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mansión misteriosa


Asesinato en el cerro Los Feliz. La mansión en la cima del cerro donde el doctor Harold Perelson mató a su esposa y luego se suicidó en 1959, ha estado vacía desde entonces. En la casa, es como si el tiempo se hubiese detenido en 1959. Hay regalos todavía sin abrir. ¿Por qué?
[Bob Pool] Es un enigma policial que ha intrigado al barrio de Los Feliz desde 1959.
El caso criminal fue resuelto parcialmente en poco tiempo. Según los detectives de homicidios el doctor Harold Perelson aporreó a su mujer hasta la muerte con un martillo de bola, golpeó salvajemente a su hija de dieciocho y luego se envenenó a sí mismo tragándose un vaso de ácido.
Las autoridades retiraron a otros dos niños de la enorme mansión en el cerro con vista al centro de Los Angeles, clausurando la puerta principal de la mansión de media hectárea, y se marcharon.
Cincuenta años más tarde, la casa de Glendower Place sigue vacía.
Los terrenos en terraza de la mansión están salpicados por hoyos de taltuzas y la hierba que brotó después de las últimas lluvias -hierbas que los vecinos saben que se volverán marrones cuando vuelva el verano. La lluvia ha rellenado una de las fuentes. La hierba emerge por entre las grietas del camino asfaltado que lleva a la casa.
Desde fuera, pareciera que la mansión se deteriora poco a poco.
A través de los ventanales sucios y rajados, se pueden ver los muebles cubiertos de polvo, incluyendo un televisor de los años cincuenta, aparentemente congelado en el tiempo. Sobre una mesa hay lo que parece ser un alegre regalo de Navidad.
Y en los cerros cercanos al Teatro Griego, las preguntas persisten:
¿Por qué el dueño actual de la casa la mantiene tal como estaba el 6 de diciembre de 1959? ¿Volverá una familia a llenar de vida esta mansión descrita en letreros de venta en el pasado como "bonita" y "agradable"?
Construida en 1925, la casa de estilo español de tres plantas tiene un sótano que era el cuarto de la criada. La primera planta tiene un vestíbulo flanqueado por un invernadero de cristal y un enorme salón. En la parte de atrás hay un cuarto de estar, un comedor y una cocina.
En la segunda planta hay cuatro dormitorios principales. Un bien equipado bar que mide seis por once metros se encuentra en el tercer nivel.
Expertos en propiedad inmobiliaria han sugerido que la mansión, con su espectacular vista de la Cuenca de Los Angeles y la Península de Palos Verdes, podría reportar hasta 2.9 millones de dólares, de llegar a venderse.
"Desde el asesinato, no ha vivido nadie allí", dijo la doctora Chery Lewis, que se crió al otro lado de la mansión y todavía vive en el barrio.
Lewis recuerda vívidamente la mañana cuando Perelson, 50, mató a su esposa de 42 años, Lillian, y golpeó salvajemente a su hija adolescente.
Cuando los dos hijos menores despertaron con los gritos de las víctimas, Perelson les dijo que habían tenido una pesadilla, contó la hija pequeña a la policía. "Vuelvan a dormir. Fue una pesadilla", le dijo a Debbie, de once. Ella y su hermano de trece, Joel, escaparon ilesos.
Judye Perelson, de dieciocho, escapó corriendo de la mansión y llegó a duras penas a una casa vecina. Fue atendida en el Central Receiving Hospital y luego llevada al Hospital General, posiblemente con el cráneo fracturado, informó el Times al día siguiente.
"Judye llegó a nuestra puerta. Recuerdo haberme manchado con su sangre", recuerda Lewis, ahora una dentista en Beverly Hills.
"Yo trabajaba allá cuidando a los niños. En realidad, se suponía que tenía que pasar la noche siguiente con ellos".
La policía encontró a Perelson muerto en el suelo junto a la cama empapada de sangre de su mujer. Todavía tenía el martillo en su mano. En una mesita de noche junto a la cama, los detectives hallaron un ejemplar abierto de la ‘Divina Comedia’ de Dante, abierta en el Canto 1.
"A mitad de camino en el viaje de nuestra vida, me encontré a mí mismo en la oscuridad de un bosque, pues había perdido el camino recto...", decía el pasaje.
Los detectives especularon que Perelson, médico afiliado a una clínica Inglewood, estaba desesperado por sus problemas económicos.
En el coche deportivo de Judye Perelson la policía encontró una nota escrita a una tía que decía "empezó nuevamente el carrusel, los mismos problemas, los mismos aprietos, pero multiplicados por diez. Mis padres están en apuros económicos". La adolescente hablaba de buscar trabajo para ayudar a la familia.
Después del desastre, los familiares se llevaron a los niños de Perelson a la Costa Este, dijo Lewis. Se desconoce el paradero actual de los tres.
La historia del homicidio con suicidio y la mansión cerrada se ha contado y vuelto a contar innumerables veces desde entonces, toda vez que llega alguien a vivir al barrio o cuando llegan visitantes.
El pintor de brocha gorda, Steve Kalupski, se asombró un día de verano hace ocho años cuando miró hacia la mansión desde una casa vecina donde estaba trabajando. A través de una ventana sucia, dijo que pudo ver regalos apilados junto a lo que parecía ser un árbol de Navidad.
"Le pregunté a la dueña de la casa donde estábamos trabajando por qué estaba allá, y ella me contó la historia", dijo Kalupski, residente de Hollywood que ahora trabaja en una agencia publicitaria.
Sus amigos no le creyeron cuando les contó lo que había visto. Así que empezó el ritual de llevarlos al cerro Los Feliz para mostrarles la mansión abandonada. Hace dos meses llevó allá a la empresaria de internet de Hollywood, Babette Papaj. "Estaba oscuro y me dio miedo. No me atreví a salir del coche", dijo.
Sheree Waterson, una vecina de Glendower Place, dijo que un amigo de ella trató una noche de entrar a la mansión en lo que describe como un "momento de Nancy Drew".
La mujer empujó una puerta trasera y entró, pero no llegó demasiado lejos porque sonó la alarma antirrobo. Se volvió y se marchó, bromeando más tarde sobre  "fantasmas" cuando volvió a casa de Waterson. Pronto sintió un punzante dolor en la mano.
"Había sido mordida por una viuda negra. Se le empezó a hinchar una vena roja. Teníamos que buscar un doctor", dijo Waterson, ejecutiva de la compañía de ropa.
"Dos noches después se echó a sonar la alarma en la puerta de atrás de mi casa. Pero no había nadie. Era como si nos estuviera siguiendo un fantasma".
Un año después del asesinato, en 1960, la mansión fue vendida en una acción por un juzgado de sucesiones a una pareja de Lincoln Heights, Emily y Julián Enríquez. Los vecinos recuerdan que la pareja visitó la casa y compraron algunos muebles que almacenaron, pero no se mudaron a vivir allá.
Con el tiempo, la mansión empezó a deteriorarse. Las lámparas antiguas que databan de los años veinte, desaparecieron del jardín.
Con los años los vecinos dicen que han ayudado a mantener la propiedad pintando un garaje que da a la calle y arreglando el jardín. Colocaron una cadena en el camino que lleva a la parte de atrás de la mansión, dando a cada residente una llave del candado.
Hace algunos años el ayuntamiento exigió que el dueño actual, Rudy Enríquez, remplazara el estuco que se había descascarado de las paredes laterales y del frontis de la casa y volviera a pintar la casa, dicen los vecinos.
"Tuvimos problemas serios", explicó Jude Margolis, ex vecina que ahora vive en Hancock Park.
"Empezaron a llegar putas. Todo el mundo llevaba allá a sus invitados. Una noche estaba sentada fuera y vi a un grupo de gente haciendo picnic en el patio trasero", contó Margolis, artista. (La alarma antirrobo fue instalada después de eso).
Enríquez heredó la mansión cuando murió su madre en 1994. Desde entonces, ha sido aproximado muchas veces por compradores potenciales, pero se ha negado a vender. Les dice a todos que todavía no decide qué hacer con la propiedad.
"Le pregunté que por qué no la arrendaba. No puedes tener una casa vacía durante cincuenta años sin que se arruine. Ahora está para ser demolida. Es una pena", dijo Margolis.
Enríquez nunca la invitó a la mansión cuando la visitó. Otro vecino, Steven Hurley, tampoco ha estado nunca dentro.
"Circulan todo tipo de historias sobre la casa. Rudy es un hombre muy amable. Simplemente no tiene ningún interés en hacer nada con la casa. No la venderá nunca", dijo Hurley, gerente de ventas de una compañía de electricidad.
Enríquez, gerente de una tienda de discos jubilado, dijo que no tiene planes específicos. "No sé dónde quiero vivir. No sé si quiero quedarme aquí", dijo. Podría marcharse a Hawai o a Arizona, agregó.
Pero eso no tiene nada que ver con el violento pasado de la mansión.
"Nunca la he visto como si estuviera embrujada", dijo. "Durante un tiempo tuve dos gatos en la casa y tenía que ir a menudo a alimentarlos. Todavía voy allá a menudo -de hecho, estuve allá la noche pasada. Creo que voy a ir más a menudo.
"La única cosa espeluznante que hay allá soy yo. Diga a la gente que recen todas las mañanas y noches y estarán bien".

Robin Mayper contribuyó a este reportaje.

15 de febrero de 2009
6 de febrero de 2009
©los angeles times
cc traducción mQh
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