Blogia
mQh

adiós a las chepas


[Nicholas Riccardi] El pueblo semi abandonado en la frontera mexicana es un ajetreado punto en la ruta de inmigrantes ilegales hacia Nuevo México.
Las Chepas, México. Los vecinos comparan este pueblo casi fantasma con el Triángulo de las Bermudas: Todos los días llegan aquí, por un remoto camino de tierra, buses llenos de personas, pero todos parten vacíos.
Las casas abandonadas se están transformando en una parada de descanso favorita de las miles de personas que vienen de todo el mundo para entrar por la porosa frontera entre México y Nuevo México. Desde Las Chepas, los inmigrantes circundan las montañas junto a la ciudad y las siguen hacia el norte, hacia el condado de Luna, Nuevo México.
La creciente avalancha de llegadas es la principal razón por la que Bill Richardson, gobernador de Nuevo México, ha declarado el estado de emergencia a lo largo de la frontera y ha llamado a demoler Las Chepas.
"Es un paraíso para los contrabandistas", dijo el sheriff del condado de Luna, el teniente Allen Carter.
El viernes, Richardson y el gobernador José Reyes Baeza, del vecino estado mexicano de Chihuahua, anunciaron medidas conjuntas para tratar de frenar el tráfico ilegal en la frontera, incluyendo el emplazamiento de un destacamento policial mexicano en Las Chepas.
"Es un problema de seguridad pública", dijo Baeza en una rueda de prensa con Richardson en Las Cruces, Nuevo México. "El problema no son los residentes sino la gente que viene de otros lugares de México... y de todo el mundo para entrar en Estados Unidos.
Como uno de las plataformas de lanzamiento más recientes de los inmigrantes ilegales de México, Las Chepas de ha convertido de un próspero pueblo rural en un centro del contrabando -de drogas y de seres humanos.
Mucha gente -incluyendo al sub-sheriff del condado de Luna, Raymond Cobos, que creció en una pequeña comunidad fronteriza en las cercanías- dice que las comunidades en la frontera del desierto de Nuevo México son lugares más violentos de lo que eran antes.
Antes, dicen, los inmigrantes que cruzaban ilegalmente la frontera eran vecinos. Los que cruzaban vivían en Las Chepas o en Palomas, el pueblo más grande en el lado mexicano de la principal entrada fronteriza, y llegaban a Estados Unidos a trabajar en los ranchos y en las plantaciones de cebollas. Cuando terminaba la temporada, volvían a casa.
Ahora los inmigrantes vienen de América Central, Polonia y China, así como de los rincones más recónditos del menesteroso sur de México. Tienen pocos lazos con la localidad y no tienen la intención de quedarse en el sur de Nuevo México, donde hay poco trabajo y más agentes de la Patrulla Fronteriza.
En lugar de eso, los inmigrantes recorren 65 kilómetros de desierto para llegar a la carretera interestatal, donde son recogidos y trasladados a Phoenix, desde donde son enviados a todo el país.
"Cambió todo el sistema", dijo Cobos. "Este es simplemente un lugar para parar a descansar".
La despoblada frontera de 240 kilómetros de Nuevo México es cada vez más popular. A medida que Estados Unidos refuerza los controles fronterizos en California del Sur y Arizona, los contrabandistas se han movido hacia el este.
María Valdez Maldonado es parte de esa movida.
La hondureña de 21 entró a Estados Unidos por Las Chepas, porque así se lo aconsejó su marido.
Él había hecho la misma ruta hace cuatro años cuando cruzó la frontera en ruta a Carolina del Norte. Encontró trabajo en una panadería allá y llamó a su esposa el 5 de agosto, diciéndole que se uniera a él.
Él sabía por dónde cruzar.
Maldonado se enganchó con una banda de contrabandistas en Guatemala que la llevaron a Las Chepas después de un agotador viaje de 20 días. Cruzó la frontera con otros 17 inmigrantes el miércoles por la mañana, pero la Patrulla Fronteriza se abalanzó sobre ellos.
"No nos dimos el trabajo de correr", dijo Maldonado, inclinada contra las barras de su celda en el centro de detención de la Patrulla Fronteriza en Columbus, a cinco kilómetros al norte de la frontera.
Los contrabandistas cobran a los inmigrantes como Maldonado entre 3.000 y 5.000 dólares, dijo Rick Moody, agente encargado de la comisaría de la Patrulla Fronteriza en Deming, a 47 kilómetros al norte de la frontera.
Para los inmigrantes ilegales de más lejos, los costes son más altos, dijo Moody. Los brasileños pagan hasta 8.000 dólares, y los chinos, 60.000.
Este año han muerto 12 inmigrantes ilegales en la ardua ruta de 65 kilómetros a través del desierto hasta la carretera interestatal 10.
Las mismas redes que hacen tanto dinero traficando humanos, también trafican drogas, coches robados, y roban a los inmigrantes. Como resultado, Las Chepas está siendo vigilado por cámaras, detectores de movimiento y coches de la Patrulla Fronteriza en el lado americano.
La comisaría de Deming debe duplicar su tamaño el próximo año y recibir nuevas cámaras y detectores de Washington.
Este año las detenciones de inmigrantes ilegales aumentaron en un 36 por ciento, y se confiscaron 125.000 toneladas de marihuana en Nuevo México en los primeros meses de este año, en gran parte en la región de Deming.
"Todavía nos esperan muchas cosas", dijo Moody.
El miércoles noche, cuando Maldonado estaba en el centro de procesamiento de la Patrulla Fronteriza, decenas de inmigrantes ilegales entraron por el desierto de Nuevo México.
Al oeste de la entrada oficial fuertemente custodiada, la frontera sólo tiene tramos de pequeñas verjas cuya función es detener los vehículos. Hay un camino de tierra a cada lado de la línea. Los agentes de la Patrulla Fronteriza pueden contar los buses, camiones y furgonetas que transportan a inmigrantes ilegales hacia Las Chepas y otros puntos de ingreso.
Cuando se pone el sol, los agentes divisaron dos pares de focos moviéndose a lo largo del lado mexicano.
Una mirada a través de las gafas infrarrojas dejaron ver a más de una docena de personas paradas en uno de los camiones.
"Nos están arrollando", dijo el agente William Rodd al teniente Jack Jeffreys. "Este es el cuarto o quinto de esa dirección".
"Salieron todos de Las Chepas", farfulló Jeffreys.
Al día siguiente, los agentes Daniel Scobell y Carlos Sánchez, del Grupo Beta, la agencia mexicana que trata de asegurarse de que los inmigrantes no mueran en el cruce, patrullaron el lado mexicano de la frontera.
Se cruzaron con dos jóvenes con mochilas y jarros de agua, y pararon.
"¿Adónde van?", preguntó Sánchez a los jóvenes.
"A Columbus, si Dios quiere", dijo uno, mencionando el villorrio a 5 kilómetros al norte.
Luego de observar el aprovisionamiento de agua de los inmigrantes, Sánchez asintió y volvió al camión.
A veces los agentes del Grupo Beta instan a los inmigrante con provisiones insuficientes, a que vuelvan, pero pocos le llevan de apunte.
"Han venido de muy lejos, y ahora están tan cerca", dijo Sánchez. "En general, siguen adelante".
Algunos días los agentes divisan a cientos de inmigrantes apretujados en ruta a Las Chepas para cruzar.
Otros días, dicen, sólo una docenas de personas cruzan por allí.
Como parte de un acuerdo entre Richardson y Baeza, las patrullas del Grupo Beta serán incrementadas, y las policías de Chihuahua y Nuevo México montarán un destacamento conjunto para investigar el contrabando. La guarnición que Baeza planea instalar en Las Chepas podría demoler algunos de los edificios abandonados.
La policía mexicana ha tenido dificultades en controlar su lado de la frontera con Nuevo México. El año pasado, el jefe de policía del principal pueblo fronterizo de Palomas fue sacado del pueblo por pistoleros. Richardson dijo el viernes que esperaba que las propuestas de Baeza mejorarían la situación en el área mucho más pequeña de Las Chepas.
"Es un paso adelante", dijo Richardson sobre el acuerdo.
Las Chepas, cuyo nombre formal es Josefa Ortiz de Domínguez, pero es conocido casi exclusivamente por su apodo, está situado en un ondulante colina que se eleva en la frontera y se convierte finalmente en las colinas de Carrizalillo.
La mayoría de las tres docenas o algo así de casas no tienen tejados ni puertas y están abandonadas, todo pedazo de madera robado por inmigrantes de paso que la usaron para calentarse.
Durante siglos no ha habido nada aquí excepto unos pocos ranchos de ganado y granjas de alfalfa.
Entonces, en 1971, el gobierno mexicano, haciendo frente al descontento económico y político urbano, expropió la tierra de los rancheros y creó Las Chepas, repartiendo 20 acres de tierra a quien quisiera vivir allí.
Ignacio y Herlinda Juáez y sus cuatro hijos fueron una de las primeras familias en llegar. Llegaron con una maleta desde un pueblo del sur de Chihuahua y empezaron su rancho ganadero y construyeron poco a poco la casa de sus sueños.
Recuerdan que era un próspero pueblo con una buena escuela y relaciones amistosas con la familia ranchera al norte de la frontera, los Johnson, que dieron al joven pueblo el agua potable. Muchos residentes trabajaban en el rancho de los Johnson.
Todo cambió en 1986.
El gobierno de Reagan ofreció amnistía a los inmigrantes ilegales que trabajaban en Estados Unidos. Prácticamente todo el pueblo de Las Chepas era elegible. Con todo Estados Unidos abierto para ellos, no se quedaban mucho tiempo en la polvorienta frontera y se marchaban en busca de sus fortunas a las grandes ciudades del norte.
"La gente joven, que tenía posibilidades, se marchó", dijo Herlinda Juárez, 63.
Francisco Apodaca, su vecino de 76, lamenta la decisión. "Antes de la amnistía, la gente tenía trabajo aquí", dijo. "La amnistía no le sirvió a todo el mundo".
El segundo golpe ocurrió en 1990, cuando el gobierno mexicano, entonces en problemas de presupuesto, cortó la ayuda a los campesinos de Las Chepas. La población siguió menguando. Cerró la escuela pública. Tres hijos de Juárez partieron, uno a Estados Unidos, los otros dos a ciudades de México.
Los Juárez que se quedaron, como la mayoría de los otros habitantes, se convirtieron en empresarios, vendiendo burritos y agua embotellada al reguero de inmigrantes.
Luego, de repente, fueron inundados.
"Vienen como hormigas", dijo Apodaca. "Es muy triste. No creo que el gobierno lo pueda para ahora".
Ignacio Juárez dice que los inmigrantes no son un problema. "Están buscando el sueño americano", dijo, con una gorra de béisbol colgando de su cabeza. Sin embargo, la familia evita a algunos de los desconocidos que pasan por el pueblo.
A unos metros, al otro lado de la frontera, está la casa de Bill Johnson. El ranchero de 56 años ha observado la evolución de Las Chepas. Ahora su rancho, que ha sido de su familia durante casi un siglo, ha sido usado como basurero por inmigrantes ilegales que entran en su propiedad, roban coches y sacan el agua de los estanques del ganado.
Aunque en el pasado Las Chepas rebosaba de trabajadores, él y otros rancheros han sufrido desde la amnistía de 1986, que convirtió en delito la contratación de inmigrantes ilegales, escasez de trabajadores. Sin embargo, muchos de los trabajadores legales de la familia Johnson crecieron en Las Chepas y se han mudado a otros pueblos a los dos lados de la frontera.
"Yo conocía a todas las familias allá" en Las Chepas, dijo, "porque trabajaban para mí o simplemente las conocía".
La última vez que Johnson estuvo en Las Chepas fue hace tres años, cuando uno de sus perros cruzó a México, Johnson dio unos pasos al otro lado de la frontera buscándolo y tropezó con unos tipos con drogas. Dice que apenas escapó con vida y no volverá.
"Ahora no conozco casi a nadie allá", dijo.

[Los gobernadores de los dos estados han finalmente acordado demoler el pueblo, de 35 residentes permanentes].

27 de agosto de 2005
©los angeles times
©traducción mQh

"

0 comentarios