iraq sin clase media
[Sabrina Tavernise] En medio del caos en Iraq.
Bagdad, Iraq. Desde la ventana de su dormitorio, Nesma Abdul-Razzaq, 43, ama de casa, ha visto a los rebeldes disparar granadas desde un terreno con césped cerca de su jardín. Frecuentes patrullas americanas hacen vibrar los cristales. Una bala perforó un vidrio.
"No puedes vivir con seguridad si cooperas con alguno de los dos lados", dijo en el dormitorio de su casa, en lo más profundo de uno de los barrios controlados por la resistencia al oeste de Bagdad. El mes pasado, cuando soldados americanos le ofrecieron dinero por el uso de su tejado, los rechazó cortésmente.
"¿Qué le diría a mis vecinos?", dijo.
Dos años y medio después de la invasión norteamericana, la violencia no muestra signos de amainar y la vida para los iraquíes de clase media es cada vez peor.
Educada, con inversiones en negocios y propiedades y ansiosa por los cambios, la clase media aquí tenía mucho que ganar con la intervención americana.
Pero la frustración se está convirtiendo en desesperanza a medida que las familias se ven cada vez más atrapadas por las muchas fuerzas que amenazan con desgarrar el país.
Los insurgentes pelean su guerra en las calles. Las diferencias sectarias se están introduciendo en las aulas de sus hijos e incluso en sus propias discusiones de sobremesa. Sus opiniones laicas son apenas audibles entre el estruendo de los políticos religiosos y los iraquíes pobres a los que atraen.
La vida diaria que define a la clase media es una carrera de obstáculos entre las colas de las gasolineras, calles bloqueadas y reparaciones nocturnas de generadores.
En las casas de estas familias la conversación gira normalmente sobre cómo marcharse. Los letreros de A la Venta' salpican las puertas de las casas de su manzana. Pero reunir a los niños y a las extensas familias se hace crecientemente difícil, y muchas familias, potencialmente las más adecuadas constructoras de la democracia aquí, se están preparando para un futuro que les parece que está cada vez más bajo sitio.
Durante el año pasado los insurgentes han logrado controlar grandes extensiones de Bagdad occidental, incluyendo Khadra, la zona con la señora Abdul-Razzaq vive con su marido, Monkath, y sus dos hijos, de 9 y 12, en una espaciosa casa de dos pisos. La ventana de su dormitorio da a unas autopistas elevadas que son las principales arterias hacia la capital desde el norte y el oeste, donde los insurgentes han levantado zonas de exclusión.
En los últimos meses Abdul-Razzaq ha visto cuatro veces a hombres enmascarados aplastando su antejardín, con lanzagranadas a sus espaldas. Una vez, varios hombres dispararon contra un convoy americano desde detrás de una tienda funeraria cerca de su casa. A menudo se aparecen tropas americanas buscando a atacantes. Han allanado su casa seis veces.
Al sudoeste de Amariya, la zona a los lados del peligroso camino hacia el aeropuerto, las batallas entre insurgentes y la policía iraquí han sido tan intensas que los dos principales supermercados quedaron seriamente dañados y han cerrado. Ahora los residentes deben hacer las compras en otro lugar.
"Lo llamamos el Triángulo Sunní", dijo Abdul-Razzaq, sonriendo -una referencia al área tribal al noroeste de Bagdad donde los rebeldes han recurrido a la violencia para oponerse a la ocupación desde 2003.
Como consecuencia, ella y sus hijos han estado en gran parte confinados a la casa. Ya no van a los parques o salen a pasear. Miran más televisión. Después de que seis niños fueran secuestrados en la escuela de sus hijos, la familia contrató a un chófer para llevar y traer a los niños de la escuela. Los niños secuestrados fueron liberados después de que sus padres pagaron rescates.
Pero aunque se deteriorara el vecindario, Monkath Abdul-Razzar -46, ingeniero mecánica y sunní laica- mantuvo la esperanza de una vida mejor aquí. Dijo que pensaba que las elecciones de enero eran importantes para Iraq y había ignorado los llamados de los sunníes religiosos a no votar. El día de las elecciones, cuando unos hombres cerca de su casa amenazaron a los residentes a no votar, Abdul-Razzaq salió furtivamente de su casa para acercarse al colegio electoral.
Como muchos iraquíes, Abdul-Razzaq dijo que despreciaba a Saddam Hussein. Su tío estuvo en la cárcel durante cuatro años. Como oficial del ejército iraquí, debió presenciar la ejecución de cinco de sus amigos por traición en 1983, durante la guerra con Irán. Pero también disfrutó de los privilegios de sus conexiones con los militares, asegurándose contratos para repuestos después de que dejara el ejército. Sin embargo, la caída de Hussein fue motivo de celebración, y tenía altas esperanzas sobre su futuro aquí.
Pero el surgimiento de los partidos religiosos en los últimos siete meses han borrado lo que quedaba de las esperanzas de Abdul-Razzaq. La clase media es en gran parte secular, y a la mayoría de sus miembros les repugnan los partidos religiosos que apelan a las paupérrimas masas chiíes, por una parte, y a los resentidos sunníes, que perdieron su posición después de la invasión americana. Abdul-Razzaq votó por un chií porque el candidato era laico.
El gobierno religioso chií del primer ministro Ibrahim al-Jafaari, dijo Abdul-Razzaq, tiene un programa que favorece a los partidos religiosos chiíes, ahondando las peligrosas divisiones de la sociedad iraquí.
"Los americanos nos colocan en una situación ridícula", dijo. "Vinieron a Iraq y los partidos religiosos llegaron con ellos. El hombre religioso en Iraq es como un zorro".
Él y su esposa han hablado de marcharse; en su manzana hay al menos tres letreros de venta. La mejor amiga de la señora Abdul-Razzaq, una cristiana que vivía al otro lado de la calle, se mudó con su familia a Siria el mes pasado.
Pero marcharse es caro, y el dinero escaso. El mes pasado, por primera vez desde la guerra, Abdul-Razzaq no vendió nada en su tienda de repuestos. Los ingresos de un edificio que posee le ayudaron a pagar las cuentas.
"Estoy muy preocupado", dijo, sudando después de su tercer viaje en dos horas para encender el generador en el tejado. "No hay electricidad. No hay paz. ¿Crees que se puede vivir así? Es un infierno".
Abajo, su esposa estaba fregando los platos del almuerzo. "En estos dos años he aprendido a ser paciente", dijo. "A ver valiente".
Al otro lado de la ciudad, en una tranquila zona del centro de Bagdad una familia de comerciantes sabe un montón sobre la idea de marcharse. Dhia al-Din, 70, chií, preside tres generaciones distribuidas en dos casas. En total, cinco de sus ocho hijos adultos viven en el extranjero, y él vive gran parte del año en Jordania. Habló a condición de que no se mencionara su apellido. Ha recibido dos amenazas de muerte. Un hijo escapó de ser secuestrado y se marchó de Iraq con su familia el mes pasado.
Tiene los medios para marcharse, pero la emigración está dispersando a su familia y eliminando lentamente la vida que había construido con tanto esmero en varias décadas.
"Yo perdí mi dinero, mi hotel, mi maravillosa relación con la gente", dijo, con la voz quebrada. "Mi familia está desapareciendo".
Luego dijo en un tono a medias en broma: "Es todo culpa de los sunníes".
Su esposa Samira, sunní, contrarrestó: "¿Por qué se culpa siempre a los sunníes?"
Los dos han estado casados durante 50 años y que pertenecieran a cultos diferentes nunca importó. Pero recientemente han surgido nuevos problemas. El mes pasado, a un nieto de 9 le preguntaron en la escuela si era chií o sunní. Luego los padres del novio de su sobrina Rim 24, cancelaron el compromiso porque ella es sunní.
"No hacía más que llorar y llorar", dijo su madre, Hana, sentada en un amplio recibidor con las manos dobladas en su regazo. "Incluso si vuelven, nunca les daré mi hija a esos".
El golpe ha llevado a su hija a vivir más intensamente su identidad sunní, dijo. Eso, a su vez, ha causado problemas con su tío Husham, que estuvo en prisión durante el régimen de Hussein y ahora es funcionario del gobierno de Jafaari. Otro miembro de la familia se introdujo graciosamente ante una visitante como "el chií extremista". Rim dejó de dirigirle la palabra cuando hizo comentarios negativos sobre los sunníes.
"No debería hablar de esa manera sobre los sunníes", dijo, sus ojos evitándolo. "Odia a los sunníes".
Más tarde, durante un almuerzo de quingombó, cordero y berenjena, Samira y una tía estaban solas en su nostalgia por el pasado. Hussein dijeron, era por lo menos capaz de proveer electricidad.
Dhia al-Din reaccionó enfadado: "Nos están matando como corderos".
Su hijo señaló a la gente en torno a la mesa y dijo: "Es un Iraq en miniatura".
En Mansour, un vecindario en la parte más segura de Bagdad occidental, cerca del centro de la ciudad, los miembros de la familia Abbas se dedican en su enorme casa a sus ritmos cotidianos.
Salwa Ibrahim hace tartas en la cocina. Su marido, Ali Abbas, vende artículos deportivos en una tienda al lado. Su hermano mayor, minusválido desde nacimiento, mira televisión en un cuarto trasero.
Hasta hace poco la familia vivía en gran parte protegida de la violencia. Pero los rebeldes han logrado introducirse en la zona, y algunos de ellos alquilan las casas de las familias que se marchan.
El mes pasado la familia había recién salido de un restaurante cercano cuando estalló un coche-bomba justo enfrente, matando 2 personas e hiriendo a otras 20. La semana pasada los insurgentes mantuvieron a rehenes en una casa a unas manzanas. La batalla que estalló duró cuatro horas, hasta que llegaron helicópteros americanos y dispararon contra la casa.
La señora Ibrahim escuchaba horrorizada en su cocina, cuando en la zona estallaron los tiroteos y la gente en la calle no alcanzó a llegar a sus casas.
Los miembros de la familia se sienten cómodos en su casa, pero temen la creciente violencia. Abbas dijo que había pensado en marcharse, pero con 10 personas, incluyendo a su hermano, había descartado esa opción.
"Somos una enorme familia con un minusválido", dijo, sentado a la mesa de la cocina. "No es nada fácil".
Abdul Razzaq al-Saiedy contribuyó al reportaje de este artículo.
4 de octubre de 2005
©new york times
©traducción mQh
"No puedes vivir con seguridad si cooperas con alguno de los dos lados", dijo en el dormitorio de su casa, en lo más profundo de uno de los barrios controlados por la resistencia al oeste de Bagdad. El mes pasado, cuando soldados americanos le ofrecieron dinero por el uso de su tejado, los rechazó cortésmente.
"¿Qué le diría a mis vecinos?", dijo.
Dos años y medio después de la invasión norteamericana, la violencia no muestra signos de amainar y la vida para los iraquíes de clase media es cada vez peor.
Educada, con inversiones en negocios y propiedades y ansiosa por los cambios, la clase media aquí tenía mucho que ganar con la intervención americana.
Pero la frustración se está convirtiendo en desesperanza a medida que las familias se ven cada vez más atrapadas por las muchas fuerzas que amenazan con desgarrar el país.
Los insurgentes pelean su guerra en las calles. Las diferencias sectarias se están introduciendo en las aulas de sus hijos e incluso en sus propias discusiones de sobremesa. Sus opiniones laicas son apenas audibles entre el estruendo de los políticos religiosos y los iraquíes pobres a los que atraen.
La vida diaria que define a la clase media es una carrera de obstáculos entre las colas de las gasolineras, calles bloqueadas y reparaciones nocturnas de generadores.
En las casas de estas familias la conversación gira normalmente sobre cómo marcharse. Los letreros de A la Venta' salpican las puertas de las casas de su manzana. Pero reunir a los niños y a las extensas familias se hace crecientemente difícil, y muchas familias, potencialmente las más adecuadas constructoras de la democracia aquí, se están preparando para un futuro que les parece que está cada vez más bajo sitio.
Durante el año pasado los insurgentes han logrado controlar grandes extensiones de Bagdad occidental, incluyendo Khadra, la zona con la señora Abdul-Razzaq vive con su marido, Monkath, y sus dos hijos, de 9 y 12, en una espaciosa casa de dos pisos. La ventana de su dormitorio da a unas autopistas elevadas que son las principales arterias hacia la capital desde el norte y el oeste, donde los insurgentes han levantado zonas de exclusión.
En los últimos meses Abdul-Razzaq ha visto cuatro veces a hombres enmascarados aplastando su antejardín, con lanzagranadas a sus espaldas. Una vez, varios hombres dispararon contra un convoy americano desde detrás de una tienda funeraria cerca de su casa. A menudo se aparecen tropas americanas buscando a atacantes. Han allanado su casa seis veces.
Al sudoeste de Amariya, la zona a los lados del peligroso camino hacia el aeropuerto, las batallas entre insurgentes y la policía iraquí han sido tan intensas que los dos principales supermercados quedaron seriamente dañados y han cerrado. Ahora los residentes deben hacer las compras en otro lugar.
"Lo llamamos el Triángulo Sunní", dijo Abdul-Razzaq, sonriendo -una referencia al área tribal al noroeste de Bagdad donde los rebeldes han recurrido a la violencia para oponerse a la ocupación desde 2003.
Como consecuencia, ella y sus hijos han estado en gran parte confinados a la casa. Ya no van a los parques o salen a pasear. Miran más televisión. Después de que seis niños fueran secuestrados en la escuela de sus hijos, la familia contrató a un chófer para llevar y traer a los niños de la escuela. Los niños secuestrados fueron liberados después de que sus padres pagaron rescates.
Pero aunque se deteriorara el vecindario, Monkath Abdul-Razzar -46, ingeniero mecánica y sunní laica- mantuvo la esperanza de una vida mejor aquí. Dijo que pensaba que las elecciones de enero eran importantes para Iraq y había ignorado los llamados de los sunníes religiosos a no votar. El día de las elecciones, cuando unos hombres cerca de su casa amenazaron a los residentes a no votar, Abdul-Razzaq salió furtivamente de su casa para acercarse al colegio electoral.
Como muchos iraquíes, Abdul-Razzaq dijo que despreciaba a Saddam Hussein. Su tío estuvo en la cárcel durante cuatro años. Como oficial del ejército iraquí, debió presenciar la ejecución de cinco de sus amigos por traición en 1983, durante la guerra con Irán. Pero también disfrutó de los privilegios de sus conexiones con los militares, asegurándose contratos para repuestos después de que dejara el ejército. Sin embargo, la caída de Hussein fue motivo de celebración, y tenía altas esperanzas sobre su futuro aquí.
Pero el surgimiento de los partidos religiosos en los últimos siete meses han borrado lo que quedaba de las esperanzas de Abdul-Razzaq. La clase media es en gran parte secular, y a la mayoría de sus miembros les repugnan los partidos religiosos que apelan a las paupérrimas masas chiíes, por una parte, y a los resentidos sunníes, que perdieron su posición después de la invasión americana. Abdul-Razzaq votó por un chií porque el candidato era laico.
El gobierno religioso chií del primer ministro Ibrahim al-Jafaari, dijo Abdul-Razzaq, tiene un programa que favorece a los partidos religiosos chiíes, ahondando las peligrosas divisiones de la sociedad iraquí.
"Los americanos nos colocan en una situación ridícula", dijo. "Vinieron a Iraq y los partidos religiosos llegaron con ellos. El hombre religioso en Iraq es como un zorro".
Él y su esposa han hablado de marcharse; en su manzana hay al menos tres letreros de venta. La mejor amiga de la señora Abdul-Razzaq, una cristiana que vivía al otro lado de la calle, se mudó con su familia a Siria el mes pasado.
Pero marcharse es caro, y el dinero escaso. El mes pasado, por primera vez desde la guerra, Abdul-Razzaq no vendió nada en su tienda de repuestos. Los ingresos de un edificio que posee le ayudaron a pagar las cuentas.
"Estoy muy preocupado", dijo, sudando después de su tercer viaje en dos horas para encender el generador en el tejado. "No hay electricidad. No hay paz. ¿Crees que se puede vivir así? Es un infierno".
Abajo, su esposa estaba fregando los platos del almuerzo. "En estos dos años he aprendido a ser paciente", dijo. "A ver valiente".
Al otro lado de la ciudad, en una tranquila zona del centro de Bagdad una familia de comerciantes sabe un montón sobre la idea de marcharse. Dhia al-Din, 70, chií, preside tres generaciones distribuidas en dos casas. En total, cinco de sus ocho hijos adultos viven en el extranjero, y él vive gran parte del año en Jordania. Habló a condición de que no se mencionara su apellido. Ha recibido dos amenazas de muerte. Un hijo escapó de ser secuestrado y se marchó de Iraq con su familia el mes pasado.
Tiene los medios para marcharse, pero la emigración está dispersando a su familia y eliminando lentamente la vida que había construido con tanto esmero en varias décadas.
"Yo perdí mi dinero, mi hotel, mi maravillosa relación con la gente", dijo, con la voz quebrada. "Mi familia está desapareciendo".
Luego dijo en un tono a medias en broma: "Es todo culpa de los sunníes".
Su esposa Samira, sunní, contrarrestó: "¿Por qué se culpa siempre a los sunníes?"
Los dos han estado casados durante 50 años y que pertenecieran a cultos diferentes nunca importó. Pero recientemente han surgido nuevos problemas. El mes pasado, a un nieto de 9 le preguntaron en la escuela si era chií o sunní. Luego los padres del novio de su sobrina Rim 24, cancelaron el compromiso porque ella es sunní.
"No hacía más que llorar y llorar", dijo su madre, Hana, sentada en un amplio recibidor con las manos dobladas en su regazo. "Incluso si vuelven, nunca les daré mi hija a esos".
El golpe ha llevado a su hija a vivir más intensamente su identidad sunní, dijo. Eso, a su vez, ha causado problemas con su tío Husham, que estuvo en prisión durante el régimen de Hussein y ahora es funcionario del gobierno de Jafaari. Otro miembro de la familia se introdujo graciosamente ante una visitante como "el chií extremista". Rim dejó de dirigirle la palabra cuando hizo comentarios negativos sobre los sunníes.
"No debería hablar de esa manera sobre los sunníes", dijo, sus ojos evitándolo. "Odia a los sunníes".
Más tarde, durante un almuerzo de quingombó, cordero y berenjena, Samira y una tía estaban solas en su nostalgia por el pasado. Hussein dijeron, era por lo menos capaz de proveer electricidad.
Dhia al-Din reaccionó enfadado: "Nos están matando como corderos".
Su hijo señaló a la gente en torno a la mesa y dijo: "Es un Iraq en miniatura".
En Mansour, un vecindario en la parte más segura de Bagdad occidental, cerca del centro de la ciudad, los miembros de la familia Abbas se dedican en su enorme casa a sus ritmos cotidianos.
Salwa Ibrahim hace tartas en la cocina. Su marido, Ali Abbas, vende artículos deportivos en una tienda al lado. Su hermano mayor, minusválido desde nacimiento, mira televisión en un cuarto trasero.
Hasta hace poco la familia vivía en gran parte protegida de la violencia. Pero los rebeldes han logrado introducirse en la zona, y algunos de ellos alquilan las casas de las familias que se marchan.
El mes pasado la familia había recién salido de un restaurante cercano cuando estalló un coche-bomba justo enfrente, matando 2 personas e hiriendo a otras 20. La semana pasada los insurgentes mantuvieron a rehenes en una casa a unas manzanas. La batalla que estalló duró cuatro horas, hasta que llegaron helicópteros americanos y dispararon contra la casa.
La señora Ibrahim escuchaba horrorizada en su cocina, cuando en la zona estallaron los tiroteos y la gente en la calle no alcanzó a llegar a sus casas.
Los miembros de la familia se sienten cómodos en su casa, pero temen la creciente violencia. Abbas dijo que había pensado en marcharse, pero con 10 personas, incluyendo a su hermano, había descartado esa opción.
"Somos una enorme familia con un minusválido", dijo, sentado a la mesa de la cocina. "No es nada fácil".
Abdul Razzaq al-Saiedy contribuyó al reportaje de este artículo.
4 de octubre de 2005
©new york times
©traducción mQh
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