bush contra salim hamdan 4
[Ionathan Mahler] Salim Hamdan se consume en Guantánamo, pero nadie en su familia tiene conciencia cabal de su situación. Estados Unidos no aceptaría que otro país trate a prisioneros estadounidenses como trata el gobierno de Bush a prisioneros extranjeros..
Los abogados de los detenidos calculan que actualmente hay en Guantánamo unos cien presos yemeníes. Si fuesen estadounidenses los yemeníes encarcelados en un país extranjero durante cuatro años, la inmensa mayoría sin cargos, habría un escándalo nacional. Sin embargo, en Yemen, la mayoría de las familias de los detenidos están en la más completa ignorancia. La mitad de la población del país es analfabeta. Los que pueden leer encuentran pocas historias sobre Guantánamo. Muchos de los diarios son controlados por el estado y el resto están bajo intensa presión del gobierno. El presidente Saleh sabe que llamar la atención sobre los detenidos no haría más que enardecer los sentimientos anti-norteamericanos, y se crearía todavía más problemas.
Un grupo de derechos humanos llamado HOOD tiene un lista aproximada de yemeníes detenidos en Guantánamo y ha tomado contacto con sus familiares, pero las familias no tienen ninguna comunicación con nadie del gobierno de Estados Unidos. Los abogados de los detenidos viajan periódicamente a Yemen a reunirse con las familias que les han autorizado a representar a sus familiares, aunque en algunos casos los detenidos mismos dudan de las buenas intenciones de sus abogados estadounidenses. Cuando estaba en Yemen, gasté varios días visitando a las familias de los detenidos, con David H. Remes, un abogado del bufete de Washington, Covington & Burling, que representa a 17 de los yemeníes en Guantánamo. Remes introdujo varios de sus encuentros diciendo a las familias que sus hijos, hermanos o maridos se enfadarían mucho si se enteraban que él estaba de visita.
También Hamdan envió a través de sus abogados el mensaje de que no quería que yo me contactara con su familia, pero logré reunirme con el hermano de su esposa, Muhammad al-Qala, a través de HOOD. Al-Qala, un sargento de segunda clase del ejército yemení, me invitó a su casa para conocer a su hermana, la esposa de Hamdan, Um Fatima. Desde la detención de su marido, ella y sus dos hijas habían estado viviendo con su hermano, su familia y su madre, en una hacinada casa de dos pisos en el centro de Sana. Los abogados vinieron a Yemen hace un año ymedio para visitarla, y el intérprete del abogado tiene contactos bastante regulares con al-Qala, pero nadie aquí de la familia de Hamdan parece saber cabalmente la gravedad de su situación o del significado de su caso: ¿Qué podría hacer una superpotencia como Estados Unidos hacer con Salim?
Sentada perfectamente erguida en los brillantes cojines azules estampados de flores colocados en la pequeña salita del segundo piso de la casa de su hermano, Um Fatima habló, a través del intérprete, durante tres horas sobre su marido. Al-Qala, un hombre rechoncho con un mostacho negro y ojos vidriosos e inexpresivos, estaba junto a ella fumando Malboros, uno tras otro, y masticando una enorme bola de khat. Um Fatima y las dos hijas de Hamdan, de 6 y 4 años, entraban y salían en sus camisetas y chandales. La túnica de Um Fatima la cubría completamente, revelando sólo sus ojos, pero la dificultad de hablar sobre su marido era evidente: varias veces se emocionó tanto que tuvo que excusarse y salir del cuarto.
Um Fatima y Hamdan se casaron en Sana en 1999. No lo conoció sino el día de su boda, pero era sin embargo una novia feliz. Vivieron en Sana durante unos meses antes de volver a Afganistán. Um Fatima no tenía ganas de ir, y al llegar le impresionaron malamente las condiciones. Su casa de adobe tenía pisos de tierra y no había ni agua ni electricidad. También era un lugar remoto: la Granja de Tarnak, el complejo amurallado de Al Qaeda, donde vivían, estaba metido en una enorme expansión de desierto, sin árboles pero sí con matorrales, a unos treinta minutos de Kandahar. Um Fatima pasaba los días sola en su casa con su bebé. Hamdan, me dijo, volvía temprano en la noche, a menudo con la ropa manchada de grasa debido a su trabajo reparando los varios camiones y coches usados en la granja. Um Fatima dijo que a veces ella se quejaba ante él de su vida allá. "Salim me decía siempre que fuera paciente, que algún día volveríamos a Yemen", dijo.
En su relato, Um Fatima estaba soportando una vida dura por algunos años de modo que su marido pudiera ganar dinero trabajando para un jeque del que no había oído hablar nunca. Todavía hoy, años más tarde, el hecho de que ha vivido con su marido trabajando para el terrorista más infame de nuestra época no parece haber penetrado en su versión de la realidad.
La última vez que Um Fatima vio a su marido fue el 24 de noviembre de 2001. Estaba embarazada de ocho meses. En esa época las fuerzas norteamericanas estaban acercándose a Kandahar, el último bastión de los talibanes en Afganistán. Hamdan, que había estado en otro lugar durante unos meses trabajando para bin Laden, había vuelto recientemente para llevar a Um Fatima y su hija a Pakistán. En un coche prestado, con los B-52 americanos sobrevolando los cielos, lograron cruzar a las montañas de Maruf, encaminándose hacia la frontera. Hamdan decidió que Um Fatima cruzara sola la frontera de Pakistán; había un fuerte control e incluso si los guardias fronterizos no sabían que trabajaba para bin Laden, ser un yemení tratando de salir del país era motivo suficiente para levantar sospechas. Le dijo que buscaría otra manera de entrar y que se reuniría con ella en unos días.
En el curso de las semanas siguientes, mientras Um Fatima se internaba más profundamente en Pakistán en la parte de atrás de un camión con un grupo de refugiados afganos, perdió poco a poco la esperanza de volver a ver a su marido. Al entrar en el noveno mes de su embarazo, se puso tan histérica, me dijo, que algunos desconocidos compasivos en Karachi le compraron un billete de avión para que volviera a casa. En el aeropuerto de Sana fue interrogada durante cinco horas sobre el escondite de su marido. Um Fatima dijo que asumió que había muerto.
Dos meses y medio más tarde, recibió una carta de él por medio del Comité Internacional de la Cruz Roja. "Mi amor, que Dios te bendiga", empezaba. "No he muerto. Alá me ha reservado para una nueva vida. Ahora soy prisionero de los americanos".
Um Fatima me mostró todas las cartas que ha recibido de Hamdan desde entonces. Más tarde esa noche, el intérprete, que leyó algo así como una docena de ellas, me dijo lo extrañas que eran. Los hombres yemeníes tienden a ser dominantes y fríos con sus esposas. Las cartas de Hamdan eran sensibles, como las de un niño enamorado. En las cartas hay dibujos de su puñal ("por favor ocúpate de mi jambiya"), simplones poemas ("el pájaro bailó y el pájaro cantó...") y la promesa de "vernos, si Dios quiere, muy, muy, muy, muy, muy pronto".
Un grupo de derechos humanos llamado HOOD tiene un lista aproximada de yemeníes detenidos en Guantánamo y ha tomado contacto con sus familiares, pero las familias no tienen ninguna comunicación con nadie del gobierno de Estados Unidos. Los abogados de los detenidos viajan periódicamente a Yemen a reunirse con las familias que les han autorizado a representar a sus familiares, aunque en algunos casos los detenidos mismos dudan de las buenas intenciones de sus abogados estadounidenses. Cuando estaba en Yemen, gasté varios días visitando a las familias de los detenidos, con David H. Remes, un abogado del bufete de Washington, Covington & Burling, que representa a 17 de los yemeníes en Guantánamo. Remes introdujo varios de sus encuentros diciendo a las familias que sus hijos, hermanos o maridos se enfadarían mucho si se enteraban que él estaba de visita.
También Hamdan envió a través de sus abogados el mensaje de que no quería que yo me contactara con su familia, pero logré reunirme con el hermano de su esposa, Muhammad al-Qala, a través de HOOD. Al-Qala, un sargento de segunda clase del ejército yemení, me invitó a su casa para conocer a su hermana, la esposa de Hamdan, Um Fatima. Desde la detención de su marido, ella y sus dos hijas habían estado viviendo con su hermano, su familia y su madre, en una hacinada casa de dos pisos en el centro de Sana. Los abogados vinieron a Yemen hace un año ymedio para visitarla, y el intérprete del abogado tiene contactos bastante regulares con al-Qala, pero nadie aquí de la familia de Hamdan parece saber cabalmente la gravedad de su situación o del significado de su caso: ¿Qué podría hacer una superpotencia como Estados Unidos hacer con Salim?
Sentada perfectamente erguida en los brillantes cojines azules estampados de flores colocados en la pequeña salita del segundo piso de la casa de su hermano, Um Fatima habló, a través del intérprete, durante tres horas sobre su marido. Al-Qala, un hombre rechoncho con un mostacho negro y ojos vidriosos e inexpresivos, estaba junto a ella fumando Malboros, uno tras otro, y masticando una enorme bola de khat. Um Fatima y las dos hijas de Hamdan, de 6 y 4 años, entraban y salían en sus camisetas y chandales. La túnica de Um Fatima la cubría completamente, revelando sólo sus ojos, pero la dificultad de hablar sobre su marido era evidente: varias veces se emocionó tanto que tuvo que excusarse y salir del cuarto.
Um Fatima y Hamdan se casaron en Sana en 1999. No lo conoció sino el día de su boda, pero era sin embargo una novia feliz. Vivieron en Sana durante unos meses antes de volver a Afganistán. Um Fatima no tenía ganas de ir, y al llegar le impresionaron malamente las condiciones. Su casa de adobe tenía pisos de tierra y no había ni agua ni electricidad. También era un lugar remoto: la Granja de Tarnak, el complejo amurallado de Al Qaeda, donde vivían, estaba metido en una enorme expansión de desierto, sin árboles pero sí con matorrales, a unos treinta minutos de Kandahar. Um Fatima pasaba los días sola en su casa con su bebé. Hamdan, me dijo, volvía temprano en la noche, a menudo con la ropa manchada de grasa debido a su trabajo reparando los varios camiones y coches usados en la granja. Um Fatima dijo que a veces ella se quejaba ante él de su vida allá. "Salim me decía siempre que fuera paciente, que algún día volveríamos a Yemen", dijo.
En su relato, Um Fatima estaba soportando una vida dura por algunos años de modo que su marido pudiera ganar dinero trabajando para un jeque del que no había oído hablar nunca. Todavía hoy, años más tarde, el hecho de que ha vivido con su marido trabajando para el terrorista más infame de nuestra época no parece haber penetrado en su versión de la realidad.
La última vez que Um Fatima vio a su marido fue el 24 de noviembre de 2001. Estaba embarazada de ocho meses. En esa época las fuerzas norteamericanas estaban acercándose a Kandahar, el último bastión de los talibanes en Afganistán. Hamdan, que había estado en otro lugar durante unos meses trabajando para bin Laden, había vuelto recientemente para llevar a Um Fatima y su hija a Pakistán. En un coche prestado, con los B-52 americanos sobrevolando los cielos, lograron cruzar a las montañas de Maruf, encaminándose hacia la frontera. Hamdan decidió que Um Fatima cruzara sola la frontera de Pakistán; había un fuerte control e incluso si los guardias fronterizos no sabían que trabajaba para bin Laden, ser un yemení tratando de salir del país era motivo suficiente para levantar sospechas. Le dijo que buscaría otra manera de entrar y que se reuniría con ella en unos días.
En el curso de las semanas siguientes, mientras Um Fatima se internaba más profundamente en Pakistán en la parte de atrás de un camión con un grupo de refugiados afganos, perdió poco a poco la esperanza de volver a ver a su marido. Al entrar en el noveno mes de su embarazo, se puso tan histérica, me dijo, que algunos desconocidos compasivos en Karachi le compraron un billete de avión para que volviera a casa. En el aeropuerto de Sana fue interrogada durante cinco horas sobre el escondite de su marido. Um Fatima dijo que asumió que había muerto.
Dos meses y medio más tarde, recibió una carta de él por medio del Comité Internacional de la Cruz Roja. "Mi amor, que Dios te bendiga", empezaba. "No he muerto. Alá me ha reservado para una nueva vida. Ahora soy prisionero de los americanos".
Um Fatima me mostró todas las cartas que ha recibido de Hamdan desde entonces. Más tarde esa noche, el intérprete, que leyó algo así como una docena de ellas, me dijo lo extrañas que eran. Los hombres yemeníes tienden a ser dominantes y fríos con sus esposas. Las cartas de Hamdan eran sensibles, como las de un niño enamorado. En las cartas hay dibujos de su puñal ("por favor ocúpate de mi jambiya"), simplones poemas ("el pájaro bailó y el pájaro cantó...") y la promesa de "vernos, si Dios quiere, muy, muy, muy, muy, muy pronto".
8 de enero de 2006
©new york times
©traducción mQh
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