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una familia iraquí


[Thanassis Cambanis] Con cicatrices difíciles de curar.
Bagdad, Iraq. Benin Hamid, ahora un coqueto niño de cuatro, acuna el pato amarillo de peluche que ha sido su constante compañero en una vida corta puntuada por una invasión y dos revueltas que lo ha obligado a él y a su familia a huir de su casa en Ciudad Sáder.
Nunca le ha puesto nombre al pato, y no está claro si recuerda a su hermano mayor y sus dos hermanas, que fueron matadas con su tía un catastrófico día en abril de 2004 cuando la casa fue impactada por un mortero.
La vida continúa en la casa de Hamid, un revoltijo de dos pisos de cuartos que contienen a cuatro cicatrizadas familias cuyo desigual progreso desde la invasión norteamericana refleja las luchas de muchos en la barriada musulmana chií donde viven.
La familia Hamid ha sobrevivido, pero apenas, en los últimos 26 meses.
Repetidas visitas de un periodista de Globe ofreció un panorama de un extenso clan cuyos miembros se han mantenido vestidos y alimentados gracias a su ingenio, pero tienen un historial decididamente mezclado a la hora de conservar el optimismo.
El padre de Benin, Adnan, 34, que se supone que es el principal sostén de la familia, ha perdido la esperanza de encontrar trabajo y no se puede concentrar durante mucho tiempo en su hijo de 1 año, Hassan. Todavía tiene en sus ojos la mirada perdida de hace más de dos años cuando impactó el mortífero mortero, y recitó los nombres de sus hijos muertos: Mohammed, Rokaya, Aya.
En un año perdió su enorme barriga, y ahora es el más flaco de los hermanos.
Desesperado por no poder mantener a su familia, el año pasado Adnan soltó los periquitos cantores que había comprado durante una ola de optimismo en el verano, después de la muerte de sus hijos.
Saluda cariñosamente a los visitantes, pero luego se sienta en un rincón de la salita mientras sus hermanos responden por él algunas preguntas simples.
"No se ha recuperado nunca. No volverá nunca a ser él mismo", dijo su hermano Akeel, 28, cuando Adnan salió del cuarto a por refrescos para sus huéspedes.
Zainab, 26, su esposa, es tan enérgica como retraído su marido. Cuando estaba embarazada de Hassan y las muertes de sus tres hijos estaban todavía demasiado frescas en la memoria, Zainab se sentaba a llorar en el suelo, rechazando impotente a su hija superviviente cuando esta se acercaba a buscar consuelo.
Ahora, sin embargo, tiene a Hassan en su regazo, y lo alimenta con una mezcla de galletas machacadas y leche de un vaso mientras Benin (el apodo que se le pegó a Bunayah) juega con sus faldas.
"El agua causa diarrea", dijo Zainab, explicando por qué sólo da a sus hijos leche procesada cuando puede comprarla. Ciudad Sáder, una miserable sección de la capital, también ha sufrido una epidemia de fiebre tifoidea debido a las filtraciones del alcantarillado en el agua potable.
Gran parte del buen humor y alegría viene de Kaiss, 31, el hermano que perdió una pierna en el ataque y casi murió de gangrena. Parece haber superado la depresión.
Cojea todos los días hacia una esquina frente a la casa con su mal ajustada prótesis, a vender cigarrillos. El trabajo no le reporta demasiado dinero, pero lo hace salir de casa y sentirse productivo.
Ha tratado de trabajar como barrendero de la municipalidad. "Me despidieron a los tres días, debido a que soy inválido", dijo Kaiss.
Los doctores le dijeron que debía reajustar su prótesis de 200 dólares cada seis meses, para amoldarla a su muñón, pero eso es un lujo fuera del alcance del presupuesto de la familia.
La familia Hamid acusó a la milicia de Saddam Fedayeen, que trató de resistir la invasión norteamericana, de disparar el mortero que impactó en la casa durante los últimos días de la invasión norteamericana en abril de 2003.
Identificaron el proyectil como de fabricación rusa a partir de los fragmentos del proyectil que recogieron, determinando para su satisfacción que no había sido disparado por los americanos. Asumieron que los militantes del Partido Baaz estaban castigando a Ciudad Sáder por su calurosa bienvenida de las tropas estadounidenses.
El primer año después de la invasión, los hombres de la familia Hamid encontraron trabajo en proyectos de reconstrucción financiados por los americanos, y ganaron suficiente dinero como para comprar la prótesis de Kaiss y un televisor para la casa.
Pero en 2004 los trabajos desaparecieron. En abril y agosto, las revueltas del Ejército Mahdi transformaron Ciudad Sáder en un violento campo de batalla, y la familia Hamid tuvo que refugiarse en la casa del hermano más rico, Ali, que vivía en la Calle de Haifa, en la ribera occidental del Tigris.

Nadie Ha Llamado A la Puerta
En enero de este año, justo antes de las elecciones, ese hermano -cuyos ingresos provenían de su trabajo en una fábrica mantenían a los otros hermanos durante tiempos difíciles- murió en un fuego cruzado entre insurgentes y norteamericanos en la Calle de Haifa.
Ya no hay un saco de harina de reserva en la cocina, y los Hamid no tienen pollo para la tradicional cena familiar de los viernes, como acostumbraban; ahora sólo tienen okra o verduras de la temporada.
La abuela, que rara vez completa una frase o dice algo coherente como antes, habla agriadamente sobre la indiferencia del gobierno ante las familias de los mártires. "No nos han dado nada. Nadie ha venido a llamar a nuestra puerta".
Sin embargo, las reacciones de los miembros de la familia a sus penurias han sido siempre personales; todavía están agradecidos de que las tropas americanas han derrocado a Saddam Hussein, y son indiferentes ante los líderes iraquíes, políticos y religiosos, cuyas palabras retumban de vez en vez sobre los tejados durante las oraciones del viernes o en la televisión en los telediarios.
Mientras el gobierno iraquí no proporcione trabajos o beneficios a la familia Hamid, seguirá siendo un fantasma.
"No interesamos a los partidos políticos; sólo quieren dinero y trabajo para los miembros de sus propios partidos", dijo Akeel.
Kaiss agregó: "No vamos a las oraciones del viernes. Estamos hasta la tusa de eso. Ahora preferimos rezar en casa".

Víctimas Olvidadas
Kaiss quiere una pensión del gobierno porque quedó lisiado durante la guerra. Aparentemente, su situación es kafkiana: el gobierno iraquí le daría una pensión de incapacidad si fuera casado, y no puede encontrar una mujer que quiere casarse con un hombre sin trabajo y con sólo una pierna.
"No se puede cambiar un régimen sin hacer víctimas", dijo. "Pero ¿no se podría prestar más atención a las víctimas?"
Sin embargo, un sutil cambio ha tomado lugar en la dinámica de la familia. Mientras los hermanos mayores, que poseen habilidades vendibles como herreros, se hunden en un silencio cada vez más profundo y se quejan de la falta de futuroi, Kaiss y su hermano Akeel, que no tiene calificaciones ni negocios, todavía hacen bromas y hablan del futuro.
Mientras Benin da brincos en sus rodillas, Kaiss se pregunta si sus familiares podrán encontrarle una novia. Akeel alimenta al bebé Hassan con una botella y desordena su pelo. Ambos parecen estar de pie frente a su deprimido hermano, Adnan.
Mientras los hombres se sientan en la pequeña salita, esperando que se sirva el almuerzo del viernes, Adnan se niega a responder cómo se imagina la vida en cinco años. Pero se anima cuando es interrogado por las expectativas para sus hijos.
"Las cosas pueden mejorar. Podrán abrir una cuenta en el banco. Quiero que vayan a la universidad. Quizás puedan marcharse de Iraq a algún país europeo", dijo Adnan, que no terminó la secundaria. "Nosotros ya no tenemos futuro, pero para nuestros hijos todavía hay tiempo".

Se puede escribir al autor a: tcambanis@ globe.com.

16 de julio de 2005
4 de julio de 2005
©boston globe
©traducción mQh


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