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sátira y libertad en marruecos


[Craig Whitlock] En Marruecos, periodista se trasforma en un problema para la familia real.
Casablanca, Marruecos. El más notorio periodista satírico de Marruecos saca un bolígrafo y muestra lo fácil que es meterse en líos. Garabatea sobre una hoja de papel, bosquejando las torrecillas de un castillo y un bocadillo saliendo de la torre. ¿Se atreve a dibujar otra caricatura sobre el rey?
Ali Lmrabet sonríe, pero no dice nada. Deja el bolígrafo. En Marruecos es un delito grave insultar al Rey Mohammed VI o burlarse de la monarquía. Después de pasar seis meses en la cárcel justamente por eso, Lmrabet decide adoptar alguna precaución, por ahora.
Con entradas y exceso de paso, con una mancha de tinta en el bolsillo de su camisa y gafas amarradas con cinta de pegar, Lmrabet no se ve como si fuera una amenaza para el régimen monárquico en Marruecos. Pero el periodista y antiguo editor de lo que era quizás la revista satírica más desenfrenada del mundo árabe se ha hecho de poderosos enemigos.
"No soy un revolucionario. No hago más que defender la libertad de expresión", dijo Lmrabet en una entrevista hace poco en un polvoriento despacho en Casablanca. "Nunca he dicho que tengamos que cambiar al rey -no, no, no. Pero dije algo sobre lo que está haciendo el rey, que no me gustan. ¿Es eso un delito?"
La respuesta a esa pregunta es un blanco en movimiento en Marruecos, que en los últimos años ha presenciado el rápido desarrollo de una vibrante prensa libre que no tiene iguales en África del Norte o el Medio Oriente.
Ahora diarios y revistas tienen permiso para criticar al gobierno como les plazca, un importante cambio con respecto a los días del padre del rey, Hassan II, que murió en 1999 después de 38 años en el trono. Bajo Hassan II, la información era controlada tan estrechamente que incluso el nombre de su esposa era considerado un secreto de estado. Miles de opositores a la monarquía fueron encarcelados.
Criticar a la monarquía sigue siendo oficialmente un tabú. Pero con el entusiasmo por las libertades recién adquiridas, los periodistas en Marruecos están probando los límites. En enero, una revista tuvo la audacia de dar detalles sobre los hábitos de gastos de la familia real -270 millones de dólares, que pagan los contribuyentes. Aunque el informe provocó un escándalo público, la publicación no fue sancionada.
Pocos han llevado las cosas tan al extremo como Lmrabet, que en 2001 fundó una revista satírica en francés llamada Demain, y una versión en árabe, Doumain, que fueron causaron sensación y fueron éxitos instantáneos por su uso de un crítico humor que se burlaba de los políticos, y de Mohammed VI.
Aunque las revistas tomaron el cuidado de no poner verde al rey, por nombre o por cara, las caricaturas no dejaban mucho a la imaginación. Una mostraba a los cortesanos haciendo cola para besar un gigantesco pie frente al castillo. Otra mostraba sacos de dinero amontonándose en un palacio. Los artículos hacían veladas referencias a la vida amorosa de importantes funcionarios de gobierno.
La cobertura generó abundantes críticas, que retrataban a Lmrabet como un despiadado editor que ataca a la gente sin consideración por los hechos.
"No puedo decir nada sobre el valor profesional de Lmrabet, pero como persona puedo decir que se hace de nuevos enemigos con cada día", dijo uno de sus blancos, el ministro de Justicia Mohamed Bouzoubaa. "Creo que debería darse cuenta y comportarse".
Al mismo tiempo, Lmrabet ha recibido apoyo de círculos inesperados. El príncipe Moulay Hicham, primo del rey, se ha pronunciado a favor del editor.
"Ha hecho su profesión de cruzar las líneas rojas. Muchas veces este periodismo ha sido excesivo e injusto", dijo el príncipe en una conferencia telefónica. "Pero ahora no se trata de Ali Lmrabet, sino de la libertad de expresión, que para mí es un tema mucho más importante".
El 21 de mayo de 2003, Lmrabet fue condenado a cuatro años de cárcel por "insultar al rey" y "perjudicar a la monarquía". Pero antes que silenciarlo, el castigo transformó a Lmrabet en una causa célebre.
Incluso en la cárcel Lmrabet dio muestras de su facilidad para las relaciones públicas. Se declaró en huelga de hambre y generó tanta atención que ganó 50.000 dólares en premios de organizaciones internacionales dedicadas a la protección de los periodistas y de la libertad de expresión. Después de seis meses tras las rejas, fue perdonado por el rey y dejado en libertad.
Desde entonces tratando de reiniciar la publicación, para incomodidad del gobierno, que públicamente mantiene su compromiso hacia las nuevas medidas sobre la libertad de expresión, pero no está exactamente ansioso de darle de nuevo a Lmrabet una plataforma.
En marzo, después de meses de batalla con los reguladores de los medios de comunicación, Lmrabet recibió un permiso temporal, permitiéndole empezar una nueva revista. En una entrevista de esa época, sin embargo, predijo que el gobierno continuaría colocando obstáculos en su camino. "Creo que la voy a publicar de nuevo, pero también creo que me lo van a poner muy difícil", dijo.
Esta semana se demostró que tenía razón. Un juez de Rabat lo encontró culpable de difamación por unos comentarios que hizo en una entrevista en otro diario, en la que cuestionó las afirmaciones del gobierno sobre la condición de los refugiados en Sahara occidental. Como castigo, fue multado con 6.000 dólares y excluido de la práctica del periodismo durante 10 años.
Aunque no está claro si la condena será aplicada, el grupo de Reporteros Sin Fronteras, con sede en París, calificó la decisión de "una seria mancha para la libertad de expresión y la prensa en Marruecos", y agregó: "Es obvio que las autoridades marroquíes quieren silenciar a Ali Lmrabet en momentos en que se preparaba para editar un nuevo diario".

26 de abril de 2005
©washington post
©traducción mQh

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