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mujeres e inmigrantes ilegales


[Lizette Álvarez y John M. Broder] Para cruzar las fronteras de Estados Unidos, más y más mujeres están dispuestas a correr riesgos.
Tucson, Estados Unidos. A Normaeli Gallardo, una madre soltera de Acapulco, le tomó años reunir coraje para unirse al creciente flujo de mujeres mexicanas que cruzan ilegalmente la frontera con la promesa de un trabajo, en su caso para trabajar en una planta empaquetadora de carne de Kansas, a 5.15 dólares la hora.
Primero, tuvo que lidiar con la idea de instalarse en un país que no conocía, sola, sin hablar inglés y sin lugar para vivir.
Luego tuvo que imaginar que cruzaba el desierto de Arizona, donde los inmigrantes corren el riesgo de deshidratarse durante el día, de congelarse en las noches, y de sufrir las argucias de los coyotes -contrabandistas que piden hasta 1500 dólares para guiar a gente en su viaje a Estados Unidos y que tienen la costumbre de robar y violar a las mujeres.
Y finalmente Gallardo, 38, que ganaba 50 dólares a la semana en un hotel de Acapulco, tuvo que contemplar vivir sin sus dos alegres hijas, Isabel, 7, y Fernanda, 5. Ese sacrificio antes inimaginable -dejar a sus hijas atrás para que alguna vez pudieran salir de la pobreza- se había convertido repentinamente en su única opción.
Simplemente no ganaba suficiente dinero, dijo. Si pagaba la cuenta de la luz, se atrasaba en el alquiler; si pagaba la cuenta del agua, no podía comprar ropas nuevas para sus hijas.
"Se me rompía el alma", dijo Gallardo, que se angustiaba mientras contaba sobre su decisión de dejar a sus hijas con su hermana y emprender el incierto viaje a través de la frontera. "Pero tenía que ofrecerles una vida mejor. Les dije que me iría a trabajar y que podríamos comprar un terrenito y construirnos una casa y tener un perro".
Impertérrita ante la represión contra los inmigrantes ilegales aquí, Gallardo es parte de lo que los expertos dicen que es un fenómeno en gran parte aún no detectado: el creciente número de mujeres, muchas sin acompañantes masculinos, que corren peligros y el riesgo de ser capturadas para venir a Estados Unidos a trabajar y asentarse.
Aunque las cifras varían, se supone que en Estados Unidos viven y trabajan 11 millones de inmigrantes ilegales.
Nadie sabe cuánta gente cruza ilegalmente la frontera Estados Unidos-México, cruzando el desierto, ocultándose en coches y camiones, o pasando a pie, con documentos falsos, por los puntos de entrada. Pero investigadores, defensores de la inmigración y agentes de la Patrulla Fronteriza están todos de acuerdo en que la cantidad de mujeres que hacen el viaje está aumentando.
Katharine Donato, profesora de sociología en la Universidad Rice en Houston, que estudia la inmigración mexicana en Estados Unidos, calcula que entre el 35 y 45 por ciento de los que cruzan las fronteras ilegalmente son hoy mujeres. Hace 20 años, la cantidad de mujeres que cruzaban ilegalmente las fronteras era menos del 20 por ciento, dijo.
El aumento, que ha sido gradual, se produce en un momento en que sube la irritación por la inmigración ilegal, especialmente en los estados fronterizos. Parte de la cólera se dirige contra las mujeres que dan a luz en hospitales estadounidenses y envían a sus hijos a escuelas públicas.
Recientemente la Cámara aprobó un c ontundente proyecto de ley que busca intensificar la vigilancia de las fronteras y convertir en delito federal vivir ilegalmente en Estados Unidos.
Pero para la mayoría de las mujeres que cruzan la frontera, el debate sobre la inmigración ilegal y la ira de los contribuyentes tiene poco que ver, si algo, con la difícil decisión de emprender el viaje. "Vale la pena", dijo Kat Rodríguez, organizadora de la Coalición por los Derechos Humanos [Human Rights Coalition] de Tucson, haciéndose eco de un refrán entre las mujeres.
Algunas mujeres simplemente cruzan para mantener unidas a sus familias y unirse a sus maridos después de largas separaciones, una situación que se ha hecho más pronunciada desde que la Patrulla Fronteriza empezara a reforzar la vigilancia hace diez años. Con fronteras más seguras en California y Texas, mucha gente ahora está siendo canalizada a través del escabroso territorio de Arizona, una empresa que requiere la ayuda de un coyote experto para cruzarlo con éxito.
Sin embargo, un creciente número de mujeres solteras, como Gallardo, no están viniendo a unirse a sus maridos, sino a encontrar trabajo, enviar dinero a casa y escapar de un sombrío futuro en México. Llegan a buscar trabajo en la floreciente economía clandestina, a través de una enorme red de amigos y parientes que ya tienen empleo aquí como criadas, cocineros, ayudantes de cocina, obreros y niñeras. En estos trabajos, pueden ganar el doble o triple que con sus salarios mexicanos.
"Sigue tratándose de la reunificación familiar, pero la proporción de mujeres que llegan a Estados Unidos, que no son casadas y que trabajan a jornada completa ha aumentado considerablemente, dijo Donato. "Hace 30 años no veíamos a tantas mujeres inmigrantes solteras que llegan a Estados Unidos por razones económicas".
Sin embargo, la promesa de un futuro mejor a menudo no se cumple.
Gallardo nunca llegó a Kansas. Nunca llegó más allá del desierto. Después de caminar en la noche durante ocho horas y de pagar 500 dólares a un coyote, se desplomó en un rocoso valle cerca de Tucson y se rompió un tobillo. El coyote la dejó en una carretera cercana en el desierto, donde finalmente la halló la Patrulla Fronteriza, la llevó a urgencias y la deportó al día siguiente a Nogales.
Un grupo de inmigrantes mexicanos, el Grupo Beta, la llevó a un hospital mexicano donde le dijeron que la operación de su tobillo le costaría tres mil pesos, es decir el salario de siete semanas. También debe dinero a los amigos que pagaron los 500 dólares del coyote.
Un mes y medio antes, Margarita Ximil López, 20, también vio romperse sus esperanzas. En octubre, estaba en una lúgubre celda de una comisaría de la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos, en Nogales, y trataba de ocultar sus lágrimas a su hijo, Edel, que está a punto de cumplir seis años.
Fue por él, dijo, que había cruzado ilegalmente la frontera, sólo para ser abandonada por el coyote y recogida en un motel por agentes de inmigración norteamericanos. Ximil, de Puebla, una enorme ciudad al sudeste de Ciudad de México, había querido reunirse con su hermana, que trabaja de camarera en Los Angeles.
Aquí en Arizona, junto con la cantidad de inmigrantes que cruzan la frontera, también ha surgido una marea de sentimientos contra la inmigración, dirigido en particular contra las mujeres. Muchos contribuyentes resienten el hecho de que sus impuestos se gasten en la educación de los hijos de estas mujeres y paguen los costes de parto en hospitales locales.
Reaccionando al aumento de cruces ilegales de la frontera, los electores en Arizona aprobaron la Propuesta 200 en noviembre de 2004 que, entre otras cosas, exige que la gente que solicita alguna forma de ayuda pública muestre su ciudadanía.
La realidad económica de la inmigración ilegal es compleja. Si estos trabajadores cuestan a los contribuyentes más de lo que contribuyen, ha sido debatido durante años, sacando la cuenta de los impuestos cobrados, los fondos no reclamados de la Seguridad Social y los trabajos no deseados con salarios bajos.
Las mujeres en cinta que ya están en Estados Unidos ilegalmente, utilizan invariablemente los hospitales para dar a luz, aunque las estadísticas no son fiables debido a que a los pacientes de urgencias no se les pregunta su condición legal. Los niños nacidos en Estados Unidos reciben automáticamente la nacionalidad estadounidense, y algunos críticos acusan a las madres de explotar esa garantía.
Pero los defensores de los inmigrantes ilegales sostienen que las razones de las mujeres para llegar acá son más que la ciudadanía de sus hijos; pocas mujeres vienen a Estados Unidos expresamente para tener hijos, cobrar los beneficios de la Seguridad Social y visitar la sala de urgencias, dicen los defensores. Jim Hawkins, un agente del sector de Tucson de la Patrulla Fronteriza, dijo que esos casos eran raros, pero no desconocidos.
"Vi a una mujer que estaba en el lado sur de la valla hasta que empezó a parir, y entonces saltó la valla", dijo Hawkins. "La habían adiestrado bien: pidió inmediatamente una ambulancia".
Después de dar a luz, la mujer fue devuelta a México. Antes que entregar a su hijo para ser adoptado, decidió volver con su bebé.
El debate sobre la irritante inmigración del país pesa poco en la mente de las mujeres que cruzan la frontera. Tampoco los peligros del cruce mismo, que saben que incluye el acoso sexual o la violación. A medida que las fronteras son más controladas, los coyotes se han vuelto más violentos y desesperados, dicen agentes de inmigración y defensores de la inmigración.
"Esas pobres extranjeras no son nada excepto una mercancía para esos animales", dijo Hawkins, agregando que muchas mujeres son violadas, robadas y abandonadas al primer signo de problemas y les dan anfetaminas para que caminen más rápido en la noche.
Debido a que las mujeres no denuncian esos delitos -porque no hablan el idioma y porque son ilegales, sienten vergüenza y tienen miedo de ser deportadas- existen pocas cifras fiables. Pero hay abundantes informaciones anecdóticas que sostienen la afirmación.
María Jiménez, 29, de Oaxaca y que vino aquí para trabajar y reunirse con su marido, ha vivido la mayor parte de las cosas que pueden resultar mal. La primera vez que cruzó Arizona hace tres años, el coyote le dijo que se trataba de una caminata de tres horas en la noche para cruzar el desierto. No llevó agua. El viaje tomó dos noches y tres días, y Jiménez estaba desesperadamente mareada y desorientada.
Luego el coyote, un norteamericano, trató de violarlas a ella y a su cuñada, dijo. "Le dije que no", dijo Jiménez. "Empecé a llorar". El la dejó tranquila, pero le robó los 300 dólares que llevaba en el bolsillo. Luego cuando se acercaron a una carretera, la Patrulla Fronteriza detuvo a todo el grupo.
Un mes más tarde volvió a intentarlo, esta vez con refrescos con electrolitos, pero sin dinero en el bolsillo. Lo logró y llegó hasta su marido en Tucson, donde encontró trabajo en un restaurante y tuvo una bebita, Stephanie. Una emergencia familiar en Oaxaca la obligó a volver a casa el año pasado. Pero en noviembre volvió al país, este vez con un grupo de ocho personas, cuatro de ellas mujeres que conoció en Nogales.
Durante el viaje, Jiménez resbaló y cayó, torciéndose el tobillo. Lo envolvió en trozos de telas de ropas que dejan otros inmigrantes en el desierto y siguió cojeando.
Después de caminar una noche, llegó a unos rieles y brincó en un tren de carga en dirección a Tucson. Su marido pagó mil dólares al coyote.
Jiménez, su marido y su bebita comparten ahora una casa con otra familia. Encontró trabajo rápidamente en la cocina de un restaurante a 5.25 dólares la hora, sin pausas ni poder enfermarte.
"Todos tenemos miedo cuando cruzamos", dijo. "Pero la idea de que podemos ayudar a nuestra gente en casa hace que valga la pena".

10 de enero de 2006

©new york times
©traducción mQh

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