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justicia en mallas


[John Hodgman] Sobre la historia del cómic.
En su historia sobre la temprana industria del cómic, ‘Men of Tomorrow: Geeks, Gangsters, and the Birth of the Comic Book' [Hombres del Mañana: Cretinos, Gánsgteres y el Nacimiento del Cómic'] (Basic Books, $26), Gerard Jones cuenta por multi-millonésima vez la historia de cómo Batman llegó a ser Batman. Un joven de fortuna que vio cómo asesinaban a sus padres a balazos en las calles de Gotham donde los policías brillan por su ausencia; años más tarde, después de declarar la guerra a la delincuencia, un murciélago queda atrapado en su casa y le inspira su nuevo vestuario. Y por familiar que sea, dice Jones, ocurrió algo innegablemente novedoso e importante cuando el escritor de ‘Batman', Bill Finger, escribió la historia en 1939.
Los primeros cómics, escribe Jones, parecían "contentarse con la idea de que un hombre podía dedicar su vida a luchar contra la delincuencia simplemente porque su padre se lo había dicho o porque era inherentemente bueno. Bill Finger fue el primer novelista en hacerse preguntas sobre el superhéroe. ¿Por qué elegiría un hombre llevar una vida así? Encontró la respuesta en el dolor".
Cualquiera que haya leído historietas, y aquí no me refiero a las ‘novelas gráficas', sino al cómic con superhéroes, la todavía mal afamada energía que mueve al medio, conoce los atractivos de la historia original. Hay muchos puntos fuertes en las historias por entregas, pero la resolución no es uno de esos. Por supuesto, la muerte no es nunca final en una historieta -todavía hay demasiada tecnología alienígena de clonación en el mundo. Los principios están donde están, donde la historia zumba con la ironía y el poder de concisión de la novela.
Superman no era más que un robusto y sonriente hombre hasta que Jerry Siegel y Joe Shuster volvieron y nos contaron su origen: su huérfano exilio de un paraíso perdido; su adopción por amistosos granjeros; los poderes secretos que no se atrevía a revelar. Finalmente dividió su personalidad en dos, viviendo su vida verdadera en el aire para no poner en peligro su asimilación en la vida de todos los días en el suelo. Es entonces que Superman se transforma en una metáfora, dice Jones, de la experiencia étnica de Estados Unidos y más tarde de nuestros outsiders domésticos, los tipos librescos y los matones, los chalados y los cretinos, y, bueno, los dibujantes.
Pocos hombres parecen tan clarkkénticos como Chris Ware, al menos como es retratado en ‘Chris Ware' (Monographics/Yale University, papel, $19.95), el reciente estudio de Daniel Raeburn sobre su vida y obra. En una fotografía aparece sentado en un rincón, con gafas, esquivando la cámara. Tiene los pies cruzados; su aspecto es apacible.
Pero por supuesto es también super heroico. Los esmerados dibujos de Ware, la hermosa caligrafía, la virtuosa absorción del diseño gráfico de preguerra y la historia del cómic y los recuadros a lo Rube Goldberg inspiran asombro, gratitud y temor. Las reseñas de Raeburn de los mejores trabajos conocidos de Ware, la novela gráfica ‘Jimmy Corrigan, el chico más inteligente del mundo', y anticipos de su trabajo en curso, ‘Rusty Brown'. Pero también descorre el velo de casi dos décadas de carteles e ilustraciones de diarios, cuadernos de bosquejos y artefactos de aspecto anticuado. Creo que fue cuando vi el ‘Visualizador Futurístico Profesional de Imágenes en 3 Dimensiones' -un estereoscopio de manivela que Ware dibujó como un recortable para hacer uno mismo en un número de los folletos de ‘Acem Novelty Library' que yo coleccionaba. No importa la ingenuidad y belleza física de su trabajo; el largo trabajo físico claramente requerido para producirlos los hace parecer todavía más allá de la comprensión humana -el trabajo de un extraño visitante alienígena en nuestro mundo.
El libro de Raeburn proporciona dos historias sobre el origen. Una para las historietas mismas, recordando lo que, en su opinión, es el primer cómic, las rudimentarias ‘historias en imágenes' dibujadas por el maestro genovés Randolhe Topffer en los años de 1820. Goethe, que las leyó en 1830, declaró que si en el futuro Topffer "elige un tema menos frívolo y se limita un poco, produciría cosas nunca vistas antes". Y con este elogio en la débil condena, los cómics empezarían su larga lucha por la respetabilidad.
La otra historia es, por supuesto, la de Ware, que los rescató: el tímido ‘dibujantillo' que sufrió el abandono de su padre y, peor, de la escuela de arte, antes de que se arrojara simbólicamente por la ventana del Instituto de Arte de Chicago (lo habían dejado encerrado una noche, por accidente), rompiéndose las piernas. Aunque no voló, se transformó en el eminente dibujante de cómics de su generación; ‘Jimmy Corrigan', publicada en 2000, fue un genuino éxito, un faro para los que querían tomar en serio al cómic. "Ware escapó del gueto del cómic", escribe Raeburn. "Recientemente compró un seguro médico para él y su esposa... y una Honda Civic de segunda mano". Lo que es en realidad lo mejor que puede adquirir un emitente dibujante de cómics.
Fantagraphics, entretanto, ofrece, en dos nuevas antologías, una mirada en cómo empezaron dos de las más largas historietas. La primera, de Jaime Hernández, es simplemente esencial. Con el mismo formato gigantesco que el libro de su hermano Gilbert, ‘Palomar', ‘Locas: Maggie y Hopey' (Fantagraphics, $49.95) reúne las contribuciones de Jaime al seminal cómic alternativo de ‘Love and Rockets' que empezaron a publicar juntos en 1982. Aquí está la larga, dulce, frenética historia de amor de Maggie y Hopey, dos arrojadas chicas de Los Angeles cuyas vidas se entrelazan con un enorme reparto de punks, gángsteres, superhéroes y millonarios cornudos. Sí: millonarios con cuernos; y ahora los Goethes comenzarán a protestar flemáticamente por los "temas frívolos". Pero no importa. Esta antología nos permite observar cómo los elementos de una efervescente ciencia-ficción de las primeras entregas se complementan y dan finalmente origen a historias sublimemente humanas y a dolores y deseos más terrenales en la comunidad de los sin cuernos.
Es fácil darse cuenta de que he leído el trabajo de Jaime Hernández casi desde que empezó a publicar, pero sólo cuando sientes el peso de esto en tu mano comienzas a apreciar sus logros. Cuando haces un listado de todas las cosas que dibuja y escribe Hernández y de las cosas que sabe mejor que cualquiera -la cultura chicana en todas las clases, la escena punk de los años ochenta, las vidas interiores de las mujeres, las vidas íntimas de los hombres, la lucha libre de mujeres, el amor y, uh, los cohetes -es difícil no sospechar de él que está compuesto secretamente de 10 brillantes artistas y escritores, o simplemente que es uno de los artistas más talentosos que ha producido nuestra políglota cultura.
Sin embargo, lo nuevo para mí fue Buddy Bradley, el genial y haragán héroe con la cara picada de acné de la historieta ‘Hate' [Odio], de Peter Bagge, cuyas primeras 15 entregas aparecen ahora en ‘Buddy Does Seattle' (Fantagraphics, paper, $14.95).
‘Hate' hizo su debut en 1990, cuando la camisa de franela de Buddy -y por lo mismo la palabra ‘haragán'- todavía no se había desgastado hasta transformarse en un terrible cliché. En el número 1, Buddy acoge al lector en su nuevo apartamento en la mítica Utopía de la que habrás oído hablar que se llama Seattle. Con la típica, falsa fatiga de un veinteañero, no cree que sea gran cosa. "Es mucho menos húmedo en el este", le dice al lector en el primero de innumerables encogimientos de hombros. "La piel se me aclaró mucho".
Un dependiente de una librería de segunda mano, recorre perezosamente la órbita en los márgenes de la escena grunge y el proto-tarantino circuito de coleccionistas de álbumes usados, videos pirateados de películas cult y oscuros y viejos cómics: una cultura simplona de antes de internet tal como ha sido conservada por solitarios escritorzuelos en sus fanzines fotocopiados. El único grupo no representado es el de los pioneros de un foro en internet que pronto propagaría este evangelio en la Tierra. (Uno podría leer esto en 1990 y no imaginar nunca que el mundo marginal de Buddy se transformaría pronto en el principio organizador en el consumo de la música, el cine, el humor, la cerveza y el café en la década que vendría).
Pero Buddy es más que un artefacto cultural. El arte de Bagge tiene un cariñoso aire de caricatura -hay un montón de la revista Mad y del trabajo de Al Jaffee aquí. Ningún enfado carece de las gruesas líneas de odio encima de la cabeza de Buddy, ninguna lujuria sin grandes ojos bizcos. El cuerpo de goma de Buddy se retuerce para expresar sus rápidos cambios de humor de la rabia al desprecio al arrepentimiento y a una sorprendente empatía. Cuando como agente lleva a una banda hacia un inesperado éxito, uno siente, como él, que tiene algo que lo podría sacar de este mundo de entre sus amigos consentidos y a veces terminalmente holgazanes. Pero una y otra vez decide no hacerlo, y está claramente aliviado cuando la banda, borracha, lo despide. Es como si Clark Kent se diera cuenta de que está muy solo en el cielo y decidiera quedarse en la Tierra.
Entretanto, Michael Allred va incluso más lejos -unos 2.600 años- para una historia muy diferente sobre el origen. Con sus creaciones de autor ‘Madman' y ‘Red Rocket 7', Allred se hizo conocido por sus nítidas líneas cinéticas y una fina sensibilidad pop-art. En una época en que la mayoría del arte de superhéroes se atascaba en tensos músculos y lo que parecía ser una pulgada de brillo de vaselina generado por un ordenador, su trabajo zumbaba con una pestañeante nostalgia y una parca seriedad.
Ahora ha publicado ‘The Golden Plates, Volume 1: The Sword of Laban and the Tree of Life' [Las Planchas Doradas, Volumen I: La Espada de Laban y el Árbol de la Vida] (AAA Pop, papel, $7.99). Los lectores mejor informados que yo entenderán de inmediato que esta no es un historieta sobre una espada mágica, sino de hecho el primer volumen de la versión en cómic de Allred del Libro de los Mormones. Cualquiera sean tus creencias, la iniciativa de Allred es audaz y sincera. El arte es bello, aunque mucho más naturalista y, en fin, respetuoso de su trabajo anterior.
Hablando de la Biblia en cómics, ‘Above and Below: Two Stories of the American Frontier' [Arriba y Abajo: Dos Historias de la Frontera Americana] (Drawn and Quarterly, paper, $9.95), reúne un par de historias de desesperación y desesperada esperanza en la frontera americana. El lado "bajo" de la historia, los tenebrosos hechos en un pueblo minero de Idaho, es de gran delicadeza, aunque no se compara con la parte de "arriba", más breve y luminosa, titulada ‘La asamblea' [The Revival], que empieza con una fatigada pareja que viaja de noche a una masiva asamblea evangélica en Kentucky en 1801. Están totalmente solos, con un triste secreto a remolque, y sedientos de milagros. La austeridad de grabado en madera del tenebroso bosque, lo deja en claro: para el pionero del siglo 19, esto era como el espacio sideral. La asamblea, como deducido por Sturm mediante meticulosa investigación, ofrecía un oasis de compañía, diversión y breve salvación de la tierra misma. Uno puede ver cómo americanos como ellos habrían anhelado la idea de que este lugar peligroso y solitario era parte en realidad de algún plan divino.
Sin embargo, es el libro de Gerard Jones el que cuenta la historia más autorizada de su origen -la de la historieta misma. En ‘Hombres del mañana', Jones estudia a una vibrante generación de jóvenes, gran parte judíos, que en los años de 1920 y 1930 no sólo crearon una nueva industria sino además escribieron una nueva vida de fantasía para acompañar a América.
Jones es un meticuloso investigador, y mientras sus talentos se despliegan a veces en el servicio del más puro arcano (¿sabía que el verdadero nombre de pila de Buck Rogers era Anthony?), también incluye los pequeños pero fundamentales cambios culturales que permitieron la existencia de las historietas -el alejamiento de los niños de sus propias familias tras la Revolución Industrial, el refugio en la fantasía que siguió, esa cubierta de Amazing Stories de 1928, con el hombre volador en la tapa que alimentaron la imaginación de un cuadro de jóvenes fans de la ‘ficción científica'.
Hay muchos personajes fascinantes: Harry Donenfeld, cuyos chocantes libros baratos llevaban a la espalda la revolución sexual (así como montones de licores prohibidos); William Moulton Marston, un pionero de la primera tecnología polígrafa que más tarde creó Wonder Woman para convencer a los jóvenes de la sabiduría de someterse a las mujeres.
Pero la historia más conmovedora aquí es la de Jerry Siegel. Siegel era uno de esos jóvenes que vio al hombre volador en la portada de Amazing. En 1937, él y su socio, Joe Shuster, vendieron Superman a Donenfeld por 130 dólares. La pequeña imprenta de Donenfeld se transformó finalmente en parte integral de la monumental compañía de medios Warner Communications. Durante un tiempo Siegel también sacó beneficios, aunque nominalmente. Sin embargo, él era el opuesto de su creación: su piel no rebotaba las balas sino que reunía todo indicio de falta de respeto y toda sospecha de maltratos y los dirigiría todos hacia su corazón. Después de dos obstinados intentos de reclamar el derecho de autor, fue excluido por el editor de ‘Superman' por su ingratitud y poco a poco le fue imposible conseguir trabajo en absoluto. En los años setenta estaba trabajando en el correo de California.
Si la novela gráfica es el pasaje de la infancia a la madurez, entonces la historia original es una tira más corta, de la infancia a una prolongada inmadurez: Batman sufre de un mal que no permite que termine, Siegel rehúsa aceptar la pérdida de su creación. Pero a diferencia de los cómics, la vida realmente tiene finales, y a veces felices. Como cuenta Jones, la cultura cretina que Siegel acogió en el pasado, hacia el final de su vida había crecido, no sólo en cifras sino en poder. Poco a poco la irresistible presión llevó a recompensar a los hombres que lo iniciaron. Casi al final de sus vidas, Siegel y Shuster finalmente recibieron reconocimiento y pensiones. No estoy seguro sobre el seguro médico.

John Hodgman escribe para The New York Times Magazine. Su primer libro ‘The Areas of My Expertise' será publicado en octubre.

23 de abril de 2005
©new york times
©traducción mQh

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