cocaína en un espejo roto
[Lynell George] Una nueva antología indaga profundamente en el brutalmente destructor mundo de la cocaína a través de obras de ficción y verdades personales.
Gary Phillips y Jervey Tervalon no esnifaban más que brisa cuando dieron con la idea.
Los escritores se conocieron en una conferencia, debatiendo sobre la familiar miasma de problemas de Los Angeles urbano: bandas, drogas, desempleo y una rabia especial que crece día a día y que puede terminar en una revuelta.
Pero fue en una conversación personal después de un debate lo que descubrió algo nuevo, un camino hacia algo más profundo que simplemente enumerar los males de la urbe: un modo de acercarse a lo específico, los desaciertos personales, las tragedias.
"Hay antología sobre todo tipo de asuntos", dice Tervalon, autor de varias novelas y compilador de la antología The Geography of Rage' [Geografía de la Ira] sobre los disturbios civiles en Los Angeles en 1992. "La cocaína destruyó muchas cosas, es el azote de esta época. ¿Por qué no sacar una antología sobre la cocaína?"
De ahí surgió The Cocaine Chronicles' [Crónicas de Cocaína], que reúne una lista de más de una docena de escritores que incluye a Jerry Stahl, Susan Straight, Lee Child, Emory Holmes II, James Brown and Bill Moody. La idea era dar cuenta no solamente de la influencia de la droga, sino de su cachet.
Tervalon y Phillips estaban interesados en puntos de vista diversos para entender el efecto más amplio de la droga, más allá del colocón. Con ese fin, las historias ofrecen miradas a través de varios prismas: boleros, camellos, traficantes y usuarios. Los editores estaban interesados en la marca indeleble que, cruzando todas las fronteras -edad, posición social, raza-, dejó la cocaína en la cultura, y de los matices entre esas fronteras.
No estaban interesados en hacer del libro una especie de anuncio de algún servicio público. "Las historia no tenían que ser lecciones morales", explica Phillips, que divide su tiempo escribiendo cuentos policiales, cómics y guiones. "La idea es que cada uno debe sacar sus propias conclusiones de las historias. Y algunas son moralmente más ambiguas que otras".
Ahí está el irregular monólogo automático del narrador de Ken Bruen en White Irish'. Ahí está el inquietante rebobinado de Nina Revoyr, en Golden Pacific', sobre una niña y su madre a la deriva, haciendo frente a los problemas. Ahí está la meticulosa evocación de Straight sobre la vida en un minimall y la ricamente bordada historia de una de las fantasmales mujeres adictas al crack que la pueblan.
En esa combinación se encuentra la torcida viñeta de dos chupados cocainómanos de parranda. En el trasfondo hay una parpadeante y silenciosa televisión y innumerables anécdotas de los apetitos y pecadillos de personajes famosos de la serie B.
"¿Te conté alguna vez lo mucho que le gusta a Larry Fine la coca?", pregunta Suzy, el contacto. "Era un hedonista... ¿Cómo crees que llegó a tener ese pelo? Quería ser el Cab Calloway blanco, pero nunca resultó".
El libro se divide en cuatro secciones que de algún modo reflejan los efectos de la cocaína sobre los personajes -Touched by Death', Fiending', The Corruption' y Gangsters and Monsters'.
La posibilidad de hacer un análisis de 360 grados intrigó a Johnny Temple, de Akashic Books, el que, después de toparse con Phillips en un congreso sobre la novela de misterio hace algunos años, dio luz verde al proyecto.
"Hay una gran romanticismo literario sobre la heroína. Pero la cocaína no ha jugado ningún papel visible en la literatura", dice Temple. "Pensé que esto sonaba fresco, era un concepto interesante -con una gran tema organizador, diversidad de perspectivas, raza, etnicidad y perspectivas éticas que de algún modo encuentran un hilo conductor común".
La mayoría de los escritores a los que propusieron que contribuyeran a la antología dijeron que sí. Eso es, "excepto uno", dice Phillips. "No, no puedo. Tengo una reputación que proteger", dice Phillips que le dijo. No había reglas para los escritores: "Dinos lo que quieras" y "la cocaína tiene que aparecer en la historia", dice.
The Cocaine Chronicles' se une a una discusión auto-reflexiva mayor que está ganando fuerza -a medida que periodistas afro-americanos, ensayistas y críticos culturales comienzan a estudiar los años setenta y principios de los ochenta, conectando los puntos de optimismo desde la era de los derechos civiles a las zonas de guerra en que se transformaron muchos vecindarios de color a fines de los ochenta y principios de los noventa.
Entre ellos: Post-Soul Nation', de Nelson George, que estudia el arco desde los años setenta al triple golpe del SIDA, el crack y la reaganomics hacia fines de los ochenta que destruyó a muchas comunidades negras y morenas; y la nueva compilación del fotógrafo Jamel Shabazz, A Time Before Crack' [Antes del Crack], publicada por PowerHouse Books, es un paseo a través de un optimismo de tarde por la noche. El libro es -según Shabazz- un "diario de vida visual" de gente joven en Nueva York entre 1975 y 1984.
Mientras muchas comunidades étnicas urbanas eran asediadas entonces por la pobreza y el desempleo, no era nada en comparación con lo que vendría. "Cuando el crack hizo su debut a mediados de los años ochenta, creó caos en la América urbana", escribe en su declaración de intenciones. "A junio de 1985 el departamento de policía de Nueva York no había detenido a nadie por delitos relacionados con el crack. En los primeros 10 meses de 1988 detuvieron a más de 19.000 personas... Las salas de urgencia se llenaron de víctimas... La industria de las funerarias floreció... Los niños quedaron huérfanos y sufrieron el síndrome de estrés post-traumática. Los efectos del crack persistirían durante varias generaciones".
Clases Diferentes, Misma Maldición
Lo más asombroso de The Cocaine Chronicles' no son solamente las varias transformaciones que asume la droga -polvo o roca- y los tensos colocones, o la profundidad de las pérdidas personales, sino cómo se aparece en una vida y se apodera de ella.
Se trate de un condominio suburbano en ruinas o un pituco centro de rehabilitación, lo que transmiten estas historias es que usar las drogas para "enfrentarse a los problemas" o por "escapismo" puede ser universal, pero en el fondo hay diferencias importantes.
"Las drogas tienen que ver con la clase, como todo lo demás", escribe Phillips, "y las historias sobre la cocaína no están destinadas al lector general de ficción; ni hay un tema más delicado que su craso hermano menor, la literatura sobre la heroína. El litio está bien, los antidepresivos también, pero no menciones el crack o la base... que son las drogas que se autoprescribe de la clase baja".
Los dos cuentos ilustran quizás mejor esta división son "The Crack Cocaine Diet' y Just Surviving Another Day'.
Lippman cuenta la historia de dos adolescentes blancas que han sido dejadas plantadas, que deciden conseguir cocaína y vestirse apresuradamente con varias tallas menos. Su esperanza es que las cabezas se vuelquen a mirarlas en una fiesta y poner celosos a sus antiguos novios.
Este deseo las lleva al otro lado de la ciudad hacia otro mundo, un mundo que no parece muy diferente al de ellas, pero que está habitado por caras más oscuras. No saben nada de lo que andan buscando, pero eso no las hace actuar con menos resolución o agresividad. Y a pesar de la luz de la historia, una brusca pátina, uno tiene la impresión de que va a ocurrir algo brutal e inesperado.
Para Lippman, un escritor de novelas policiales y antiguo reportero del Baltimore Sun, era un modo de trazar la llegada de las drogas a una comunidad en la que creció y más tarde trabajó; una comunidad en transición llena de matices de raza y clase difíciles de leer.
"Recuerdo cuando la gente no pensaba que las drogas fueron adictivas", dice Lippman. "Pero en 1989 yo vivía en una ciudad que fue casi destruida por el crack". El complejo de apartamentos adonde van las chicas a comprar, el crujido de los frascos debajo de las llantas son cosas sacadas de la vida real; el resto era su modo de pensar sobre la manera en que el comercio y las transacciones alteraron la vida irrevocablemente.
"Quería jugar con los estereotipos y poner las cosas de pie", dice Lippman. Ella pensaba que aumentarían algo las expectativas si las chicas también eran peligrosas.
El Trauma Habla por Sí Mismo
La historia de Jones es potente por lo que dice, pero lo es incluso más por lo que omite. Estudiante de Tervalon en la Universidad de California en Los Angeles UCLA, escribió la historia para un curso. Si es buena, dijo él a la clase, la publicaría en una antología. Jones puso manos a la obra: "La escribí en el autobús. Yo viajo cada día de la UCLA a Hollywood. Así que lo escribí en 45 minutos en un trayecto de bus".
Basada en su vida, la historia detalla un día en la vida de una adolescente afro-americana cuyos padres drogadictos le roban el dinero del almuerzo para comprar drogas, dejándola con hambre y a merced de la menguante generosidad de sus amigos.
"Después de clases me fui a practicar balonmano. Si no hubiera almorzado hoy, probablemente me habría desmayado... El balonmano era mi forma de reflexionar... No tenía ni la energía ni el tiempo para pensar sobre las cosas malas que estaban pasando en mi vida... No tenía que pensar en las clases, en los estúpidos chicos de la secundaria o en mi vida familiar. No tenía que pensar que me asustaba ir a por un vaso de agua en mitad de la noche porque mi padre podía estar en ánimo paranoico y tratar de apuñalarme..."
Esta calidad contenida de la historia de Jones, la voz de su narradora, la hace todavía más conmovedora. "Para mí", dice Jones, 20, "eran cosas de todos los días, cosas que pasaban. La vida".
Escribirlo fue rápido, pero releerlo ha sido más difícil.
"Fue difícil volver a esos lugares, pero esperaba que me inspiraran". Sus padres, cuenta felizmente, están mucho mejor. "Quiero que la gente sepa que ellos ya no están en las drogas. Quiero que la gente que se encuentra en la misma situación sepan que esta... no es la última estación de su vida. La superarán".
Se trate de drogas como juguete de los ociosos o como salvación, estos cuentos sugieren que no importa de qué lado de la línea estés, el caos puede estar cercano. Tervalon se siente alentado por las primeras discusiones que ha provocado el libro. "Estoy contento con las sorpresas. Creo que la mayoría de las antologías de este tipo tienen una especie de vibraciones buenas, como si fueran medicinales. Curan.
"Pero esto no es eso. De cierto modo, queríamos que fuera un placer culposo. Y que tuviera resonancia".
30 de mayo de 2005
©los angeles times
©traducción mQh
Los escritores se conocieron en una conferencia, debatiendo sobre la familiar miasma de problemas de Los Angeles urbano: bandas, drogas, desempleo y una rabia especial que crece día a día y que puede terminar en una revuelta.
Pero fue en una conversación personal después de un debate lo que descubrió algo nuevo, un camino hacia algo más profundo que simplemente enumerar los males de la urbe: un modo de acercarse a lo específico, los desaciertos personales, las tragedias.
"Hay antología sobre todo tipo de asuntos", dice Tervalon, autor de varias novelas y compilador de la antología The Geography of Rage' [Geografía de la Ira] sobre los disturbios civiles en Los Angeles en 1992. "La cocaína destruyó muchas cosas, es el azote de esta época. ¿Por qué no sacar una antología sobre la cocaína?"
De ahí surgió The Cocaine Chronicles' [Crónicas de Cocaína], que reúne una lista de más de una docena de escritores que incluye a Jerry Stahl, Susan Straight, Lee Child, Emory Holmes II, James Brown and Bill Moody. La idea era dar cuenta no solamente de la influencia de la droga, sino de su cachet.
Tervalon y Phillips estaban interesados en puntos de vista diversos para entender el efecto más amplio de la droga, más allá del colocón. Con ese fin, las historias ofrecen miradas a través de varios prismas: boleros, camellos, traficantes y usuarios. Los editores estaban interesados en la marca indeleble que, cruzando todas las fronteras -edad, posición social, raza-, dejó la cocaína en la cultura, y de los matices entre esas fronteras.
No estaban interesados en hacer del libro una especie de anuncio de algún servicio público. "Las historia no tenían que ser lecciones morales", explica Phillips, que divide su tiempo escribiendo cuentos policiales, cómics y guiones. "La idea es que cada uno debe sacar sus propias conclusiones de las historias. Y algunas son moralmente más ambiguas que otras".
Ahí está el irregular monólogo automático del narrador de Ken Bruen en White Irish'. Ahí está el inquietante rebobinado de Nina Revoyr, en Golden Pacific', sobre una niña y su madre a la deriva, haciendo frente a los problemas. Ahí está la meticulosa evocación de Straight sobre la vida en un minimall y la ricamente bordada historia de una de las fantasmales mujeres adictas al crack que la pueblan.
En esa combinación se encuentra la torcida viñeta de dos chupados cocainómanos de parranda. En el trasfondo hay una parpadeante y silenciosa televisión y innumerables anécdotas de los apetitos y pecadillos de personajes famosos de la serie B.
"¿Te conté alguna vez lo mucho que le gusta a Larry Fine la coca?", pregunta Suzy, el contacto. "Era un hedonista... ¿Cómo crees que llegó a tener ese pelo? Quería ser el Cab Calloway blanco, pero nunca resultó".
El libro se divide en cuatro secciones que de algún modo reflejan los efectos de la cocaína sobre los personajes -Touched by Death', Fiending', The Corruption' y Gangsters and Monsters'.
La posibilidad de hacer un análisis de 360 grados intrigó a Johnny Temple, de Akashic Books, el que, después de toparse con Phillips en un congreso sobre la novela de misterio hace algunos años, dio luz verde al proyecto.
"Hay una gran romanticismo literario sobre la heroína. Pero la cocaína no ha jugado ningún papel visible en la literatura", dice Temple. "Pensé que esto sonaba fresco, era un concepto interesante -con una gran tema organizador, diversidad de perspectivas, raza, etnicidad y perspectivas éticas que de algún modo encuentran un hilo conductor común".
La mayoría de los escritores a los que propusieron que contribuyeran a la antología dijeron que sí. Eso es, "excepto uno", dice Phillips. "No, no puedo. Tengo una reputación que proteger", dice Phillips que le dijo. No había reglas para los escritores: "Dinos lo que quieras" y "la cocaína tiene que aparecer en la historia", dice.
The Cocaine Chronicles' se une a una discusión auto-reflexiva mayor que está ganando fuerza -a medida que periodistas afro-americanos, ensayistas y críticos culturales comienzan a estudiar los años setenta y principios de los ochenta, conectando los puntos de optimismo desde la era de los derechos civiles a las zonas de guerra en que se transformaron muchos vecindarios de color a fines de los ochenta y principios de los noventa.
Entre ellos: Post-Soul Nation', de Nelson George, que estudia el arco desde los años setenta al triple golpe del SIDA, el crack y la reaganomics hacia fines de los ochenta que destruyó a muchas comunidades negras y morenas; y la nueva compilación del fotógrafo Jamel Shabazz, A Time Before Crack' [Antes del Crack], publicada por PowerHouse Books, es un paseo a través de un optimismo de tarde por la noche. El libro es -según Shabazz- un "diario de vida visual" de gente joven en Nueva York entre 1975 y 1984.
Mientras muchas comunidades étnicas urbanas eran asediadas entonces por la pobreza y el desempleo, no era nada en comparación con lo que vendría. "Cuando el crack hizo su debut a mediados de los años ochenta, creó caos en la América urbana", escribe en su declaración de intenciones. "A junio de 1985 el departamento de policía de Nueva York no había detenido a nadie por delitos relacionados con el crack. En los primeros 10 meses de 1988 detuvieron a más de 19.000 personas... Las salas de urgencia se llenaron de víctimas... La industria de las funerarias floreció... Los niños quedaron huérfanos y sufrieron el síndrome de estrés post-traumática. Los efectos del crack persistirían durante varias generaciones".
Clases Diferentes, Misma Maldición
Lo más asombroso de The Cocaine Chronicles' no son solamente las varias transformaciones que asume la droga -polvo o roca- y los tensos colocones, o la profundidad de las pérdidas personales, sino cómo se aparece en una vida y se apodera de ella.
Se trate de un condominio suburbano en ruinas o un pituco centro de rehabilitación, lo que transmiten estas historias es que usar las drogas para "enfrentarse a los problemas" o por "escapismo" puede ser universal, pero en el fondo hay diferencias importantes.
"Las drogas tienen que ver con la clase, como todo lo demás", escribe Phillips, "y las historias sobre la cocaína no están destinadas al lector general de ficción; ni hay un tema más delicado que su craso hermano menor, la literatura sobre la heroína. El litio está bien, los antidepresivos también, pero no menciones el crack o la base... que son las drogas que se autoprescribe de la clase baja".
Los dos cuentos ilustran quizás mejor esta división son "The Crack Cocaine Diet' y Just Surviving Another Day'.
Lippman cuenta la historia de dos adolescentes blancas que han sido dejadas plantadas, que deciden conseguir cocaína y vestirse apresuradamente con varias tallas menos. Su esperanza es que las cabezas se vuelquen a mirarlas en una fiesta y poner celosos a sus antiguos novios.
Este deseo las lleva al otro lado de la ciudad hacia otro mundo, un mundo que no parece muy diferente al de ellas, pero que está habitado por caras más oscuras. No saben nada de lo que andan buscando, pero eso no las hace actuar con menos resolución o agresividad. Y a pesar de la luz de la historia, una brusca pátina, uno tiene la impresión de que va a ocurrir algo brutal e inesperado.
Para Lippman, un escritor de novelas policiales y antiguo reportero del Baltimore Sun, era un modo de trazar la llegada de las drogas a una comunidad en la que creció y más tarde trabajó; una comunidad en transición llena de matices de raza y clase difíciles de leer.
"Recuerdo cuando la gente no pensaba que las drogas fueron adictivas", dice Lippman. "Pero en 1989 yo vivía en una ciudad que fue casi destruida por el crack". El complejo de apartamentos adonde van las chicas a comprar, el crujido de los frascos debajo de las llantas son cosas sacadas de la vida real; el resto era su modo de pensar sobre la manera en que el comercio y las transacciones alteraron la vida irrevocablemente.
"Quería jugar con los estereotipos y poner las cosas de pie", dice Lippman. Ella pensaba que aumentarían algo las expectativas si las chicas también eran peligrosas.
El Trauma Habla por Sí Mismo
La historia de Jones es potente por lo que dice, pero lo es incluso más por lo que omite. Estudiante de Tervalon en la Universidad de California en Los Angeles UCLA, escribió la historia para un curso. Si es buena, dijo él a la clase, la publicaría en una antología. Jones puso manos a la obra: "La escribí en el autobús. Yo viajo cada día de la UCLA a Hollywood. Así que lo escribí en 45 minutos en un trayecto de bus".
Basada en su vida, la historia detalla un día en la vida de una adolescente afro-americana cuyos padres drogadictos le roban el dinero del almuerzo para comprar drogas, dejándola con hambre y a merced de la menguante generosidad de sus amigos.
"Después de clases me fui a practicar balonmano. Si no hubiera almorzado hoy, probablemente me habría desmayado... El balonmano era mi forma de reflexionar... No tenía ni la energía ni el tiempo para pensar sobre las cosas malas que estaban pasando en mi vida... No tenía que pensar en las clases, en los estúpidos chicos de la secundaria o en mi vida familiar. No tenía que pensar que me asustaba ir a por un vaso de agua en mitad de la noche porque mi padre podía estar en ánimo paranoico y tratar de apuñalarme..."
Esta calidad contenida de la historia de Jones, la voz de su narradora, la hace todavía más conmovedora. "Para mí", dice Jones, 20, "eran cosas de todos los días, cosas que pasaban. La vida".
Escribirlo fue rápido, pero releerlo ha sido más difícil.
"Fue difícil volver a esos lugares, pero esperaba que me inspiraran". Sus padres, cuenta felizmente, están mucho mejor. "Quiero que la gente sepa que ellos ya no están en las drogas. Quiero que la gente que se encuentra en la misma situación sepan que esta... no es la última estación de su vida. La superarán".
Se trate de drogas como juguete de los ociosos o como salvación, estos cuentos sugieren que no importa de qué lado de la línea estés, el caos puede estar cercano. Tervalon se siente alentado por las primeras discusiones que ha provocado el libro. "Estoy contento con las sorpresas. Creo que la mayoría de las antologías de este tipo tienen una especie de vibraciones buenas, como si fueran medicinales. Curan.
"Pero esto no es eso. De cierto modo, queríamos que fuera un placer culposo. Y que tuviera resonancia".
30 de mayo de 2005
©los angeles times
©traducción mQh
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