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afganas tras el volante


[N.C. Aizenman] Mujeres afganas se preparan para andar sobre ruedas. Nuevas conductoras todavía hacen frente a obstáculos culturales.
Herat, Afganistán. Sima Kazemi sonrió orgullosamente cuando pensó si aprobaría el primer examen de conducción que era ofrecido a las mujeres en esta ciudad al oeste del país. Seguramente aprobaría, pensó; sin ninguna duda.
Pero la confianza desapareció de la voz de la estudiante universitaria de 20 años cuando reconoció el acoso al que sería probablemente sometida como conductora en Afganistán.
"En realidad, he decidido esperar al menos un año antes de conducir", dijo, con un suspiro de resignación. "Quizás entonces las cosas marchen mejor. Pero el ambiente ahora mismo no me lo permite".
Un nuevo proyecto en Herat para enseñar a conducir a las mujeres y darles licencias es la vez un símbolo de los derechos oficiales que las mujeres en Afganistán siguen ganando, y un recordatorio de las dificultades a las que todavía se enfrentan para ejercer esas libertades.
Inaugurado hace algunas semanas, el programa de conducción hace parte de un florecimiento de libertades aquí después de que el gobierno central despidiera en septiembre al gobernador provincial, Ismail Khan, un caudillo religioso conservador que resultó ser tan represivo hacia las mujeres como la milicia talibán a la que había remplazado.
Ahora, por primera vez en la historia, las tiendas en Herat están contratando a mujeres para vender sus productos. Los gimnasios de mujeres están surgiendo a lo largo de las frondosas avenidas de la ciudad. Y cada vez más mujeres están cambiando sus burqas, la túnica que cubre a las mujeres de pies a cabeza cuando están en público, por el pañuelo de estilo iraní, o chador, que cubre el pelo y el cuerpo, pero no la cara.
Sin embargo, no está claro qué uso podrán hacer las nuevas conductoras -una combinación de estudiantes universitarias y maestras de edad mediana- de sus licencias y cómo las tratará la sociedad cuando estén en el camino.
Para empezar, la mayoría de las casi 50 participantes en el programa todavía van a clases con burqas.
"Ahora nos damos cuenta de que para conducir tenemos que quitárnoslas", dijo Farashte Sadat, 23, estudiante de inglés en la Universidad de Herat, riéndose ante la idea de tratar de mirar el tráfico a través de la gruesa cortina de su burqa. "Pero estamos acostumbradas y nuestras familias no quieren que dejemos de usarlas".
Shaghe Karimi, 29, estudiante de derecho, dijo que condujo sola por primera vez hace unas semanas después de suplicar a su cuñado que le prestara su coche durante un picnic de la familia.
"Te sientes como si no dependieras de nadie", dijo, entusiasmada. "¡Como si pudieras ir a cualquier parte!"
Pero su júbilo terminó la segunda vez que hizo un paseo similar, dijo, cuando se aventuró fuera de la vista de su familia y pasó ante un grupo de hombres que lavaban su coche junto a un arroyo.
"¿Cuándo te dieron permiso?", se mofaron, dijo, y empezaron a perseguirla.
Hirviendo de humillación, volvió a toda prisa hacia su familia y se unió al picnic sin decir una palabra sobre lo que había ocurrido.
Para animar a sus estudiantes, el instructor del departamento de tráfico, Asadullah Afzali, se ha dedicado a intercalar sus clases sobre reglas de conducción con frases asertivas.
"Les digo que no tengan miedo", dijo Afzali. "Que son ellas las que deben tomar la delantera o sino las cosas no cambiarán nunca".
Afzali, un áspero hombre de 48 años que se pavonea enfrente de la clase con charreteras y botas negras como si fuera un sargento instructor, no parece un defensor de la liberación femenina.
Como muchos habitantes de Herat, Afzali buscó refugio del gobierno talibán en el vecino Irán, donde las mujeres, aunque todavía con restricciones, gozan de más libertades que las permitidas por las costumbres dominantes hoy en Herat.
Cuando estaba en el exilio, la hija adolescente de Afzali, Homaira, obtuvo su licencia de conducir.
Poco después de la derrota de los talibanes por tropas norteamericanas a fines de 2001, Afazali y su familia volvieron a Herat. Él pensaba que era natural que las mujeres en Herat pudieran recibir un permiso.
Técnicamente ninguna ley prohíbe que las mujeres conduzcan en Afganistán. Pero además de aprobar una prueba práctica, todos los solicitantes de permiso en Herat deben seguir un curso de dos semanas sobre regulaciones del tráfico. Aquí enseñar a hombres junto con mujeres es impensable y no existía una clase separada para las mujeres.
Afzali dijo que su primera propuesta para ofrecer un curso fue expeditamente rechazada por Khan, el gobernador.
"Llamó a reunión... a un consejo de líderes religiosos y les preguntó: ‘¿Está bien esto?'", dijo Afzali. "Dijeron que... causaría problemas".
Pero después de que Khan fuera retirado del puesto, Afzali se vio repentinamente inundado con peticiones de mujeres que querían sacar su licencia, dijo.
Algunas dijeron que querían simplemente ser capaces de llegar a un doctor en casos de emergencia. Otras, que la necesitaban para trasladarse a clases en la universidad o al trabajo.
Sadat, la estudiante de inglés, dijo que estaba tratando de recuperar algo de cordura en su matrimonio. "Ahora, tengo que llamar a mi marido cuatro veces al día para que me traslade", dijo.
Hace un mes, Afzali volvió a presentar su proyecto de clases. El nuevo gobernador, un antiguo asesor urbano del presidente Hamid Karzai, no lo objetó.
El curso para las mujeres, en un cavernoso vestíbulos, cubre los temas habituales de la seguridad al conducir, aunque con unos giros afganos.
"Este letrero significa que hay peligro de que se cruce un camello", gritó Afzali una tarde reciente, tocando la ilustración en cuestión con un largo puntero de madera.
Las estudiantes estaban sentadas frente a él en hileras de sillas de plástico, susurrando a veces unas a otras a pesar de las advertencias de Afzali: "¡Esta es una escuela, no una boda!"
Las mujeres llevaban el pelo cubierto de coloridos pañuelos. Pero sus burqas y chadores estaban doblados sobre las sillas, revelando estilosos vaqueros y zapatos de plataforma.
Luego terminó la clase y se dirigieron a un campo de prácticas lleno de matorrales en las afueras de la ciudad en una caravana de coches prestados y taxis alquilados.
Karimi, la estudiante de leyes, llevaba un austero pañuelo de cabeza y las uñas pintadas de rojo y se sentó debajo de un árbol mientras esperaba su turno. Una compañera de curso pasaba dando tumbos en un todoterreno.
Dijo que su hermano le había prometido comprarle un coche si aprobaba el examen. Está agradecida, agregó, pero insegura sobre lo que significa. "Si hago un viaje de larga distancia, necesitaré a un hombre a mi lado, o sino la gente me dirá cosas", dijo.
Rahime Alokozai, una estudiante que estaba cerca, rechazó su posición. "Si una persona te dice sinsentidos, es problema de ella", dijo Alokozai, 39. "Deberíamos ignorarla, y poco a poco, cuando todas las mujeres podamos conducir, esas cosas desaparecerán".
Luego Alokozai se puso su burqa y se subió al asiento de pasajeros de un taxi para volver a casa.

11 de abril de 2005
©washington post
©traducción mQh

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