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[John Lancaster] Parias maoístas echan raíces entre los pobres del campo.
Selva de Bastar, India. Tiene treinta años, habla inglés y es versado en el lenguaje de los correos electrónicos e internet. Amistoso y seguro de sí mismo, podría ser el encargado de un locutorio, o quizás un ingeniero de software en uno de los relucientes campus tecnológicos de India. Pero el ‘Camarada M', como pide que le llamen, prefiere una línea distinta de trabajo: hacer la guerra contra el estado indio.
Armado con un abollado rifle Lee-Enfield que describe riendo como "más viejo que yo", el graduado universitario de uniforme verde oliva con una estrella roja en el pecho, era uno de los cerca de treinta guerrilleros maoístas que se reunieron hace poco en esta remota selva al centro-este de India.
Reclutando partidarios y apoyo entre gente tribal nativa conocida como adivasis, la desarrapada banda de jóvenes y mujeres es parte de un movimiento revolucionario más amplio cuyo audaz, aunque anacrónico objetivo es remplazar la democracia parlamentaria india por un sistema comunista sacado directamente del pequeño Libro Rojo del presidente Mao Tse-Tung.
Desdeñado en el pasado como poco más que una irritación, el movimiento maoísta está ganando terreno en este país de más de mil millones de habitantes, reforzando la hostilidad contra el gobierno en algunas áreas rurales y enfatizando la naturaleza desigual del extraordinario auge económico de India. Los analistas dicen que el movimiento está formado por unos diez mil combatientes irregulares, y tiene varios cientos de miles de partidarios. Los rebeldes son conocidos como naxalitas, por la oriental ciudad de Naxalbari, donde empezó el movimiento en 1967.
Durante el reciente encuentro con los rebeldes en el estado de Chhattisgarth, un visitante presenció una manifestación de al menos dos mil adeptos tribales, muchos de ellos armados con hachas y arcos y flechas, que se reunieron junto a un pedestal de concreto que terminaba con una hoz y un martillo. La manifestación tomó lugar en un sitio con altos árboles a unas seis horas de camino desde la carretera pavimentada más cercana.
El comandante maoísta del área, que es conocido como Kosa, dijo que el movimiento no se había desalentado con el triunfo del capitalismo en China y otros antiguos países comunistas.
"Cuando un científico no obtiene los resultados deseados de un experimento, no lo abandona por eso", dijo. "Cada movimiento tiene sus altibajos. Hay derrotas y victorias. Debemos aprender del fracaso del maoísmo en China y seguir adelante".
Después de un largo período de relativa calma, en los últimos años los naxalitas han expandido su presencia a trece de los 28 estados indios, de acuerdo a cálculos oficiales, reforzando los rumores de un ‘corredor rojo' que se extiende desde Nepal, que hace frente a una insurgencia maoísta propia, y a través de las selvas del centro y sur de India. Los rebeldes maoístas en India y Nepal han reconocido sus vínculos ideológicos, y funcionarios de seguridad sospechan que también colaboran logísticamente.
Equipados con bombas caseras y rifles robados de comisarías de policía, los rebeldes indios han montado ataques cada vez más atrevidos, tales como ocupar en marzo un tren de pasajeros durante doce horas en el sureño estado de Jharkhand. Funcionan en algunos distritos remotos como un gobierno paralelo, incluyendo tribunales improvisados y policías. Sus violentas tácticas han convertido a partes de Chhattisgarh, entre otros estados, en áreas prácticamente prohibidas para el gobierno, desbaratando los planes de operaciones mineras privadas en bosques que muchos adivasis consideran como propios.
El mes pasado el primer ministro Manmohan Singh dijo que el movimiento naxalita era "la amenaza interna más grande a la seguridad que ha enfrentado nuestro país" -lo que no es poca cosa en un país con tantas insurgencias como India, incluyendo la prolongada rebelión musulmana en Cachemira.
Singh dijo que los rebeldes derivan su fortaleza de "los sectores pobres y marginales de la población" y " están tratando de establecer ‘zonas liberadas' en áreas centrales donde están prestando, o dicen que están prestando, funciones básicas del estado". Llamó a redoblar los esfuerzos para fomentar el desarrollo y un mejor gobierno, así como un mejor intercambio de la inteligencia entre los estados con naxalitas y mejor adiestramiento y equipo para la policía y fuerzas paramilitares.
Los naxalitas están proliferando a pesar del rápido crecimiento de la afluencia en el país. Impulsado por industrias como las del software y de contratistas [outsourcing], el boom ha contribuido a expandir a las clases medias, cuyas aspiraciones se reflejan en programas como ‘¿Quién quiere ser un Crorepati?' -la versión india de ‘¿Quién quiere ser millonario?' Las calles de las principales ciudades están atascadas con coches nuevos, y los urbanistas están engullendo los campos circundantes para construir centros comerciales y proyectos de urbanización.
Pero el boom ha pasado por alto a gran parte de la India rural, donde vive más del setenta por ciento de los mil cien millones de habitantes. Aunque algunas áreas rurales como los fértiles estados agrícolas de Punjab y Haryana, están desempeñándose bien -especialmente en las partes centrales y del este del país-, otros sufren por la escasez de aguas, la pobreza y la discriminación por castas.
Contra ese telón de fondo, el número de víctimas mortales de la violencia naxalita ha saltado de 483 en 2002 a 669 el año pasado, de acuerdo al ministerio del Interior.
En Chhattisgarh, el movimiento naxalita ha encontrando abundantes reclutas entre los adivasis indignados por el acoso policial, los reducidos o no existentes servicios oficiales y la complicidad entre funcionarios corruptos y delincuentes comprometidos en la tala ilegal. De acuerdo a cifras del gobierno, el año pasado murieron 165 personas en incidentes violentos relacionados con los naxalitas, y el derramamiento de sangre ha continuado: El mes pasado rebeldes naxalistas secuestraron a 50 miembros de una milicia pro-gubernamental llamado Salwa Judum, degollando posteriormente a 13 de ellos, según la policía.
"Son asesinos terriblemente crueles", dijo por teléfono desde la capital del estado, Raipur, un funcionario de seguridad de Chhattisgarth, B.K.S. Roy. "Nunca antes vi este tipo de brutalidad en mi vida, el modo en que atacan y matan a los miembros de la Salwa Judum. Los mutilan hasta la muerte, cercenan las cabezas de los cuerpos".
Roy dijo que los miembros del movimiento naxalita seguían creciendo en Chhattisgarth, donde el año pasado el estado levantó una academia para adiestrar a la policía en tácticas selváticas y de contrainsurgencia. "Mil comandos ya están listos para operaciones", dijo Roy. "Queremos una fuerza de ataque grande".
Los defensores de derechos humanos también han criticado los métodos de los naxalistas, acusándoles de reclutamientos forzosos, extorsión y el secuestro y asesinato de ‘enemigos de clase' y aldeanos sospechosos de colaborar con el estado. Al mismo tiempo, han denunciado que miembros de las milicias Salwa Judum, que quiere decir ‘Iniciativa por la paz', como vigilantes que violan, torturan y asesinan a aldeanos de los que sospechan que simpatizan con los rebeldes.
Contactados a través de intermediarios, los naxalitas accedieron a reunirse con un periodista extranjero y varios periodistas indios en el selvático distrito de Bastar, donde los rebeldes mantienen una fuerte presencia. Jóvenes seguidores naxalistas se reunieron con los visitantes en un lugar preestablecido y los guiaron por la selva.
Serpenteando a través de bosques secos y escuálidos, la ruta pasaba de vez en vez por villorrios de chozas de tejados de hierbas, muchas de ellas con rudimentarios corrales hechos de ramas de árboles. La caminata terminó finalmente en el campo de los rebeldes, que estaba sembrado de armas, esteras para dormir y paneles solares para cargar baterías. Los combatientes saludaron a sus invitados con un apretón de mano y un ‘saludo rojo' -una mano empuñada que se lleva a la sien.
Estaban bajo el mando del Camarada Kosa, un personaje de capa y espada de manetas cálidas, aunque desconfiado, y con un rifle de asalto Kalashnikov plegable. Miembros del grupo pidieron ser identificados solamente por sus nombres de pila.
Kosa, 48, era el único combatiente de paisano, lo que acentuaba con una gorra de béisbol Calvin Klein adornada con una estrella roja de metal. Dijo que era miembro del movimiento desde 1977, cuando abandonó el instituto técnico donde había estado estudiando en el vecino estado de Andhra Pradesh. Ha estado peleando en Chhattisgarh durante casi 26 años, dijo, y ahora comanda una fuerza de cerca de 700 guerrilleros, casi la mitad de ellos mujeres, apoyados por varios miles de milicianos tribales.
Kosa tienen un título político, secretario del Comité Zonal Especial Dandakaranya, un órgano a nivel de estado que responde al Comité Central del Partido Comunista de India (maoista), el prohibido partido político de los naxalitas.
En honor a sus invitados, los rebeldes habían levantado un pequeño cercado de bambú decorado con lemas pintados a mano como ‘Abajo las Salva Judum' y ‘No a la Corrupción de la Cultura Adivasi para Convertirla en una Cultura de Mercado Bajo el Pretexto del Turismo'. Militantes uniformados cantaron una canción que incluía el texto: "Estados Unidos y Japón son los grandes explotadores de este país".
A pesar de su aislamiento en la selva, Kosa y sus ayudantes se mantienen al día de la actualidad escuchando emisoras radiales de onda corta. Sanjee, 35, un ex estudiante universitario que ha estado en el movimiento desde 1987, pidió consejos a los periodistas sobre cómo ‘cargar' propaganda naxalita en internet, a la que dijo que tenía acceso ocasionalmente. Los visitantes fueron agasajados con CDés con presuntas evidencias de las atrocidades de las Salwa Judum.
La base está formada fundamentalmente por adivasis, varios de los cuales dijeron que se habían unido al movimiento por indignación con las autoridades locales.
"Nunca he visto un hospital en ninguno de estos pueblos", dijo Nirmala, una delgada mujer de pelo corto en sus veinte que se incorporó al movimiento hace cuatro años y que ahora es una de las guardaespaldas de Kosa. "Hay escuelas, pero sin maestros. El gobierno dice que los adivasis, mi gente, no tienen derechos sobre la selva".
Otra rebelde adivasi, Neela, dijo que se había radicalizado a los doce, cuando la policía arrestó a su padre por abrir ilegalmente un claro en la selva y lo mandaron a prisión por tres años.
Una mujer de cara ancha y risa fácil, la naxalita de 25 años dijo que ella sólo hablaba el dialecto local cuando se unió al movimiento hace diez años. Sus compañeras le enseñaron a leer y hablar hindi, dijo, y finalmente se unió al ala militar del movimiento. Como miembro de un destacamento de nueve personas que lleva un walkie-talkie y un rifle monotiro, Neela dijo, orgullosa, que había participado en diez operaciones militares, incluyendo una en la que habían hecho estallar una mina debajo de un vehículo que transportaba tropas paramilitares. Cuatro de ellos murieron, dijo.
"Ellos llegan a los pueblos, golpean a los hombres y violan a las mujeres", dijo sobre los paramilitares. "No me siento mal por matarlos".
Camarada M, el graduado universitario y jefe del destacamento, dijo que los rebeldes normalmente montan emboscadas para "nuestros amigos de uniforme kaki" utilizando minas activadas por flashes de cámara.
Dejando de lado las operaciones militares, los rebeldes naxalitas también participan en proyectos de desarrollo de pequeña escala, tales como cavar pozos y pequeños estanques y educando a los campesinos en nociones elementales de asistencia médica, de acuerdo a Kosa y sus ayudantes. Mantienen una activa ala de propaganda y política, que publica una boletín y organiza manifestaciones.
En la multitudinaria reunión en la selva, las mujeres de una troupe cultural naxalita bailaron y cantaron. Luego Kosa y varios otros oradores se dirigieron a la multitud con un sistema improvisado alimentado por baterías de coche. Mirando desde los lados, Neela, la recluta naxalita, dijo que tenía "absoluta confianza' de que algún día la revolución triunfaría.
"No sé cuándo ocurrirá", dijo. "Pero ocurrirá".

Muneeza Naqvi contribuyó a este reportaje.

13 de mayo de 2006
©washington post
©traducción mQh
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