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un soplón y su padre


[Anthony Shaid] Tukuya, Iraq. Los verdugos de Sabah Kerbul llegaron dos horas antes del llamado matutino a la oración a la aldea todavía envuelta en el silencio. Como su hermano, su padre llevaba un rifle de asalto AK-47. Casi sin cambiar palabra, condujeron al hombre acusado por los aldeanos de ser un informante de los americanos, hacia detrás de una casa rodeada de higueras, viñedos y naranjos. Su padre levantó el rifle y apuntó a su primogénito. "Sabah no intentó escapar", dijo Abdulá Alí, un aldeano. "Sabía que estaba frente a su destino".
La historia de lo que siguió se basa en entrevistas con el padre de Kerbul, su hermano y otros cinco aldeanos, que dijeron que testigos de los acontecimientos se lo habían contado. Una de las balas atravesó la pierna de Kerbul, otra su pecho, dijeron los aldeanos. Kerbul cayó al suelo todavía respirando, su sangre humedeciendo la reseca tierra del banco del río Tigris, contaron. Su padre no pudo más y, según unos informes, se desplomó. Entonces su otro hijo disparó tres veces, dijeron los aldeanos, por lo menos una vez a la cabeza.
Kerbul, un hombre alto y fornido, de 28 años, murió.
"Matarle no fue fácil", dijo su hermano, Salah.
En su humilde casa de bloques de hormigón ligero, Salem, el padre, rezaba nerviosamente pasando las cuentas negras entre sus dedos esta semana mientras recordaba la advertencia de los otros aldeanos a comienzos de mes. Él insistía en que su hijo no era un informante, pero sus protestas no significaron nada ante una aldea que hervía de indignación. Recordó que la amenaza había sido clara: o mataba a su hijo, o los vecinos recurrirían a la ley tribal y matarían a toda la familia, en venganza por el papel de Kerbul en una operación militar americana ocurrida en el pueblo en junio pasado, en la que murieron cuatro personas.
"Tengo el corazón de un padre, y es mi hijo", dijo Salem. "Ni el profeta Abraham tuvo que matar a su hijo". Le dio una pitada a su cigarrillo. Sus ojos brillaban, los trazos dejados por las lágrimas apenas perceptibles. "No había elección", murmuró.
En la guerra de guerrillas que se libra a lo largo del Tigris, oficiales estadounidenses han dicho haber recibido una montaña de denuncias de informantes locales, que no ha dejado de aumentar desde que tropas americanas mataran a los dos hijos de Sadam Husein la semana pasada. Utilizando datos de espías, los soldados han descubierto misiles tierra-aire, 45 mil cartuchos de dinamita y alijos de explosivos y armas ligeras. Han descubierto casas de seguridad que refugiaban a miembros importantes del Partido Baaz en la zona suní al norte de Bagdad y capturaron a tenientes y guardaespaldas del derrocado presidente iraquí, que ha eludido una implacable cacería de cuatro meses.
Pero su secuela fue una turbia respuesta, poco conocida pero no menos letal en el teatro de la violencia del Iraq ocupado por EEUU. Oficiales estadounidenses y residentes locales declararon que algunos informantes han sido asesinados y atacados con armas de fuego y granadas. Los oficiales americanos dijeron no saber la cantidad de muertos, pero los casos que se conocen parecen indicar que la campaña se extiende en una región que fue largo tiempo una fuente de apoyo para el gobierno de Husein. Los oficiales declinaron entrar en detalles acerca de informantes específicoss y no dijeron si Kerbul era uno de ellos.
En al menos dos ciudades del norte de Iraq han circulado listas de informantes y miembros de lo que queda de la milicia fedayín de Sadam han jurado, en amenazas grabadas en video y emitidas en canales árabes, luchar contra los informantes "antes de empezar con los americanos".


SIN LA PROTECCIÓN DE LAS TROPAS AMERICANAS
El vertiginoso aumento de los informantes también ha provocado indignación en las ciudades suníes a lo largo del Tigris. Algunos residentes locales dicen que los informantes son seducidos por las recompensas de los comandantes de campo, que pueden variar entre 20 y 2.500 dólares. Los informantes también parecen interesados en ajustar sus propias cuentas con la ayuda de los soldados, contaron residentes locales. Otros contendieron que los informantes están explotando el acceso a los funcionarios americanos para perfilarse como intermediarios en el vacío que ha seguido a la caída del gobierno el 9 de abril.
"Se está acabando el tiempo. Algo pasará, muy pronto", dijo Maher Saab, 30, del pueblo de Saniya.
Los militares americanos dicen francamente que no tienen los medios para proteger a los informantes. "No damos ningún tipo de protección a nivel local", dijo el teniente general Ricardo Sánchez, el comandante americano en Iraq.
En Saniya, donde las pancartas todavía declaran "Larga Vida a Sadam Husein", Abdel-Hamid Ahmed se encontraba en una acomodada casa junto a caminos polvorientos y campos secos en onduladas colinas donde pastan las ovejas. Se describió orgullosamente a sí mismo como la primera persona en haber saludado la invasión americana y haber proporcionado la ayuda que había ofrecido cuando llegaron, especialmente información sobre saboteadores de los cables de electricidad.
Desde entonces, dijo, se ha reunido con soldados americanos en su casa al menos una vez a la semana, habitualmente no más de 15 minutos.
"No soy un informante, pero les ayudo a explicar la situación aquí", dijo en su bien cuidado salón, adornado con un aparato de televisión Toshiba nuevo, una instalación de sonido, una máquina de karaoke y 15 jarrones con flores de plástico.
Ahmed, que trabaja en el despacho del alcalde, aparecía en dos listas de informantes que circularon en el pueblo y en la cercana ciudad de Baiji, 120 millas al norte de Bagdad. Bajo el rótulo, "En nombre de Dios, el misericordioso y el piadoso", cada lista incluía alrededor de 20 nombres y, el último mes, los volantes eran distribuidos antes del amanecer en las puertas y en las oficinas públicas. En la primera lista, él aparecía en el número 10; en la segunda, en el cuarto lugar. Dice que contó a los americanos sobre dos hombres que habían repartido los volantes, y fueron detenidos.
En la calle, alguna gente lo ha insultado tachándolo de agente -"una palabra grave", dijo. No ha sido amenazado físicamente, pero a Kamil Hatrush, otra persona que aparecía en la lista, le arrojaron una granada, aunque ni él ni sus parientes fueron heridos. Ahmed cuenta que sólo porta una pistola de 9 milímetros, evitando el más popular AK-47, que usa la mayoría de los iraquíes en el campo.
"No tengo miedo", dice Ahmed, moviendo quedamente la mano, e insistiendo en que sólo una minoría rechaza a los que trabajan con los americanos. "Si alguien quiere matarte, ¿por qué te daría primero un tiro de advertencia? Te va matar sin más".
Ahmed fue despedido del Colegio de Seguridad Nacional de Bagdad en 1983, la escuela del descontrolado aparato gubernamental de los servicios de inteligencia. Dijo que la desilusión lo había llevbado al alcoholismo, luego a trabajos temporales, y recientemente al despacho del alcalde, donde ganaba el equivalente de 2 dólares al mes.
"Si los americanos me ofrecieran un trabajo en seguridad, lo aceptaría", dijo. "Todos tenemos planes para el futuro".
Oficiales del ejército americano atribuyen la mayoría de las denuncias a la buena voluntad, sea por el deseo del informante de eliminar los vestigios del gobierno de Sadam, que son impopulares incluso entre los suníes que dominan el norte, o para terminar con los ataques que han alterado una región todavía sin recuperarse de la caída del gobierno. La mayor Josslyn Aberle, portavoz de la 4a División de Infantería, estacionada en Tikrit, la ciudad natal de Husein, dijo que sólo "un pequeño porcentaje recibe dinero "y que el ejército chequea la denuncia antes de actuar". Ahmed negó categóricamente que buscara dinero, diciendo que colabora por el bienestar de su ciudad.
Durante el gobierno de Husein, las denuncias eran estimuladas y pagadas, y los informantes protegidos por el servicio de inteligencia, un método de control despreciado pero crucial para los 35 años de gobierno del Partido Baaz. Algunos residentes locales afirmaron hoy que algunas personas en la nueva hornada de informantes -los que están dispuestos a desafiar las crecientes amenazas- han comenzado a cobrar por su protección o vendido sus servicios como intermediarios con las fuerzas americanas.
Fuera de la casa de Ahmed, un grupo de hombres espera en un aporreado Toyota blanco; son parientes que han acudido a Ahmed a pedirle ayuda para recuperar un coche que ha sido requisado por los americanos.
Durante el fin de semana, los familiares de cinco hombres detenidos por tropas americanas cerca de su base en Baiji dijeron que habían pagado a Ahmed con una cabra, de un valor de 30 dólares, para asegurar la libertad de los hombres. Ahmed lo negó.
En Samara, a cerca de 65 millas al norte de Bagdad, Abdel-Razzaq Shakr, hermano del alcalde de la ciudad, apareció en otra lista repartida en la ciudad hace dos semanas, con al menos seis nombres de personas sospechosas de ser informantes. Residentes locales dijeron que alguna gente del pueblo había acudido a Shakr para que les ayudara ante las fuerzas americanas a recuperar sus armas y desviar las sospechas de amigos y parientes.
Shakr reconoció entregar información a los americanos sobre los baazistas, pero negó aceptar dinero de los residentes locales.
"No he tomado ni un solo centavo", dijo Shakr, 45, en el paro. "Al contrario, quiero dejar una huella en nuestra ciudad, para que nuestros hijos agradezcan a sus padres por lo que hicieron".
Una granada fue arrojada a su casa el 18 de julio. Cayó en el patio cerca de un mandarino, hizo añicos los cristales, pero no hirió a nadie. Otra persona de la lista, Mustafá Sadeq Abboudi, fue herido en un brazo por un disparo de un AK-47. Shakr dice que posee una pistola y un rifle, pero su hermano, el alcalde Mahmoud Shakr, le ha pedido insistentemente que no busque la ayuda de las fuerzas americanas.
"Los americanos no pueden protegerle", dijo el alcalde. "Si los americanos llegaran aquí fuera, no nos acarrearía más que problemas, porque significaría que él está definitivamente colaborando con ellos".
Sentado en una silla y con una taza de té dulce en la mano, el alcalde se mostró frustrado. Las sospechas se han hecho tan comunes que más de 100 clérigos musulmanes se reunieron la semana pasada y sacaron una declaración diciendo que no hay que considerar como informantes a todos los iraquíes que trabajan con las fuerzas americanas. "Toda vez que alguien se acerca a hablar con los americanos", dijo, sacudiendo la cabeza, "creen que se trata de un informante".



LLAMADOS A LA VENGANZA
Residentes de Tuluya dijeron que no tenían dudas sobre Kerbul. Después de la operación -apodada Peninsula Strike- en el pueblo una fuerza de 4.000 soldados detuvieron a 400 residentes y los mantuvieron en una base aérea situada siete millas al norte del pueblo. Un informante, que llevaba camuflaje de desierto, con una bolsa sobre la cabeza había indicado con el dedo al menos a 15 prisioneros, cuando estaban sentados bajo el sofocante sol, con las manos atadas con plástico. Los aldeanos dijeron que pronto reconocieron sus sandalias amarillas y su pulgar derecho, que se le había quebrado por encima de la articulación en un accidente.
"Comenzamos a gritar y a chillar, ‘¡Es Sabah! ¡Es Sabah!', dijo Mohamed Abu Dhua, que estuvo retenido en la base durante siete días y cuyo hermano murió de un ataque cardíaco durante la operación. "Le preguntamos a su padre, ‘¿Por qué hace Sabah esto?'"
En el asalto murieron tres hombres y un chico de 15 años, que los aldeanos creen que eran inocentes. En pocos días, la ira del pueblo se focalizó en Kerbul, que había estado un año en prisión por hacerse pasar por un funcionario de gobierno y del que se creía que había trabajado como informante después de su liberación. Los niños en la calle cantan unas rimas hechas para él, "Hombre enmascarado, tu cara es la cara del demonio". Se oyeron llamados a la venganza -moderados por el temor de que una ejecución tribal escapara al control de los aldeanos- en muchos corrillos.
La familia de Kerbul dice que tropas americanas lo llevaron a Tikrit, de donde volvió tres semanas más tarde para alojar con parientes al otro lado del Tigris, en la aldea de Alim. Tan pronto como se supo que estaba en libertad, su hermano Salah y su tío Suleiman fueron a recogerle.
"Le enviamos un recado a su familia", dijo Alí, un coronel jubilado cuyo hermano se halla entre los que murieron durante la operación. "Tienes que matar a tu hijo. Si no lo matas, actuaremos contra tu familia".
Su padre apeló, recordó Alí, diciendo que necesitaba un permiso de las fuerzas americanas.
"Le dijimos que no éramos responsables de eso", dijo Alí. "Le dijimos ‘Tienes que matar a tu hijo'".
El cuerpo de Kerbul fue enterrado horas después de la ejecución, dijo su padre, después de ser llevado al cementerio en un Toyota blanco. Dijo que él y el hermano de Kerbul acompañaron al féretro. Salah, el hijo que hizo los disparos fatales, se quedó en casa.
Oficiales americanos en Tuluya y Tikrit dijeron que sabían de los asesinatos.
"Es justicia", dijo Abu Dhua, en su casa cerca de una curva del Tigris. "En mi opinión, merece más que la muerte".



1 agosto 2003

©The Washington Post ©traducción mQh

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