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vida como agente secreto


[Alan Furst] De la CIA.
A principios de los años setenta se corrió el rumor en la comunidad de expatriados en París de que Harry Mathews "era de la CIA". ¿Por qué? Bueno, porque, según escribe en su nueva novela autobiográfica, se pensaba que era muy rico, y homosexual; había estudiado en la Ivy League, que le daba un trasfondo WASP; había estado en Laos y tenía tiempo para hacer lo que se le antojara, incluyendo escribir novelas bien recibidas. Caso cerrado. El libro que ha escrito sobre ese período de su vida, ‘My Life in CIA' -un conocido en el libro señala que en la agencia no se usa nunca el artículo ‘la'; no se dice "la CIA", sino simplemente "CIA"- empieza como una memoria; evocativa, argumentativa y divertida. El personaje "Harry Mathews" deja claro que no es homosexual, aunque cena a menudo con un amigo gay, y no es muy rico, aunque una pequeña herencia, combinada con su inocencia de novelista, le permite vivir bien. Y no es CIA.
Pero el rumor persiste y empieza a irritarlo. Así, un amigo propone una idea espléndidamente mala: si decir que uno no es la CIA significa que sí se es, cruza al otro lado del espejo y di que sí eres -ahora aumenta la desconfianza a tu favor, ¿no es así? Su narrador procede entonces a actuar como cree que actuaría alguien de la CIA; entrega una misteriosa caja de cigarros a un jefe de camareros, marca huellas de tiza en las paredes, aunque no pasa nada, y empieza algo que cree que parece una agencia de patentes -una compañía poseída por un servicio de inteligencia, designada para actuar como cobertura del trabajo clandestino. Con eso sí lo logra. Elementos del mundo del espionaje -el servicio de inteligencia francés, la Mossad y, claro, la CIA misma- empiezan a emerger de las sombras.
En este momento, el libro empieza a leerse más como una novela, aunque los hilos de memoria siguen entrelazados en ella: sus referencias a amigos extranjeros, expatriados de todas partes, lanzando sus nombres seductores y extranjeros como si los conociera todo el mundo; perfectos pequeños restaurantes y qué pedir; un vida amorosa vacilante; visitas al ballet, a la ópera y a la casa de campo; pluviosas epifanías y discusiones sobre política cultural. Esas discusiones se centran en la pertenencia en la vida real de Mathews, como el único estadounidense, a Oulipo, el Taller de Literatura Potencial, un movimiento intelectual galo que ha producido, más notablemente, la novela de Georges Perec, ‘La desaparición' (traducida al inglés como ‘A Void'), escrita sin la letra E.
Pero ‘My Life in CIA' no es una novela oulipiana; de hecho, se esfuerza en re-acomodar el mobiliario convencional del género de historias de espionaje -el secuestrado enrollado en una alfombra, las espeluznantes entrevista con maleantes o tipos que te hacen recordar a la KGB, los programas asesinos de lunáticos de extrema derecha. Sin embargo, de vez en cuando salen a flote algunos elementos de de espionaje que se acercan a la verdad. Por ejemplo, las tácticas de un hombre llamado "Patrick", que se aparece de la nada y mete astutamente a Mathews en una conversación. Esas autenticidades parecen sacadas de la mitología de los expatriados, que tratan de identificar a los espías de verdad que de vez en vez recorren sus comunidades.
Sin embargo, a pesar de los burdos bordes de la mecánica de la novela de espionaje, ‘My Life in CIA' es extremadamente atractiva. Para la gente que vive en el extranjero, la vida es comúnmente otro país -Expatria- poblado por ciudadanos del mundo. Y los expatriados norteamericanos en el París de principios de los años setenta vivieron vidas de algún modo similares: viviendo a su país nativo a través de las páginas del International Herald Tribune, tratando de responder las preguntas que más intrigaron a los parisinos -¿qué es Watergate? ¿Por qué es tan importante? Eso pasa a cada rato, ¿por qué andan todos tan excitados?- y comprando salsa de arándano antes del Día de Acción de Gracias. Esta vida es tan fundamental para Mathews que su punto de vista -remoto, distante, al otro lado del Atlántico- revive en cada párrafo, y el resultado es que parece ser el novelista más profundamente despreocupado que hayamos leído. "Y a veces las noticias eran buenas. Los últimos marines salieron de Vietnam; y si creías las noticias, en París se volvería a producir una ópera decente". O: "Un día en octubre, Jean Tinguely y yo nos presentamos a la sede de la Cruz Roja en París para ofrecernos como voluntarios en Budapest. Era sábado; las oficinas estaban cerradas".
Sin embargo, despreocupado o no, una novela se escribe a riesgo propio. Al principio uno cree que es el dueño, hasta que se vuelca contra uno. Hay algo de placer en mirar el desarrollo de ‘My Life in CIA', porque no se puede negar la bioquímica que sostiene dos tercios de la novela. Mathews pone en movimiento todas esas tramas y subtramas, y crea a todos esos personajes. Es así que el libro se transforma en una verdadera novela de espionaje, con artimañas elaboradas y refinadas estrategias diseñadas para extraer al narrador de las engorrosas dificultades apiladas sobre él en las primeras páginas de la novela.
Mathews lo hace bien, muy concienzudamente y bastante convincente. Debe escapar y viajar en secreto, y sus aliados de la novela espionaje le ayudan. Así que después de todo es un libro del que es fácil prendarse, un placer inusual: la fantasía de espionaje de un expatriado americano, y una novela muy entretenida. Por supuesto, es una novela.

Alan Furst es autor de ocho novelas históricas de espionaje. Su más reciente ha sido 'Dark Voyage'.

16 de mayo de 2005
©new york times
©traducción mQh

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