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UNA OLVIDADA ALDEA AFGANA ENCUENTRA SU VOZ - paul watson


En un lugar tan remoto que muchos ni siquiera saben lo que es un coche, un hombre trabaja para asegurarse de que los votos de su gente sean contados en las urnas.
Sang-e-Dawa, Afganistán. En la cima de una montaña, en un villorrio olvidado que está perdiendo su larga lucha contra la sequía y las enfermedades, un hombre sencillo pone sus esperanzas en la democracia.
El año pasado, Omar Khan perdió a su hijo de 25 años, Mohammed, a manos de la tuberculosis. Cuatro de sus otros nueve hijos sufren de enfermedades pulmonares que los están matando lentamente, como a tres cuartos de la gente de la región.
Durante décadas de guerra y caos, nadie se ha acercado a ayudarles. Incluso los equipos de Naciones Unidas encargados de inscribir a los votantes para las elecciones presidenciales del domingo -las primeras en la historia de Afganistán- no vieron Sang-e-Dawa cuando pasaron por la zona. Por eso Khan emprendió un viaje de cuatro días y 442 kilómetros, en burro y taxi, hacia Kabul y convenció a los funcionarios que inscribiesen a los aldeanos.
"En los últimos 23 años de guerra, no tuvimos oportunidad de ayudar a nuestros aldeanos", dijo Khan. "Ahora que hay un poco de seguridad -y un poco de esperanza-, fui a Kabul para hablar de los problemas que tenemos. Esperamos que el presidente que sea elegido, nos ayude, ayude a toda la gente pobre de aquí".
En San-e-Dawa viven algo más de cien personas, pero muchos de los problemas -y sueños- del país son evidentes aquí.
Los villorrios en estos cañones de la provincia de Badghis del noroeste de Afganistán, las montañas de Khost en el sudeste y el resto del país están plagados de corruptos señores de la guerra, pobreza, tensiones étnicas y el tráfico de drogas. Tres años después de la guerra para sacar al régimen talibán, sus combatientes todavía se deslizan desde las sombras para hacer detonar bombas y asesinar a sus enemigos. Su líder, el mullah Omar, se encuentra fugitivo, y se cree que Osama bin Laden se oculta cerca de la frontera con Paquistán.
La elección misma, que será probablemente ganada por el presidente interino Hamid Karzai, que es apoyado por Estados Unidos, puede ser echada a perder por las irregularidades. Muchos aldeanos están esperando a sus mayores para que les digan a quién votar.
Hay muchas razones para explicar el cinismo de los afganos. Pero en todo el país hay esperanzas de que después de décadas de guerra, lo peor ya pasó y que, paso a paso y cuidadosamente, están en el camino correcto.
Khan, un antiguo guerrillero que fue encarcelado por los talibanes, cree que su voz, y la de sus enfermos y agonizantes vecinos, será finalmente oída.
"En la mayoría de nuestros pueblos ha muerto mucha gente, pero no pudimos hacer nada", dijo Khan, de vuelta en su aldea, cuyo nombre delata su aislamiento. Quiere decir ‘la roca sobre la que todo el mundo se disputó'. "Y no podíamos ir a ninguna parte a quejarnos de los problemas de la gente".
Poca gente cree que estas elecciones sean perfectas, o que resuelvan los problemas del país.
Hasta hace poco, Afganistán no tenía registros electorales, ni siquiera un censo adecuado. Como una parte importante de los programas de reconstrucción, los donantes extranjeros han otorgado más de 98 millones de dólares para financiar los registros electorales y más de diez millones de afganos se han inscrito.
Los organizadores de la elección reconocen los problemas, incluyendo el hecho de que algunos se han inscrito más de una vez. Pero dicen que los tropiezos eran inevitables, dada la monumental tarea de realizar elecciones en un país arruinado que todavía está en guerra con los talibanes y sus aliados.
En la provincia de Khowst, donde las tropas norteamericanas están combatiendo a los insurgentes, la campaña del principal candidato de la oposición, Younis Qanooni, acusa a Karzai de usar la emisora estatal y otras instalaciones del gobierno para ganar electores.
El jefe de campaña de Qanooni en Khowst es Qabool Khan, un comandante guerrillero tan conocido como héroe local que su fotografía es incluso más grande que la de Qanooni en los carteles de la campaña. Afirma que los principales partidarios de Karzai en Khowst son funcionarios del gobierno comunista instalado por la Unión Soviética en los años ochenta, y que negaron a Qanooni un acceso igualitario a la radio.
En muchas partes del país los extremistas han tratado de intimidar a los electores, amenazando matar a los que encuentren con carnés de inscripción. Pero la violencia y las votaciones son viejos compañeros en la región y, hasta ahora, los afganos no se han dejado intimidar.
Son cosas simples las que retan a los afganos a creer en el futuro: un cartel de campaña en un lugar tan remoto como la provincia de Badghis; el coraje de una mujer dispuesta a presentarse como candidata a la presidencia; la confianza de un funcionario electoral que ha sido amenazado de muerte por extremistas islámicos.
Los afganos entenderán mejor la democracia con la experiencia, dijo el funcionario electoral, Pir Sayed Shah Triziwal, que trabaja en la provincia de Khowst. "Las segundas elecciones serán mejor que las primeras, y las terceras todavía más", dijo. "Esas serán como deben ser".
Dirigiendo una campaña que llama "campaña de presupuesto cero" y combatiendo siglos de discriminación, Massouda Jalal tiene pocas posibilidades de transformarse en la primera presidente de Afganistán. Pero por el mero hecho de ser la primera candidata, ya ha obtenido una victoria.
"Antes había sólo dos trabajos honorables para las mujeres: maestra y doctora", dijo Jalal, 41, en una entrevista. "Ahora hay un tercer trabajo: presidente". Cerca del 40 por ciento de los electores inscritos son mujeres.
Se espera que Karzai gane directamente o en segunda vuelta. Pero quienquiera sea el que gane, el próximo presidente tendrá que probar que el poder legítimo proviene de las papeletas de voto, y no de las armas.
Muchos afganos están indignados por lo que consideran el lento ritmo de la reconstrucción y las ventajas de los ricos y poderosos. Acusan a los funcionarios locales de desviar las ayudas y de dejarles sin las medicinas esenciales.
Se quejan de que los señores de la guerra y los ministros del gobierno se están enriqueciendo comprando casas que alquilan por tres mil dólares o más por mes en Kabul mientras que de los billones de dólares en ayuda extranjera sólo llegan gotas a los millones de personas que más la necesitan.
En lugar de desplegar tropas para llevar la paz al país, Estados Unidos y sus aliados occidentales se dedicaron a perseguir a los talibanes y sus aliados, dicen los afganos, dejando la seguridad local en manos de los señores de la guerra, que ahora se sienten libres para intimidar a la gente y traficar drogas.
La gente de Sang-e-Dawa aprendieron hace mucho tiempo a vivir en el abandono. Los más fuertes de entre ellos caminan cinco horas al día, bajando del escarpado cañón a recoger agua y llevarla a casa. En el cuarto año de sequía, tratan de cultivar trigo en el árido y desnudo suelo salpicado de afiladas rocas y espinosos matorrales. El camino más cercano está a cuatro horas en burro, a través de un sendero de tierra que serpentea a lo largo de las paredes del cañón.
Hasta que Afganistán comenzará su difícil transición a la democracia, las únicas conversaciones de Omar Khan con el poder eran sus oraciones a Dios. Como la mayoría de los afganos, hacía lo que la gente con armas más grandes le decían que hiciera.
La más cercana autoridad de gobierno es el comisario de distrito, Haji Khan Mohammed, que vive en un pueblo junto al camino, Jawand, a unos 32 kilómetros al norte. Fue nombrado por el gobernador de la provincia de Badghis, que obtuvo su cargo por Karzai. La violencia y los conflictos étnicos amplifican los problemas de la región.
La mayoría de la gente de la región, como Khan, son tajiks. Tienden a apoyar a Qanooni, el antiguo ministro de educación, que también es tajik. Karzai es pushtún, el grupo étnico más grande de Afganistán, que domina el sur del país.
Hace poco mientras la delegación de un aldea esperaba la resolución del comisario sobre una disputa acerca del pago de un burro, unos contrabandistas de habla pashto armados con rifles de asalto exigieron que redujera el impuesto sobre el opio ilegal. Entonces dejó pasar sin gravar los primeros 165 kilos.
Mohammed dijo más tarde que él no ha recibido su salario en años, y pidió prestado el celular al reportero visitante para llamar a la capital y preguntar cuándo le enviarían el dinero. Le dijeron que después de las elecciones.
Durante meses, la gente de la región ha tenido que combatir la epidemia de tuberculosis con sus propios medios. Los socorristas extranjeros dejaron de ir después de que en junio unos pistoleros mataran a cinco miembros de Médicos sin Fronteras, a unos 48 kilómetros más arriba.
Los asesinos aún no han sido capturados. En julio, Médicos sin Frontera mencionaron la emboscada y la deficiente seguridad en grandes partes de Afganistán cuando se retiraron del país después de 24 años de tratar emergencias en el país.
"Sólo vivimos de nombre", dijo Mohammed, frustrado. "No vivimos de verdad".
El villorrio de Khan, unas 40 casas de roca y barro, se esconde en un barranco a más de 1.500 metros arriba en la montaña. Aparentemente, era un buen lugar para ocultarse durante las interminables guerras. Pero cuando Afganistán comenzó la transición hacia la democracia fue fácilmente pasada por alto.
Equipos de afganos recorrieron todo el país, trabajando en grupos separados de hombres y mujeres por respeto a los conservadores valores de la sociedad, inscribiendo a los electores. Pero cuando los equipos de inscripción electoral recorrieron los senderos de los cañones de la oriental provincia de Badghis, no se apercibieron de la gente de Sang-e-Dawa y de otros varios miles de personas, dijeron Khan y otros aldeanos.
Khan dijo que hace un mes se dio cuenta de que su aldea había sido olvidada. El comisario del distrito accedió a viajar con Khan unos 160 kilómetros para visitar al gobernador provincial en Qala-i-Naw.
"El gobernador tenía los carnés electorales, pero dijo que el período de inscripción terminó, que ahora es demasiado tarde", dijo Khan. "No le pudimos convencer. Incluso ahora, mucha gente no está en la lista".
Khan ha ido más lejos que muchos afganos para reclamar sus derechos -y decidió que iría más lejos aún.
No había ido nunca a Kabul, no había visto nunca tantos coches, tanta riqueza en una ciudad inundada de ayuda extranjera. Los nuevos restaurantes venden bocadillos de bonito a ocho dólares, y el Deb's Desert Oasis Salon ofrece manicura, pedicura, masajes faciales y depilaciones con cera con la solemne promesa de que opera "de acuerdo a normas higiénicas occidentales".
Más que nunca antes, Khan se sintió como un extranjero en su propio país.
"Cuando vimos cómo vive la gente en Kabul, nos indignó", dijo. "Sentí pena por nosotros porque nuestra gente se está muriendo de enfermedades y de hambre, están débiles y enfermos y flacos. Pero toda esta gente aquí en Kabul es gorda y sana, y tiene buenos vehículos.
"La mayoría de nuestra gente no ha visto nunca un coche", agregó Khan. "Ni siquiera saben lo que es un coche".
Khan conocía solo a una persona en Kabul, su amigo de infancia Mohammed Zarif Azhar. La familia de Azhar abandonó las montañas y él llegó a ser profesor de derecho en la Universidad de Kabul -justo la persona que puede persuadir a los burócratas de que las fechas de cierre no tienen por qué ser definitivas.
El abogado argumentó convincentemente que la falta de caminos en San-e-Dawa era sólo una excusa que habían usado los equipos de inscripción electoral para saltarse el villorrio -en beneficio de Karzai y sus partidarios.
"No les importamos. No se preocupan de nuestra gente", dijo Azhar. "Estas elecciones son limitadas y el resultado está fijo, porque la comunidad internacional quiere que gane Karzai".
Pero Azhar espera que finalmente se imponga la democracia. "Podrá ganar esta vez", dijo Azhar sobre Karzai, "pero estoy seguro que no ganará una segunda vez".
En San-e-Dawa los aldeanos no tienen mucha confianza en la democracia. Están esperando a que se reúnan sus mayores para que les digan a quién votar. Y para varios de ellos, el largo viaje de Khan les pareció una pérdida de tiempo.
"Tenemos fe en Alá, pero no en los políticos", dijo Noor Ahmad, 45, uno de los tuberculosos. "Porque si fueran buenos, habrían hecho algo por nosotros hace mucho tiempo atrás".

6 de octubre de 2004
7 de octubre de 2004
©angeles times
©traducción mQh
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