los dos lados querían resolver este asunto por vía del diálogo".
Esta semana, pocos estudiantes dijeron que estaban pensando en un diálogo. Tampoco creían que se hubiesen satisfecho sus exigencias.
Saeed dijo que mientras repartía folletos durante las protestas, un estudiante partidario de Moqtada Sáder le había tocado por la espalda. "Ten cuidado", le dijo, amenazadoramente. En la muralla de la puerta de la facultad, garrapateado en negro, se leía una pintada: "Basra sigue siendo la Basra de Moqtada".
"Por un momento sentimos la fuerza de nuestras voces", dijo Saeed. "Estábamos poniendo en orden nuestras ideas".
Pero, agregó: "En el campus los estudiantes tienen miedo de hablar".

29 de marzo de 2005
©washington post
©traducción mQh

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