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entrar y salir de iraq


[Marjorie Miller] Desde la llegada hasta el despegue, un viaje a Bagdad es un introducción a la inseguridad y luchas de un país.
Bagdad, Iraq. El vuelo desde Iraq ha sido impedido por una tormenta de arena. El cielo está opaco, amarillo ámbar, y los viajeros matan el tiempo hablando de armas.
A un bien conocido líder político sunní de viaje al Líbano le gusta la liviana Glock alemana. La puede meter en el cinturón de sus pantalones. Su amigo, un contratista estadounidense, prefiere la Beretta italiana, un arma más fiable. Señala hacia la ventana, hacia el cegador polvo de arena.
"¿Te imaginas lo que le hace eso a un arma?", dijo el norteamericano.
A medida que las horas pasan y el tiempo se niega a aclarar, el iraquí recorre el rosario con sus dedos. El americano se mece sobre sus talones. El avión todavía está en Jordania, a dos horas.
"¿Te conté que trataron de matarme con un terrorista kamizake?", pregunta el iraquí a su amigo americano.
"No, no me lo has contado".
"Murieron dos de mis guardaespaldas", dice.
El iraquí, que pide no ser identificado, es un participante activo. Se comunica con líderes políticos y religiosos chiíes. Conoce a los americanos y a Ahmad Chalabi, un antiguo aliado de Estados Unidos. Sabe quién es quién entre los jeques sunníes, y quién sabe a quién más conoce.
"Sí, bueno, quieren matarte. Probablemente te quiere matar un montón de gente", dice el norteamericano.
Es principios de mayo y sólo he estado en Bagdad unos días y un par de atentados con bomba, pero ya entiendo el paralizante efecto de la violencia dominante. Mi vuelo hacia Bagdad con la Royal Jordanian ha hecho el aterrizaje sacacorchos exigido para eludir cualquier proyectil de los insurgentes. Un asistente de vuelo anunció después que los pasajeros debían permanecer sentados hasta que el avión se detuviera completamente y no abrir los compartimientos de arriba "por su propia seguridad".
Me reí entre dientes. Un golpe en la cabeza con un bolso de mano parecía la menor de mis preocupaciones con la mortífera carretera del aeropuerto y la ciudad infestada de bombas que me esperaban más allá. Pero nadie parece ver la ironía. Los otros pasajeros miraron hacia adelante, con los cinturones obedientemente ajustados.
En Bagdad me movilicé en la parte de atrás de un coche blindado cuyas gruesas ventanas me separaban de las tiendas de kebab, cafeterías y tenderetes de frutas con brillantes manzanas rojas que podía ver pero no tocar, como en un sueño. Para mi viaje de vuelta al aeropuerto me puse una abaya negra y un pañuelo de cabeza, de modo que si alguien miraba por la ventana del coche no vería inmediatamente a una mujer occidental.
Pero entonces me puse paranoica. Me pregunté si el hombre que encendía un cigarrillo junto a la carretera del aeropuerto quería simplemente fumar o era una señal para los insurgentes, si el niño que arreaba a las ovejas era un pastor o un vigía.
En el primer puesto de control del aeropuerto, me bajé del coche para que me revisaran, lo mismo que mis maletas. Mujeres laicas iraquíes que se dirigían al aeropuerto miraban mi tenida musulmana. No les gusta la islamización de Iraq, y peligro o no peligro, no les gustó mi abaya. Me la saqué en el aeropuerto, y cuando una de las mujeres que trabaja en el mostrador de billetes divisó mi tenida Eileen Fisher, gritó: "¡Ahora sí te ves guapa!"
El aeropuerto está abierto para los iraquíes que muestran un pasaporte y un billete, pero hoy la mayoría de los pasajeros que esperan en el vestíbulo iluminado por tubos fluorescentes grises y verdes son contratistas norteamericanos con polvorientas botas y bolsas colgando del cuello con chapas del ministerio de Defensa. Hacen la cola de vuelos alquilados por KBR, la subsidiaria de Halliburton, a lugares como Tikrit e Irbil.
Algunos de ellos son veteranos de guerras pasadas, antiguos soldados y otros viajeros en Panamá, Somalia y el Kosovo. Comen los chatos bocadillos iraquíes y beben tazas de un fuerte y azucarado café que los podría poner a volar sin avión.
La charla se vuelca hacia la política. El contratista americano y su amigo iraquí están frustrados. Las cosas en Iraq salieron mal desde el principio, dicen, cuando Estados Unidos no logró impedir el saqueo después de la caída de Saddam Hussein, decidió desmovilizar el ejército iraquí y se negó a entregar inmediatamente el poder a los iraquíes.
El gobierno norteamericano permitió que la liberación se transformara en ocupación, dicen, y está todavía pagando el precio de ese error. En su opinión, la violencia no está disminuyendo. El gobierno iraquí de transición será un fracaso. La continuada violencia terminará en una guerra civil.
Un día antes yo había visitado la llamada Zona Verde, que comprende las instalaciones norteamericanas y la sede del gobierno, donde me dijeron que las cosas en Iraq estaban mejorando.
La amurallada Zona Verde conjura imágenes de Oz, pero es camuflaje de desierto antes que esmeralda. Entrar es pasar capas y capas de barricadas de seguridad, de torres de vigilancia y tanques blindados con torrecillas, de revisiones personales y del coche, de escáneres ruidosos, y de miradas escudriñadoras. Los guardias son gurkas y georgianos, muchos de los cuales no hablan ni árabe ni inglés.
El teniente coronel Fred Wellman ofreció un refresco y una muestra de diapositivas de las elecciones del 30 de enero. Fue una emotiva presentación con acompañamiento musical de hombres y mujeres en colas separadas y serpenteantes para votar en las primeras elecciones libres de su vida. Tuvo la entusiasta sensación de un anuncio de campaña. Votante tras votante levantaban el dedo púrpura untado en la tinta en una inspiradora demostración de voluntad popular.
"No hubo problemas en ninguno de los colegios electorales", dijo Wellman, orgullosamente.
Funcionarios norteamericanos en la Zona Verde estaban de especial buen humor ese día porque al final, más de tres meses después de las elecciones, los iraquíes habían completado la formación del nuevo gobierno con la elección de un ministro de defensa sunní. Las cosas estaban mejorando, dijeron.
"Si mantenemos el curso, podemos hacerlo", se entusiasmó un funcionario norteamericano que, como la mayoría de los norteamericanos en la Zona Verde, habló a condición de no ser identificado. "Ciertamente veo el camino adelante. Creo que las tropas iraquíes harán mejor su trabajo y creo que la resistencia se va a dividir".
Wellman dijo que unas 162.000 tropas iraquíes habían sido adiestradas y equipadas por Estados Unidos y fuerzas aliadas. Esta es la ‘iraquización' de la guerra, la entrega gradual de la guerra y la seguridad a la que será una fuerza estimada en 300.000 soldados y policías iraquíes.
Entretanto un oficial explicaba con impasible seriedad su creencia de que los iraquíes eran diferentes a nosotros. Ellos se lo dijeron. Los iraquíes tienen más hijos que los americanos, dijo. Si un niño muere, por supuesto se entristecen, pero tienen otros. Incluso puede tomar una segunda esposa para tener más hijos.
Una expresión de horror surcó brevemente mi cara. Las bombas explotan casi todos los días, en ocasiones varias veces al día en Bagdad y en el resto del país. Por lo que he visto, cuando muere un iraquí, las madres, padres e hijos lloran de dolor. En mayo solamente han muerto más de 450 civiles iraquíes.
El oficial dijo que este era un período inusualmente malo. Las semanas anteriores habían estado bastante tranquilas mientras los insurgentes se hacían con coches-bomba y reunían a los terroristas kamikaze extranjeros, muchos de los cuales son drogados como ovejas llevadas al matadero, dijo. Pero pronto se les acabarán las bombas. En unas semanas todo volverá a la tranquilidad, dijo.
En el aeropuerto les cuento sobre el optimismo que vi en la Zona Verde sobre la formación del nuevo gobierno, y del nuevo ministro de Defensa sunní, Saadoun Dulaimi. Los sunníes ahogan una risa. El ministro del Interior es un chií, dice. Ahí es donde está el poder.
"El ministro del Interior es un agente iraní", dice. Los americanos no entienden.
El cielo empieza a aclarar un poco. Oímos que el avión ha despegado de Jordania y que llegará a las 4 de la tarde. El aeropuerto cierra a las cinco, así que tenemos justo una hora para abordar y partir. De otro modo, tendremos que volver por la carretera del aeropuerto, de vuelta a los escombros que han causado las bombas en Bagdad.
Finalmente se anuncia el vuelo hacia Jordania. Saldrá a las 4:40 de la tarde. Veinte minutos antes se consideraba que volar era muy peligroso.

1 de junio de 2005
28 de mayo de 2005
©los angeles times
©traducción mQh

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