bushmen hacia la extinción
[Craig Timberg] Desaparece una cultura. Bushmen resisten reubicación en Botsuana.
Malapo, Botsuana. En el desierto de Kalahari, donde el paisaje se estira en extensiones marrones y polvorientas en todas direcciones, el agua es poder. Así que cuando los camiones con hombres del gobierno arremetieron hace tres años contra esta antigua aldea bushmen, descubrieron los tambores de acero que contenían las valiosas reservas de la comunidad. Entonces, dijeron los aldeanos, los hombres volcaron los tambores, derramando el agua en la arena.
Mongwegi Thabogwelo, una mujer flaca y trabajadora que parecía estar en sus cuarenta, recuerda sus crueles palabras ese día: "Es el agua', dijeron, lo que les impide que se reubiquen'".
La expulsión de los bushmen fue la culminación de que el gobierno de Botsuana dijo que eran años de esfuerzos para llevar progreso al pueblo más tradicional del sur de África. Los bushmen han resistido cada vez, ignorando las restricciones de caza, negándose a abandonar sus aldeas y batallando contra el gobierno en un pleito en tribunales que esperan que revierta medidas que, dice, los han empujado al borde de la extinción.
En el centro del caso en el tribunal ha estado el testimonio sobre la destrucción de aldeas, como Malapo, que se llevó a cabo con una eficiencia que los bushmen encontraron espeluznante. Los hombres del gobierno desmantelaron docenas de chozas hechas de ramas y arbustos, dijeron los aldeanos. Luego ordenaron a los bushmen -descendientes de la gente que ha sobrevivido las duras condiciones del Kalahari durante decenas de miles de años- abordar los camiones para un arduo trayecto de seis horas hacia el campamento del gobierno que debía ser su nuevo hogar.
Era un terreno de tierra cubierto de malezas lejos de sus fuentes tradicionales de gamo y plantas ricas en agua y, todavía peor, lejos de las tumbas de sus ancestros, que rodean Malapo. El descontento de los ancestros, que los bushmen creen que dan guía y protección, no se dejó esperar, dijo Thabogwelo. "Nos habéis dejado', le dijeron sus tatarabuelos en sueños recurrentes, dijo. "¿Por qué no estáis con nosotros?'"
En un pasado los bushmen recorrían la mayor parte del sur de África como cazadores-recolectores, vistiéndose con pieles animales y sobreviviendo de la abundante fauna y plantas comestibles en toda la región. Pero en los últimos siglos su territorio y demografía se ha reducido firmemente. Primero llegaron al sur los granjeros africanos bantú; luego los colonos blancos se extendieron hacia el norte, desde el Ciudad del Cabo.
Históricamente los dos grupos miraban con desdén a los bushmen, tratándoles de manera inhumana y empujándolos hacia rincones cada vez más pequeños y menos acogedores de la región. Las masacres de bushmen fueron comunes alguna vez.
Más recientemente, la asimilación ha socavado a los bushmen como un grupo culturalmente distinto, con gente en la veintena y treintena cada vez más numerosos que optan por vivir y trabajar fuera del parque nacional, donde se dispone de suministro constante de agua y otros servicios del gobierno.
Para cuando el gobierno empezó los re-asentamientos forzados con la demolición de la aldea de Xade en 1997, sólo unos 2.000 bushmen permanecieron en el corazón del Kalahari, en un parque nacional más grande que Suiza. Los residentes de Xade fueron forzados a vivir fuera de la frontera occidental de la reserva en un asentamiento que el gobierno había llamado Nueva Xade. Pero muchos bushmen lo vieron como un lugar lúgubre y aterrador donde estaban alejados de sus ancestros y por tanto sujetos a enfermedades misteriosas e incluso la muerte.
El segundo ataque se produjo en 2002, cuando Malapo y otras aldeas restantes fueron destruidas y sus habitantes, como Thabogwelo, fueron transportados en camión a Nueva Xade. Muchos de ellos no habían subido nunca a un camión y no tenían ni idea de adónde eran llevados.
"Teníamos realmente miedo de que ese día íbamos a morir", dijo en una entrevista hace poco Gabolowe Rathotato, una mujer delgada y animada, de unos 70 años. "Ni siquiera nos dieron la posibilidad de decidir si queríamos mudarnos o no. Fue realmente doloroso".
Los bushmen dicen que siguen sin comprender los re-asentamientos, aunque muchos sospechan que el gobierno tener facilitar su acceso a las ricas vetas de diamante en la parte este del parque nacional.
Funcionarios contrarrestan que la minería de diamantes en la reserva no es viable comercialmente y que la protección de la fauna es una prioridad nacional. Sydney Pilane, el abogado jefe del gobierno, dijo que a medida que los bushmen se mudaban gradualmente hacia aldeas permanentes, empezaban a tener animales domésticos, a cultivar la tierra y a cazar con escopeta la abundante fauna. Sin control, dijo, habrían transformado el prístino parque nacional en una serie de aldeas y ciudades.
También dijo que la mayoría de los bushmen preferían vivir fuera del parque nacional y que el gobierno estaba ansioso de proveerles de los servicios que se encuentran en la mayor parte de Botsuana, uno de los países más prósperos y estables de África, con 1.6 millones de habitantes. Se estima que hay unos 48.000 bushmen y dos veces esta cifra en el sur de África en general, aunque todavía viven algunos en aldeas tradicionales como Malapo.
Líderes de los bushmen trazan sus problemas a los años ochenta, cuando el gobierno empezó a limitar fuertemente la caza, que no sólo privó a los aldeanos de una fuente de proteína sino además también socavó los rituales que son cruciales para el pasaje de los niños a la adultez. Los jóvenes bushmen debían asistir a escuelas del gobierno fuera del parque nacional, donde se les enseñaba inglés y setsuana antes que sus lenguas nativas.
Durante esos años, el gobierno empezó a proporcionar agua regularmente a los bushmen. Aunque agradecieron la ayuda, las entregas socavaron siglos de conocimiento sobre cómo sobrevivir extrayendo la humedad de melones, bayas y raíces fibrosas entre las plantas que bushmen aprenden tradicionalmente a reconocer.
"Si no nos traían agua, no nos habríamos acostumbrado", dijo el jefe de la aldea de Malapo, Molathwe Mokalaka, que parecía estar en sus setenta y es el suegro de Thabogwelo.
Las entregas de agua terminaron en 2002 el día de las re-ubicaciones. Y las restricciones de caza se transformaron en prohibiciones explícitas, incluso de caza menor como conejos. Los bushmen reconocen que ellos ocasionalmente violan la ley en su búsqueda de alimento, a pesar de que las penas pueden incluir la prisión.
Entretanto Nueva Xade se había transformado de campo de re-asentamiento en ciudad, con una escuela, una clínica médica y un popular bar. También hay grifos públicos de agua y una modesta pensión del gobierno para los viejos y los indigentes. Pero los residentes se quejan de que no saben qué plantas se pueden comer sin peligro y que hay poco trabajo. Muchos bushmen han caído en el alcoholismo, la inactividad y la desesperación.
Otros, como Thabogwelo, han vuelto a casa.
En esos primeros días después de la reubicación, ella y su marido decidieron que viajarían cuanto antes, dijeron en entrevistas hace poco. Reunieron los ahorros de toda la vida de la familia para comprar un camión Toyota usado, luego viajaron los 193 kilómetros hacia Malapo, conduciendo cautelosamente en los blandos y movedizas huellas en la arena. Otros viajaron a pie o en burro.
Cuando Thabogwelo vio por primera vez Malapo seis meses después de Nueva Xade, dijo que era como salir de la cárcel. "Era como si hubiera estado en la oscuridad y la luz cayera sobre mí", dijo.
Ahora ella se pasa los días recogiendo raíces con otras aldeanas y cocinando. Corta grandes melones verdes en trozos que, sobre un fuego, sueltan un dulce jugo en una cacerola de hierro. Thabogwelo visita las tumbas de sus ancestros toda vez que puede.
"He vuelto", le dijo a sus tatarabuelos en sus sepulturas sin marcas. "Me tenéis que perdonar".
Pero la mayoría de los bushmen de Kalahari no han querido retornar, al menos no mientras no se resuelva el caso en tribunales.
A pesar de quejas sobre Nueva Xade, esta ejerce una persistente atracción sobre los bushmen debido a su suministro permanente de agua, pagas del gobierno y otros servicios. Según la mayoría de los cálculos, hay 10 veces más bushmen viviendo en Nueva Xade que en el parque nacional.
El desequilibrio es más pronunciado entre los bushmen más jóvenes, desde niños en edad escolar hasta adultos en sus veintes y treintas. Incluso el hijo único de Thabogwelo, de 6, asiste a la escuela del gobierno en Nueva Xade.
Pero Thabogwelo no tiene planes de volver, incluso si el gobierno gana el caso en la corte, incluso si los hombres vuelven con sus camiones. "Me sentaré aquí", dijo. "Si me quieren matar, que me maten".
4 de junio de 2005
©washington post
©traducción mQh
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Mongwegi Thabogwelo, una mujer flaca y trabajadora que parecía estar en sus cuarenta, recuerda sus crueles palabras ese día: "Es el agua', dijeron, lo que les impide que se reubiquen'".
La expulsión de los bushmen fue la culminación de que el gobierno de Botsuana dijo que eran años de esfuerzos para llevar progreso al pueblo más tradicional del sur de África. Los bushmen han resistido cada vez, ignorando las restricciones de caza, negándose a abandonar sus aldeas y batallando contra el gobierno en un pleito en tribunales que esperan que revierta medidas que, dice, los han empujado al borde de la extinción.
En el centro del caso en el tribunal ha estado el testimonio sobre la destrucción de aldeas, como Malapo, que se llevó a cabo con una eficiencia que los bushmen encontraron espeluznante. Los hombres del gobierno desmantelaron docenas de chozas hechas de ramas y arbustos, dijeron los aldeanos. Luego ordenaron a los bushmen -descendientes de la gente que ha sobrevivido las duras condiciones del Kalahari durante decenas de miles de años- abordar los camiones para un arduo trayecto de seis horas hacia el campamento del gobierno que debía ser su nuevo hogar.
Era un terreno de tierra cubierto de malezas lejos de sus fuentes tradicionales de gamo y plantas ricas en agua y, todavía peor, lejos de las tumbas de sus ancestros, que rodean Malapo. El descontento de los ancestros, que los bushmen creen que dan guía y protección, no se dejó esperar, dijo Thabogwelo. "Nos habéis dejado', le dijeron sus tatarabuelos en sueños recurrentes, dijo. "¿Por qué no estáis con nosotros?'"
En un pasado los bushmen recorrían la mayor parte del sur de África como cazadores-recolectores, vistiéndose con pieles animales y sobreviviendo de la abundante fauna y plantas comestibles en toda la región. Pero en los últimos siglos su territorio y demografía se ha reducido firmemente. Primero llegaron al sur los granjeros africanos bantú; luego los colonos blancos se extendieron hacia el norte, desde el Ciudad del Cabo.
Históricamente los dos grupos miraban con desdén a los bushmen, tratándoles de manera inhumana y empujándolos hacia rincones cada vez más pequeños y menos acogedores de la región. Las masacres de bushmen fueron comunes alguna vez.
Más recientemente, la asimilación ha socavado a los bushmen como un grupo culturalmente distinto, con gente en la veintena y treintena cada vez más numerosos que optan por vivir y trabajar fuera del parque nacional, donde se dispone de suministro constante de agua y otros servicios del gobierno.
Para cuando el gobierno empezó los re-asentamientos forzados con la demolición de la aldea de Xade en 1997, sólo unos 2.000 bushmen permanecieron en el corazón del Kalahari, en un parque nacional más grande que Suiza. Los residentes de Xade fueron forzados a vivir fuera de la frontera occidental de la reserva en un asentamiento que el gobierno había llamado Nueva Xade. Pero muchos bushmen lo vieron como un lugar lúgubre y aterrador donde estaban alejados de sus ancestros y por tanto sujetos a enfermedades misteriosas e incluso la muerte.
El segundo ataque se produjo en 2002, cuando Malapo y otras aldeas restantes fueron destruidas y sus habitantes, como Thabogwelo, fueron transportados en camión a Nueva Xade. Muchos de ellos no habían subido nunca a un camión y no tenían ni idea de adónde eran llevados.
"Teníamos realmente miedo de que ese día íbamos a morir", dijo en una entrevista hace poco Gabolowe Rathotato, una mujer delgada y animada, de unos 70 años. "Ni siquiera nos dieron la posibilidad de decidir si queríamos mudarnos o no. Fue realmente doloroso".
Los bushmen dicen que siguen sin comprender los re-asentamientos, aunque muchos sospechan que el gobierno tener facilitar su acceso a las ricas vetas de diamante en la parte este del parque nacional.
Funcionarios contrarrestan que la minería de diamantes en la reserva no es viable comercialmente y que la protección de la fauna es una prioridad nacional. Sydney Pilane, el abogado jefe del gobierno, dijo que a medida que los bushmen se mudaban gradualmente hacia aldeas permanentes, empezaban a tener animales domésticos, a cultivar la tierra y a cazar con escopeta la abundante fauna. Sin control, dijo, habrían transformado el prístino parque nacional en una serie de aldeas y ciudades.
También dijo que la mayoría de los bushmen preferían vivir fuera del parque nacional y que el gobierno estaba ansioso de proveerles de los servicios que se encuentran en la mayor parte de Botsuana, uno de los países más prósperos y estables de África, con 1.6 millones de habitantes. Se estima que hay unos 48.000 bushmen y dos veces esta cifra en el sur de África en general, aunque todavía viven algunos en aldeas tradicionales como Malapo.
Líderes de los bushmen trazan sus problemas a los años ochenta, cuando el gobierno empezó a limitar fuertemente la caza, que no sólo privó a los aldeanos de una fuente de proteína sino además también socavó los rituales que son cruciales para el pasaje de los niños a la adultez. Los jóvenes bushmen debían asistir a escuelas del gobierno fuera del parque nacional, donde se les enseñaba inglés y setsuana antes que sus lenguas nativas.
Durante esos años, el gobierno empezó a proporcionar agua regularmente a los bushmen. Aunque agradecieron la ayuda, las entregas socavaron siglos de conocimiento sobre cómo sobrevivir extrayendo la humedad de melones, bayas y raíces fibrosas entre las plantas que bushmen aprenden tradicionalmente a reconocer.
"Si no nos traían agua, no nos habríamos acostumbrado", dijo el jefe de la aldea de Malapo, Molathwe Mokalaka, que parecía estar en sus setenta y es el suegro de Thabogwelo.
Las entregas de agua terminaron en 2002 el día de las re-ubicaciones. Y las restricciones de caza se transformaron en prohibiciones explícitas, incluso de caza menor como conejos. Los bushmen reconocen que ellos ocasionalmente violan la ley en su búsqueda de alimento, a pesar de que las penas pueden incluir la prisión.
Entretanto Nueva Xade se había transformado de campo de re-asentamiento en ciudad, con una escuela, una clínica médica y un popular bar. También hay grifos públicos de agua y una modesta pensión del gobierno para los viejos y los indigentes. Pero los residentes se quejan de que no saben qué plantas se pueden comer sin peligro y que hay poco trabajo. Muchos bushmen han caído en el alcoholismo, la inactividad y la desesperación.
Otros, como Thabogwelo, han vuelto a casa.
En esos primeros días después de la reubicación, ella y su marido decidieron que viajarían cuanto antes, dijeron en entrevistas hace poco. Reunieron los ahorros de toda la vida de la familia para comprar un camión Toyota usado, luego viajaron los 193 kilómetros hacia Malapo, conduciendo cautelosamente en los blandos y movedizas huellas en la arena. Otros viajaron a pie o en burro.
Cuando Thabogwelo vio por primera vez Malapo seis meses después de Nueva Xade, dijo que era como salir de la cárcel. "Era como si hubiera estado en la oscuridad y la luz cayera sobre mí", dijo.
Ahora ella se pasa los días recogiendo raíces con otras aldeanas y cocinando. Corta grandes melones verdes en trozos que, sobre un fuego, sueltan un dulce jugo en una cacerola de hierro. Thabogwelo visita las tumbas de sus ancestros toda vez que puede.
"He vuelto", le dijo a sus tatarabuelos en sus sepulturas sin marcas. "Me tenéis que perdonar".
Pero la mayoría de los bushmen de Kalahari no han querido retornar, al menos no mientras no se resuelva el caso en tribunales.
A pesar de quejas sobre Nueva Xade, esta ejerce una persistente atracción sobre los bushmen debido a su suministro permanente de agua, pagas del gobierno y otros servicios. Según la mayoría de los cálculos, hay 10 veces más bushmen viviendo en Nueva Xade que en el parque nacional.
El desequilibrio es más pronunciado entre los bushmen más jóvenes, desde niños en edad escolar hasta adultos en sus veintes y treintas. Incluso el hijo único de Thabogwelo, de 6, asiste a la escuela del gobierno en Nueva Xade.
Pero Thabogwelo no tiene planes de volver, incluso si el gobierno gana el caso en la corte, incluso si los hombres vuelven con sus camiones. "Me sentaré aquí", dijo. "Si me quieren matar, que me maten".
4 de junio de 2005
©washington post
©traducción mQh
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