mujeres en prisión
[Jenifer Warren] Viven en un mundo diseñado para hombres violentos. Partidarios del cambio dicen que se necesita privacidad, dignidad y lazos familiares más estrechos.
Live Oak, California. Nueve meses después de que su vientre empezara a hincharse, Martha Sierra llegó a ese momento del parto que toda mujer anhela y teme.
Pero mientras se retorcía de dolor en un hospital de Riverside, pujando para poner a su bebé en el mundo, Sierra hacía frente a un reto que no aparecía en los libros sobre partos: Sus muñecas estaban esposadas a la cama.
Incapaz de darse vuelta o incluso de sentarse, Sierra hizo lo que pudo. La recompensa fue fugaz. Le negaron el tradicional achuchón de las madres nuevas, y observó como su hija, chillando y moviendo los brazos, era sacada de la habitación.
Sierra, 28, es una reclusa en una cárcel del estado al norte de Sacramento. Hablar del parto le causa problemas, avergonzada de que sus errores significaran que su hijo hubiera tenido que nacer en la cárcel. También sigue amargada y asombrada del modo en que la trataron: "¿Pensaban que me iba a levantar y echar a correr?"
Criminalistas dicen que la experiencia de Sierra simboliza una inquietante verdad sobre los sistemas correccionales de California y más allá. Como tras las rejas los hombres superan abrumadoramente a las mujeres, las prisiones han sido normalmente diseñadas y gestionadas para hombres violentos.
Como resultado, las reclusas, la mayoría de las cuales cumplen sentencias de menos de dos años por delitos drogas y otros delitos no violentos, son arrojadas a un mundo donde hay una sola talla. Dentro, son gobernadas por reglamentos y prácticas que ignoran sus inserciones diferentes en el mundo del delito y no hacen nada por ayudarlas a enmendar sus vidas destrozadas.
Eso puede estar empezando a cambiar. En un movimiento nacional que está ganando impulso en California, un creciente número de académicos, activistas, alcaides y legisladores están presionando para remodelar las prisiones de modo que reflejen las diferencias entre los sexos.
Como mínimo, sus partidarios quieren más mujeres como gendarmes para proteger la privacidad y dignidad de las mujeres; más alimentación para las reclusas embarazadas; acceso más fácil a productos sanitarios; y regulaciones de visitas que fomenten, antes que desalienten, lazos familiares estrechos.
Otros criminalistas más ambiciosos proponen sacar a la mayoría de las mujeres de las remotas penitenciarías de máxima seguridad que son típicas de California y otros estados. En lugar de eso, dicen, muchas reclusas estarían mejor -y ahorrarían dinero a los contribuyentes- en centros comunitarios con servicios de rehabilitación, que ofrecen desde formación laboral a desintoxicación.
La población femenina en las prisiones del estado y federales del país es más alta que nunca -unas 103.000- y la tasa de encarcelación está creciendo casi dos veces más que la de los hombres, según informa el Buró Federal de Estadísticas de Criminalidad. Sólo en los últimos 10 años el número de mujeres tras las rejas aumentó en un 51 por ciento.
El aumento no refleja un incremento de los delitos cometidos por mujeres. Más bien, los responsables en gran parte son las sentencias más largas -especialmente por delitos relacionados con drogas o reincidentes- y restricciones en las posibilidades de los reclusos de salir antes por buena conducta. También, ahora es mucho más probable que una mujer termine en prisión por faltas al orden público, como la prostitución, conducir bajo influencia y mendigar.
"Normalmente las mujeres son detenidas por delitos de supervivencia: venta de drogas, sexo a cambio de drogas, cheques sin fondos, fraude con la seguridad social, abusos de tarjetas de crédito", dice Phyllis Modley, director de programa del Instituto Correccional Nacional de Washington. "No comenten los crímenes depredadores de los hombres. Sin embargo son enviados a un sistema correccional que no distingue".
Durante los años noventa, nuevas investigaciones han creado una imagen más detallada de cómo las reclusas difieren de los reclusos, dice Modley. Ahora los funcionarios de prisiones en estados tan políticamente diferentes como Indiana, Missouri y Minnesota están concluyendo que "el sexo importa", de acuerdo a Barbara Owen, una criminalista de prisiones de la Cal State Fresno.
"Ningún estado hace todo bien" en la administración de las reclusas, dijo Owen, contratada recientemente como asesora del Departamento de Prisiones de California. Pero programas aislados muestran algunos resultados, dijo.
Las principales prisiones de mujeres de Indiana se asegura que los convictos sigan fuertemente involucrados en las vidas de sus hijos, por ejemplo, mientras que Missouri enfatiza la transición de los presos hacia la libertad condicional. Minnesota ofrece una rica gama de alternativas al encarcelamiento tradicional, cercanas a las casas de mujeres.
Katrina Bishop, de Salinas, tiene una con cola de caballo y dos niños, de Salinas, personifica la típica delincuente femenina de California.
Criada por una madre alcohólica y un padrastro adicto a la meta-anfetamina, la expulsaron de la secundaria a los 15, dijo. Desheredada por su madre y acosada por un vaquero del rancho donde vivía, se refugió en garajes, coches, calles. Le dijeron que nunca llegaría a ser alguien, dijo Bishop, y se propuso realizar esa profecía, complotando contra sí misma en acciones de "auto-sabotaje".
A los 19 tuvo su primer hijo, que terminó en una familia adoptiva porque Bishop estaba "demasiado colgada de las drogas y no tenía dinero para alimentos o pañales". Pocos años después, Bishop terminó en las manos del Departamento de Prisiones, detenida por posesión de meta-anfetaminas y por cobrar órdenes de pago que falsificaba en un ordenador. Su viaje a la prisión del estado fue seguido por tres condenas a penas de prisión por escribir cheques fraudulentos.
Para agosto de 2004 Bishop tuvo una segunda hija en una familia adoptiva y estaba nuevamente en problemas. Fue detenida con cheques robados y también condenada por violar la libertad condicional al abandonar su condado sin permiso.
"Volví a caer después de seguir un tratamiento y volví a engancharme a mi viejo estilo de vida", dijo.
Bishop fue enviada a la Prisión de Mujeres de Valley, en Chowchilla, una ciudad del Valle de San Joaquín. Allá compartió una celda con ocho mujeres condenadas a cadena perpetua por asesinato y sin posibilidad de libertad condicional, una mezcla de reclusas muy diferente a las prisiones de hombres.
"Te mezclan con condenadas a perpetua que no tienen ningún interés en este mundo", dijo Bishop, 28. "Pelean, tratan de dominar la celda. Te... amenazan".
La Asamblea Legislativa de Mujeres de California ha hecho del encarcelamiento de mujeres su más alta prioridad de este año. En abril, en una inusual misión de recolección de datos, cuatro legisladoras visitaron la prisión de mujeres de Valley y dos pasaron la noche ahí.
Pasaron por el mismo proceso que las reclusas, excepto el cacheo personal, y recibieron lechos portátiles y tareas en la celda. Comieron en el comedor, durmieron en los delgados colchones y preguntaron a las mujeres cuáles eran sus problemas e historias personales.
Algunas quejas replicaron las de las cárceles de hombres. Muchas reclusas dijeron que pasaban hambre todo el tiempo y no podían seguir clases académicas o de formación laboral. Lo que difería eran las quejas sobre el cuidado médico y la preocupación de los niños.
Medido sobre bases individuales, el Departamento de Prisiones gasta un 60 por ciento más en salud en mujeres que en hombres. Los problemas reproductivos son mencionados como una de las razones, pero las mujeres también llegan a la cárcel con una mayor incidencia de VIH y SIDA y tienen más necesidades en salud mental. Algunas reclusas dijeron a las legisladoras que no se habían hecho un mamograma ni la prueba de Papanicolau durante años.
Más inquietante, dijeron las legisladoras, eran las profundas preocupaciones de las reclusas en torno a sus hijos. Dos tercios de las mujeres tras las rejas en California tienen hijos menores de 18, la mitad de los cuales nunca las visitan debido a la distancia. Es posible el contacto telefónico por medio de llamadas de cobro revertido, pero la mayoría de las familias de las reclusas no pueden pagarlas.
Carla Fortier, 43, tiene tres hijos que viven con familiares en Los Angeles. Dos de ellos nacieron en la cárcel.
"Me he perdido todas las graduaciones, las primeras palabras, los primeros pasos, todas esas cosas especiales", dijo Fortier, cuya incapacidad para sacudirse la adicción al crack la ha transformado en una residente habitual de las prisiones del estado en los últimos 19 años. "Una vez el más chico me llamó Mamá. Pero cuando caí en prisión y volví a casa después, empezó a llamarme Carla".
Las legisladoras que visitaron la prisión de Valley volvieron a Sacramento con una conclusión fundamental.
"El modelo de las mujeres en prisión en California es testarudo", dijo la senadora Jackie Speier (demócrata, Hillsborough), a la que se unió esa noche en la cárcel la legisladora Carol Liu (demócrata, La Cañada Flintridge). "La mayoría de las reclusas con las que hablamos estaban ahí por conducir bajo alcohol y delitos relacionados con drogas... ¿Por qué gastamos billones y más billones para albergar a esta gente en un ambiente de semejante alta seguridad?"
Personal directivo en la jerarquía del Departamento de Prisiones de California han empezado a hacerse preguntas similares. En febrero formaron una comisión de alcaides, activistas comunitarios, investigadores y otros para reformular los reglamentos, programas y prácticas carcelarias para que reflejen las diferencias de género.
El estado también ha contratado como asesoras a dos investigadoras conocidas nacionalmente -Owen y Barbara Bloom, profesora en el estado de Sonoma- que son expertas en mujeres delincuentes. Y la reorganización de las prisiones de California del gobernador Arnold Schwarzenegger, que entró en vigor el 1 de julio y se concentra en la rehabilitación de las reclusas, incluye por primera vez una directora de programas femeninos.
Funcionarios dicen que la mayor parte de los cambios detrás de las paredes de la prisión no deberían costar dinero. De hecho, ya están proclamando victoria. Después de años de protestas de las reclusas y sus familias, los gendarmes ya no se encargarán de los cacheos de las mujeres.
Dawn Davison, que dirige las cuatro cárceles de California que albergan a mujeres, lo calificó de un logro clave. Debido a que más de la mitad de las reclusas han sido física o sexualmente agredidas, dijo, eran nuevamente traumatizadas cuando eran cacheadas por hombres. Pero la nueva política, dijo, es sólo el principio.
"Durante años la gente aparentemente creía que una reclusa era una reclusa que era una reclusa", dijo Davison, alcaide de la Correccional de Mujeres de California, en Chino. "¿Qué nos hace pensar que cuando una mujer llega a la cárcel y se convierte en reclusa, ella por eso se transforma en hombre?"
Las mujeres son menos violentas que los hombres, no sólo en términos de los delitos que cometen sino también en cuanto a su conducta en la cárcel.
Las estadísticas para 2004 muestran que un 29 por ciento de las reclusas de California estaban cumpliendo sentencias por delitos contra las personas. Entre los hombres, ese porcentaje llega al 52 por ciento.
En cuanto a su conducta una vez en prisión, los funcionarios no pudieron encontrar antecedentes de reclusas en California que hubiesen matado a otras. En contraste, el año pasado 14 presos murieron a manos de otros presos.
Y aunque las agresiones e incluso motines de pequeña escala son comunes en las cárceles de hombres, las peleas entre las mujeres usualmente "no son más que peleas entre amantes con algunas bofetadas", dijo Davison. Agregó que las ataques de las mujeres contra las funcionarias rara vez pasan de ser patadas propinadas cuando resistían alguna orden.
Sin embargo, las dos cárceles de mujeres más grandes -la de Valley y el Centro de Detención de Mujeres de California, también en Chowchilla, con una población combinada de 6.700 mujeres- opera con reglas que son parecidas a las de las cárceles que albergaron a Charlie Manson y otros criminales notoriamente violentos.
Dirigentes sindicales que representan a los gendarmes de prisiones desconfían de la visión rosa de las delincuentes. Aunque apoyan las penitenciarías más seguras que preparen mejor a las presas para su retorno a la sociedad, los funcionarios del sindicato dicen que muchas mujeres que terminan en las prisiones del estado se han apartado de la ley antes numerosas veces.
"Pueden ser delincuentes no violentas, pero un montón de ellas han contado con cinco convicciones por delitos mayores antes de que lleguen a una cárcel", dijo Lance Corcoran, vice-presidente de la Asociación de Oficiales Correccionales de California. "A veces el sonido metálico de la puerta a primera hora de la mañana es lo que se necesita para empujar al individuo a hacer algo positivo con sus vidas".
Otros cuestionan la justicia de tratar de manera diferente a reclusas y presos. La arena de la justicia penal ha estado dominada durante largo tiempo por el concepto de igualdad, con el mismo tratamiento que se debe a todos. Pero criminalistas dicen que la igualdad no debe necesariamente significar que sean idénticas. Dicen que hay razones de por qué las delincuentes merecen un trato aparte.
Arriba de la lista está su papel como madres. En California, más de la mitad de las reclusas son madres solteras y sus obligaciones familiares crean retos menos prevalecientes entre los hombres, especialmente cuando hacen la transición de la celda a la calle. Aunque todos los que salen en régimen de libertad anticipada se esfuerzan por encontrar trabajo y evitan hacer cosas que las devuelvan a la cárcel, son las mujeres en particular las que deben reconectarse simultáneamente con los hijos, ocuparse de los niños y enfrentarse a otras necesidades familiares.
Las reglas federales impiden que las condenadas por delitos de drogas -una de cada tres reclusas- puedan recibir la seguridad social y en muchos casos no reúnen los requisitos para recibir viviendas sociales.
Algunos activistas creen que la tendencia de California de manejar a todos los presos como un grupo homogéneo se refleja más impresionantemente en el tratamiento de las mujeres embarazadas.
Desde 2001, más de 1.100 reclusas han dado a luz. La mayoría llegan embarazadas, pero un pequeño número concibe durante visitas familiares nocturnas en los recintos de las prisiones.
Normalmente las mujeres encarceladas dan a luz en un pabellón hospitalario cerrado y custodiado por varios gendarmes. A pesar de estas medidas de seguridad, el departamento de regulaciones requiere el uso de esposas de muñecas o tobillos durante el parto. Aunque las restricciones no se especifican para el parto, Davison, la alcaide de la cárcel de Chino reconoció que la realidad no siempre se ajusta a los reglamentos impresos.
"No hay mujer que en medio de las labores del parto se levante de la cama y trate de escapar", dijo. Su objetivo: asegurarse de que ninguna reclusa de California sea esposada durante el parto.
La legisladora Sally Lieber (demócrata, Mountain View) quiere lograr lo mismo y ha presentado un proyecto de ley que espera que lo haga. La ley ganó el mes pasado la aprobación de la Asamblea y está esperando en el senado.
Times entrevistó recientemente a madres reclusas en el Centro Leo Chesney en Live Oak, entre Sacramento y Chino. La prisión privada aloja a convictos de seguridad mínima bajo contracto con el estado. Las mujeres, que dieron todas a luz mientras estaban en las cárceles más grandes del estado en Chino o Chowchilla, calificó la experiencia de dar a luz en la cárcel como una experiencia que estaban tratando de olvidar.
Algunas, como Sierra, pasaron todo el parto, de comienzo a fin, con una o dos manos amarradas a la cama. Otras fueron esposadas por la muñeca o tobillo durante el parto, aunque las esposas les fueron retiradas en el momento del nacimiento del bebé.
Tras el parto unas pocas mujeres pudieron obtener uno de los 70 puestos en los programas basados en la comunidad que permite que madres y niños vivan juntos. Pero la mayoría tuvo que entregar sus bebés a parientes o a familias adoptivas uno o dos días tras el parto. Las mujeres son entonces trasladadas nuevamente a la cárcel.
Jessica Foster está esperando y quiere ocupar uno de esos codiciados 70 puestos.
Foster, 22, llegó a la cárcel tras cobrar un cheque robado. Al principio la colocaron a prueba. Pero después de tres violaciones de la libertad condicional -por emborracharse en un cabaret, por no entregar un informe y por poseer una pipa de marihuana- fue enviada a la cárcel de Valley.
Llegó con 7 meses y medio de embarazo, y se preocupaba constantemente por la salud de su bebé. Dijo que recibió píldoras de hierro y chequeos pre-natales, pero siempre salía del comedor "muriéndose de hambre". Las raciones, dijo, eran demasiado magras para alguien que come por dos.
Más inquietante, recordó Foster, era "la total falta de privacidad ante los hombres", que constituyen el 75 por ciento de los gendarmes de la cárcel de Valley.
Los gendarmes podían observar a las mujeres en las duchas desde un cuarto de control, dijo, y pasearse cerca del área de recepción de los presos mientras las gendarmes hacían chequeos corporales, durante los que se usan espejos para controlar las partes íntimas de las reclusas para impedir el contrabando. Dijo que eso era más humillante para las mujeres que estaban menstruando.
"Todo lo dirigen hombres. Doctores, gendarmes. Hay hombres en todas partes", dijo Foster, de Redding. "Te sientes violada todo el tiempo".
En enero dio a luz en el Hospital Comunitario de Madera. No fue esposada durante el parto. Pero dijo que tuvo un gendarme en el cuarto, junto al otro lado de la cortina, todo el tiempo.
Después, con un tobillo amarrado a la cama, se le permitió pasar algunos días en el hospital con su hija, Olivia. Entonces la devolvieron a la celda, donde el dolor de la separación aumentó con el dolor de los senos rebosantes de leche.
La cárcel, dijo Foster, llorando mientras la asaltaban los recuerdos, no le proporcionó una bomba.
Un creciente número de detractores dicen que las mujeres presas, la mayoría de ellas en la cárcel por delitos de drogas y contra la propiedad, están fuera de lugar en un sistema de prisiones diseñado para hombres violentos. El Departamento de Prisiones de California planea cambiar algunos reglamentos y prácticas para que reflejen las diferencias entre los sexos.
Hechos sobre las cárceles:
Población carcelaria de California:
California prison population:
Hombres: 93 por ciento
Mujeres: 7% por ciento
Reclusas:
-En prisiones de California: 10.800
-Tiempo de condena promedio: 14 meses
-Tiempo cumplido por delitos no violentos: más del 66 por ciento
-Han sido atacadas física o sexualmente: 57 por ciento
-Edad promedio: 36
-Con hijos menores de edad: 64 por ciento
-Bebés nacidos a las reclusas al año: unos 300
Fuente: California Department of Corrections, Little Hoover Commission
6 de julio de 2005
©los angeles times
©traducción mQh
Pero mientras se retorcía de dolor en un hospital de Riverside, pujando para poner a su bebé en el mundo, Sierra hacía frente a un reto que no aparecía en los libros sobre partos: Sus muñecas estaban esposadas a la cama.
Incapaz de darse vuelta o incluso de sentarse, Sierra hizo lo que pudo. La recompensa fue fugaz. Le negaron el tradicional achuchón de las madres nuevas, y observó como su hija, chillando y moviendo los brazos, era sacada de la habitación.
Sierra, 28, es una reclusa en una cárcel del estado al norte de Sacramento. Hablar del parto le causa problemas, avergonzada de que sus errores significaran que su hijo hubiera tenido que nacer en la cárcel. También sigue amargada y asombrada del modo en que la trataron: "¿Pensaban que me iba a levantar y echar a correr?"
Criminalistas dicen que la experiencia de Sierra simboliza una inquietante verdad sobre los sistemas correccionales de California y más allá. Como tras las rejas los hombres superan abrumadoramente a las mujeres, las prisiones han sido normalmente diseñadas y gestionadas para hombres violentos.
Como resultado, las reclusas, la mayoría de las cuales cumplen sentencias de menos de dos años por delitos drogas y otros delitos no violentos, son arrojadas a un mundo donde hay una sola talla. Dentro, son gobernadas por reglamentos y prácticas que ignoran sus inserciones diferentes en el mundo del delito y no hacen nada por ayudarlas a enmendar sus vidas destrozadas.
Eso puede estar empezando a cambiar. En un movimiento nacional que está ganando impulso en California, un creciente número de académicos, activistas, alcaides y legisladores están presionando para remodelar las prisiones de modo que reflejen las diferencias entre los sexos.
Como mínimo, sus partidarios quieren más mujeres como gendarmes para proteger la privacidad y dignidad de las mujeres; más alimentación para las reclusas embarazadas; acceso más fácil a productos sanitarios; y regulaciones de visitas que fomenten, antes que desalienten, lazos familiares estrechos.
Otros criminalistas más ambiciosos proponen sacar a la mayoría de las mujeres de las remotas penitenciarías de máxima seguridad que son típicas de California y otros estados. En lugar de eso, dicen, muchas reclusas estarían mejor -y ahorrarían dinero a los contribuyentes- en centros comunitarios con servicios de rehabilitación, que ofrecen desde formación laboral a desintoxicación.
La población femenina en las prisiones del estado y federales del país es más alta que nunca -unas 103.000- y la tasa de encarcelación está creciendo casi dos veces más que la de los hombres, según informa el Buró Federal de Estadísticas de Criminalidad. Sólo en los últimos 10 años el número de mujeres tras las rejas aumentó en un 51 por ciento.
El aumento no refleja un incremento de los delitos cometidos por mujeres. Más bien, los responsables en gran parte son las sentencias más largas -especialmente por delitos relacionados con drogas o reincidentes- y restricciones en las posibilidades de los reclusos de salir antes por buena conducta. También, ahora es mucho más probable que una mujer termine en prisión por faltas al orden público, como la prostitución, conducir bajo influencia y mendigar.
"Normalmente las mujeres son detenidas por delitos de supervivencia: venta de drogas, sexo a cambio de drogas, cheques sin fondos, fraude con la seguridad social, abusos de tarjetas de crédito", dice Phyllis Modley, director de programa del Instituto Correccional Nacional de Washington. "No comenten los crímenes depredadores de los hombres. Sin embargo son enviados a un sistema correccional que no distingue".
Durante los años noventa, nuevas investigaciones han creado una imagen más detallada de cómo las reclusas difieren de los reclusos, dice Modley. Ahora los funcionarios de prisiones en estados tan políticamente diferentes como Indiana, Missouri y Minnesota están concluyendo que "el sexo importa", de acuerdo a Barbara Owen, una criminalista de prisiones de la Cal State Fresno.
"Ningún estado hace todo bien" en la administración de las reclusas, dijo Owen, contratada recientemente como asesora del Departamento de Prisiones de California. Pero programas aislados muestran algunos resultados, dijo.
Las principales prisiones de mujeres de Indiana se asegura que los convictos sigan fuertemente involucrados en las vidas de sus hijos, por ejemplo, mientras que Missouri enfatiza la transición de los presos hacia la libertad condicional. Minnesota ofrece una rica gama de alternativas al encarcelamiento tradicional, cercanas a las casas de mujeres.
Katrina Bishop, de Salinas, tiene una con cola de caballo y dos niños, de Salinas, personifica la típica delincuente femenina de California.
Criada por una madre alcohólica y un padrastro adicto a la meta-anfetamina, la expulsaron de la secundaria a los 15, dijo. Desheredada por su madre y acosada por un vaquero del rancho donde vivía, se refugió en garajes, coches, calles. Le dijeron que nunca llegaría a ser alguien, dijo Bishop, y se propuso realizar esa profecía, complotando contra sí misma en acciones de "auto-sabotaje".
A los 19 tuvo su primer hijo, que terminó en una familia adoptiva porque Bishop estaba "demasiado colgada de las drogas y no tenía dinero para alimentos o pañales". Pocos años después, Bishop terminó en las manos del Departamento de Prisiones, detenida por posesión de meta-anfetaminas y por cobrar órdenes de pago que falsificaba en un ordenador. Su viaje a la prisión del estado fue seguido por tres condenas a penas de prisión por escribir cheques fraudulentos.
Para agosto de 2004 Bishop tuvo una segunda hija en una familia adoptiva y estaba nuevamente en problemas. Fue detenida con cheques robados y también condenada por violar la libertad condicional al abandonar su condado sin permiso.
"Volví a caer después de seguir un tratamiento y volví a engancharme a mi viejo estilo de vida", dijo.
Bishop fue enviada a la Prisión de Mujeres de Valley, en Chowchilla, una ciudad del Valle de San Joaquín. Allá compartió una celda con ocho mujeres condenadas a cadena perpetua por asesinato y sin posibilidad de libertad condicional, una mezcla de reclusas muy diferente a las prisiones de hombres.
"Te mezclan con condenadas a perpetua que no tienen ningún interés en este mundo", dijo Bishop, 28. "Pelean, tratan de dominar la celda. Te... amenazan".
La Asamblea Legislativa de Mujeres de California ha hecho del encarcelamiento de mujeres su más alta prioridad de este año. En abril, en una inusual misión de recolección de datos, cuatro legisladoras visitaron la prisión de mujeres de Valley y dos pasaron la noche ahí.
Pasaron por el mismo proceso que las reclusas, excepto el cacheo personal, y recibieron lechos portátiles y tareas en la celda. Comieron en el comedor, durmieron en los delgados colchones y preguntaron a las mujeres cuáles eran sus problemas e historias personales.
Algunas quejas replicaron las de las cárceles de hombres. Muchas reclusas dijeron que pasaban hambre todo el tiempo y no podían seguir clases académicas o de formación laboral. Lo que difería eran las quejas sobre el cuidado médico y la preocupación de los niños.
Medido sobre bases individuales, el Departamento de Prisiones gasta un 60 por ciento más en salud en mujeres que en hombres. Los problemas reproductivos son mencionados como una de las razones, pero las mujeres también llegan a la cárcel con una mayor incidencia de VIH y SIDA y tienen más necesidades en salud mental. Algunas reclusas dijeron a las legisladoras que no se habían hecho un mamograma ni la prueba de Papanicolau durante años.
Más inquietante, dijeron las legisladoras, eran las profundas preocupaciones de las reclusas en torno a sus hijos. Dos tercios de las mujeres tras las rejas en California tienen hijos menores de 18, la mitad de los cuales nunca las visitan debido a la distancia. Es posible el contacto telefónico por medio de llamadas de cobro revertido, pero la mayoría de las familias de las reclusas no pueden pagarlas.
Carla Fortier, 43, tiene tres hijos que viven con familiares en Los Angeles. Dos de ellos nacieron en la cárcel.
"Me he perdido todas las graduaciones, las primeras palabras, los primeros pasos, todas esas cosas especiales", dijo Fortier, cuya incapacidad para sacudirse la adicción al crack la ha transformado en una residente habitual de las prisiones del estado en los últimos 19 años. "Una vez el más chico me llamó Mamá. Pero cuando caí en prisión y volví a casa después, empezó a llamarme Carla".
Las legisladoras que visitaron la prisión de Valley volvieron a Sacramento con una conclusión fundamental.
"El modelo de las mujeres en prisión en California es testarudo", dijo la senadora Jackie Speier (demócrata, Hillsborough), a la que se unió esa noche en la cárcel la legisladora Carol Liu (demócrata, La Cañada Flintridge). "La mayoría de las reclusas con las que hablamos estaban ahí por conducir bajo alcohol y delitos relacionados con drogas... ¿Por qué gastamos billones y más billones para albergar a esta gente en un ambiente de semejante alta seguridad?"
Personal directivo en la jerarquía del Departamento de Prisiones de California han empezado a hacerse preguntas similares. En febrero formaron una comisión de alcaides, activistas comunitarios, investigadores y otros para reformular los reglamentos, programas y prácticas carcelarias para que reflejen las diferencias de género.
El estado también ha contratado como asesoras a dos investigadoras conocidas nacionalmente -Owen y Barbara Bloom, profesora en el estado de Sonoma- que son expertas en mujeres delincuentes. Y la reorganización de las prisiones de California del gobernador Arnold Schwarzenegger, que entró en vigor el 1 de julio y se concentra en la rehabilitación de las reclusas, incluye por primera vez una directora de programas femeninos.
Funcionarios dicen que la mayor parte de los cambios detrás de las paredes de la prisión no deberían costar dinero. De hecho, ya están proclamando victoria. Después de años de protestas de las reclusas y sus familias, los gendarmes ya no se encargarán de los cacheos de las mujeres.
Dawn Davison, que dirige las cuatro cárceles de California que albergan a mujeres, lo calificó de un logro clave. Debido a que más de la mitad de las reclusas han sido física o sexualmente agredidas, dijo, eran nuevamente traumatizadas cuando eran cacheadas por hombres. Pero la nueva política, dijo, es sólo el principio.
"Durante años la gente aparentemente creía que una reclusa era una reclusa que era una reclusa", dijo Davison, alcaide de la Correccional de Mujeres de California, en Chino. "¿Qué nos hace pensar que cuando una mujer llega a la cárcel y se convierte en reclusa, ella por eso se transforma en hombre?"
Las mujeres son menos violentas que los hombres, no sólo en términos de los delitos que cometen sino también en cuanto a su conducta en la cárcel.
Las estadísticas para 2004 muestran que un 29 por ciento de las reclusas de California estaban cumpliendo sentencias por delitos contra las personas. Entre los hombres, ese porcentaje llega al 52 por ciento.
En cuanto a su conducta una vez en prisión, los funcionarios no pudieron encontrar antecedentes de reclusas en California que hubiesen matado a otras. En contraste, el año pasado 14 presos murieron a manos de otros presos.
Y aunque las agresiones e incluso motines de pequeña escala son comunes en las cárceles de hombres, las peleas entre las mujeres usualmente "no son más que peleas entre amantes con algunas bofetadas", dijo Davison. Agregó que las ataques de las mujeres contra las funcionarias rara vez pasan de ser patadas propinadas cuando resistían alguna orden.
Sin embargo, las dos cárceles de mujeres más grandes -la de Valley y el Centro de Detención de Mujeres de California, también en Chowchilla, con una población combinada de 6.700 mujeres- opera con reglas que son parecidas a las de las cárceles que albergaron a Charlie Manson y otros criminales notoriamente violentos.
Dirigentes sindicales que representan a los gendarmes de prisiones desconfían de la visión rosa de las delincuentes. Aunque apoyan las penitenciarías más seguras que preparen mejor a las presas para su retorno a la sociedad, los funcionarios del sindicato dicen que muchas mujeres que terminan en las prisiones del estado se han apartado de la ley antes numerosas veces.
"Pueden ser delincuentes no violentas, pero un montón de ellas han contado con cinco convicciones por delitos mayores antes de que lleguen a una cárcel", dijo Lance Corcoran, vice-presidente de la Asociación de Oficiales Correccionales de California. "A veces el sonido metálico de la puerta a primera hora de la mañana es lo que se necesita para empujar al individuo a hacer algo positivo con sus vidas".
Otros cuestionan la justicia de tratar de manera diferente a reclusas y presos. La arena de la justicia penal ha estado dominada durante largo tiempo por el concepto de igualdad, con el mismo tratamiento que se debe a todos. Pero criminalistas dicen que la igualdad no debe necesariamente significar que sean idénticas. Dicen que hay razones de por qué las delincuentes merecen un trato aparte.
Arriba de la lista está su papel como madres. En California, más de la mitad de las reclusas son madres solteras y sus obligaciones familiares crean retos menos prevalecientes entre los hombres, especialmente cuando hacen la transición de la celda a la calle. Aunque todos los que salen en régimen de libertad anticipada se esfuerzan por encontrar trabajo y evitan hacer cosas que las devuelvan a la cárcel, son las mujeres en particular las que deben reconectarse simultáneamente con los hijos, ocuparse de los niños y enfrentarse a otras necesidades familiares.
Las reglas federales impiden que las condenadas por delitos de drogas -una de cada tres reclusas- puedan recibir la seguridad social y en muchos casos no reúnen los requisitos para recibir viviendas sociales.
Algunos activistas creen que la tendencia de California de manejar a todos los presos como un grupo homogéneo se refleja más impresionantemente en el tratamiento de las mujeres embarazadas.
Desde 2001, más de 1.100 reclusas han dado a luz. La mayoría llegan embarazadas, pero un pequeño número concibe durante visitas familiares nocturnas en los recintos de las prisiones.
Normalmente las mujeres encarceladas dan a luz en un pabellón hospitalario cerrado y custodiado por varios gendarmes. A pesar de estas medidas de seguridad, el departamento de regulaciones requiere el uso de esposas de muñecas o tobillos durante el parto. Aunque las restricciones no se especifican para el parto, Davison, la alcaide de la cárcel de Chino reconoció que la realidad no siempre se ajusta a los reglamentos impresos.
"No hay mujer que en medio de las labores del parto se levante de la cama y trate de escapar", dijo. Su objetivo: asegurarse de que ninguna reclusa de California sea esposada durante el parto.
La legisladora Sally Lieber (demócrata, Mountain View) quiere lograr lo mismo y ha presentado un proyecto de ley que espera que lo haga. La ley ganó el mes pasado la aprobación de la Asamblea y está esperando en el senado.
Times entrevistó recientemente a madres reclusas en el Centro Leo Chesney en Live Oak, entre Sacramento y Chino. La prisión privada aloja a convictos de seguridad mínima bajo contracto con el estado. Las mujeres, que dieron todas a luz mientras estaban en las cárceles más grandes del estado en Chino o Chowchilla, calificó la experiencia de dar a luz en la cárcel como una experiencia que estaban tratando de olvidar.
Algunas, como Sierra, pasaron todo el parto, de comienzo a fin, con una o dos manos amarradas a la cama. Otras fueron esposadas por la muñeca o tobillo durante el parto, aunque las esposas les fueron retiradas en el momento del nacimiento del bebé.
Tras el parto unas pocas mujeres pudieron obtener uno de los 70 puestos en los programas basados en la comunidad que permite que madres y niños vivan juntos. Pero la mayoría tuvo que entregar sus bebés a parientes o a familias adoptivas uno o dos días tras el parto. Las mujeres son entonces trasladadas nuevamente a la cárcel.
Jessica Foster está esperando y quiere ocupar uno de esos codiciados 70 puestos.
Foster, 22, llegó a la cárcel tras cobrar un cheque robado. Al principio la colocaron a prueba. Pero después de tres violaciones de la libertad condicional -por emborracharse en un cabaret, por no entregar un informe y por poseer una pipa de marihuana- fue enviada a la cárcel de Valley.
Llegó con 7 meses y medio de embarazo, y se preocupaba constantemente por la salud de su bebé. Dijo que recibió píldoras de hierro y chequeos pre-natales, pero siempre salía del comedor "muriéndose de hambre". Las raciones, dijo, eran demasiado magras para alguien que come por dos.
Más inquietante, recordó Foster, era "la total falta de privacidad ante los hombres", que constituyen el 75 por ciento de los gendarmes de la cárcel de Valley.
Los gendarmes podían observar a las mujeres en las duchas desde un cuarto de control, dijo, y pasearse cerca del área de recepción de los presos mientras las gendarmes hacían chequeos corporales, durante los que se usan espejos para controlar las partes íntimas de las reclusas para impedir el contrabando. Dijo que eso era más humillante para las mujeres que estaban menstruando.
"Todo lo dirigen hombres. Doctores, gendarmes. Hay hombres en todas partes", dijo Foster, de Redding. "Te sientes violada todo el tiempo".
En enero dio a luz en el Hospital Comunitario de Madera. No fue esposada durante el parto. Pero dijo que tuvo un gendarme en el cuarto, junto al otro lado de la cortina, todo el tiempo.
Después, con un tobillo amarrado a la cama, se le permitió pasar algunos días en el hospital con su hija, Olivia. Entonces la devolvieron a la celda, donde el dolor de la separación aumentó con el dolor de los senos rebosantes de leche.
La cárcel, dijo Foster, llorando mientras la asaltaban los recuerdos, no le proporcionó una bomba.
Un creciente número de detractores dicen que las mujeres presas, la mayoría de ellas en la cárcel por delitos de drogas y contra la propiedad, están fuera de lugar en un sistema de prisiones diseñado para hombres violentos. El Departamento de Prisiones de California planea cambiar algunos reglamentos y prácticas para que reflejen las diferencias entre los sexos.
Hechos sobre las cárceles:
Población carcelaria de California:
California prison population:
Hombres: 93 por ciento
Mujeres: 7% por ciento
Reclusas:
-En prisiones de California: 10.800
-Tiempo de condena promedio: 14 meses
-Tiempo cumplido por delitos no violentos: más del 66 por ciento
-Han sido atacadas física o sexualmente: 57 por ciento
-Edad promedio: 36
-Con hijos menores de edad: 64 por ciento
-Bebés nacidos a las reclusas al año: unos 300
Fuente: California Department of Corrections, Little Hoover Commission
6 de julio de 2005
©los angeles times
©traducción mQh
2 comentarios
biana -
Muchas gracias de antemano
silvia ramirez -
vivo en california