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bolivia ocupada por protestas


[Monte Reel] Paisaje político boliviano remodelado por las protestas. Bloqueos de carreteras dan poder a los pobres.
Eterazama, Bolivia. La piel entre el pulgar y el índice de Leonida Zurita es tiesa como cuero, insensible de tanto agarrar los tallos de las plantas de coca y arrancar las hojas. En dos días ella y su marido secaron y empaquetaron unos 15 kilos de coca, y luego lo llevaron al mercado abierto donde los vendieron por unos 45 dólares.
Ahora, Zurita está en una cantina de un pueblo y bebe cerveza mezclada con Coca-Cola, esperando un coche que la llevará en 18 horas a La Paz, la capital administrativa.
Allá, ella y otras cocaleras -las hojas de coca se usan para hacer cocaína- planeaban asaltar y ocupar el despacho de un senador. La idea era obligarlo, a él y otros políticos, a hacer frente a las compañías petroleras internacionales y exigir una cuota más grande de los beneficios por los recursos naturales de Bolivia.
"Bolivia tiene gas natural, agua, coca y todo tipo de recursos naturales", dijo Zurita, 35, madre de dos niños. "Pero el problema es que ellos siguen robándonos".
Este es el refrán que se oye en estos días entre bolivianos como Zurita, que ve la vida como una lucha entre David contra un montón de Goliaths: las compañías extranjeras que excavan buscando gas natural; el gobierno norteamericano, que ha encabezado los programas para erradicar las plantaciones de coca; las compañías privadas que ahora explotan los servicios de agua que antes eran municipales.
En los últimos años, la indignación popular con esas poderosas instituciones ha alimentado una creciente cultura de protesta, atrayendo a decenas de miles de campesinos indígenas y otros descontentos. El movimiento ha ganado suficiente influencia como para sacar a un presidente de su cargo y poner al otro al borde de la renuncia el mes pasado.
En 2003 las protestas contra un plan para exportar combustible a través del vecino Chile, considerado por muchos como el enemigo tradicional del país, hicieron caer al presidente Gonzalo Sánchez de Lozada. Su sucesor, Carlos Mesa, se ha enfrentado desde entonces a un promedio de 40 protestas diarias, de acuerdo al conteo de un diario. En marzo, una serie de manifestaciones con bloqueos de carreteras llevaron a Mesa a presentar al Congreso dos veces su renuncia al cargo. El gesto fue rechazado, pero en una súplica televisada, Mesa dijo al país que los manifestantes estaban llevando a Bolivia a cometer "suicidio colectivo".
El presidente se refería a manifestantes como Zurita, que fue una de las que estuvieron entre pilas de rocas y ramas en medio de la principal carretera de Bolivia, paralizando unos 2.500 camiones, con sus cargas de productos frescos, pudriéndose. Ayudó a coordinar los bloqueos, con un celular en la oreja y dirigiendo a la gente hacia ocho barricadas cerca de esta pequeña ciudad.
El teléfono de Zurita sonó dos semanas después en la cantina del pueblo, mientras esperaba.
La protesta en el despacho del senador había sido pospuesta, le dijo quien llamaba. Esperarían una semana y verían cuántos votos podían contar a favor de un proyecto de ley que obligaría a las compañías extranjeras a pagar hasta el 50 por ciento en derechos e impuestos por el gas natural de Bolivia.
Entonces, quizás no ocuparían solamente el despacho de ese senador, dijo Zurita que había dicho su interlocutor. Quizás ocuparían un montón de despachos.

Dirigiendo la Batalla
El hombre al teléfono era Evo Morales, 45, ex cocalero y jefe del Movimiento al Socialismo MAS, un partido de oposición que crece rápidamente. Como más del 60 por ciento de los bolivianos, es de origen indígena, y su cara, rodeada de flequillos azabache, se ha transformado en la cara del movimiento de protesta boliviano.
El día después de llamar a Zurita, Morales estaba detrás de su brillante escritorio en su oficina en La Paz, mirando un documento que circulaba en internet. Mostraba una imagen de su cara, con frases en letras grandes sugiriendo que era buscado "vivo o muerto".
"Este es claramente un ataque contra el MAS y los movimientos sociales de izquierda", afirmó Morales en una pequeña rueda de prensa mientras un grupo de cámaras de televisión lo enfocaban desde el otro lado del escritorio. "Pero no nos asustan. Nos hace más fuertes".
Para los detractores de Morales, la denuncia era típica de Evo. Dicen que es un paranoico que cree que las compañías e instituciones internacionales lo quieren agarrar a él. Lo consideran un maníaco y egoísta, un secuestrador de causas sociales, un caudillo hambriento de poder. Es amigo del incendiario presidente de Venezuela, Hugo Chávez, dicen, con una versión de retórica populista que incita y divide.
Para sus partidarios, Morales es un hombre que defiende los intereses de la mayoría indígena de Bolivia, en oposición a los descendientes de europeos que componen abrumadoramente la clase dominante de Bolivia. Su primera base fueron los cocaleros de Eterazama y otras áreas a los que se les permite cultivar unos 150 metros cuadrados de coca cada uno. Dicen que la coca se cultiva para uso legales en medicinas y tés indígenas, y se erizan ante la sugerencia de que sea usada para hacer cocaína. La coca, un cultivo tradicional de Bolivia, ha sido dramáticamente reducida desde los años noventa, cuando las autoridades norteamericanas encabezaron una campaña de erradicación que fue llevada a cabo por las fuerzas armadas bolivianas. En esa época, el declarado rechazo de la erradicación por parte de Morales le ganó el apoyo de muchos cocaleros, pero su base se extendió pronto para llegar a incluir a otros grupos de activistas, desde campesinos sin tierra hasta consumidores urbanos que están luchando por el control público de las instalaciones locales de agua.
Morales describió todas estas luchas como parte de una sola cruzada mayor contra la privatización y las políticas de libre mercado fomentadas por Estados Unidos acogidas por Bolivia en los años ochenta. Es en virtud de esa posición que fue elegido al Senado y luego, bajo su liderazgo, el Movimiento al Socialismo se transformó hace dos años en el principal partido de oposición en el Congreso.
En Eterazama, una aldea de tiendas desvencijadas de tejados de lata, la calle principal está bordeada de banderas y de letreros caseros jurando lealtad a Morales y al MAS. Pero no todos aquí son partidarios. El reverendo Sperando Martinelly, que trabaja con campesinos en la región de Chapare circundante, dijo que Morales había pasado de ser un popular dirigente local a ser un amenazador político nacional.
"La gente ha participado en los bloqueos, creo yo, más que nada porque fueron obligados", dijo Martinelly. "Le han dicho a la gente que si no participa, el MAS le cobrará una multa. Si no se presentan tres veces, les quitarán la tierra. Así es Evo ahora. Antes escuchaba. Ahora es como un dictador".

Las Políticas del Agua
A 4.000 metros de altura, la gente de El Alto mira hacia abajo hacia la aledaña ciudad de La Paz, que se asienta en una cuenca que parece un cráter en la cordillera de Los Andes. Se calcula que viven aquí unas 800.000 personas, y 200.000 de ellas no tienen ni agua ni servicios de desagüe en sus casas. El aire es delgado, pero la indignación se palpa.
Luna Gregoria, madre de siete y embarazada, no tiene tuberías de agua, pero se ha unido a las manifestaciones contra la compañía francesa del agua que gestiona los servicios municipales desde 1997, cuando la campaña boliviana de privatización.
Gregoria y otros residentes dijeron que la compañía, poseída en parte por Suez, una multinacional francesa, cobraba 450 dólares por proporcionar la conexión de agua y drenaje donde la mayoría de la gente gana 2 dólares al día. Desde la privatización el precio del agua ha aumentado en un 35 por ciento.
Incluso a esos precios, dijo Gregoria, la compañía instaló tuberías de agua sólo hasta la calle de tierra junto a su casa. Su marido tuvo que instalar una tubería hasta una pileta pública donde ella lava la ropa, limpia las verduras y llena cubos de agua para beber.
"Queremos tuberías en toda la casa", dijo Gregoria, 34. "Necesitamos una nueva compañía que haga eso, una que sea controlada por el estado, no una empresa privada".
El Alto se ha transformado en la zona cero del movimiento de protesta. Su ubicación cerca del aeropuerto internacional y sobre el centro de gobierno en La Paz central, da a los residentes el poder de poner al país de rodillas. La revuelta de 2003 que echó abajo la presidencia de Sánchez de Lozada se concentró en El Alto; tres años antes, el tema de la privatización del agua ha galvanizado a los manifestantes en la ciudad de Cochabamba y en todo el país.
En esa época, los manifestantes de Cochabamba actuaron contra la Bechtel Corp., que gestionaba los servicios de agua potable de la ciudad. Dirigidos por un antiguo zapatero de la localidad, Oscar Olivera, y apoyados por los cocaleros, bloquearon las carreteras obligando a Bechtel a retirarse. Después de eso, los bloqueos de las carreteras se transformaron en la moneda de cambio preferida.
"Desde la ‘Guerra del Agua' de 2000, la gente se ha dado cuenta de que el único arma que tenemos son los bloqueos", dijo Olivera en una entrevista en Cochabamba. "Cuando usamos otros tipos de movilización, el gobierno no escucha".
Hace dos meses, los residentes de El Alto paralizaron efectivamente la ciudad, obligando al gobierno a prometer la cancelación del contrato de servicios con Suez. Pero Mesa, el sitiado presidente, se ha quejado de que la expulsión de la inversión extranjera está matando a la economía y transformando a Bolivia en un paria internacional. Algunos sondeos de opinión pública indican que muchos bolivianos están de acuerdo y creen que las protestas están haciendo las cosas peor.
"Creo que Mesa está siendo manipulado por los manifestantes", dijo Vicky Velasquez, una estudiante de enfermería, 20, mirando hacia El Alto.
Aunque las últimas semanas han sido relativamente tranquilas, muchos vecinos de El Alto dijeron que la frustración podría fácilmente volver a encenderse si la nueva compañía de agua no ofrece mejoras. Morales y otros dirigentes de la protesta dicen que sólo buscan cambiar de política, pero algunos manifestantes, que han descubierto que tienen el poder para derrocar a líderes elegidos, dijeron que no deberían tener miedo de intentarlo una vez más.
"Volveremos a salir a la calle", dijo Toribio López Estaca, un dirigente vecinal. "Nosotros nos ocuparemos del agua. Si es necesario, derrocaremos a Carlos Mesa".

5 de abril de 2005
©washington post
©traducción mQh

1 comentario

Miguel (MABB) -

Muy interesante el comentario. Te ganaste un lector mas.