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iglesia alejada de los pobres


[Kevin Sullivan y Gabriela Martínez] Muchos se quejan de que la iglesia ha perdido el contacto con los pobres.
Tepoztlán, México. Cuando oyó que el Papa Juan Pablo II había muerto, Juan Siles fue a la monumental y antigua iglesia del centro de esta pequeña ciudad y agarró una larga cuerda que colgaba de uno de los campanarios.
Dentro, una niña de encaje blanco estaba frente al altar recibiendo su primera comunión. Fuera, Siles tiró de la cuerda una y otra vez, haciendo sonar el campanario con la noticia de que una de las eras más grandiosas de la iglesia había terminado.
"Era nuestro padre, nuestro guía y nuestro faro: nos hacía sentirnos fuertes, protegidos", dijo Siles, apretando la cuerda con los ojos empañados. "Se identificaba con México. Lo que nos dio es indescriptible".
Sin embargo, en otro lugar en el atrio de la iglesia, los católicos estaban mirando más allá hacia el próximo Papa, esperando que afronte lo que describieron como problemas que aquejan a la iglesia.
"Hay una gran distancia entre los sacerdotes y el pueblo, especialmente la gente de clase baja", dijo Martín Mendoza, 40, obrero de la construcción. "Queremos que los sacerdotes sean como la gente, no como pequeños dioses sentados en sus tronos y diciéndonos lo que debemos hacer".
Mientras elogiaba a Juan Pablo como un "gran hombre que nos unió", Mendoza expresó una queja oída frecuentemente en México y en gran parte de América Latina de que los sacerdotes y obispos no entienden las necesidades de los pobres, que constituyen la mayor parte de la población.
"Montones de sacerdotes no nos escuchan", dijo Mendoza. "Sus misas son cortas, y parece que se preocupan más de los donativos que de otra cosa. Quizás deberían elegir a un Papa de México: Él entendería".
"El siguiente Papa tiene que hacer más conscientes a los curas sobre el papel que desempeñan con nosotros, el pueblo", dijo Leticia Brito, 37, la esposa de Mendoza.
Miguel Ángel Martínez, 38, entró al atrio con su hija de un año en una mochila de bebé. Martínez, economista, dijo que esperaba que el próximo Papa fuera "menos conservador que Juan Pablo II".
"Debe prestar más atención a los derechos de las mujeres, y debería dejar que los curas se casen", dijo Martínez, agregando que habría "menos hipocresía en la iglesia" si el próximo Papa tratara esos temas.
"El próximo Papa debe ser una persona humilde, que haya crecido en las clases bajas y entienda sus problemas", dijo Isela Dorantes, 33, maestra y esposa de Martínez.
Los ánimos en el atrio de la iglesia eran de tristeza y homenaje a un hombre que respetaba profundamente a México.
En 1979 Juan Pablo hizo la primera de cinco visitas a México, más que a cualquier otro país, a excepción de Polonia. Creó un intenso lazo personal con este país. Miles de mexicanos cuentan haber estado cerca del Papa.
Cientos de personas empezaron a llegar a la basílica aquí 15 minutos después del anuncio de la muerte del Papa. Los trabajadores colgaron enormes cintas negras, amarradas en lazos, en los edificios que dan a la amplia plaza de la basílica, que celebra a la Virgen de Guadalupe, la santa patrona de México.
Los dolientes se reunieron primero a los pies de una enorme estatua de bronce de Juan Pablo en la plaza, depositando miles de ramos de flores y cantando ‘Amigo', una canción escrita como homenaje al Papa.
"Hemos estado rezando aquí durante dos días para que Dios pusiera sin a sus sufrimientos", dijo Ismael Hernández, 27, que trabaja en una farmacia. "Él quería a México. Era tan inteligente, brillante, educado y culto, pero cuando hablaba con los mexicanos, era siempre divertido y amable. Sentimos mucho su pérdida".
En el atrio, la gente que llevaba flores para el Papa estaba parada silenciosamente en el enorme arco de la puerta, primero la misa de primera comunión. Las niñas llevaban vestidos de fiesta y jugaban entre las piernas de sus padres, que miraban tranquilos en la fría oscuridad de la cavernosa iglesia con su cielo alto y blanqueado.
Ana María Delgado, 62, se acercó a una cuerda que colgaba cerca de la puerta y empezó a tocar el campanario, con las lágrimas rodando por sus mejillas en el calor de la tarde. "Era una parte de nosotros. Era nuestro padre", dijo, llorando tan fuerte que su cuerpo se sacudía. "Sabemos que está bien, que está con Dios, pero como seres humanos sentimos un inmenso hueco en nuestro corazón".

3 de abril de 2005
©washington post
©traducción mQh

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