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burros bibliotecarios


[Monte Reel]‘Biblioburros' llegan a lugares aislados de Colombia.
La Gloria, Colombia. Todas las semanas, Luis Soriano y dos burros pesadamente cargados atraviesan las montañas y llanos del norte de Colombia, donde pueblos como El Difícil y El Tormento fueron aptamente bautizados por sus surcados y tortuosos accesos.
La misión de Soriano es quijotesca, y la carga de los burros, preciosa: cajones con hasta 160 libros cada uno, destinados a pueblos aislados donde los vecinos prácticamente no tienen acceso a la literatura, más allá de unos pocos y manoseados libros de texto y biblias.

Durante cinco años, la biblioteca ambulante, que Soriano llama ‘biblioburros', ha sido la única biblioteca en esta remota y mísera región.
"A la gente aquí le gustan las historias de amor", dice Soriano, 32, antiguo tendero en su pueblo en el estado de Magdalena. "Estoy tratando de mantener ese espíritu a mi propio modo".
Soriano se enamoró de la palabra impresa cuando tenía 6 y obtuvo su diploma universitario en literatura española después de estudiar con un profesor que visitaba su pueblo dos veces al mes. El escarpado paisaje, donde ha pasado toda su vida, puede hacer descarrilar cualquier cosa sobre ruedas, mientras que los animales de carga se aferran firmemente.
"Los burros son baratos, fiables, no necesitan combustible y van casi a todas partes", dijo.
En un folleto rojo Soriano mantiene la lista de los títulos que los aldeanos piden a menudo. Aunque su biblioteca ambulante incluye novelas, libros de historia y textos médicos, los libros más populares son los cuentos de niños con acontecimientos fabulosos en lugares increíbles, donde es muy probable que los héroes sean animales. Quizás es la razón por la que Soriano y sus burros encajan tan bien aquí.
Una noche hace poco, antes de su viaje semanal, Soriano coloca los libros en bolsas de plástico individuales, cosidas a un trozo de lona. Soriano dobla los trozos en el tamaño de un maletín que se ajusta bien en los cajones de madera que cuelgan en las alforjas de los burros.
Soriano sólo tiene dos reglas para los que se acercan a hojear: Las manos limpias, y no hacer apuntes en las páginas. Apunta los títulos prestados y personas, pero dice que depende casi enteramente del código de honor.
"Es probablemente una de las pocas bibliotecas del mundo donde la gente viene con sus mochilas y no son chequeados al salir", dijo.
Soriano llevaba una vida más normal, gestionando una tienda de abarrotes y formando una familia. Leía por placer y tenía una biblioteca en casa de unos 80 libros. Entonces empezó a prestar sus libros, recogiendo en la basura, mendigando y tomando de prestado para tener más.
Finalmente su colección llegó a los 4.800 libros. Su esposa Diana se desesperó por la falta de espacio para criar a sus tres hijitos. "Ella me preguntaba: ‘¿Qué vamos a hacer, a comer arroz con libros?'", dijo.

Entonce, hace tres años, Soriano encontró a un auspiciador. Addis Marilyn, directora de una biblioteca comunitaria en Santa Marta, una ciudad a unos 290 kilómetros en la costa caribeña, se enteró de su operación y lo contrató como empleado satélite.
Acogiendo la idea de Soriano, Marilyn auspició otros dos programas de biblioburros; ahora los tres comparten un presupuesto anual de alrededor de 7.000 dólares. Soriano dijo que no había tenido suerte con las autoridades locales para que le ayudaran a fundar una biblioteca adecuada, pero el gobierno nacional ha mostrado más interés. Hace poco, un senador propuso crear una red de bibliotecas con burros en todo el campo colombiano.
Para prepararse para el viaje, un trayecto de tres horas hacia el pueblo de Las Planadas, Soriano también empaqueta unos 40 máscaras de papel de cochinillos que consiguió con la ayuda de Marilyn. Los repartirá a los niños de allá antes de la lectura de ‘Los tres cerditos'.
Soriano, idealista, cree que si suficiente gente se enamora de las historias, se podría romper el ciclo de violencia de 40 años entre las guerrillas y las tropas del gobierno. Los mercenarios paramilitares, que se cree que usan las ganancias obtenidas con el tráfico de drogas para financiar un sistema de mortíferas intimidaciones, controlan muchas de las aldeas de aquí. Pero Soriano dijo que él y sus burros se mantienen apartados de ellos y ellos, a cambio, lo respetan.
El sendero de burros de 13 kilómetros hacia Las Planadas está alineado de ceibas. Los pájaros se posan en los carunculados lomos de las vacas y allí nadie les molesta. Las iguanas cruzan veloces los senderos, entre destellos de chillones verdes. Pasan horas sin que Soriano vea a alguna persona.
Es domingo, y Soriano sabe que un servicio pentecostal atraerá a unas 100 personas desde pueblos vecinos.
"Creo que el tema de los cochinillos será muy popular aquí", dijo cuando se acercaba a la iglesia, que tiene un piso de concreto y paredes de ladrillos a medio construir.
Pronto, grupos de niños, que también viajaban al servicio montados en burros, empiezan a agolparse en torno a la pequeña caravana de Soriano. En un claro debajo de unos árboles desenvuelve las hojas de lona y las cuelga de las ramas, exhibiendo los libros en las bolsas de plástico transparente.
Soriano reparte las máscaras de cochinillos entre los más niños de un grupo de 40, de edades de 4 a 15 años. Se acuclillan en su rededor, las niñas cuidando de no ensuciar sus vestidos domingueros. Entonces empieza a leer el cuento, haciendo pausas para mostrar las ilustraciones.
"¿De qué está hecha esta casa?", pregunta.
"¡Paja!"
Muchos de los niños no pueden leer, así que Soriano a menudo les enseña. También enseña a veces a sus padres.
Alberto Mendoza, 11, se acuclilla junto al resto. Su familia, a diferencia de algunos de los otros niños, tiene un libro en casa.
"Tenemos uno", dice. "La Biblia".
En una visita anterior, Soriano mostró a Alberto un libro con ilustraciones sobre un osezno que pasa una tarde construyendo castillos de arena y regando un jardín con su abuelo. Hoy, ese mismo libro estaba colgando de una rama.
Cuando Soriano termina la historia y dice a los niños que recojan sus libros, Alberto da un salto hacia el árbol y coge el libro antes de que lo puedan hacer los demás.

6 de septiembre de 2005
©washington post
©traducción mQh


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