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GUERRA PREVENTIVA: UNA DOCTRINA FRACASADA


La política de las guerras preventivas empleada por Bush ha empeorado la situación de seguridad de las democracias occidentales y en realidad de todo el mundo. En un editorial de hoy el New York Times califica de insensata y contraproducente la política exterior norteamericana.
Si en la política norteamericana importaran los hechos, la papeleta Bush-Cheney no basaría su campaña de re-elección en la afirmación alarmista de que la más segura defensa contra futuros ataques terroristas descansa en la fuertemente desacreditada doctrina de la guerra preventiva. El vice-presidente Dick Cheney llevó este argumento la semana pasada a un vergonzoso bajo nivel cuando sugirió que la elección de John Kerry y un regreso a los valores tradicionales de la política exterior estadounidense provocaría un nuevo y devastador ataque [terrorista].
Hasta el momento, la doctrina de la guerra preventiva ha tenido una prueba real: la invasión de Iraq. Bush ha aterrorizado a millones de norteamericanos en creer que el cambio forzado de régimen en Bagdad era el único modo de mantener los supuestos arsenales iraquíes de armas no convencionales en manos de Al Qaeda. Luego resultó que no existían tales arsenales y no había vínculos operacionales entre el régimen de Saddam Hussein y el terrorismo anti-norteamericano de Al Qaeda. Entretanto, las antiguas alianzas de Estados Unidos se han debilitado y el grueso de las tropas de combate están atadas en Iraq por lo que parece será un buen montón de años. Si eso hace que este país sea más seguro, es difícil ver cómo. La verdadera lección es que Estados Unidos está erosionando peligrosamente sus defensas militares y diplomáticas cuando ataca tontamente a enemigos hipotéticos.
Antes del fiasco de Iraq los líderes estadounidenses consideraban la guerra justamente como un último recurso, apropiado solamente cuando los intereses vitales del país se encontraban efectivamente amenazados y razonables esfuerzos diplomáticos se habían agotado. Esa visión ha sido remplazada por los ataques preventivos; Estados Unidos no tiene la obligación de sentarse a esperar si está claro que algún enemigo está realmente preparando un ataque. Pero trazaba la línea correctamente en las guerras preventivas contra enemigos potenciales que podrían o no estar pensando en hacer algo peligroso. Como demuestra la desastrosa experiencia en Iraq, ese es todavía el camino más sabio y el que mantiene a Estados Unidos más seguro en una era cada vez más peligrosa.
Los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 inauguraron claramente una nueva era de catastróficas amenazas contra la patria. Para combatirlas más efectivamente se necesitan cambios importantes en el terreno de la seguridad nacional. Un giro hacia las guerras preventivas no es uno de esos cambios. Como lo estableció claramente el informe de la comisión del 11 de septiembre, grupos terroristas internacionales como Al Qaeda son altamente móviles, se financian a sí mismos y son en gran medida independientes de los estados tradicionales. Los gobiernos que les proporcionan refugio e instalaciones, como Afganistán bajo los talibanes, o Sudán, deben hacer frente a fuertes presiones internacionales, incluyendo ataques bélicos estadounidenses. Cualquier intento de parte del presidente y sus subordinados de poner la invasión de Afganistán en la categoría de las guerras preventivas es claramente erróneo. De hecho, la guerra de Iraq ha socavado el importante trabajo de las tropas estadounidenses en Afganistán al privarles de soldados, suministros y dinero.
Al Qaeda lleva a cabo una guerra declarada contra Estados Unidos y el país necesita combatir implacablemente [a la organización terrorista] -en Afganistán y mediante esfuerzos internacionales para capturar a los cabecillas terroristas que utilizan pasaportes y divisas falsas, casas de seguridad y células durmientes. Es por eso que Cheney se equivoca al menospreciar la cooperación policial con los aliados como una importante arma en esta guerra.
Al contrario, [Cheney] promete más guerras preventivas y ofensivas contra peligros hipotéticos como Iraq. Además de enajenar a Estados Unidos de sus principales aliados europeos y asiáticos, y de dejar a Washington haciendo el papel de agresor en gran parte del mundo árabe y musulmán, estas políticas significarán la muerte de soldados y civiles estadounidenses en los países atacados, y amenazan con inmovilizar a las divisiones del ejército y de la marina que Estados Unidos necesita tener a mano para hacer frente a amenazas reales en las peligrosas décadas que nos esperan.

12 de septiembre de 2004
©thenewyorktimes
©traducción mQh

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