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paciencia chií a prueba


[Sabrina Tavernise y Robert F. Worth] Con implacables y crueles ataques insurgentes.
Bagdad, Iraq. La mayoría de los cuartos de los muertos están ahora vacíos. Todo lo que queda son sus escuálidas pertenencias: Una pequeña pila de escabeches. Una bolsa de sal. Un par de zapatos viejos. Camisas de trabajo y toallas cubriendo una percha en el rincón.
Los artículos, dejados en un hostal en el barrio de Kadhimiya de Bagdad, pertenecían a pobres jornaleros chiíes que murieron el miércoles en un atentado kamikaze.
El atacante los atrajo a su furgoneta con promesas de trabajo y se hizo entonces volar, matando a 114 personas. Fue el atentado más sangriento de la ciudad desde la invasión estadounidense y, según muchos, el más cruel.
Ese ataque, y una serie de otros que siguieron, todos dirigidos contra chiíes, han introducido una nueva vulnerabilidad y desorden en las calles de Bagdad, la capital. Durante días, tres de las cuatro carreteras principales de Kadhimiya estuvieron cerradas. Los barrios han estado inusualmente tranquilos, ya que los chiíes se quedan en casa, con miedo a salir. La violencia también ha reforzado una nueva realidad de la guerra: Que ahora los chiíes están pagando el precio más alto en sangre que cualquier otro grupo en Iraq.
"A los americanos ya no los atacan; son los chiíes los que sufren con estos atentados", dijo el propietario, de cuarenta años, de una tabaquería frente al sitio del atentado, que sólo dio su apodo, Abu Ali. "Ahora están subiendo. A veces hay varios al día".
Los miembros de las fuerzas americanas siguen siendo claramente un importante blanco de los ataques rebeldes, que causan muertes todas las semanas, y las bajas americanas totales de la guerra se acercan a los 2.000 soldados. Pero en los últimos meses los insurgentes han cambiado marcadamente su estrategia hacia el asesinato de civiles chiíes, y el número de atentados en mezquitas, mercados y áreas populosas han subido vertiginosamente desde la primavera. La amenaza de más masacres se agudizó la semana pasada cuando el arquitecto de gran parte de los asesinatos, Abu Musab al-Zarqawi, declaró una "guerra total contra los chiíes en todo Iraq, donde y cuando les encontremos".
Si el país no se deslizado a una guerra civil abierta es principalmente porque la inmensa mayoría de los chiíes se niega a ser arrastrada al asesinato. Adhiriendo a los llamados de sus jefes espirituales en Nayaf, hablan de los atentados en Kadhimiya como la última tragedia en una larga historia de sufrimientos que se remontan a la fundación del chiísmo en el siglo 7.
Pero a medida que la resistencia se vuelve más mortífera, la cuestión es si esa histórica tolerancia del sufrimiento se mantendrá.
En Kadhimiya, la respuesta es, al menos de momento, sí.
"Es la voluntad de Dios", dijo Ali Hussein, 38, jornalero de Nasiriya, que vive en el hostal, llamado Haji Awda. "Ha sido así desde la antigüedad. Es nuestro destino".
La explosión destruyó a la familia Hussein. Su cuñado, con el que compartía el cuarto, ha desaparecido desde la explosión. Hussein no ha podido convencerse de llamar a su hermana, esperando primero tener noticias de su marido, con el que llevaba apenas dos meses casada. Desde el miércoles Hussein ha buscado en 12 hospitales de Bagdad, pero sin éxito.
Sin embargo, en el pequeño cuarto que compartían no había indignación, sino una discreta aceptación y tristeza por la pérdida. Hussein mostró a un visitante las escasas pertenencias de su cuñado -una camisa deshilachada, pantalones de algodón sueltos, y una dishdasa o bata tradicional- en su catre.
"Como chiíes decimos que los iraquíes somos todos una mano: sunníes, chiíes, kurdos y cristianos".
Sin embargo, los implacables ataques han profundizado la sensación de angustia entre los chiíes, que dicen que el temor a más masacres ha penetrado todos los aspectos de sus vidas. En Kadhimiya se observa más visiblemente, por las pancartas negras con los nombres de algunos de los muertos que ondean desde las fachadas de los edificios, mientras los trabajadores todavía sacan con palas las pilas de escombros causadas por la explosión y la mayoría de las ventanas no tienen cristal.
Las calles en los alrededores del sitio del atentado en Kadhimiya, aunque sombrías, bullían el domingo con tranquilas reparaciones. Los tenderos estaban parados entre pilas de escombros y observaban los daños mientras barrían y martillaban. Mussa Awda, uno de los tres hermanos que administran el hostal, mostró donde se había claveteado madera terciada para remplazar un techo que se había derrumbado con la explosión. "Tenemos bastante paciencia", dijo Awda. "Gracias a Dios".
En más de una docena de entrevistas este fin de semana, el deseo de buscar venganza no fue mencionado nunca.
"Si eligiera pelear", dijo Dhafer Amer, 23, que trabaja en la tienda de alfombras de su padre no muy lejos de donde estalló la bomba en Kadhimiya, "sólo haría las cosas peor".
Sin embargo, hay signos de que la eterna tolerancia chií puede haber empezado a agotarse. Algunos chiíes han empezado a acusar al gobierno -controlado por partidos religiosos chiíes- de no ser capaz de actuar decisivamente contra los autores de los atentados.
"Nuestra paciencia muestra que somos más fuertes que ellos", dijo Abbas Swadi, que trabaja en un salón de té de Kadhimiya. "Pero estamos peleando con nuestra paciencia".
Muchos chiíes también se quejaron de que los líderes árabes sunníes no se han pronunciado con suficiente firmeza contra los atentados. Poco después de los atentados el miércoles, el grupo de clérigos sunníes de línea dura más prominente de Iraq, la Asociación de Clérigos Musulmanes, respondió a la declaración de guerra de Zarqawi con un suave comentario público donde le "aconsejaban" desistir. La observación no pasó desapercibida en los barrios chiíes que llevaban el peso del dolor del miércoles.
"Cómo se atreven a decirlo tan débilmente", dijo Falah Jiad, trabajador en una heladería en Shula, otra área chií de Bagdad donde se cometió un atentado el miércoles. "Nos hace pensar que aceptan los ataques de Zarqawi contra nosotros".
Los sunníes también están siendo asesinados, y los clérigos han acusado de las ejecuciones a las milicias chiíes. Los clérigos nunca dejan de mostrar su propio dolor, incluso en el hecho de las mayores pérdidas entre los chiíes. Las pérdidas de los chiíes son generalmente mayores, y algunos chiíes han expresado su frustración de que el desequilibrio no sea reconocido.
Las víctimas son a menudo los más pobres de la ciudad en un país donde el desempleo es de al menos un 30 por ciento. Swadi, 25, que es Nasiriya y perdió a varios amigos en la explosión, mantiene a su esposa e hijos con varios trabajos, incluyendo uno en un salón de té por 4.79 dólares al día. Duerme en el suelo del local. Otros jornaleros pagan unos 60 centavos por noche por un catre en un hostal como el de Awda.
Kadhimiya conoce la violencia; fue cerca de aquí que casi 1.000 peregrinos chiíes fueron matados en una estampida hace tres semanas que fue provocada por el temor a un terrorista suicida. Incluso así, la mera escala del sufrimiento en el atentado de miércoles fue asombrosa.
Karim al-Azawi iba en camino a abrir su tienda de desayunos la mañana de la explosión. Corrió a ayudar a la gente, pero terminó recogiendo partes de cuerpos -piernas, brazos, hasta un torso- en lugar de personas enteras, y haciendo una pila con ellos. Más tarde, cuando quiso chequear el daño desde el techo del edificio, encontró una espalda humana, desprovista de hueso, en el suelo del polvoriento concreto.
Una larga y aceitosa mancha oscura era todo lo que quedaba de la horripilante vista del domingo. Pero nada, aparentemente, puede menoscabar la elasticidad chií. El domingo por la noche, muchedumbres de peregrinos chiíes del sur y centro de Iraq inundaron la ciudad santa chií de Karbala para el festivo religioso de Shabaniya, una celebración del nacimiento del duodécimo imán chií.
En Bagdad, a unos 100 kilómetros al norte, Hussein meditaba sobre la oportunidad del viaje. Cuando le pregunté cómo llegaría, dijo sin titubear: "Caminando con mis propios pies".

Sahar Najib y Abdul Razzaq al-Saiedy contribuyeron con informes desde Bagdad y un empleado iraquí del New York Times de Karbala.

24 de septiembre de 2005
19 de septiembre de 2005
©new york times
©traducción mQh


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