tortura y muerte en afganistán
[Tim Golden] Un informe estadounidense detalla la brutal muerte de dos presos afganos.
Incluso aunque el joven afgano se estaba muriendo ante ellos, sus carceleros americanos continuaron torturándolo.
El prisionero, un flaco taxista de 22 años conocido solamente como Dilawar, fue sacado de su celda en el centro de detención de Bagram, Afganistán, hacia las 2 de la mañana, para ser interrogado sobre un ataque con proyectiles contra una base americana. Cuando llegó al cuarto de interrogatorios, dijo un intérprete que estaba presente allí, sus piernas temblaban descontroladamente en su silla de plástico y tenía las manos entumecidas. Había estado encadenado por las muñecas al techo de su celda durante la mayor parte de los cuatro días previos.
Dilawar pidió agua, y uno de sus interrogadores, el especialista Joshua R. Claus, 21, le pasó una enorme botella de plástico. Pero antes le hizo un hoyo en el fondo, dijo el intérprete, así que cuando el recluso se enredaba torpemente con la tapa, el agua se escurrió sobre su uniforme naranja. Entonces el soldado agarró de vuelta la botella y empezó a derramar el agua violentamente sobre la cara de Dilawar.
"¡Vamos, bebe!", gritó el especialista Claus, según el intérprete, mientras el prisionero se atoraba con la rociada. "¡Bebe!"
A petición de los interrogadores, un guardia trató de obligar al joven a que se pusiera de rodillas. Pero sus piernas, que habían sido aporreadas por los guardias durante varios días, ya no podían doblarse. Cuando finalmente lo enviaron de vuelta a su celda, los guardias fueron instruidos de que encadenaran al prisionero nuevamente al techo.
"Déjenlo colgado", dijo Claus, según uno de los guardias.
Pasaron varias horas antes de un médico de la sala de urgencias finalmente viera a Dilawar. Para entonces ya había muerto, y su cuerpo había empezado a ponerse tieso. Pasarían muchos meses antes de que los investigadores del ejército descubrieran un horroroso detalle: La mayoría de los interrogadores creían que Dilawar era inocente y que simplemente había pasado con su taxi frente a la base norteamericana en el momento equivocado.
La historia de la brutal muerte de Dilawar en el Punto de Reunión de Bagram -y la de otro detenido, Habibullah, que murió seis días antes a principios de diciembre de 2002- se lee en un documento confidencial de casi 2.000 páginas de la investigación criminal del ejército, una copia del cual fue obtenida por el New York Times.
Como una contraparte literaria de las imágenes digitales de Abu Ghraib, el documento de Bagram muestra una imagen de soldados jóvenes y pobremente adiestrados en repetidos incidentes de maltratos. El severo tratamiento, que ha conducido a cargos criminales contra siete soldados, fue más allá de los dos asesinatos.
En algunos casos, según muestran los testimonios, fue ordenado o llevado a cabo por interrogadores. En otros, fueron castigos impuestos por los guardias de la policía militar. A veces, los tormentos parecen haber sido provocados por apenas algo más que aburrimiento o crueldad, o ambas cosas.
En declaraciones juradas ante investigadores del ejército, los soldados contaron cómo una interrogadora a la que le gustaba humillar a los detenidos, se paró encima del cuello de un detenido que yacía en el suelo y le dio patadas en los testículos a otro. Contaron sobre un prisionero encadenado que fue obligado a rodar de un lado a otro por el suelo de la celda, besando las botas de sus dos interrogadores. Y otro prisionero fue obligado a recoger tapas de botellas de plástico en un barril de agua mezclada con excrementos como parte de una estrategia para ablandarlo antes del interrogatorio.
Times obtuvo una copia del documento de manos de una persona implicada en la investigación que deplora los métodos usados en Bagram y la respuesta militar ante las muertes.
Aunque incidentes con maltratos a prisioneros en Bagram en 2002, incluyendo algunos detalles sobre la muerte de los dos hombres, se habían dado a conocer previamente, funcionarios norteamericanos las han caracterizado como problemas aislados que fueron exhaustivamente investigados. Y muchos de los oficiales y soldados interrogados en la investigación de Dilawar dijeron que la mayoría de los detenidos en Bagram eran dóciles y eran tratados razonablemente bien.
"De lo que nos hemos enterado en el curso de todas estas investigaciones es que hubo gente que claramente violó las normas corrientes de trato humano", dijo el portavoz jefe del Pentágono, Larry Di Rita. "Estamos descubriendo que algunos casos no fueron justificados".
Sin embargo, el documento de Bagram incluye extensos testimonios de que el tratamiento severo de algunos interrogadores era rutinario y los guardias podían golpear a los presos encadenados prácticamente con absoluta impunidad. Los prisioneros considerados importantes o problemáticos eran también esposados y encadenados a los techos y puertas de sus celdas, a veces durante largos períodos, una acción que los fiscales del ejército clasificaron recientemente como agresión criminal.
Algunos de los maltratos eran bastante obvios, sugiere el documento. Oficiales superiores inspeccionaban frecuentemente el centro de detención, y varios de ellos reconocieron haber visto a prisioneros encadenados por castigo o privados de sueño. Poco antes de las dos muertes, observadores del Comité Internacional de la Cruz Roja se quejaron específicamente ante las autoridades militares de Bagram sobre la práctica de obligar a prisioneros encadenados a mantener "posiciones fijas", dice el informe.
Aunque los investigadores militares se enteraron poco después de la muerte de Dilawar de que había sido maltratado por al menos dos interrogadores, la pesquisa criminal del ejército continuó lentamente. Entretanto, muchos de los interrogadores de Bagram, dirigidos por el mismo oficial de operaciones, la capitán Carolyn A. Wood, fueron trasladados a Iraq y en julio de 2003 se hicieron cargo de los interrogatorios en la prisión de Abu Ghraib. De acuerdo a una pesquisa de alto nivel del ejército el año pasado, la capitán Wood aplicaba técnicas que eran "extraordinariamente similares" a las usadas en Bagram.
En octubre pasado, el Comando de Investigaciones Criminales del Ejército concluyó que había probablemente motivos para acusar a 27 oficiales y personal alistado de cargos criminales en el caso de Dilawar, que van de abandono de deberes hasta mutilación y homicidio involuntario. Quince de esos soldados fueron también citados por su probable responsabilidad criminal en el caso de Habibullah.
Hasta el momento, sólo siete de los soldados han sido acusados, entre ellos cuatro la semana pasada. Ninguno ha sido condenado por la muerte de ninguno de los dos. También fueron reprendidos dos interrogadores del ejército, dijo un portavoz militar norteamericano. La mayoría de los que deben todavía hacer frente a acciones legales, ha negado toda responsabilidad, sea en declaraciones ante interrogadores o en comentarios a periodistas.
"Toda esta situación es injusta", dijo en una entrevista telefónica la sargento Selena M. Salcedo, una ex interrogadora de Bagram que fue acusada de agredir a Dilawar, abandono de deberes y de mentir a los investigadores. "Todo quedará claro cuando termine el proceso".
Con la mayoría de las acciones legales todavía pendientes, la historia de los maltratos en Bagram sigue sin estar completa. Pero documentos y entrevistas revelan una sorprendente disparidad entre los hallazgos de los investigadores del ejército y lo que dijeron funcionarios militares después de las muertes.
Portavoces militares sostuvieron que los dos hombres habían muerto por causas naturales, incluso después de que pesquisidores militares determinaran que las muertes eran homicidios. Dos meses después de esas autopsias, el comandante americano en Afganistán, el entonces teniente general Daniel K. McNeill, dijo que no tenía indicios de que los maltratos de los soldados hubieran contribuido a esas dos muertes. Los métodos usados en Bagram, dijo, estaban "en conformidad con técnicas de interrogatorio generalmente aceptadas".
Los Interrogadores
En el verano de 2002, el centro de detención militar de Bagram, a unos 65 kilómetros al norte de Kabul, era un pesado recordatorio del improvisado poder norteamericano en Afganistán.
Construido por los soviéticos como un taller de maquinaria de la aviación para la base de operaciones que establecieron poco después de su intervención en el país en 1979, el edificio sobrevivió las guerras subsiguientes como una abollada reliquia -un edificio de hormigón largo y achaparrado con oxidadas láminas de metal donde antes hubo ventanas.
Actualizado con cinco enormes corrales de alambre y una media docena de celdas de aislamiento de madera terciada, el edificio se transformó en el Punto de Reunión de Bagram, un centro de interrogatorios de prisioneros capturados en Afganistán y otros lugares. El BCP, como lo llaman los soldados, mantenía normalmente entre 40 y 80 detenidos mientras eran interrogados e investigados para su posible traslado al centro de detención de términos más prolongados del Pentágono en Bahía Guantánamo, Cuba.
La nueva unidad de interrogatorios que llegó en julio de 2002 también había sido improvisada. La capitán Wood, entonces una teniente de 32 años, llegó a Fort Bragg, Carolina del Norte, con 13 soldados de la Brigada de Inteligencia Militar 525; seis reservistas que hablaban árabe de la Guardia Nacional de Utah fueron incluidos en el grupo.
Parte del nuevo grupo, que fue integrado a la Compañía A del Batallón de Inteligencia Militar 519, fue formado con especialistas en contraespionaje sin formación en interrogatorios. Sólo dos de los soldados habían alguna vez interrogado a prisioneros.
La formación especializada que recibía la unidad se hacía durante el trabajo, en sesiones con dos interrogadores que habían trabajado en la prisión algunos meses. "No había nada que nos preparara para dirigir una operación de interrogatorio" como la de Bagram, dijo más tarde a los investigadores el oficial trasladado a cargo de los interrogatorios, el sargento Steven W. Loring.
Las reglas de combate no eran muy claras. El pelotón tenía el manual normal de interrogatorios, el Manual de Terreno 34-52 del Ejército, y una orden del ministro de Defensa, Donald H. Rumsfeld, de tratar a los prisioneros "humanamente" y, cuando fuera posible, en conformidad con las Convenciones de Ginebra. Pero con la decisión final del presidente Bush en febrero de 2002 de que las Convenciones no se aplican en el conflicto con Al Qaeda y que los milicianos talibanes no recibirán los derechos de los prisioneros de guerra, los interrogadores creyeron que se "podían desviar ligeramente de las reglas", dijo uno de los reservistas de Utah, el sargento James A. Leahy.
"Había las Convenciones de Ginebra para los enemigos prisioneros de guerra, pero nada para los terroristas", dijo a los investigadores del ejército el sargento Leahy. Y los detenidos, dijeron oficiales de inteligencia, debían ser considerados terroristas hasta que se demostrara lo contrario.
Las desviaciones incluían el uso de "posturas de seguridad" o "posiciones estresantes" que harían sentirse incómodos a los detenidos sin necesariamente herirlos -arrodillarse en el suelo, por ejemplo, o sentarse en la posición silla' contra una pared. El nuevo pelotón que también conocía técnicas de privación del sueño, que la unidad anterior había limitado generalmente a 24 horas o menos, insistiendo en que el interrogador permanezca despierto junto al prisionero para no ignorar los límites de un tratamiento humano.
Pero cuando los interrogadores del 519 empezaron a trabajar, redefinieron sus propios métodos de privación de sueño. Decidieron que de 32 a 36 horas era el tiempo óptimo para mantener despiertos a los prisioneros y eliminaron la práctica de permanecer despiertos ellos mismos, dijo en una entrevista un ex interrogador, Eric LaHammer.
Los interrogadores trabajaban con un listado de técnicas básicas para obtener la colaboración de un prisionero, desde el enfoque "amistoso", las rutinas del poli malo-poli bueno y la amenaza de un encarcelamiento indefinido. Pero interrogadores con menos experiencia descansaban en el método conocido entre los militares como Pégales un Susto', o lo que un soldado llamó "la técnica del grito".
El sargento Loring, entonces de 27, trató sin demasiado éxito de impedir que los interrogadores usaran esa técnica, que implica normalmente gritar y arrojar sillas. Leahy dijo que el sargento "ponía freno cuando algunos métodos se escapaban de las manos". Pero también podía desechar tácticas que consideraba demasiado suaves, dijeron varios soldados, y daban a algunos de los interrogadores más agresivos mucha libertad de acción. (Los intentos de localizar a Loring, que dejó el ejército, fueron infructuosos).
"A veces desarrollábamos algún tipo de relación con los detenidos, y el sargento Loring se sentaba con nosotros y nos recordaba que esa gente era mala y hablaba del 11 de septiembre y decía que no eran nuestros amigos y que no debíamos confiar en ellos", dijo Leahy.
El especialista Damien M. Corsetti, un interrogador alto y barbudo llamado a veces el Monstruo' -se había tatuado su apodo en italiano en su estómago, dijeron otros soldados- era a menudo elegido para intimidar a los nuevos prisioneros. El especialista Corsetti, dijeron, se enfurecía y gritaba a los recién llegados que estaban encadenados a una viga del techo o yacían boca abajo en el piso del cuarto de retención. (Una unidad militar K-9 a menudo llegaba con perros gruñendo a pasearse entre los detenidos para obtener un efecto similar, revelan los documentos).
"Los otros interrogadores usaban su reputación", dijo uno de los interrogadores, el especialista Eric H. Barclais. "Le decían al detenido: Si no colaboras, traeremos al Monstruo y eso no será agradable para ti'". Otro soldado contó a los investigadores que el sargento Loring se refería despreocupadamente al especialista Corsetti, entonces de 23, como el Rey de la Tortura'.
Un detenido saudí que fue entrevistado por interrogadores del ejército en junio pasado en Guantánamo dijo que el especialista Corsetti había sacado su pene durante un interrogatorio en Bagram, lo había mantenido frente a la cara del prisionero y lo amenazó con violarlo, según muestran fragmentos de la declaración.
En otoño pasado, los investigadores dijeron que había motivos suficientes para acusar al especialista Corsetti de asalto, agresión a un prisionero y actos indecentes; pero no ha sido acusado formalmente. Un portavoz de Fort Bragg dijo que el especialista Corsetti no quería hacer comentarios.
A fines de agosto de 2002, los interrogadores de Bagram recibieron a una nueva unidad de la policía militar que fue asignada a la custodia de los detenidos. Los soldados, en su mayor parte reservistas de la Compañía de Policía Militar 377, de Cincinnati y Bloomington, Indiana, carecían igualmente de preparación para la misión, dijeron miembros de la unidad.
La compañía recibió lecciones básicas de tratamiento de prisioneros en Fort Dix, Nueva Jersey, y algunos policías y funcionarios de prisiones entre sus rangos proveyeron más adiestramiento. Esas instrucciones incluían una revisión de "tácticas de control de la presión" y especialmente el "golpe en el peroné" -un fuerte golpe paralizante al lado de la pierna, justo arriba de la rodilla.
Los policías militares dijeron que nunca les dijeron que los golpes en el peroné no formaban parte de la doctrina militar. Y la mayoría de ellos no oyeron a uno de los anteriores agentes de policía que dijo a otro soldado durante el adiestramiento que no debía nunca usar esos golpes porque "destrozaría" las piernas del detenido.
Pero una vez en Afganistán, los miembros de la 377 descubrieron que las reglas normales no se aplicaban. El golpe en el peroné se transformó rápidamente en el arma básica en el arsenal de la policía militar. "Era algo aceptado; podías darles un rodillazo en las piernas", dijo a los investigadores el ex sargento Thomas V. Curtis.
Tras unas semanas de gira con la compañía, el especialista Jeremy M. Callaway oyó a otros guardia fanfarronearse de haber golpeado a un detenido que lo había escupido. El especialista Callaway también dijo a los investigadores que otros soldados habían felicitado al guardia por no "aguantar nada" de un detenido.
Un capitán apodó a los miembros del Tercer Pelotón, la Banda de la Testosterona'. Varios de ellos eran dedicados culturistas. Tras llegar a Afganistán, un grupo de soldados decoraron su tienda con una bandera confederada, dijo un soldado.
Algunos de los mismos policías militares mostraron un particular interés en un detenido afgano perturbado que era conocido porque se comía sus excrementos y se mutilaba a sí mismo con alambres de púas. Los soldados le dieron repetidos rodillazos en las piernas hasta que, en un momento, lo encadenaron con los brazos en el aire, dijo el especialista Callaway a los investigadores. También lo apodaron Timmy', por un niño incapacitado de la serie de dibujos animados de televisión South Park'. Uno de los guardias que golpeó al prisionero también le enseñó a chillar como el personaje de la serie, dijo el especialista Callaway.
Finalmente el hombre fue enviado a casa.
Detenido Rebelde
El detenido conocido como Persona Bajo Control º412 era un afgano corpulento y bien arreglado llamado Habibullah. Algunos funcionarios americanos lo identificaban con el ulema' Habibullah, hermano del antiguo comandante talibán de la provincia de Oruzgan, al sur de Afganistán.
Se destacaba entre los desaseados guerrilleros y aldeanos que los interrogadores acostumbraban a ver. "Tenía una mirada penetrante y mucha confianza en sí mismo", dijo el jefe de la policía militar, el mayor Bobby R. Atwell.
Documentos de la investigación sugieren que Habibullah fue capturado por un señor de la guerra afgano el 28 de noviembre de 2002, y entregado a operativos de la CIA dos días después. Su estado en ese momento es objeto de disputa. El médico que lo examinó al llegar a Bagram lo declaró en buena salud. Pero el jefe de operaciones de inteligencia, el teniente coronel John W. Loffert Jr., dijo más tarde a los interrogadores que "ya se encontraba mal al llegar".
Lo que sí está claro es que Habibullah fue clasificado en Bagram como prisionero importante y especialmente listo y rebelde.
Uno de los sargentos del Tercer Pelotón de la 377, Alan J. Driver Jr., dijo a los investigadores que Habibullah se levantó después de un análisis rectal y le dio un rodillazo en la ingle. El guardia dijo que él agarró al prisionero por la cabeza y le gritó en la cara. Habibullah se puso "combativo", dijo el sargento Driver, y tuvo que ser dominado por tres guardias, que se lo llevaron con una llave de brazos.
Entonces fue recluido en una de las celdas de aislamiento de 2.70 por 2.10 metros, que el comandante de la policía militar, el capitán Christopher M. Beiring describió más tarde como un procedimiento normal. "La política era que los detenidos debían ser encapuchados, encadenados y aislados al menos las primeras 24 horas, a veces las primeras 72 horas de cautiverio", dijo a los investigadores.
Aunque los guardias mantenían despiertos a algunos prisioneros gritándoles o pinchándolos o golpeando la puerta de sus celdas, Habibullah fue encadenado por las muñecas al techo de cables de su celda, dijeron los soldados.
Al segundo día, el 1 de diciembre, el prisionero se mostró nuevamente "poco cooperativo", esta vez con el especialista Willie V. Brand. El guardia, que ha sido desde entonces acusado de agresión y otros delitos, dijo a los investigadores que le había dado tres golpes en el peroné como respuesta. Al día siguiente, dijo el especialista Brand, tuvo que dar de rodillazos nuevamente al prisionero. Más otros golpes.
Un abogado del especialista Brand, John P. Galligan, dijo que su cliente no había tenido intenciones criminales al agredir a prisioneros. "En la época, mi cliente se comportaba según las normas operacionales normales que estaban en vigor en el centro de detención de Bagram.
La comunicación entre Habibullah y sus carceleros parece haber sido casi exclusivamente física. A pesar de repetidas peticiones, los policías militares no tenían intérpretes propios. En lugar de eso, tomaban de prestado a los intérpretes de los interrogadores toda vez que podían y dependían de prisioneros que hablaban un poco de inglés para que les tradujeran.
Cuando los detenidos eran golpeados o pateados por "rebeldía", uno de los intérpretes, Ali M. Baryalai, dijo que ocurría a menudo "porque no tenían ni idea de lo que decían los policías militares".
La mañana del 2 de diciembre, testigos dijeron a los investigadores que Habibullah estaba tosiendo y quejándose de dolor de pecho. Entró cojeando y con grilletes al cuarto de interrogatorios, con la pierna derecha tiesa y su pie derecho hinchado. El interrogador a cargo, el sargento Leahy, lo dejó sentarse en el suelo porque no podía doblar las rodillas y sentarse en una silla.
El intérprete que estaba a mano, Ebrahim Baerde, dijo que los interrogadores habían mantenido su distancia ese día "porque estaba escupiendo un montón de flema".
"Se estaban riendo y burlándose de él, diciendo que era vulgar' y sucio'", dijo Baerde.
Aunque golpeado, Habibullah no había sido sometido.
"Una vez le preguntaron si quería pasarse esposado el resto de su vida", dijo Baerde. "Su respuesta fue: Sí, ¿no ves lo bien que me cuidan aquí?'"
El 3 de diciembre la reputación de la rebeldía de Habibullah lo transformó en un blanco predilecto. Un policía militar dijo que le había propinado cinco golpes en el peroné por "rebelarse y resistir". Otro le dio tres o cuatro golpes más por lo mismo. Algunos guardias dijeron más tarde que se había herido al tratar de escapar.
Cuando el sargento James P. Boland vio a Habibullah el 3 de diciembre, estaba en una celda de aislamiento, amarrado al techo por esposas y una cadena en la cintura. Su cuerpo estaba desplomado hacia adelante, mantenido así por las cadenas.
El sargento Boland dijo a los investigadores que había entrado a la celda con otros dos guardias, los especialistas Anthony M. Morden y Brian E. Cammack. (Los tres han sido acusados de agresión y otros delitos). Uno de ellos le sacó la capucha. Tenía la cabeza caída hacia un lado, con la lengua fuera. El especialista Cammack dijo que había puesto algo de pan en la lengua de Habibullah. Otro soldado puso una manzana en la mano del prisionero; cayó al suelo.
Cuando el especialista Cammack se volvió hacia el prisionero, dijo en una declaración, Habibullah le escupió en el pecho. Más tarde, el especialista Cammack reconoció: "No estoy seguro de que me haya escupido". Pero en ese momento explotó, gritándole: "¡No me vuelvas a escupir nunca más!" y dándole un fuerte rodillazo en la pierna, "quizás varias veces". El cuerpo desplomado de Habibullah balanceándose de las cadenas.
Cuando el sargento Boland volvió a la celda unos 20 minutos más tarde, dijo, Habibullah no se movía y no tenía pulso. Finalmente el prisionero fue sacado de sus cadenas y dejado en el piso de su celda.
El guardia que el especialista Cammack dijo que había aconsejado en Nueva Jersey sobre los peligros de los golpes en el peroné, lo encontró en el cuarto donde yacía el cuerpo ya frío de Habibullah.
"El especialista Cammack parecía muy abatido", dijo el especialista William Bohl a un investigador. El soldado "daba vueltas en el cuarto, histérico".
Un policía militar fue enviado a despertar a uno de los médicos.
"¿Para qué quieres que me levante?", respondió el médico, el especialista Robert S. Melone, diciéndole que llamara a una ambulancia.
Cuando finalmente llegó otro médico, encontró a Habibullah en el suelo, con los brazos extendidos, los ojos y la boca abierta.
"Daba la impresión de que llevaba muerto un bien tiempo y a nadie parecía preocuparle", dijo el médico, el sargento Rodney D. Glass.
No todos los guardias eran indiferentes, según se desprende de sus declaraciones. Pero si la muerte de Habibullah consternó a algunos de ellos, eso no produjo cambios importantes en la gestión del centro de detención.
Se asignaron guardias de la policía militar para estar presentes durante los interrogatorios para prevenir los maltratos. El mayor Atwell dijo a los investigadores que ya había instruido al comandante de la compañía de la policía militar, el capitán Beiring, que dejara de colgar a los prisioneros al techo. Otros dijeron que nunca recibieron esa orden.
Oficiales dijeron más tarde a los investigadores que no estaban consciente de ningún abuso serio en el BCP. Pero el sargento primero de la 377, Betty J. Jones, contó a los investigadores que el uso de posturas estresantes, privación del sueño y golpes al peroné eran ya evidentes.
"Todos los que tienen algo de autoridad visitaron el centro de detención en algún momento", dijo.
El mayor Atwell dijo que la muerte "no causó demasiada preocupación porque parecía natural".
De hecho, la autopsia de Habibullah, completada el 8 de diciembre, mostraba moretones y raspaduras en su pecho, brazos y cabeza. Había profundas contusiones en sus pantorrillas, rodillas y muslos. Su pantorrilla izquierda tenía una marca aparentemente causada por una suela de zapato.
Su muerte fue atribuida a un coágulo de sangre, causado probablemente por las graves heridas en sus piernas, que se trasladó hacia su corazón e impidió que llegara sangre a sus pulmones.
El Detenido Tímido
El 5 de diciembre, un día después de la muerte de Habibullah, Dilawar llegó a Bagram.
Cuatro días antes, en vísperas del festivo musulmán de Id al-Fitr, Dilawar salió de su pequeña aldea de Yakubi con su apreciada nueva posesión, un sedán Toyota de segunda mano que su familia le había comprado semanas antes para que lo trabajara como taxi.
Dilawar no era un aventurero. Rara vez se alejaba de su casa de piedra que compartía con su esposa, joven hija y otros familiares. Nunca fue a la escuela, dijeron sus familiares, y sólo tenía un amigo, Bacha Khel, con el que se sentaba a platicar en los trigales que rodean la aldea.
"Era un hombre tímido, muy sencillo", dijo su hermano mayor, Shahpoor, en una entrevista.
El día que desapareció, la madre de Dilawar le había pedido que reuniera a sus tres hermanas en aldeas vecinas y las llevara a casa para las vacaciones. Pero él necesitaba dinero para la gasolina y decidió conducir hasta la capital provincial, Khost, a unos 45 minutos, a ver si encontraba clientes.
En una parada de taxis allá, recogió a tres hombres que iban a Yakubi. En el camino pasaron frente a una base de las tropas americanas, Campo Salerno, que había sido blanco de un ataque con proyectiles esa mañana.
Milicianos leales al comandante de la guerrilla que custodiaba la base, Jan Baz Khan, paró al Toyota en un puesto de control. Confiscaron el walkie-talkie roto de uno de los pasajeros de Dilawar. En el maletero encontraron un estabilizador eléctrico utilizado para regular la corriente de los generadores. (La familia de Dilawar dijo que el estabilizador no era de ellos; en la época, dijeron, no tenían electricidad).
Los cuatro hombres fueron detenidos y entregados a los soldados norteamericanos en la base como sospechosos de haber participado en el ataque. Dilawar y sus pasajeros pasaron su primera noche allí encadenados a una valla, de modo que no pudieron dormir. Cuando un médico los examinó a la mañana siguiente, dijo más tarde, pensó que Dilawar estaba cansado y sufría de dolores de cabeza, pero se encontraba bien.
Los tres pasajeros de Dilawar fueron finalmente trasladados a Guantánamo y encerrados allá durante más de un año antes de ser enviados a casa sin cargos. En entrevistas después de su liberación, los hombres describieron su tratamiento en Bagram como mucho peor que en Guantánamo. Aunque todos dijeron haber sido golpeados, se quejaron amargamente de haber sido desnudados frente a soldados mujeres en las duchas y exámenes médicos, que dijeron que incluían varios dolorosos y humillantes exámenes rectales.
"Me hicieron montones de cosas malas", dijo Abdur Rahim, un panadero de 26 años de Khost. "Yo gritaba y lloraba, y nadie escuchaba. Cuando yo gritaba, los soldados me golpeaban la cabeza contra el escritorio".
Para Dilawar, dijeron los otros prisioneros, lo más difícil era la capucha de tela negra en la cabeza. "No podía respirar", dijo un hombre llamado Parkhudin, que había sido uno de los pasajeros de Dilawar.
Dilawar era un hombre frágil, de 1.80m de estatura y de 55 kilos. Pero en Bagram fue rápidamente clasificado como "rebelde".
Cuando el especialista Corey E. Jones, del Primer Pelotón de la Policía Militar, fue enviado a la celda de Dilawar a darle algo de agua, dijo que el prisionero le escupió en la cara y empezó a darle de patadas. El especialista Jones respondió, dijo, dándole unos rodillazos en la pierna al detenido encadenado.
"Gritó: ¡Alá! ¡Alá! ¡Alá!' y mi primera reacción fue que estaba pidiendo ayuda a su Dios", dijo el especialista Jones a los investigadores. "Todos lo oyeron llorar y pensaban que era divertido".
Más tarde otros miembros del Tercer Pelotón de la Policía Militar se acercaron por el centro de detención y pararon en las celdas de aislamiento para verlo con sus propios ojos, dijo el especialista Jones.
"Se transformó en una especie de chiste permanente y los soldados llegaban para darle al detenido al golpe al peroné solamente para oírlo gritar: "Alá'", dijo. "Continuó durante un período de 24 horas y creo que puede haber recibido unos 100 golpes".
En una declaración posterior, el especialista Jones fue vago sobre la identidad de los que habían participado en los golpes. Sus estimaciones no fueron nunca confirmadas, pero finalmente otros guardias confesaron haber golpeado a Dilawar repetidas veces.
Muchos policías militares terminaron negando que estuviesen al tanto de las lesiones de Dilawar, explicando que nunca vieron sus piernas debajo del chándal. Pero el especialista Jones recordó que la cuerda de los pantalones del uniforme naranja de prisionero de Dilawar se cayó varias veces cuando estaba encadenado.
"Vi el rosetón porque se le cayeron los pantalones cuando estaba en una posición estresante", dijo el soldado a los investigadores. "Al cabo de un tiempo me di cuenta de que era del tamaño de un puño".
Dilawar empezó a desesperarse, gritando que lo dejaran en libertad. Pero incluso sus intérpretes tenían dificultades en comprender su dialecto pashto; los asombrados guardias sólo oían ruidos.
"Gritaba constantemente: ¡Déjadme en libertad; no quiero estar aquí!" y cosas como esas", dijo un lingüista que podía descifrar su malestar, Abdul Ahad Wardak.
Wardak.
El Interrogatorio
El 8 de diciembre Dilawar fue llevado a su cuarto interrogatorio. Se tornó pronto en hostil.
El interrogador de 21 años, el especialista Glendale C. Walls II, dijo más tarde que Dilawar era evasivo. "Había unas lagunas, y queríamos que nos respondiera la verdad", dijo. El otro interrogador, la sargento Salcedo, se quejó que el prisionero se reía, no respondía las preguntas y se negaba a estar arrodillado en el suelo o sentarse contra la pared.
El intérprete presente, Ahmad Ahmadzai, recordó otra cosa.
Ahmadzai dijo que los interrogadores acusaron a Dilawar de lanzar los proyectiles que habían impactado en la base americana. Él lo negó. Mientras estaba arrodillado en el suelo, era incapaz de mantener las manos esposadas por encima de la cabeza, llevando a la sargento Salcedo a golpearlo cada vez que empezaba a bajarlas.
"Selena le regañaba por ser débil y cuestionaba que fuera un hombre, lo que era muy humillante, dado su legado cultural",dijo Admadzai.
Cuando Dilawar no pudo sentarse en la posición de la silla contra la pared debido a sus piernas golpeadas, los dos interrogadores lo agarraron de la camisa y lo golpearon repetidas veces contra la pared.
"Duró unos 10 a 15 minutos", dijo el intérprete. "Él estaba tan cansado que no se podía mantener de pie".
"Lo levantaron y en un momento Selena se paró con sus botas encima de sus pies desnudos y lo agarró por la barba y lo empujó hacia ella", continuó. "Selena le dio una patada en la ingle, en sus partes privadas, con su pie izquierdo. Estaba a alguna distancia de él, y se echó hacia atrás y le dio una patada.
"En los primeros diez minutos lo interrogaron, creo, pero después sólo fueron empujones, patadas, gritos", dijo Ahmadzai. "Eso no era un interrogatorio".
La sesión terminó cuando la sargento Salcedo instruyó a los policías militares que mantuvieran a Dilawar encadenado al techo hasta el turno siguiente.
A la mañana siguiente Dilawar empezó a gritar nuevamente. Hacia el mediodía los policías militares llamaron a uno de los intérpretes, Baerde, para que tratara de calmar a Dilawar.
"Le dije: Por favor, mira, si quieres sentarte y que te quiten los grilletes, tienes que estar tranquilo una hora más'".
"Me dijo que si seguía con los grilletes una hora más, moriría".
Media hora más tarde Baerde volvió a la celda. Las manos de Dilawar colgaban libres de esposas, y su cabeza, cubierta por una capucha negra, estaba desplomada hacia adelante.
"Quería un doctor, y dijo que necesitaba una inyección'", recordó Baerde. "Dijo que no se sentía bien. Dijo que le dolían las piernas".
Baerde tradujo la petición de Dilawar a uno de los guardias. El soldado cogió la mano del prisionero y la apretó con las uñas para comprobar su circulación.
"Está bien", dijo el policía militar, según Baerde. "Está tratando de liberarse de los grilletes".
Para cuando Dilawar fue llevado a su último interrogatorio a las primeras horas del día siguiente, el 10 de diciembre, se veía exhausto y estaba balbuceando que su esposa había muerto. También le dijo a los interrogadores que los guardias lo habían golpeado.
"Pero eso no se investigó", dijo Baryalai, el intérprete.
El especialista Walls era nuevamente el interrogador jefe. Pero su colega más agresivo, el especialista Claus, se hizo rápidamente cargo, dijo Baryalai.
"Josh tenía una regla y era que el detenido tenía que mirarlo a él, no a mí", dijo el intérprete a los investigadores. "Le dio tres posibilidades y entonces lo agarró por la camiseta y lo empujó hacia él, sobre la mesa, golpeándole el pecho contra la mesa".
Cuando Dilawar fue incapaz de arrodillarse, dijo el intérprete, los interrogadores lo pusieron sobre los pies y lo empujaron contra la pared. Le dijeron que asumiera una postura difícil, y el prisionero se reclinó contra la pared y empezó a quedarse dormido.
"Me parecía que Dilawar estaba tratando de colaborar, pero que físicamente no podía hacer lo que le pedían", dijo Baryalai.
Finalmente el especialista Walls agarró al prisionero y "lo sacudió violentamente", dijo el intérprete, diciéndole que si no cooperaba, lo embarcarían hacia Estados Unidos, donde sería "tratado como una mujer por los otros hombres" y tendría que hacer frente a criminales que "estarían muy indignados con cualquiera que hubiera participado en los atentados del 11 de septiembre". (El especialista Walls fue acusado de agresión, maltratos y desacato; el especialista Clas fue acusado de agresión, maltratos y por mentir ante los investigadores. Los soldados se negaron a hacer comentarios).
Un tercer especialista de la inteligencia militar que hablaba algo de pashto, el sargento W. Christopger Yonushonis, había interrogado a Dilawar antes y había arreglado que el especialista Claus tomara su trabajo cuando él terminara. En lugar de eso, el sargento llegó al cuarto de interrogatorios para encontrar una poza de agua en el piso, una mancha mojada en la camisa de Dilawar y el especialista Claus parado encima del detenido, retorciendo la capucha que cubría la cabeza del prisionero.
"Tenía la impresión de que Josh en realidad estaba manteniendo de pie al detenido tirándolo por la capucha", dijo. "Yo estaba furioso en ese momento porque había visto a Josh apretar la capucha de otro detenido la semana anterior. Esa conducta me parecía completamente gratuita y sin relación alguna con el recabamiento de inteligencia".
"¿Qué significa todo ese agua?", preguntó el sargento Yonushonis.
"Queríamos asegurarnos de que no se deshidrate", respondió el especialista Claus.
A la mañana siguiente el sargento Yonushonis se dirigió hacia el oficial a cargo de los interrogadores, el sargento Loring, para informarle sobre el incidente. Sin embargo, Dilawar ya había muerto.
Post-Mortem
Los hallazgos de la autopsia de Dilawar son sucintos. Tenía problemas con una arteria coronaria, informó el médico forense, pero lo que causó su deficiencia cardíaca fueron "lesiones a las extremidades inferiores". Lesiones similares contribuyeron a la muerte de Habibullah.
Uno de los pesquisidores tradujo más tarde la evaluación en una audiencia preliminar del especialista Brand, diciendo que el tejido de las piernas del joven "había sido en lo fundamental, machacado".
"He visto heridas similares en personas atropelladas por un bus", dijo la teniente coronel Elizabeth Rouse, la forense, y, en esa época, mayor.
Después de la segunda muerte, varios interrogadores del Batallón 519 fue suspendidos temporalmente de sus puestos. Un médico fue asignado al centro de detención para trabajar en los turnos nocturnos. Por órdenes del jefe de inteligencia de Bagram, se prohibió que los interrogadores tuvieran algún contacto físico con los detenidos. También se prohibió encadenar a los prisioneros a algún objeto fijo y se puso límites al uso de la estrés.
En febrero, un funcionario militar norteamericano reveló que el comandante de la guerrilla afgana cuyos hombres habían detenido a Dilawar y sus pasajeros había sido detenido a su vez. El comandante, Jan Baz Khan, era sospechado de haber atacado él mismo la base y de entregar luego a sospechosos' inocentes a los norteamericanos para ganarse su confianza, dijo el funcionario militar.
Los tres pasajeros en el taxi de Dilawar fueron enviados a casa desde Guantánamo en marzo de 2004, 14 meses después de su captura, con cartas que dicen que no representaban una "amenaza" para las tropas americanas.
Fueron visitados más tarde por los padres de Dilawar, que le imploraron que les contaran qué había pasado con su hijo. Pero los hombres dijeron que no se atrevieron a contar los detalles.
"Les dije que tenía una cama", dijo Parkhudin. "Les dije que los americanos eran muy amables, porque él tenía problemas con el corazón".
A fines de agosto del año pasado, poco antes de que el ejército completara su pesquisa sobre las muertes, el sargento Yonushonis, estacionado en Alemania, se acercó de propia iniciativa a un agente del Comando de Investigaciones Criminales. Hasta entonces, nunca se le había entrevistado.
"Esperaba que tomarían contacto conmigo en algún momento por los investigadores del caso", dijo. "Yo estaba viviendo a unas puertas del cuarto de interrogatorios y había sido uno de los últimos en ver vivo al prisionero".
El sargento Yonushonis describió lo que había presenciado como el último interrogatorio del prisionero. "Yo estaba tan enojado que no podía hablar", dijo.
También agregó un detalle que había sido pasado por alto en el documento de la pesquisa. Para cuando Dilawar fue llevado a su interrogatorio final, dijo, "la mayoría de nosotros estábamos convencidos de que el detenido era inocente".
Ruhallah Khapalwak, Carlotta Gall y David Rohde contribuyeron a este reportaje, y Alain Delaqueriere colaboró en la investigación.
22 de mayo de 2005
©new york times
©traducción mQh
El prisionero, un flaco taxista de 22 años conocido solamente como Dilawar, fue sacado de su celda en el centro de detención de Bagram, Afganistán, hacia las 2 de la mañana, para ser interrogado sobre un ataque con proyectiles contra una base americana. Cuando llegó al cuarto de interrogatorios, dijo un intérprete que estaba presente allí, sus piernas temblaban descontroladamente en su silla de plástico y tenía las manos entumecidas. Había estado encadenado por las muñecas al techo de su celda durante la mayor parte de los cuatro días previos.
Dilawar pidió agua, y uno de sus interrogadores, el especialista Joshua R. Claus, 21, le pasó una enorme botella de plástico. Pero antes le hizo un hoyo en el fondo, dijo el intérprete, así que cuando el recluso se enredaba torpemente con la tapa, el agua se escurrió sobre su uniforme naranja. Entonces el soldado agarró de vuelta la botella y empezó a derramar el agua violentamente sobre la cara de Dilawar.
"¡Vamos, bebe!", gritó el especialista Claus, según el intérprete, mientras el prisionero se atoraba con la rociada. "¡Bebe!"
A petición de los interrogadores, un guardia trató de obligar al joven a que se pusiera de rodillas. Pero sus piernas, que habían sido aporreadas por los guardias durante varios días, ya no podían doblarse. Cuando finalmente lo enviaron de vuelta a su celda, los guardias fueron instruidos de que encadenaran al prisionero nuevamente al techo.
"Déjenlo colgado", dijo Claus, según uno de los guardias.
Pasaron varias horas antes de un médico de la sala de urgencias finalmente viera a Dilawar. Para entonces ya había muerto, y su cuerpo había empezado a ponerse tieso. Pasarían muchos meses antes de que los investigadores del ejército descubrieran un horroroso detalle: La mayoría de los interrogadores creían que Dilawar era inocente y que simplemente había pasado con su taxi frente a la base norteamericana en el momento equivocado.
La historia de la brutal muerte de Dilawar en el Punto de Reunión de Bagram -y la de otro detenido, Habibullah, que murió seis días antes a principios de diciembre de 2002- se lee en un documento confidencial de casi 2.000 páginas de la investigación criminal del ejército, una copia del cual fue obtenida por el New York Times.
Como una contraparte literaria de las imágenes digitales de Abu Ghraib, el documento de Bagram muestra una imagen de soldados jóvenes y pobremente adiestrados en repetidos incidentes de maltratos. El severo tratamiento, que ha conducido a cargos criminales contra siete soldados, fue más allá de los dos asesinatos.
En algunos casos, según muestran los testimonios, fue ordenado o llevado a cabo por interrogadores. En otros, fueron castigos impuestos por los guardias de la policía militar. A veces, los tormentos parecen haber sido provocados por apenas algo más que aburrimiento o crueldad, o ambas cosas.
En declaraciones juradas ante investigadores del ejército, los soldados contaron cómo una interrogadora a la que le gustaba humillar a los detenidos, se paró encima del cuello de un detenido que yacía en el suelo y le dio patadas en los testículos a otro. Contaron sobre un prisionero encadenado que fue obligado a rodar de un lado a otro por el suelo de la celda, besando las botas de sus dos interrogadores. Y otro prisionero fue obligado a recoger tapas de botellas de plástico en un barril de agua mezclada con excrementos como parte de una estrategia para ablandarlo antes del interrogatorio.
Times obtuvo una copia del documento de manos de una persona implicada en la investigación que deplora los métodos usados en Bagram y la respuesta militar ante las muertes.
Aunque incidentes con maltratos a prisioneros en Bagram en 2002, incluyendo algunos detalles sobre la muerte de los dos hombres, se habían dado a conocer previamente, funcionarios norteamericanos las han caracterizado como problemas aislados que fueron exhaustivamente investigados. Y muchos de los oficiales y soldados interrogados en la investigación de Dilawar dijeron que la mayoría de los detenidos en Bagram eran dóciles y eran tratados razonablemente bien.
"De lo que nos hemos enterado en el curso de todas estas investigaciones es que hubo gente que claramente violó las normas corrientes de trato humano", dijo el portavoz jefe del Pentágono, Larry Di Rita. "Estamos descubriendo que algunos casos no fueron justificados".
Sin embargo, el documento de Bagram incluye extensos testimonios de que el tratamiento severo de algunos interrogadores era rutinario y los guardias podían golpear a los presos encadenados prácticamente con absoluta impunidad. Los prisioneros considerados importantes o problemáticos eran también esposados y encadenados a los techos y puertas de sus celdas, a veces durante largos períodos, una acción que los fiscales del ejército clasificaron recientemente como agresión criminal.
Algunos de los maltratos eran bastante obvios, sugiere el documento. Oficiales superiores inspeccionaban frecuentemente el centro de detención, y varios de ellos reconocieron haber visto a prisioneros encadenados por castigo o privados de sueño. Poco antes de las dos muertes, observadores del Comité Internacional de la Cruz Roja se quejaron específicamente ante las autoridades militares de Bagram sobre la práctica de obligar a prisioneros encadenados a mantener "posiciones fijas", dice el informe.
Aunque los investigadores militares se enteraron poco después de la muerte de Dilawar de que había sido maltratado por al menos dos interrogadores, la pesquisa criminal del ejército continuó lentamente. Entretanto, muchos de los interrogadores de Bagram, dirigidos por el mismo oficial de operaciones, la capitán Carolyn A. Wood, fueron trasladados a Iraq y en julio de 2003 se hicieron cargo de los interrogatorios en la prisión de Abu Ghraib. De acuerdo a una pesquisa de alto nivel del ejército el año pasado, la capitán Wood aplicaba técnicas que eran "extraordinariamente similares" a las usadas en Bagram.
En octubre pasado, el Comando de Investigaciones Criminales del Ejército concluyó que había probablemente motivos para acusar a 27 oficiales y personal alistado de cargos criminales en el caso de Dilawar, que van de abandono de deberes hasta mutilación y homicidio involuntario. Quince de esos soldados fueron también citados por su probable responsabilidad criminal en el caso de Habibullah.
Hasta el momento, sólo siete de los soldados han sido acusados, entre ellos cuatro la semana pasada. Ninguno ha sido condenado por la muerte de ninguno de los dos. También fueron reprendidos dos interrogadores del ejército, dijo un portavoz militar norteamericano. La mayoría de los que deben todavía hacer frente a acciones legales, ha negado toda responsabilidad, sea en declaraciones ante interrogadores o en comentarios a periodistas.
"Toda esta situación es injusta", dijo en una entrevista telefónica la sargento Selena M. Salcedo, una ex interrogadora de Bagram que fue acusada de agredir a Dilawar, abandono de deberes y de mentir a los investigadores. "Todo quedará claro cuando termine el proceso".
Con la mayoría de las acciones legales todavía pendientes, la historia de los maltratos en Bagram sigue sin estar completa. Pero documentos y entrevistas revelan una sorprendente disparidad entre los hallazgos de los investigadores del ejército y lo que dijeron funcionarios militares después de las muertes.
Portavoces militares sostuvieron que los dos hombres habían muerto por causas naturales, incluso después de que pesquisidores militares determinaran que las muertes eran homicidios. Dos meses después de esas autopsias, el comandante americano en Afganistán, el entonces teniente general Daniel K. McNeill, dijo que no tenía indicios de que los maltratos de los soldados hubieran contribuido a esas dos muertes. Los métodos usados en Bagram, dijo, estaban "en conformidad con técnicas de interrogatorio generalmente aceptadas".
Los Interrogadores
En el verano de 2002, el centro de detención militar de Bagram, a unos 65 kilómetros al norte de Kabul, era un pesado recordatorio del improvisado poder norteamericano en Afganistán.
Construido por los soviéticos como un taller de maquinaria de la aviación para la base de operaciones que establecieron poco después de su intervención en el país en 1979, el edificio sobrevivió las guerras subsiguientes como una abollada reliquia -un edificio de hormigón largo y achaparrado con oxidadas láminas de metal donde antes hubo ventanas.
Actualizado con cinco enormes corrales de alambre y una media docena de celdas de aislamiento de madera terciada, el edificio se transformó en el Punto de Reunión de Bagram, un centro de interrogatorios de prisioneros capturados en Afganistán y otros lugares. El BCP, como lo llaman los soldados, mantenía normalmente entre 40 y 80 detenidos mientras eran interrogados e investigados para su posible traslado al centro de detención de términos más prolongados del Pentágono en Bahía Guantánamo, Cuba.
La nueva unidad de interrogatorios que llegó en julio de 2002 también había sido improvisada. La capitán Wood, entonces una teniente de 32 años, llegó a Fort Bragg, Carolina del Norte, con 13 soldados de la Brigada de Inteligencia Militar 525; seis reservistas que hablaban árabe de la Guardia Nacional de Utah fueron incluidos en el grupo.
Parte del nuevo grupo, que fue integrado a la Compañía A del Batallón de Inteligencia Militar 519, fue formado con especialistas en contraespionaje sin formación en interrogatorios. Sólo dos de los soldados habían alguna vez interrogado a prisioneros.
La formación especializada que recibía la unidad se hacía durante el trabajo, en sesiones con dos interrogadores que habían trabajado en la prisión algunos meses. "No había nada que nos preparara para dirigir una operación de interrogatorio" como la de Bagram, dijo más tarde a los investigadores el oficial trasladado a cargo de los interrogatorios, el sargento Steven W. Loring.
Las reglas de combate no eran muy claras. El pelotón tenía el manual normal de interrogatorios, el Manual de Terreno 34-52 del Ejército, y una orden del ministro de Defensa, Donald H. Rumsfeld, de tratar a los prisioneros "humanamente" y, cuando fuera posible, en conformidad con las Convenciones de Ginebra. Pero con la decisión final del presidente Bush en febrero de 2002 de que las Convenciones no se aplican en el conflicto con Al Qaeda y que los milicianos talibanes no recibirán los derechos de los prisioneros de guerra, los interrogadores creyeron que se "podían desviar ligeramente de las reglas", dijo uno de los reservistas de Utah, el sargento James A. Leahy.
"Había las Convenciones de Ginebra para los enemigos prisioneros de guerra, pero nada para los terroristas", dijo a los investigadores del ejército el sargento Leahy. Y los detenidos, dijeron oficiales de inteligencia, debían ser considerados terroristas hasta que se demostrara lo contrario.
Las desviaciones incluían el uso de "posturas de seguridad" o "posiciones estresantes" que harían sentirse incómodos a los detenidos sin necesariamente herirlos -arrodillarse en el suelo, por ejemplo, o sentarse en la posición silla' contra una pared. El nuevo pelotón que también conocía técnicas de privación del sueño, que la unidad anterior había limitado generalmente a 24 horas o menos, insistiendo en que el interrogador permanezca despierto junto al prisionero para no ignorar los límites de un tratamiento humano.
Pero cuando los interrogadores del 519 empezaron a trabajar, redefinieron sus propios métodos de privación de sueño. Decidieron que de 32 a 36 horas era el tiempo óptimo para mantener despiertos a los prisioneros y eliminaron la práctica de permanecer despiertos ellos mismos, dijo en una entrevista un ex interrogador, Eric LaHammer.
Los interrogadores trabajaban con un listado de técnicas básicas para obtener la colaboración de un prisionero, desde el enfoque "amistoso", las rutinas del poli malo-poli bueno y la amenaza de un encarcelamiento indefinido. Pero interrogadores con menos experiencia descansaban en el método conocido entre los militares como Pégales un Susto', o lo que un soldado llamó "la técnica del grito".
El sargento Loring, entonces de 27, trató sin demasiado éxito de impedir que los interrogadores usaran esa técnica, que implica normalmente gritar y arrojar sillas. Leahy dijo que el sargento "ponía freno cuando algunos métodos se escapaban de las manos". Pero también podía desechar tácticas que consideraba demasiado suaves, dijeron varios soldados, y daban a algunos de los interrogadores más agresivos mucha libertad de acción. (Los intentos de localizar a Loring, que dejó el ejército, fueron infructuosos).
"A veces desarrollábamos algún tipo de relación con los detenidos, y el sargento Loring se sentaba con nosotros y nos recordaba que esa gente era mala y hablaba del 11 de septiembre y decía que no eran nuestros amigos y que no debíamos confiar en ellos", dijo Leahy.
El especialista Damien M. Corsetti, un interrogador alto y barbudo llamado a veces el Monstruo' -se había tatuado su apodo en italiano en su estómago, dijeron otros soldados- era a menudo elegido para intimidar a los nuevos prisioneros. El especialista Corsetti, dijeron, se enfurecía y gritaba a los recién llegados que estaban encadenados a una viga del techo o yacían boca abajo en el piso del cuarto de retención. (Una unidad militar K-9 a menudo llegaba con perros gruñendo a pasearse entre los detenidos para obtener un efecto similar, revelan los documentos).
"Los otros interrogadores usaban su reputación", dijo uno de los interrogadores, el especialista Eric H. Barclais. "Le decían al detenido: Si no colaboras, traeremos al Monstruo y eso no será agradable para ti'". Otro soldado contó a los investigadores que el sargento Loring se refería despreocupadamente al especialista Corsetti, entonces de 23, como el Rey de la Tortura'.
Un detenido saudí que fue entrevistado por interrogadores del ejército en junio pasado en Guantánamo dijo que el especialista Corsetti había sacado su pene durante un interrogatorio en Bagram, lo había mantenido frente a la cara del prisionero y lo amenazó con violarlo, según muestran fragmentos de la declaración.
En otoño pasado, los investigadores dijeron que había motivos suficientes para acusar al especialista Corsetti de asalto, agresión a un prisionero y actos indecentes; pero no ha sido acusado formalmente. Un portavoz de Fort Bragg dijo que el especialista Corsetti no quería hacer comentarios.
A fines de agosto de 2002, los interrogadores de Bagram recibieron a una nueva unidad de la policía militar que fue asignada a la custodia de los detenidos. Los soldados, en su mayor parte reservistas de la Compañía de Policía Militar 377, de Cincinnati y Bloomington, Indiana, carecían igualmente de preparación para la misión, dijeron miembros de la unidad.
La compañía recibió lecciones básicas de tratamiento de prisioneros en Fort Dix, Nueva Jersey, y algunos policías y funcionarios de prisiones entre sus rangos proveyeron más adiestramiento. Esas instrucciones incluían una revisión de "tácticas de control de la presión" y especialmente el "golpe en el peroné" -un fuerte golpe paralizante al lado de la pierna, justo arriba de la rodilla.
Los policías militares dijeron que nunca les dijeron que los golpes en el peroné no formaban parte de la doctrina militar. Y la mayoría de ellos no oyeron a uno de los anteriores agentes de policía que dijo a otro soldado durante el adiestramiento que no debía nunca usar esos golpes porque "destrozaría" las piernas del detenido.
Pero una vez en Afganistán, los miembros de la 377 descubrieron que las reglas normales no se aplicaban. El golpe en el peroné se transformó rápidamente en el arma básica en el arsenal de la policía militar. "Era algo aceptado; podías darles un rodillazo en las piernas", dijo a los investigadores el ex sargento Thomas V. Curtis.
Tras unas semanas de gira con la compañía, el especialista Jeremy M. Callaway oyó a otros guardia fanfarronearse de haber golpeado a un detenido que lo había escupido. El especialista Callaway también dijo a los investigadores que otros soldados habían felicitado al guardia por no "aguantar nada" de un detenido.
Un capitán apodó a los miembros del Tercer Pelotón, la Banda de la Testosterona'. Varios de ellos eran dedicados culturistas. Tras llegar a Afganistán, un grupo de soldados decoraron su tienda con una bandera confederada, dijo un soldado.
Algunos de los mismos policías militares mostraron un particular interés en un detenido afgano perturbado que era conocido porque se comía sus excrementos y se mutilaba a sí mismo con alambres de púas. Los soldados le dieron repetidos rodillazos en las piernas hasta que, en un momento, lo encadenaron con los brazos en el aire, dijo el especialista Callaway a los investigadores. También lo apodaron Timmy', por un niño incapacitado de la serie de dibujos animados de televisión South Park'. Uno de los guardias que golpeó al prisionero también le enseñó a chillar como el personaje de la serie, dijo el especialista Callaway.
Finalmente el hombre fue enviado a casa.
Detenido Rebelde
El detenido conocido como Persona Bajo Control º412 era un afgano corpulento y bien arreglado llamado Habibullah. Algunos funcionarios americanos lo identificaban con el ulema' Habibullah, hermano del antiguo comandante talibán de la provincia de Oruzgan, al sur de Afganistán.
Se destacaba entre los desaseados guerrilleros y aldeanos que los interrogadores acostumbraban a ver. "Tenía una mirada penetrante y mucha confianza en sí mismo", dijo el jefe de la policía militar, el mayor Bobby R. Atwell.
Documentos de la investigación sugieren que Habibullah fue capturado por un señor de la guerra afgano el 28 de noviembre de 2002, y entregado a operativos de la CIA dos días después. Su estado en ese momento es objeto de disputa. El médico que lo examinó al llegar a Bagram lo declaró en buena salud. Pero el jefe de operaciones de inteligencia, el teniente coronel John W. Loffert Jr., dijo más tarde a los interrogadores que "ya se encontraba mal al llegar".
Lo que sí está claro es que Habibullah fue clasificado en Bagram como prisionero importante y especialmente listo y rebelde.
Uno de los sargentos del Tercer Pelotón de la 377, Alan J. Driver Jr., dijo a los investigadores que Habibullah se levantó después de un análisis rectal y le dio un rodillazo en la ingle. El guardia dijo que él agarró al prisionero por la cabeza y le gritó en la cara. Habibullah se puso "combativo", dijo el sargento Driver, y tuvo que ser dominado por tres guardias, que se lo llevaron con una llave de brazos.
Entonces fue recluido en una de las celdas de aislamiento de 2.70 por 2.10 metros, que el comandante de la policía militar, el capitán Christopher M. Beiring describió más tarde como un procedimiento normal. "La política era que los detenidos debían ser encapuchados, encadenados y aislados al menos las primeras 24 horas, a veces las primeras 72 horas de cautiverio", dijo a los investigadores.
Aunque los guardias mantenían despiertos a algunos prisioneros gritándoles o pinchándolos o golpeando la puerta de sus celdas, Habibullah fue encadenado por las muñecas al techo de cables de su celda, dijeron los soldados.
Al segundo día, el 1 de diciembre, el prisionero se mostró nuevamente "poco cooperativo", esta vez con el especialista Willie V. Brand. El guardia, que ha sido desde entonces acusado de agresión y otros delitos, dijo a los investigadores que le había dado tres golpes en el peroné como respuesta. Al día siguiente, dijo el especialista Brand, tuvo que dar de rodillazos nuevamente al prisionero. Más otros golpes.
Un abogado del especialista Brand, John P. Galligan, dijo que su cliente no había tenido intenciones criminales al agredir a prisioneros. "En la época, mi cliente se comportaba según las normas operacionales normales que estaban en vigor en el centro de detención de Bagram.
La comunicación entre Habibullah y sus carceleros parece haber sido casi exclusivamente física. A pesar de repetidas peticiones, los policías militares no tenían intérpretes propios. En lugar de eso, tomaban de prestado a los intérpretes de los interrogadores toda vez que podían y dependían de prisioneros que hablaban un poco de inglés para que les tradujeran.
Cuando los detenidos eran golpeados o pateados por "rebeldía", uno de los intérpretes, Ali M. Baryalai, dijo que ocurría a menudo "porque no tenían ni idea de lo que decían los policías militares".
La mañana del 2 de diciembre, testigos dijeron a los investigadores que Habibullah estaba tosiendo y quejándose de dolor de pecho. Entró cojeando y con grilletes al cuarto de interrogatorios, con la pierna derecha tiesa y su pie derecho hinchado. El interrogador a cargo, el sargento Leahy, lo dejó sentarse en el suelo porque no podía doblar las rodillas y sentarse en una silla.
El intérprete que estaba a mano, Ebrahim Baerde, dijo que los interrogadores habían mantenido su distancia ese día "porque estaba escupiendo un montón de flema".
"Se estaban riendo y burlándose de él, diciendo que era vulgar' y sucio'", dijo Baerde.
Aunque golpeado, Habibullah no había sido sometido.
"Una vez le preguntaron si quería pasarse esposado el resto de su vida", dijo Baerde. "Su respuesta fue: Sí, ¿no ves lo bien que me cuidan aquí?'"
El 3 de diciembre la reputación de la rebeldía de Habibullah lo transformó en un blanco predilecto. Un policía militar dijo que le había propinado cinco golpes en el peroné por "rebelarse y resistir". Otro le dio tres o cuatro golpes más por lo mismo. Algunos guardias dijeron más tarde que se había herido al tratar de escapar.
Cuando el sargento James P. Boland vio a Habibullah el 3 de diciembre, estaba en una celda de aislamiento, amarrado al techo por esposas y una cadena en la cintura. Su cuerpo estaba desplomado hacia adelante, mantenido así por las cadenas.
El sargento Boland dijo a los investigadores que había entrado a la celda con otros dos guardias, los especialistas Anthony M. Morden y Brian E. Cammack. (Los tres han sido acusados de agresión y otros delitos). Uno de ellos le sacó la capucha. Tenía la cabeza caída hacia un lado, con la lengua fuera. El especialista Cammack dijo que había puesto algo de pan en la lengua de Habibullah. Otro soldado puso una manzana en la mano del prisionero; cayó al suelo.
Cuando el especialista Cammack se volvió hacia el prisionero, dijo en una declaración, Habibullah le escupió en el pecho. Más tarde, el especialista Cammack reconoció: "No estoy seguro de que me haya escupido". Pero en ese momento explotó, gritándole: "¡No me vuelvas a escupir nunca más!" y dándole un fuerte rodillazo en la pierna, "quizás varias veces". El cuerpo desplomado de Habibullah balanceándose de las cadenas.
Cuando el sargento Boland volvió a la celda unos 20 minutos más tarde, dijo, Habibullah no se movía y no tenía pulso. Finalmente el prisionero fue sacado de sus cadenas y dejado en el piso de su celda.
El guardia que el especialista Cammack dijo que había aconsejado en Nueva Jersey sobre los peligros de los golpes en el peroné, lo encontró en el cuarto donde yacía el cuerpo ya frío de Habibullah.
"El especialista Cammack parecía muy abatido", dijo el especialista William Bohl a un investigador. El soldado "daba vueltas en el cuarto, histérico".
Un policía militar fue enviado a despertar a uno de los médicos.
"¿Para qué quieres que me levante?", respondió el médico, el especialista Robert S. Melone, diciéndole que llamara a una ambulancia.
Cuando finalmente llegó otro médico, encontró a Habibullah en el suelo, con los brazos extendidos, los ojos y la boca abierta.
"Daba la impresión de que llevaba muerto un bien tiempo y a nadie parecía preocuparle", dijo el médico, el sargento Rodney D. Glass.
No todos los guardias eran indiferentes, según se desprende de sus declaraciones. Pero si la muerte de Habibullah consternó a algunos de ellos, eso no produjo cambios importantes en la gestión del centro de detención.
Se asignaron guardias de la policía militar para estar presentes durante los interrogatorios para prevenir los maltratos. El mayor Atwell dijo a los investigadores que ya había instruido al comandante de la compañía de la policía militar, el capitán Beiring, que dejara de colgar a los prisioneros al techo. Otros dijeron que nunca recibieron esa orden.
Oficiales dijeron más tarde a los investigadores que no estaban consciente de ningún abuso serio en el BCP. Pero el sargento primero de la 377, Betty J. Jones, contó a los investigadores que el uso de posturas estresantes, privación del sueño y golpes al peroné eran ya evidentes.
"Todos los que tienen algo de autoridad visitaron el centro de detención en algún momento", dijo.
El mayor Atwell dijo que la muerte "no causó demasiada preocupación porque parecía natural".
De hecho, la autopsia de Habibullah, completada el 8 de diciembre, mostraba moretones y raspaduras en su pecho, brazos y cabeza. Había profundas contusiones en sus pantorrillas, rodillas y muslos. Su pantorrilla izquierda tenía una marca aparentemente causada por una suela de zapato.
Su muerte fue atribuida a un coágulo de sangre, causado probablemente por las graves heridas en sus piernas, que se trasladó hacia su corazón e impidió que llegara sangre a sus pulmones.
El Detenido Tímido
El 5 de diciembre, un día después de la muerte de Habibullah, Dilawar llegó a Bagram.
Cuatro días antes, en vísperas del festivo musulmán de Id al-Fitr, Dilawar salió de su pequeña aldea de Yakubi con su apreciada nueva posesión, un sedán Toyota de segunda mano que su familia le había comprado semanas antes para que lo trabajara como taxi.
Dilawar no era un aventurero. Rara vez se alejaba de su casa de piedra que compartía con su esposa, joven hija y otros familiares. Nunca fue a la escuela, dijeron sus familiares, y sólo tenía un amigo, Bacha Khel, con el que se sentaba a platicar en los trigales que rodean la aldea.
"Era un hombre tímido, muy sencillo", dijo su hermano mayor, Shahpoor, en una entrevista.
El día que desapareció, la madre de Dilawar le había pedido que reuniera a sus tres hermanas en aldeas vecinas y las llevara a casa para las vacaciones. Pero él necesitaba dinero para la gasolina y decidió conducir hasta la capital provincial, Khost, a unos 45 minutos, a ver si encontraba clientes.
En una parada de taxis allá, recogió a tres hombres que iban a Yakubi. En el camino pasaron frente a una base de las tropas americanas, Campo Salerno, que había sido blanco de un ataque con proyectiles esa mañana.
Milicianos leales al comandante de la guerrilla que custodiaba la base, Jan Baz Khan, paró al Toyota en un puesto de control. Confiscaron el walkie-talkie roto de uno de los pasajeros de Dilawar. En el maletero encontraron un estabilizador eléctrico utilizado para regular la corriente de los generadores. (La familia de Dilawar dijo que el estabilizador no era de ellos; en la época, dijeron, no tenían electricidad).
Los cuatro hombres fueron detenidos y entregados a los soldados norteamericanos en la base como sospechosos de haber participado en el ataque. Dilawar y sus pasajeros pasaron su primera noche allí encadenados a una valla, de modo que no pudieron dormir. Cuando un médico los examinó a la mañana siguiente, dijo más tarde, pensó que Dilawar estaba cansado y sufría de dolores de cabeza, pero se encontraba bien.
Los tres pasajeros de Dilawar fueron finalmente trasladados a Guantánamo y encerrados allá durante más de un año antes de ser enviados a casa sin cargos. En entrevistas después de su liberación, los hombres describieron su tratamiento en Bagram como mucho peor que en Guantánamo. Aunque todos dijeron haber sido golpeados, se quejaron amargamente de haber sido desnudados frente a soldados mujeres en las duchas y exámenes médicos, que dijeron que incluían varios dolorosos y humillantes exámenes rectales.
"Me hicieron montones de cosas malas", dijo Abdur Rahim, un panadero de 26 años de Khost. "Yo gritaba y lloraba, y nadie escuchaba. Cuando yo gritaba, los soldados me golpeaban la cabeza contra el escritorio".
Para Dilawar, dijeron los otros prisioneros, lo más difícil era la capucha de tela negra en la cabeza. "No podía respirar", dijo un hombre llamado Parkhudin, que había sido uno de los pasajeros de Dilawar.
Dilawar era un hombre frágil, de 1.80m de estatura y de 55 kilos. Pero en Bagram fue rápidamente clasificado como "rebelde".
Cuando el especialista Corey E. Jones, del Primer Pelotón de la Policía Militar, fue enviado a la celda de Dilawar a darle algo de agua, dijo que el prisionero le escupió en la cara y empezó a darle de patadas. El especialista Jones respondió, dijo, dándole unos rodillazos en la pierna al detenido encadenado.
"Gritó: ¡Alá! ¡Alá! ¡Alá!' y mi primera reacción fue que estaba pidiendo ayuda a su Dios", dijo el especialista Jones a los investigadores. "Todos lo oyeron llorar y pensaban que era divertido".
Más tarde otros miembros del Tercer Pelotón de la Policía Militar se acercaron por el centro de detención y pararon en las celdas de aislamiento para verlo con sus propios ojos, dijo el especialista Jones.
"Se transformó en una especie de chiste permanente y los soldados llegaban para darle al detenido al golpe al peroné solamente para oírlo gritar: "Alá'", dijo. "Continuó durante un período de 24 horas y creo que puede haber recibido unos 100 golpes".
En una declaración posterior, el especialista Jones fue vago sobre la identidad de los que habían participado en los golpes. Sus estimaciones no fueron nunca confirmadas, pero finalmente otros guardias confesaron haber golpeado a Dilawar repetidas veces.
Muchos policías militares terminaron negando que estuviesen al tanto de las lesiones de Dilawar, explicando que nunca vieron sus piernas debajo del chándal. Pero el especialista Jones recordó que la cuerda de los pantalones del uniforme naranja de prisionero de Dilawar se cayó varias veces cuando estaba encadenado.
"Vi el rosetón porque se le cayeron los pantalones cuando estaba en una posición estresante", dijo el soldado a los investigadores. "Al cabo de un tiempo me di cuenta de que era del tamaño de un puño".
Dilawar empezó a desesperarse, gritando que lo dejaran en libertad. Pero incluso sus intérpretes tenían dificultades en comprender su dialecto pashto; los asombrados guardias sólo oían ruidos.
"Gritaba constantemente: ¡Déjadme en libertad; no quiero estar aquí!" y cosas como esas", dijo un lingüista que podía descifrar su malestar, Abdul Ahad Wardak.
Wardak.
El Interrogatorio
El 8 de diciembre Dilawar fue llevado a su cuarto interrogatorio. Se tornó pronto en hostil.
El interrogador de 21 años, el especialista Glendale C. Walls II, dijo más tarde que Dilawar era evasivo. "Había unas lagunas, y queríamos que nos respondiera la verdad", dijo. El otro interrogador, la sargento Salcedo, se quejó que el prisionero se reía, no respondía las preguntas y se negaba a estar arrodillado en el suelo o sentarse contra la pared.
El intérprete presente, Ahmad Ahmadzai, recordó otra cosa.
Ahmadzai dijo que los interrogadores acusaron a Dilawar de lanzar los proyectiles que habían impactado en la base americana. Él lo negó. Mientras estaba arrodillado en el suelo, era incapaz de mantener las manos esposadas por encima de la cabeza, llevando a la sargento Salcedo a golpearlo cada vez que empezaba a bajarlas.
"Selena le regañaba por ser débil y cuestionaba que fuera un hombre, lo que era muy humillante, dado su legado cultural",dijo Admadzai.
Cuando Dilawar no pudo sentarse en la posición de la silla contra la pared debido a sus piernas golpeadas, los dos interrogadores lo agarraron de la camisa y lo golpearon repetidas veces contra la pared.
"Duró unos 10 a 15 minutos", dijo el intérprete. "Él estaba tan cansado que no se podía mantener de pie".
"Lo levantaron y en un momento Selena se paró con sus botas encima de sus pies desnudos y lo agarró por la barba y lo empujó hacia ella", continuó. "Selena le dio una patada en la ingle, en sus partes privadas, con su pie izquierdo. Estaba a alguna distancia de él, y se echó hacia atrás y le dio una patada.
"En los primeros diez minutos lo interrogaron, creo, pero después sólo fueron empujones, patadas, gritos", dijo Ahmadzai. "Eso no era un interrogatorio".
La sesión terminó cuando la sargento Salcedo instruyó a los policías militares que mantuvieran a Dilawar encadenado al techo hasta el turno siguiente.
A la mañana siguiente Dilawar empezó a gritar nuevamente. Hacia el mediodía los policías militares llamaron a uno de los intérpretes, Baerde, para que tratara de calmar a Dilawar.
"Le dije: Por favor, mira, si quieres sentarte y que te quiten los grilletes, tienes que estar tranquilo una hora más'".
"Me dijo que si seguía con los grilletes una hora más, moriría".
Media hora más tarde Baerde volvió a la celda. Las manos de Dilawar colgaban libres de esposas, y su cabeza, cubierta por una capucha negra, estaba desplomada hacia adelante.
"Quería un doctor, y dijo que necesitaba una inyección'", recordó Baerde. "Dijo que no se sentía bien. Dijo que le dolían las piernas".
Baerde tradujo la petición de Dilawar a uno de los guardias. El soldado cogió la mano del prisionero y la apretó con las uñas para comprobar su circulación.
"Está bien", dijo el policía militar, según Baerde. "Está tratando de liberarse de los grilletes".
Para cuando Dilawar fue llevado a su último interrogatorio a las primeras horas del día siguiente, el 10 de diciembre, se veía exhausto y estaba balbuceando que su esposa había muerto. También le dijo a los interrogadores que los guardias lo habían golpeado.
"Pero eso no se investigó", dijo Baryalai, el intérprete.
El especialista Walls era nuevamente el interrogador jefe. Pero su colega más agresivo, el especialista Claus, se hizo rápidamente cargo, dijo Baryalai.
"Josh tenía una regla y era que el detenido tenía que mirarlo a él, no a mí", dijo el intérprete a los investigadores. "Le dio tres posibilidades y entonces lo agarró por la camiseta y lo empujó hacia él, sobre la mesa, golpeándole el pecho contra la mesa".
Cuando Dilawar fue incapaz de arrodillarse, dijo el intérprete, los interrogadores lo pusieron sobre los pies y lo empujaron contra la pared. Le dijeron que asumiera una postura difícil, y el prisionero se reclinó contra la pared y empezó a quedarse dormido.
"Me parecía que Dilawar estaba tratando de colaborar, pero que físicamente no podía hacer lo que le pedían", dijo Baryalai.
Finalmente el especialista Walls agarró al prisionero y "lo sacudió violentamente", dijo el intérprete, diciéndole que si no cooperaba, lo embarcarían hacia Estados Unidos, donde sería "tratado como una mujer por los otros hombres" y tendría que hacer frente a criminales que "estarían muy indignados con cualquiera que hubiera participado en los atentados del 11 de septiembre". (El especialista Walls fue acusado de agresión, maltratos y desacato; el especialista Clas fue acusado de agresión, maltratos y por mentir ante los investigadores. Los soldados se negaron a hacer comentarios).
Un tercer especialista de la inteligencia militar que hablaba algo de pashto, el sargento W. Christopger Yonushonis, había interrogado a Dilawar antes y había arreglado que el especialista Claus tomara su trabajo cuando él terminara. En lugar de eso, el sargento llegó al cuarto de interrogatorios para encontrar una poza de agua en el piso, una mancha mojada en la camisa de Dilawar y el especialista Claus parado encima del detenido, retorciendo la capucha que cubría la cabeza del prisionero.
"Tenía la impresión de que Josh en realidad estaba manteniendo de pie al detenido tirándolo por la capucha", dijo. "Yo estaba furioso en ese momento porque había visto a Josh apretar la capucha de otro detenido la semana anterior. Esa conducta me parecía completamente gratuita y sin relación alguna con el recabamiento de inteligencia".
"¿Qué significa todo ese agua?", preguntó el sargento Yonushonis.
"Queríamos asegurarnos de que no se deshidrate", respondió el especialista Claus.
A la mañana siguiente el sargento Yonushonis se dirigió hacia el oficial a cargo de los interrogadores, el sargento Loring, para informarle sobre el incidente. Sin embargo, Dilawar ya había muerto.
Post-Mortem
Los hallazgos de la autopsia de Dilawar son sucintos. Tenía problemas con una arteria coronaria, informó el médico forense, pero lo que causó su deficiencia cardíaca fueron "lesiones a las extremidades inferiores". Lesiones similares contribuyeron a la muerte de Habibullah.
Uno de los pesquisidores tradujo más tarde la evaluación en una audiencia preliminar del especialista Brand, diciendo que el tejido de las piernas del joven "había sido en lo fundamental, machacado".
"He visto heridas similares en personas atropelladas por un bus", dijo la teniente coronel Elizabeth Rouse, la forense, y, en esa época, mayor.
Después de la segunda muerte, varios interrogadores del Batallón 519 fue suspendidos temporalmente de sus puestos. Un médico fue asignado al centro de detención para trabajar en los turnos nocturnos. Por órdenes del jefe de inteligencia de Bagram, se prohibió que los interrogadores tuvieran algún contacto físico con los detenidos. También se prohibió encadenar a los prisioneros a algún objeto fijo y se puso límites al uso de la estrés.
En febrero, un funcionario militar norteamericano reveló que el comandante de la guerrilla afgana cuyos hombres habían detenido a Dilawar y sus pasajeros había sido detenido a su vez. El comandante, Jan Baz Khan, era sospechado de haber atacado él mismo la base y de entregar luego a sospechosos' inocentes a los norteamericanos para ganarse su confianza, dijo el funcionario militar.
Los tres pasajeros en el taxi de Dilawar fueron enviados a casa desde Guantánamo en marzo de 2004, 14 meses después de su captura, con cartas que dicen que no representaban una "amenaza" para las tropas americanas.
Fueron visitados más tarde por los padres de Dilawar, que le imploraron que les contaran qué había pasado con su hijo. Pero los hombres dijeron que no se atrevieron a contar los detalles.
"Les dije que tenía una cama", dijo Parkhudin. "Les dije que los americanos eran muy amables, porque él tenía problemas con el corazón".
A fines de agosto del año pasado, poco antes de que el ejército completara su pesquisa sobre las muertes, el sargento Yonushonis, estacionado en Alemania, se acercó de propia iniciativa a un agente del Comando de Investigaciones Criminales. Hasta entonces, nunca se le había entrevistado.
"Esperaba que tomarían contacto conmigo en algún momento por los investigadores del caso", dijo. "Yo estaba viviendo a unas puertas del cuarto de interrogatorios y había sido uno de los últimos en ver vivo al prisionero".
El sargento Yonushonis describió lo que había presenciado como el último interrogatorio del prisionero. "Yo estaba tan enojado que no podía hablar", dijo.
También agregó un detalle que había sido pasado por alto en el documento de la pesquisa. Para cuando Dilawar fue llevado a su interrogatorio final, dijo, "la mayoría de nosotros estábamos convencidos de que el detenido era inocente".
Ruhallah Khapalwak, Carlotta Gall y David Rohde contribuyeron a este reportaje, y Alain Delaqueriere colaboró en la investigación.
22 de mayo de 2005
©new york times
©traducción mQh
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