Blogia
mQh

fiasco


[Michiko Kakutani] Desde la planificación de la guerra hasta la ocupación: Por qué salieron mal las cosas en Iraq.
El título de este devastador libro sobre la guerra norteamericana en Iraq lo dice todo: ‘Fiasco'. Es el juicio de Thomas E. Ricks, corresponsal jefe en el Pentágono para el Washington Post, sobre la decisión del gobierno de Bush de invadir Iraq y sobre la conducción de la guerra y la ocupación. Y presenta su retrato de esta guerra como un ejercicio equivocado en soberbia, incompetencia y necedad, con una riqueza de detalles y evidencias que son a la vez asombrosamente vívidas y convincentes.
En virtud de la riqueza de fuentes del autor dentro de las fuerzas armadas estadounidenses y el extenso período que cubre el libro (desde las inflamatorias declaraciones del gobierno sobre Saddam Hussein tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, pasando por la invasión y la ocupación, hasta la escalada en la guerra religiosa y étnica que aflige hoy al país), ‘Fiasco' es una lectura absolutamente esencial para cualquiera que esté interesado en entender por qué declaró Estados Unidos la guerra a Iraq, cómo una ocupación torpe nutrió una abultada resistencia y cómo esos acontecimientos afectarán el futuro de los militares norteamericanos. Aunque otros libros han descrito aspectos de la guerra de Iraq con detalles más íntimos y horrendos, este proporciona al lector una revisión general lúcida y severa de esta trágica empresa que se aparta de evaluaciones previas en términos de su simple coherencia y alcance.
"La decisión del presidente George W. Bush, en 2003, de invadir Iraq, llegará a ser vista finalmente como una de las acciones más arbitrarias en la historia de la política exterior norteamericana", escribe Ricks. "Las consecuencias de su opción no se harán claras en décadas, pero a mediados de 2006 es abundantemente obvio que el gobierno de Estados Unidos empezó la guerra contra Iraq con escaso apoyo internacional sólido y sobre la base de informaciones incorrectas -sobre las armas de destrucción masiva y sobre el supuesto nexo entre Saddam Hussein y el terrorismo de Al Qaeda- y luego ocupó el país de manera descuidada. Han muerto miles de tropas norteamericanas y un número no especificado de iraquíes. Se han gastado cientos de miles de millones de dólares, muchos de ellos despilfarrados. La democracia todavía tiene que llegar a Iraq y a la región, pero también pueden llegar la guerra civil y una guerra regional, la que a su vez podría hacer subir fuertemente los precios del petróleo y provocar un derrumbe económico mundial".
Gran parte del material sobre el período anterior a la guerra ha sido comentado en libros de previa aparición (para no mencionar el torrente de artículos de diarios y revistas), pero Ricks entrega una historia sucinta que enfatiza cómo este período "sentó los endebles fundamentos de la ruinosa ocupación que siguió". Nos recuerda que cuando se trató de la amenaza que representaba Hussein, el gobierno enfatizó consistentemente los ‘peores escenarios', "incluso si calculaba de manera optimista los costes subsecuentes y las dificultades de ocupar el país". Y muestra cómo esta visión obtusa resultó en un fracaso a la hora de hacer planes para las realidades de la ocupación y un desacierto en la distribución de personal y recursos adecuados.
La versión de Ricks se basa en cientos de entrevistas y en más de 37 mil páginas de documentos, y muchos de los análisis más ácidos en el libro, de la conducción de la guerra por parte de la Casa Blanca y el Pentágono provienen de miembros de las fuerzas armadas y de informes militares oficiales.
Una revisión retrospectiva de la Tercera División de Infantería subraya la indigencia del Pentágono en cuanto a la planificación de posguerra, constatando que "no hubo una guía para restaurar el orden en Bagdad, crear un gobierno interino, contratar una administración y empleados para los servicios esenciales, y asegurarse de que el poder judicial siguiera funcionando". Y en el informe final un coronel asignado a la Autoridad Provisional de la Colación, resumió memorablemente el trabajo de su oficina como "pegar plumas con la esperanza de que resulte un pato".
Ricks escribe en estas páginas tanto como periodista como analista, y muchos de sus hallazgos amplifican las observaciones hechas por otros periodistas y ex participantes en libros anteriores: especialmente que la Casa Blanca de Bush ignoraba rutinariamente los consejos de expertos (fueran militares, diplomáticos o especialistas en Oriente Medio); que la decisión del ministro de Defensa, Donald H. Rumsfeld, de realizar la guerra con una fuerza especial ligera tuvo paralizantes consecuencias para la capacidad militar norteamericana en cuanto a restaurar la ley y el orden tras la invasión de Iraq; y que las rencillas ente los ministerios de Relaciones Exteriores y de Defensa, entre civiles en el Pentágono y las fuerzas armadas, y entre los militares y la Autoridad Provisional de la Coalición limitó severamente la formulación y ejecución de la política exterior de Estados Unidos.
'Fiasco' no posee los dramáticos detalles de guerra de ‘Cobra II', de Michael R. Gordon (corresponsal militar jefe del New York Times) y Bernard E. Trainor (teniente general del Cuerpo de Marines retirado y ex corresponsal militar del Times), pero a diferencia de ese libro, que termina básicamente en el verano de 2003, hace la crónica de los frenéticos esfuerzos norteamericanos para contener una creciente resistencia en los siguientes tres años.
Ricks argumenta que la invasión de Iraq "se basó en lo que es quizás el peor plan de guerra de la historia de Estados Unidos", un plan incompleto que "confundía el derrocamiento del régimen en Iraq con la tarea mucho más difícil de cambiar todo el país". El resultado de intervenir con tan pocas tropas y sin un plan estratégico mayor, dice, fue "que la campaña norteamericana se parecía más a un golpe de estado en una república banana que a un plan de guerra a gran escala que reflejara la ambición de una gran potencia de alterar la vida política de una región crucial en el planeta".
Esto fue en parte un subproducto del alegre optimismo de halcones como el subsecretario de Defensa Paul D. Wolfowitz, que rechazó los cálculos del jefe del estado mayor del ejército, general Eric K. Shinseki, de que se necesitaban varios cientos de miles de soldados para controlar Iraq. Y fue en parte el subproducto de una convicción compartida por el ministro Rmsfeld y el general Tommy Franks de que la masa, en palabras de Ricks, "puede ser substituida por la velocidad en las operaciones militares".
La testaruda reluctancia de Rumsfeld a reconocer la creciente insurgencia y su resistencia a hacer ajustes, dice Ricks, contribuyó todavía más a los problemas de los militares en el terreno. Una permanente escasez de tropas significó que las fronteras no pudieron ser selladas, los alijos de armas no pudieron ser recuperados y no se pudo restaurar ni la seguridad ni los servicios básicos. Como consecuencia, el apoyo de la ocupación decayó rápidamente entre los iraquíes.
Para empeorar las cosas, agrega Ricks, el ejército parecía haber "olvidado casi todo lo que había aprendido en la Guerra de Vietnam sobre la contrainsurgencia". Durante 2003 y gran parte de 2004 no se aplicaron medidas efectivas contra la resistencia dirigidas a ganar el respaldo político de los iraquíes; en lugar de eso, se puso énfasis en "el uso de la fuerza, en potentes operaciones de venganza y en proteger a todo costo a las tropas norteamericanas".
Hubo allanamientos y detenciones masivas de iraquíes (la mayoría de ellos transeúntes cogidos en las barridas) y algunos de los detenidos fueron tratados severamente por los soldados estadounidenses que no habían sido "ni adiestrados ni preparados mentalmente para la misión" en el Iraq de posguerra. Ricks ve el escándalo de Abu Ghraib no como un incidente anómalo sino como "el resultado lógico y previsible de una serie de decisiones nerviosas tomadas por jefes militares de alto rango que, a su vez, resultaron de un enfoque dividido y flaco en tropas diseñado meses antes por el ministro de Defensa Rumsfeld y el general Franks".
Ricks observa que el gobierno de Bush ha tendido ha "desdeñar a los críticos como ‘generales de lunes por la mañana'", pero señala que esa frase "hace caso omiso del hecho de que muchos de los críticos habían expresado su desasosiego antes siquiera de que empezara la guerra". Su libro está repleto de advertencias de expertos en Oriente Medio y militares veteranos (como el general Anthony C. Zinni y el general H. Norman Schwarzkopf), que advirtieron con previsión que la invasión y el período de posguerra no sería ni tan simple ni tan rápido como predecían muchos en el gobierno.
A fines de 2002, informa Ricks, setenta expertos en seguridad nacional e investigadores de Oriente Medio se reunieron en la Universidad de la Defensa Nacional para discutir la inminente guerra y concluyeron que ocupar Iraq sería "la tarea más difícil y compleja que hubiesen emprendido Estados Unidos y la comunidad internacional desde el fin de la Segunda Guerra Mundial". El énfasis del grupo en la importancia de "mantener un ambiente seguro" en Iraq tras la invasión y su recomendación contra una disolución rápida de las fuerzas armadas iraquíes sería posteriormente ignorada.
"No está claro que una resistencia importante y persistente fuera inevitable", concluye Ricks, agregando que "el enfoque de Estados Unidos, tanto en la política de ocupación como en las tácticas militares, ayudó a espolonear la resistencia y ha hacerla más amplia de lo que podía haber sido". Entre los errores cruciales cometidos por el gobierno de Bush tras la invasión, sugiere, estuvieron la decisión, después de la caída de Bagdad, de no enviar inmediatamente dos divisiones adicionales de tropas, lo que podría haber controlado a la resistencia, y las órdenes dadas por el jefe de la ocupación estadounidense, L. Paul Bremer III, licenciando el viejo ejército iraquí y excluyendo a miles de funcionarios del Partido Baaz de sus trabajos en la administración.
El fracaso de la contención de la resistencia tendría desastrosas consecuencias a medida que avanzaba la guerra. Mientras la ocupación de Iraq (que Wolfowitz había predicho que se pagaría básicamente a sí misma con los beneficios del petróleo) estaba costando a los contribuyentes estadounidenses unos cinco mil millones de dólares al mes en 2004 y 2005, el país, empujado al caos, estaba remplazando a Afganistán como terreno de adiestramiento de una nueva generación de terroristas. Entretanto, escribe Ricks, el ejército de Estados Unidos se halló en una situación estratégica que "se parecía dolorosamente a la de la Unión Soviética en Afganistán a principios de los años ochenta".
La guerra no solamente había "estirado al ejército estadounidense hasta el punto de ruptura", según un estudio publicado por el Instituto de Estudios Estratégicos de la Academia de Guerra del Ejército estadounidense, sino también se había convertido en una "innecesaria guerra preventiva por excelencia" que "creó un nuevo frente para el terrorismo musulmán en Oriente Medio y desvió la atención y recursos que debiesen haber sido destinados a la protección de Estados Unidos" contra otros atentados de Al Qaeda. La guerra "no era parte integral" de la guerra global contra el terrorismo, concluía el informe, sino una onerosa "desviación de ella".

Libro reseñado:
Fiasco. The American Military Adventure in Iraq
Thomas E. Ricks
482 páginas
The Penguin Press
$27.95

25 de julio de 2006
©new york times
©traducción mQh
rss

0 comentarios