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mesas de inmigrantes


[Robin Mather Jenkins] Chicago es un hervidero de propuestas culinarias de inmigrantes.
Cuando Jaime Moreno llegó a Illinois desde Bogotá, Colombia, siguió las huellas de su padre, y de su abuelo, y de su tatarabuelo. A los 25, Moreno llegó a Estados Unidos a completar sus estudios de posgrado en ingeniería de estructuras.
Los ancestros de Moreno construyeron carreteras y puentes. Todos ellos estudiaron en el extranjero y luego volvieron a Colombia. Pero Moreno volvió a Estados Unidos, y su traslado fue permanente.
Más de 50 años después, en la cocina de su Rogers Park, Moreno sorbía una Pepsi mientras picoteaba crujientes chicharrones untados en ají antioqueño, una salsa colombiana de cilantro picado, cebollas verdes y chiles sazonada con vinagre y sal.
Los alimentos de Colombia no son muy diferentes de los principales alimentos norteamericanos: patatas, arroz, maíz, frijoles, cerdo, ternera y pollo.
Pero los colombianos comen mucho más fruta que la mayoría de los estadounidenses, le recordó su esposa griega-americana Anna Kanellos Moreno, nacida en Chicago. Y comen montones de frutas que no se encontraba en los mercados norteamericanos cuando él llegó.
"Ah, sí", recordó. "Empecé a comprar en La Única, cuando abrió. Eso fue hace 30 años". El supermercado La Única, en 1515 W. Devon Avenue, ofrece una amplia variedad de productos sudamericanos y centroamericanos y productos enlatados. Allá, hace muchos años, Moreno pudo finalmente conseguir los cocos y su agua, que necesitaba para preparar un plato que todavía le causa nostalgia: arroz con coco.
Cuando los inmigrantes llevan a Estados Unidos, deben luchar en muchos frentes. Algunos son evidentes: encontrar trabajo y vivienda, escuela para los niños. Pero algunos son menos tangibles. ¿Cómo mantener el delicado balance entre el orgullo por el país natal y el orgullo por el nuevo?
A menudo la comida ofrece un camino. Preservar los aromas de casa al mismo tiempo que se los combina de modos novedosos con nuevos ingredientes hace de la mesa del inmigrante algo vibrante y misterioso. La mesa del inmigrante cuenta la historia del alimento en Estados Unidos en el siglo 21.
La mayoría de los chicagüenses sabe que las olas de inmigrantes han fortalecido y enriquecido a la ciudad. Las contribuciones de algunas de las más grandes comunidades de inmigrantes, como los polacos, italianos y mexicanos, son fáciles de encontrar. Pero hay comunidades de inmigrantes mucho más pequeñas que son menos visibles, como la de los colombianos (50.000), japoneses (20.000) y tanzanianos (500).
Muchos llegaron a estudiar, como Jaime Moreno, y la brasileña Jorgina Pereira. Otros, como los eslovacos Maria y August Petek, y los tanzanianos Laura Kintu y Saul Mwakatapanya, llegaron a buscar oportunidades.
Esos nuevos chicagüenses preparan su comida de modos muy específicos, usualmente tradicionales. La comida de los recién llegados se adapta rápidamente, a veces más rápido que la gente que se ocupa de la cocina. Esa es la teoría de Laura Shapiro. Es la autora de ‘Something From the Oven: Reinventing Dinner in 1950s America' [Sacado del Horno: La Reinvención de la Cena en la América de los Años Cincuenta].
En una generación de inmigrantes, dijo Shapiro, los alimentos de los inmigrantes se ha deslizado desde lo extraño y quizás poco alentador, a ser populares y aceptados ampliamente.
"Pero está acelerando fuertemente -algo que era inusual hace 15 años ahora toma sólo cinco años para transformarse en algo normal", dijo Shapiro.
A veces los nuevos alimentos se hacen familiares a través de los restaurantes, dijo.
Hace cien años, "en Nueva York surgieron restaurantes para servir a inmigrantes, que eran hombres en su mayoría; pero los nuevos alimentos no se filtraban hacia el resto de la ciudad o hacia el resto de la vida de muchas generaciones", dijo Shapiro. "Incluso ahora algunas gastronomías se han hecho un hueco en las cocinas estadounidenses, otras no. Todo el que cocine prepara algo de comida italiana, pero una cocinera de casa no prepara comida tailandesa a menos que sea tailandesa ella misma".

Creciente Paisaje Étnico
Es cada vez más probable que la cocinera que menciona Shapiro sea tailandesa. O laosiana, india, paquistaní o nativa de otro país asiático, dijo Josie Yanguas, de la Asociación para la Educación Multilingüe Multicultural de Illinois, en Des Plaines.
Es incluso más probable que la cocinera sea latina. O latino.
"En 1997 había en Chicago 76.000 estudiantes de Inglés-como-segunda-lengua ESL, o clases bilingües", dijo. "Para 2003 -el último año para el que contamos con estadísticas- había subido a 84.000 estudiantes".
Los hispano-hablantes dominan las matrículas por un largo margen, dijo Yanguas, y "probablemente un 75 a 80 por ciento de los hispano-hablantes son mexicanos. Otras lenguas que se hablan en las clases bilingües ESL son el polaco, el urdu, al árabe y el cantonés. (El urdu se habla en India, Pakistán y Afganistán, entre otros lugares).
"Sabemos por el censo de 2000 del estado que los recién llegados están en toda la ciudad", y ya no se confinan a vecindarios específicos, dijo Yanguas.
Los recién llegados no llegan con muchas cosas, pero sí con el recuerdo de sus comidas en casa.
Pero "el paladar de los inmigrantes cambia", dijo Bruce Kraig, profesor emérito de historia en la Universidad de Roosevelt e historiador culinario. Pueden comer más y adoptar alimentos convenientes e integrarlos en estilos de cocina tradicionales, dijo. Los recién llegados sacan ventaja de los lujos sin paralelos en la oferta de alimentos americanos, donde la estación no significa nada y siempre hay alguien que vende exactamente lo que andas buscando para hacer cualquier plato que pueda ver la luz del sol. Encuentran nuevos modos de usar ingredientes poco familiares en platos sancionados por el tiempo.
Algunos inmigrantes luchan con las diferencias de comida en casa y aquí. Y a veces la comparación hace sufrir a Estados Unidos.
La tanzaniana Laura Kintu, de Aurora, halló la ternera americana desabrida y fofa. La carne de cabra que prefería no se encontraba en los supermercados. Incluso el pollo era diferente, dijo. Tuvo que aprender a buscar substitutos.
Maria Petek, de Countryside, tiene problemas a la hora de encontrar una salsa eslovaca que recuerda de casa; a veces hace trueque con una vecina, que la prepara ella misma. Pero en general usa lo que encuentra en los supermercados.
En eso, Kintu y Peterk son como todos los demás inmigrantes, dijo Laura Schenone, autora de ‘A Thousand Years Over a Hot Stove' [Mil Años en un Horno Caliente].
"Las recetas cambian de generación en generación, de modo que la idea de que los inmigrantes se aferran a sus comidas, sin cambiarlas, es incorrecta. Incluso si puedes encontrar los ingredientes, seguro que no sabrán iguales. Tres generaciones después, creo, el sabor es prácticamente irrecuperable".
Sus nuevos vecinos estadounidenses a menudo demuestran su disposición a trabar amistad, dijo.
"Es muy significativo incorporar en tu cuerpo la comida de otros", dijo Schenone. "Cocinar para otra persona es todo un gesto. Es una cantidad razonable de esfuerzos, pero más allá de eso es un montón de cosas complejas: Está el acto mismo, el arte, la gracia, la hospitalidad, tu clase, tu identidad. Cuando cocinas para alguien, le están brindando una medida de lo que es normal, de lo que es delicioso".
Al ofrecer una comida, el cocinero se muestra a sí mismo. Compartir una comida, dijo Schenone, rompe más rápido las barreras.
Y cuando caen las barreras, caen con estruendo.
Las ventas de salsas superaron las del ketch-up a mediados de los años noventa, y algunos observadores esperan que las tortillas superen las ventas de pan hacia fines de esta década. (Hoy, las ventas de tortilla están sólo un 2 por ciento por debajo de las ventas de pan, informó la Asociación Industrial de la Tortilla).
Las influencias étnicas transculturales se filtran incluso en las más tradicionales instituciones americanas. Para el Pillsbury Bake-Off de 2004, Carolyn Lignos, de California, mezcló curry en polvo y guisantes congelados con una salsa refrigerada para tacos Old El Paso con carne de ternera molida para hacer una tapa del sudeste asiático, las samosas. No ganó, pero su receta estaba muy distante de la hamburguesa con puré de patatas.
Afortunadamente, dijo Shapiro.
"Felizmente para el curso de la historia, los inmigrantes se han dedicado tanto a su cocina, y son tan imaginativos a la hora de recrearla aquí, que nos ha salvado del brazo científico de la cocina", dijo Shapiro. El "brazo científico de la cocina", que empezó Fannie Farmer a fines del siglo 19, tomaba "ideas de la Revolución Industrial, ideas de igualdad y uniformidad que eran los ideales que se buscaban. En contraste con eso, los inmigrantes estaban llegando con tradiciones culinarias verdaderas y alimentos verdaderos".

Ricos Mercados Étnicos
Nuestra historia étnica ha creado la rara oportunidad para estudiar otras culturas sin salir de casa.
"El alimento es un sendero para comprender, y es delicioso como un lugar para comenzar", dijo Marilyn Pocius, cuyo ‘A Cook's Guide to Chicago' es una excursión virtual de los mercados étnicos y vendedores callejeros.
"Cuando escribí el libro, estaba claro que vivir en Chicago te daba una enorme ventaja. Hoy puedes pedir productos online, pero no es lo mismo que visitar un supermercado étnico, donde la mujer a tu lado te puede dar una receta, incluso si no habla inglés".
"Tuve que agregar un nuevo capítulo a la segunda edición de mi libro sobre supermercados multiculturales", dijo Pocius. "Yo hago un montón de demostraciones y antes era un rollo encontrar los productos, pero ahora voy al Market Place en Oakton, en Skokie, y encuentro todo lo que quiero".
Los inmigrantes de Chicago convierten nuestros alimentos de modos menos visibles e inmediatos, piensa Pocius.
"Los inmigrantes tienden a cocinar más que los estadounidenses, y exigen mejor calidad y mejores precios y surtidos más amplios", dijo. "Por ejemplo, las berenjenas -en esos supermercados se encuentran cinco o seis variedades. Tienen carniceros de verdad. Una vez que te acostumbras a comprar en esos supermercados, es difícil volver a lo anterior".
Y eso le conviene a todo el mundo, dijo Shapiro. "Los sabores y los elementos que los componen se filtran en la cultura estadounidense, y eso es bueno".
Para Schenone, hay sólo una reserva: "Lo que esta cultura impone a los niños es un peligro para los alimentos tradicionales. Lo más importante es enseñar a cocinar a nuestros niños. Después de todo, es una habilidad de por vida".

Historia de Influencias
El papel de los inmigrantes en la definición de Estados Unidos -y Chicago- no puede ser más enfatizado. Han influido en todo, desde el modo en que comemos hasta el modo en que compramos.
- Jean Baptiste Point du Sable, un inmigrante de Haití, construyó en 1796 la primera cabaña en el río de Chicago en lo que es ahora Dearborn Street y Wacker Drive. El primer matrimonio de Chicago, su primera sesión en tribunales y su primera elección se realizaron en la cabaña compartida por du Sable y su esposa india americana.
- Hacia 1860 la mitad de la población de Chicago había nacido en el extranjero. Para 1890 un 79 por ciento de la población de la ciudad había nacido en el extranjero o tenía padres nacidos en el extranjero.
- El presidente Lyndon B. Johnson firmó la Ley de Reforma de la Inmigración de 1965 en la Estatua de la Libertad, empezando una nueva ola de inmigración. Tras 1965 los inmigrantes tendieron a ser más de clase media y mejor educados que antes.
- Las comunidades étnicas influyen en la economía estadounidense. Con un poder de compra proyectado de 11.1 trillones de dólares en 2009, los hispanos gastarán unos 992 billones de dólares, los afro-americanos 965 billones de dólares y los asiáticos unos 528 billones de dólares.

Caldera Culinaria
La tradición extranjera en Chicago ha modelado a la ciudad desde sus comienzos, dijo Bruce Kraig, el profesor emérito de historia de la Universidad de Roosevelt e historiador culinario. "Lo que hace de Chicago una ciudad interesante, más interesante que otros lugares son sus montones de grupos concurrentes que todavía se reúnen para transformarse en chicagüenses y estadounidenses".
Desde su fundación en los años de 1670, cuando los indios illinois mantenían contactos con los coureurs du bois (comerciantes) donde el río se suma al lago, Chicago ha sido más una caldera culinaria que un crisol cultural. Los recién llegados agregan sus sabores favoritos a la cacerola, y lo que sale de ahí -después de unos años de lenta cocción- tiene un único carácter estadounidense.
La reputación de Chicago como un centro de procesamiento y preparación de alimentos empezó temprano: Archibald Clybourne abrió en 1829 el primer matadero de la ciudad, de acuerdo a la ‘Enciclopedia de Chicago' de la Sociedad Histórica de Chicago. Para 1832, la compañía empaquetadora de George Dole aprovisionaba tanto a Chicago como a regiones circundantes, y la ciudad se había transformado en el "más grande carnicero del planeta" en el poema de amor de Carl Sandburg. Hacia 1857 la ciudad se fanfarroneaba de sus 46 fabricantes de caramelos, y hacia fines del siglo 19, Chicago era la ciudad más importante del país en cuanto a la producción de caramelos.
Los hombres y mujeres que encontraron trabajo en esos mataderos y fábricas vinieron primero de Irlanda, Alemania, Polonia, Italia, Grecia, Rusia, Checoslovaquia y Lituania. Olas posteriores trajeron a inmigrantes chinos, mexicanos, caribeños, centroamericanos y asiáticos.

Al autor se le puede escribir a: rjenkins@tribune.com

20 de mayo de 2005
18 de mayo de 2005
©chicago tribune
©traducción mQh

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