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en manos de rebeldes


[Sabrina Tavernise] Iraquíes rescatados de sus secuestradores hablan de la brutalidad de los insurgentes.
Karabila, Iraq. Marines que participaban en una operación para eliminar insurgentes que empezó el viernes rompieron la pared exterior de un edificio de este pequeño pueblo rural y encontraron un centro de torturas equipado con cables eléctricos, un dogal, esposas, un manual yihadista de 574 páginas -y cuatro iraquíes golpeados y engrilletados.
Los militares norteamericanos han encontrado centros de tortura después de invadir ciudades con fuerte presencia de insurgentes -como Faluya, donde el asalto contra los rebeldes en el otoño pasado descubrió 20 de esos sitios. Pero rara vez han encontrado a víctimas que puedan contar la historia.
Los hombres dijeron a los marines, de la Compañía K, de la Segunda División, Tercer Regimiento de Infantería, que habían sido torturados con descargas eléctricas y azotados con una tira de caucho durante más de dos semanas, detrás de ventanas oscurecidas. Uno de los ellos, Ahmed Isa Fathil, 19, ex miembro del nuevo ejército iraquí, dijo que había sido retenido y torturado durante 22 días. En todo ese tiempo, dijo, su cara estuvo casi completamente cubierta por cinta de pegar y con las manos esposadas.
En una entrevista con un periodista incrustado justo después de que fuera liberado, dijo que nunca vio la cara de sus secuestradores, que a veces le susurraban: "Te vamos a matar". Dijo que no lo habían interrogado, y que no sabía qué querían. Tampoco esperaba salir con vida.
"Matan a alguien todos los días", dijo Fathil, cuyas manos estaban tan hinchadas que no pudo abrir una lata de Coca-Cola que le ofreció un soldado. "Han matado a un montón de gente".
El sábado desde la casa se podían oír los tiroteos en la ofensiva a gran escala para eliminar los bastiones de insurgentes, muchos de los cuales cruzan la porosa frontera de Iraq con Siria.
Cuando los marines entraron a la casa -un edificio de un piso de ladrillos color de arena- los fragmentos de un cristal negro crujieron bajo sus botas. La luz que entró reveló las paredes y techo destruido por la metralla de la detonación que hicieron para romper la muralla. Había guantes de látex esparcidos por el suelo. Al lado había una lámpara de queroseno, rota.
El manual recuperado -un grueso y usado libro de bolsillo en árabe- se anuncia a sí mismo como la primera edición de 2005 de ‘Principios de la filosofía yihadista', de Abdel Rahman al-Ali. Sus capítulos incluyen ‘Cómo elegir a un rehén' y ‘La legitimidad de la decapitación de los infieles".
También se recuperaron varios pasaportes falsos, una capucha negra, un analgésico Percoset, esposas y un manual de explosivos. Tres coches cargados de explosivos estaban aparcados en un garaje fuera de la casa. Los marines los hicieron estallar.
Este es la versión de Fathil de su prueba de fuego.
Estaba almorzando con su madre y hermano una colación de lechuga y pepinos en la cocina de su casa en el pequeño pueblo desértico de Rabot. Se paró un sedán Opel. Descendieron dos hombres enmascarados con ametralladoras y lo agarraron, y, dejando atrás a su afligida madre, lo metieron en el maletero de su coche.
Lo llevaron a la casa aquí. Le cubrieron la cara con cinta de pegar, le pusieron algodón en los oídos y empezaron a golpearle.
La única explicación posible de su secuestro en la que podía pensar entonces era que había servido un período en el nuevo ejército iraquí. En el paro y analfabeto, Fathil se alistó después de que empezara la ocupación norteamericana.
Pero hace 9 meses, cuando seguir trabajando podía ganarle la venganza de los yihadistas, renunció. En total, 10 amigos de su unidad han sido asesinados, dijo. También mataron a su tío y a su primo, aunque ellos no fueron nunca soldados.
Los hombres tendían a hablar en susurros, dijo, diciéndole cinco veces al día, en voz baja junto a su oído, que rezara, y le ofrecían arena, en lugar de agua, para que se aseara. Una vez preguntó si podía ver a su madre, y uno de ellos le dijo: "De aquí sólo saldrás muerto".
Fathil no sabía dónde estaban los otros rehenes. Lo descubrió sólo después de que sus secuestradores hubieran desaparecido y pudo sacarse la cinta de los ojos.
La rutina en la casa era normal. Debido a las ventanas, dentro estaba siempre obscuro. Fathil dijo que le alimentaban una vez día, y le permitían usar un retrete en la parte de atrás de la casa.
Cuando irrumpieron los marines, uno de los rehenes yacía debajo de la caja de una escalera, golpeado severamente. Al principio pensaron que estaba muerto.
Los otros estaban demacrados y golpeados. Fathil se encontraba en mejor estado que los otros. Los otros tres fueron transportados por un helicóptero médico a Balad, una base cerca de Bagdad que tiene un hospital.
Pero le había golpeado. En su piel se veían las marcas en zigzag que le dejaron las golpizas en la espalda, y profundos pústulas, aparentemente por quemaduras provocadas por descargas eléctricas.
Las descargas, dijo, las sintió "como si me estuvieran sacando el alma del cuerpo". Pero cuando empezaba a gritar y su cuerpo se sacudía con las descargas, sus secuestradores comenzaban a pegarle, dijo.
Fathil ha estado en la base de la Marina al sur de Qaim desde su liberación, el sábado al mediodía. Su madre no sabe todavía que está vivo.
Cuando se mencionó su nombre, se inclinó y agachó la cabeza, y empezó a llorar quedamente, limpiándose la cara con un mono que le dieron los marines.
Pidió a un periodista que le ayudara a mudarse a otra ciudad, porque quedarse en su casa era demasiado peligroso para su familia. Rogó que no le hicieran fotografías, ni siquiera de las cicatrices en su espalda. Los rehenes habían tomado fotos de él, dijo.
Su pueblo ha sido siempre un buen lugar, dijo, pero los militantes lo transformaron en un infierno.
"Esos pocos lo están destruyendo", dijo, con la cara surcada por las lágrimas. "Matan a todos los que secuestran. Eso ocurre todos los días".

19 de junio de 2005
©new york times
©traducción mQh

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