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encuentro con el mal


[Sebastian Junger] En su nuevo libro, Sebastian Junger nos lleva a 1963, cuando Bessie Goldberg fue encontrada en su casa, estrangulada con unas medias. Y no su madre Ellen, que había estado pocos minutos antes con el asesino.
Una mañana del otoño de 1962, cuando no cumplía yo todavía mi primer año de vida, mi madre, Ellen, miró por la ventana y vio a dos hombres en nuestro antejardín. Uno estaba en sus treinta, y el otro era al menos dos veces mayor, e iban los dos vestidos con ropa de trabajo y parecían estar muy interesados en el lugar en que vivíamos. Mi madre me cogió en brazos y salió a ver qué querían.
Eran carpinteros y había parado a mirar nuestra casa porque uno de ellos -el más viejo- la había construido. Dijo que su nombre era Floyd Wiggins y que 20 años antes había construido nuestra casa, por partes, en Maine, y la había traído hasta acá en camión. Dijo que la había ensamblado en el sitio en un solo día. Vivíamos en un apacible y pequeño suburbio de Boston llamado Belmont, y mis padres habían pensado siempre que nuestra casa se veía un poco fuera de lugar. Tenía una fachada de dos pisos y revestimientos de listón azul y ventanas miserablemente pequeñas con marcos que eran buenos para conservar el calor. Ahora tenían sentido.
Wiggings vivía ahora fuera de Boston y trabajaba para el hombre más joven, que se introdujo a sí mismo como Russ Blomerth. Estaban pintando una casa a la vuelta de la esquina, dijo Blomerth, y por eso estaban en el vecindario. Mi madre dijo que la casa era maravillosa, pero demasiado pequeña y que ella y mi padre estaban considerando ofertas de contratistas para construir un estudio en la parte de atrás. Ella era pintora, explicó, y el estudio le permitiría pintar y dar clases de dibujo en casa mientras me cuidaba. ¿Se interesaban en el trabajo? Blomerth dijo que sí, así que mi madre me puso en sus brazos y corrió dentro a recoger una copia de los planos de construcción.
Dentro de semanas, Blomerth, Wiggins y un hombre más joven llamado Al estaban en el patio trasero colocando los fundamentos del estudio de mi madre. Algunos días venían los tres, otros eran sólo Blomerth y Wiggins, y otros solamente Al. Mi madre oiría golpearse la puerta de la mampara a eso de las ocho de la mañana, y oiría luego pisadas en el sótano cuando Al recogía las herramientas y luego, unos minutos más tarde, lo vería cruzar el patio y empezar a trabajar. Al nunca entró a la parte principal de la casa, pero a veces mi madre le llevaba un bocadillo al estudio y le hacía compañía mientras él tomaba su colación. Al era amable y respetuoso con mi madre y trabajaba duro sin hablar demasiado. Al tenía el pelo negro y era robusto y tenía una nariz prominente y, dice mi madre, no era atractivo.
Terminaron el trabajo en la primavera de 1963; para entonces Blomerth y Wiggins estaban trabajando en otra cosa, y Al se quedó para terminar los últimos detalles y pintar los ribetes. Uno de esos últimos días del trabajo mi madre me dejó en casa de mi niñera y fue a la ciudad a hacer algunas compras y luego me recogió al final del día. No llevábamos ni veinte minutos en casa cuando sonó el teléfono. Era la niñera, un irlandesa a la que yo conocía como Ani, y tenía un ataque de pánico. Cierre bien la casa, le dijo Ani a mi madre. El Estrangulador de Boston acababa de matar a alguien en Belmont.
La víctima se llamaba Bessie Goldberg y la había encontrado su marido. La habían violado y estrangulado en su casa en Scott Road. Era el noveno asesinato sexual en el área de Boston en casi un año, y la ciudad estaba dominada por el terror. Mi madre corrió hacia el estudio donde trabajaba Al y le contó las noticias. Es terrible, recuerda mi madre haberle dicho. Quiero decir, está aquí en Belmont, por el amor de Dios. Al sacudió la cabeza y dijo que era espantoso, y él y mi madre estuvieron hablando sobre el asunto durante un rato y finalmente mi madre entró a la casa a preparar la cena.
Mi madre no vio a Al hasta el día siguiente. Llegó con Blomerth y Wiggins porque el trabajo estaba casi terminado y tenían que empezar a limpiar el sitio. Blomerth trajo una cámara para la ocasión, y nos hizo posar en el estudio y nos tomó una fotografía.
Al y yo somos los únicos que miramos directamente a la cámara. Yo tengo una infantil expresión de misteriosa sorpresa, Al tiene una rara risa de suficiencia. Lleva el pelo negro engominado y con un copete, y está bien afeitado, pero tiene aspecto de hombre rudo. Ha colocado una mano -grande y extendida- sobre su estómago. La mano es visible solamente porque mi madre se ha echado hacia adelante para mirarme. La mano está en el centro mismo de la foto, como si fuera el verdadero tema en torno al cual nos hemos ordenado todos los demás.

John F. Kennedy era presidente, Estados Unidos todavía no estaba en guerra y Belmont, Massachusetts, adonde Israel Goldberg y su esposa Bessie se habían mudado hacía diez años, era demostrativamente el epítome de todo lo que era seguro y apacible en el mundo. En Belmont no había bares ni botillerías. En Belmont no había barrios peligrosos, ni pobres. En Belmont ni siquiera había barrios pobres en Belmont. No se había cometido nunca un asesinato. Era, hasta el momento en que Israel Goldberg miró a la salita, el lugar ideal para vivir.
Lo primero que vio fueron los pies de su mujer, que emergían desde detrás de la pared. Israel entró a la salita a investigar. Una lámpara de pie había sido volcada, y ahora su pedestal estaba apoyado en el brazo del sofá. Entre la pantalla de la lámpara y la lámpara caída se encontraba el cuerpo inerte de su mujer. Bessie Goldberg estaba de espaldas con su falda y enagua levantadas, exponiendo las piernas. Una de sus medias estaba enrollada en su cuello, y tenía los ojos abiertos y un poco de sangre en sus labios. Lo primero que pensó Israel Golderg fue que él no había visto nunca a su esposa con un pañuelo. Se dio cuenta de inmediato de que su cabeza estaba mal colocada, de que su cara se veía hinchada y de que no estaba respirando.
De acuerdo a los niños que jugaban en la calle, Israel Goldberg estuvo dentro apenas unos minutos cuando se le oyó gritar y correr hacia fuera y preguntar si habían visto salir a alguien de la casa. Los niños no habían visto a nadie, aunque más tarde recordarían que un negro había pasado por la acera cuando volvían a casa de la escuela. En 1963 no era común ver a un negro en Belmont, y prácticamente todos los buenos ciudadanos que lo vieron pasar por Pleasant Street esa tarde lo recordaban.
Retrospectivamente -Belmont ahora estropeada para siempre con su primer homicidio- algunos testigos dijeron que el negro parecía que llevaba prisa. Había mirado hacia atrás varias veces. Caminaba rápido, con las manos en los bolsillos de su abrigo, y casi había pisado unos matorrales cuando pasó junto a los niños del barrio. El negro paró en la Farmacia Pleasant Street al otro lado de la calle y salió con una cajetilla de cigarrillos. El adolescente que trabajaba en la farmacia dijo que había comprado un paquete de Pall Malls por 28 centavos y que no le había parecido nervioso. Una mujer de edad mediana dijo que no parecía nervioso, pero tenía la piel de su cara picada de viruelas. El negro era alto y delgado y llevaba pantalones marrones a cuadros y un abrigo negro. Pronto se sabría que cruzó la calle hacia la parada de buses y se subió al primer autobús que paró que, desafortunadamente, iba en la dirección equivocada. En lugar de bajarse, se quedó hasta el Park Circle, fumó un cigarrillo con el chofer durante el trayecto de cinco minutos, y luego siguió hacia Cambridge. Se bajó del bus en Harvard Square a las 4 menos 19 minutos y pasó frente a Out-of-Town News en dirección al bar más cercano que pudo encontrar. Habría estado sentado a la barra del bar pidiendo una cerveza de diez céntimos justo cuando Israel Goldberg abría la puerta de su casa misteriosamente tranquila.
Cuando Leah Goldberg, la hija de 24 años de Bessie e Israel, llegó a la escena del crimen, un agente de policía la acompañó hasta su entristecido padre. Leah prefirió no mirar el cuerpo de su madre. Pero echó un vistazo por la casa y vio en el mesón de la cocina un pedazo de papel que los agentes habían pasado por alto. Era de la Oficina de Empleo de Massachusetts y tenía un nombre escrito encima. Poco después de ese hallazgo sonó el teléfono y una mujer llamada Martin preguntó por Israel Goldberg. Martin dijo que estaba llamando de la Oficina de Empleo de Massachusetts y quería saber si el nuevo encargado de la limpieza había terminado su trabajo.
¡El trabajo que hizo fue matar a mi mujer!, gritó Israel Goldberg a la persona al otro lado del teléfono.
El nombre del empleado era Roy Smith. A las 11:13 de la noche la policía emitió un comunicado de prensa con fotos policiales y huellas dactilares de Roy Smith de una detención anterior, anunciando que era buscado por homicidio en la ciudad de Belmont. Si Roy Smith hubiese de verdad matado a Bessie Goldberg -y ahora las autoridades sabían que su historial criminal incluía robo, asalto con arma peligrosa y ebriedad pública-, habrían tenido su primera victoria en una serie de asesinatos que prácticamente habían paralizado a la ciudad de Boston.
El público llamaba al asesino el ‘Estrangulador de Boston', y se había formado una unidad especial de investigaciones -la ‘Oficina del Estrangulador'- para capturarlo. Habían revisado a 2.500 delincuentes sexuales y elegido 300 para una inspección más detallada. Habían entrevistado a cinco mil personas conectadas con las víctimas y habían revisado cerca de un millón de huellas dactilares. Fue la investigación más exhaustiva de la historia de Massachusetts, y su espectacular fracaso estaba llevando a la opinión pública a conferir cualidades casi sobrenaturales al asesino: Que era inhumanamente fuerte; que podía entrar a cualquier apartamento; que podía matar en cuestión de minutos sin dejar ninguna huella. Las mujeres compraron perros guardianes. Sólo salían acompañadas a la calle. Una mujer especialmente nerviosa oyó a alguien en su apartamento y saltó hacia la muerte desde la ventana del tercer piso antes que enfrentarse a lo que quiera que fuese. Prácticamente todos los meses había un brutal, enfermizo asesinato en Boston, y la unidad de policía táctica de cincuenta hombres -adiestrados especialmente en karate y para sacar rápidamente la pistola- era incapaz de ponerles fin.
Fue más o menos en esa época -el otoño de 1962- que mi madre conoció al trabajador llamado Al.

Ellen Junger, Belmont, Massachusetts: "Era bastante temprano. Oí el golpe de la puerta de la mampara, y lo oí bajar. Yo todavía estaba en mi camisón de noche y mi bata, y no me había vestido. Lo oí entrar y a los dos o tres minutos lo oí llamarme. Así que abrí la puerta hacia el sótano y lo vi abajo, a los pies de la escalera, mirándome. Y la expresión de su mirada es casi indescriptible. Tenía una intensa mirada en sus ojos, había un extraño destello en sus ojos, como si estuviera tratando de hipnotizarme. Como si por la mera fuerza de su voluntad me pudiera obligar a bajar a la bodega".
En este momento mi madre no sabía casi nada de Al, que llevaba sólo dos o tres días en el trabajo, y nunca habían estado solos juntos. Lo estaba mirando desde arriba de la escalera y estaba pensando qué hacer. ¿Qué pasa, Al?, dijo al final. Hay algo malo con su lavadora, dijo él.
Mi madre pensó sobre eso. Al había llegado a la casa apenas hacía unos minutos y la lavadora ni siquiera estaba encendida. ¿Por qué se estaba preocupando? Se suponía que estaría fuera construyendo un estudio, no en nuestro sótano preocupado de los aparatos. No tenía sentido lo que estaba diciendo. Claramente quería que bajara al sótano, y estaba claro que si ella lo hacía las cosas podían ponerse muy feas. Mi madre le dijo que estaba ocupada. Cerró la puerta del sótano y echó el cerrojo.
Momentos después oyó el golpe de la puerta de la mampara y el sonido del coche de Al. Se marchó y no volvió en todo el día. Mi madre no le contó nada a mi padre sobre el incidente porque tenía miedo de que él exagerara su reacción y montara una escena, pero decidió que cuando viera a Russ Blomerth a la mañana siguiente le diría que no quería que Al volviera a trabajar en la casa. A la mañana siguiente mi padre salió hacia su trabajo y esta vez llegó a trabajar a casa toda la cuadrilla: Wiggins, Russ Blomerth y Al. Mi madre se preparó para hablar con Blomerth, pero cuando vio a Al, siempre tan amistoso y alegre -Hola, señora Junger, buenos días. ¿Cómo está?-, dudó. ¿Estaba exagerando? ¿Realmente quería despedir a un hombre por la mirada de sus ojos?
Al nunca volvió a mirarla como ese día en el sótano -una "mirada descarada, de macho", la describiría mi madre-, pero había algo en él que la ponía nerviosa. Ella daba clases particulares de arte en casa, y una vez a la semana llegaba a casa por la tarde una adolescente llamada Marie que estaba aprendiendo a dibujar. Una tarde Marie llegó antes que mi madre, y entró a esperar al recién terminado estudio. Era un día caluroso, y ella llevaba una enagua de madrás, y Al tiene que haberla visto a través de las ventanas de cristal porque de repente Al estaba parado a su lado. Debes ser la modelo, dijo él. Oh, no, soy la estudiante, dijo ella. Al la cogió con su brazo por la cintura, y la empujó hacia él. Pero tienes el talle tan pequeño, seguro que eres la modelo, insistió. Justo cuando empezaba a preocuparse sobre qué ocurriría después, entró mi madre. Aquí está Ellen, dijo, y libró a Marie del abrazo de Al. Ella corrió hacia mi madre y le contó lo que había pasado, y mi madre salió y le dijo a Al que no le gustaba lo que había oído. Ah, es sólo una niña y es tan guapa, dijo Al. Sólo quería abrazarla. Mi madre le dijo que quería que eso volviera a ocurrir.

¿Cómo Te Llamas?
"Roy Smith."
"¿Dónde vives, Roy?"

"En Northampton Street, número 75, en Boston".
"¿Estuviste ayer en Belmont?"
"Sí".
Roy Smith estaba sentado en una silla en un cuarto trasero de la comisaría de policía de Belmont. A su alrededor había agentes de policía de Belmont, un detective y un teniente de detective de los cuarteles de la policía del estado llamado John Cahalane. Cahalane era el agente de más alto rango en el cuarto y había sido enviado por el despacho del fiscal de distrito del condado de Middlesex debido a las graves implicaciones del caso. El interrogatorio empezó con la policía de Belmont que pidió a Smith que les contara paso por paso lo que había hecho la mañana del día anterior. Smith dijo que tomó el autobús hacia Belmont, pidió indicaciones en una gasolinera local, y llegó a la casa de Goldberg poco antes del mediodía. Dijo que Bessie Goldberg le hizo un bocadillo de mortadela para la colación y luego le mostró lo que tenía que limpiar después de que comiera. Dijo que había limpiado el sofá y el piso y las ventanas. Dijo que había limpiado lo que creía que era una biblioteca - "Había un montón de libros ahí"- y la salita y el comedor. Dijo que le pagó 6 dólares 30 y que salió de la casa a eso de las cuatro menos quince.
Gran parte del interrogatorio policial consistió en preguntar sobre detalles de otro modo nimios en el día de un sospechoso. Detalles que son imposibles de recordar. Una vez que la policía detectara una pequeña contradicción en sus declaraciones, se abriría una brecha en la maraña de mentiras que rodea inevitablemente toda negación de culpa. Fue el teniente Cahalane el que intentó hacerse camino entre las negativas.
"Escucha, Roy. A esa hora esto le pasó a la mujer..."
"¿Sí"?"
"que alguien la golpeó".
"Yo no he golpeado a nadie".
"Te lo estoy contando, escucha".
"Okay".
"A esa hora alguien atacó a esa mujer y tú eras el único que estaba en la casa, así que naturalmente pensamos que eres tú el que la atacó. Ahora, ¿eres tú quien la atacó?"
"Claro, hay que acusar a alguien".
"No, no es eso. Es por eso que estamos hablando. No te queremos acusar falsamente. Todo lo que quiero es que me digas la verdad".
"Tiene que haber alguna manera de que ustedes se den cuenta de si estoy mintiendo o no".
"Eso es lo que queremos saber", dijo Cahalane. "Si ocurrió algún accidente, todo lo que tienes que hacer es contarlo. Si ella estaba encima de la mesa o de una silla y se cayó y tú la agarraste, todo lo que tienes que hacer es..."
"¿Puedo decir algo?"
"Dilo".
Uno puede imaginar a Smith preparándose para esto. La policía le ha pedido que se ponga en un momento en su lugar; ahora Smith estaba haciendo lo mismo.
"Yo soy de Mississippi", dijo Smith. "No me acercaría a ninguna mujer blanca porque me gusta vivir, ¿entiende?"
"Pero estamos en el norte, no en el sur", dijo Cahalane.
"Lo sé".
"Aquí tienes más libertad".
"Te digo una cosa: Yo no le hecho nada a ninguna mujer, Dios me libre, especialmente a una mujer blanca, ¿estás bromeando? Tengo algo de seso, Dios me libre".
"Pero la mujer estaba en el suelo, ¿no?"
"No, señor".
"¿Qué?"
"Esa mujer no tenía nada cuando yo salí de la casa, no señor. Si la hubiera tocado, ¿cree usted que yo andaría por aquí de paseo? ¿Se ha vuelto loco? Yo no toqué a esa mujer. Quizás fue alguien después de que yo me marchara".
El interrogatorio de Roy Smith prosiguió hasta la madrugada del 13 de marzo. Después de 12 horas de interrogatorio, Smith seguía negándose a admitir su culpa, y la policía no tuvo más alternativa que pasarle el caso al fiscal.
Por un lado, Smith era un delincuente de poca monta con varias acusaciones de asalto en sus antecedentes que era la última persona que había visto con vida a la víctima del homicidio, y que había salido de casa de la víctima menos de una hora antes de que se encontrara el cuerpo. Por otro, no había ninguna evidencia física que relacionara a Smith con el cadáver y nadie lo vio hacer nada malo. Hay gente que lo vio entrar a casa de Goldberg. Hay gente que lo vio salir. Hay gente que lo vio subir al autobús, comprarse un trago, cruzar el centro de la ciudad, hacer lo que hizo, pero lo vieron matar a Bessie Goldberg. La acusación de Roy Smith era enteramente circunstancial, pero casi impermeable, solamente estropeada por el hecho de que él se negaba a confesar. Hubo de formarse un jurado que confesara por él.

Fue a principios de marzo de 1965 que sonó el teléfono en nuestra casa, y cuando mi madre respondió, se sorprendió de oír a Russ Blomerth al otro lado del auricular. Russ no había llamado en dos años -desde que habían terminado el estudio-, pero tenía noticias raras y urgentes. Señora Junger, le dijo, no sé cómo decirle esto. Pero acabo de descubrir que el Estrangulador de Boston es Al DeSalvo.
Lo habían capturado recién por un caso de violación, siguió Blomerth. Y entonces confesó que era el Estrangulador de Boston. DeSalvo había empezado a hacer detalladas confesiones a la policía, y Blomerth ya había sido contactado por los interrogadores para que proporcionara evidencias adicionales. DeSalvo había estado solo o fuera de su trabajo toda vez que hubo un estrangulamiento en el área de Boston. Las autoridades tenían especial interés en el 5 y 30 de diciembre de 1962, los días en que fueron asesinadas Sophie Clark y Patricia Bissette. Blomerth dijo que sus archivos mostraban que esos días Al había venido a nuestra casa solo. "No puedo saber en qué horas estuvo allá", declaró Blomerth por escrito.
Así que Al salió de nuestra casa y se fue a matar a una mujer. O había matado a una mujer y había llegado a trabajar veinte minutos después; las dos posibilidades eran espantosas. Al había pasado muchos, muchos días trabajando en el estudio mientras mi madre estaba sola en casa; todo lo que tenía que hacer para introducirse en casa era pedir permiso para ir a los servicios. Habría sido estúpido matar a la persona para la que estabas trabajando -serías el primer sospechoso, como Roy Smith.
Mi madre colgó y revisó sus recuerdos de DeSalvo. Pensó en la tarde en que Bessie Goldberg fue asesinada. ¿Podría Al haber conducido hasta Scott Road -por donde pasaba todos los días para llegar a su casa en Malden-, matarla y luego volver al trabajo?
Al había estado a los pies de la escalera del sótano y había llamado a mi madre con una rara expresión en los ojos. Al menos por un momento nuestro sótano fue un lugar donde pudieron pasar cosas terribles e inimaginables sin que nadie hubiese podido impedirlas. ¿Había en la mente de Al algún equivalente adonde iba en esos momentos -algún sótano oscuro lleno de mujeres muertas y una escalera que subía hasta el resto de su vida?
La historia que oí de mis padres sobre Bessie era que una simpática señora que vivía más abajo en la calle había sido asesinada y que un negro inocente estaba en la cárcel por el crimen. Entretanto -sin que nadie lo supiera- un violento psicópata llamado Al estaba trabajando solo en nuestra casa casi todo el día y probablemente cometió el asesinato. En nuestra familia esta historia finalmente adquirió el pulcro simbolismo de una leyenda. Roy Smith significaba todo lo que estaba mal en el mundo, y Bessie Goldberg todo lo que era decente pero desesperadamente impotente. Albert DeSalvo, por supuesto, era el símbolo del mal absoluto y arbitrario.
Nuestra historia de familia era tan perfecta que no cuestioné su simplicidad sino hasta que estuve más viejo. Su simplicidad surgía del hecho de que la tragedia de Scott Road había rozado nuestra familia, pero sin afectarla nunca. Era una suerte que yo finalmente pudiera haberme dado cuenta de que las cosas pudieron haber terminado de otro modo. ¿Qué si, por ejemplo, mi madre no hubiese estado fuera el día del asesinato? ¿Qué habría pasado si se hubiera quedado conmigo todo el día? ¿Habría Al sufrido ese terrible impulso y matado a mi madre en lugar de Bessie Goldberg? ¿Estaría ahora otro periodista entrevistándome a mí en lugar de al revés?
Una de las presunciones de mi profesión es que puede descubrir la verdad; fisgoneando, puede abrir el mundo con todas sus complejidades y contradicciones y descubrir qué pasó exactamente en un determinado lugar, cierto día. A veces puede, pero a menudo la verdad simplemente no es conocible -al menos, no de modo absoluto. A medida que avanzaba en mi investigación, comprendí que esta historia era mucho más compleja que la historia que me habían contado de niño, y que nunca sabría con certeza qué le había pasado en realidad a Bessie Goldberg en su casa ese día. Así que si iba a decir algo de valor sobre esta historia, tendría que ser sin descubrir la verdad. Pero quizás la verdad no es lo más interesante de estas historias, pensé; quizás lo más interesante de estas historias son las cosas que pudieron ser verdad. Y quizás es en la búsqueda de esas cosas que llegas a entender más profundamente al
mundo.

7 de mayo de 2006
©boston globe
©traducción mQh
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