Blogia
mQh

ángel en burdel


[Stephen Franklin] Antes que volver a su pueblo con las manos vacías, decidió quedarse en Guatemala a trabajar de puta.
Tecún Umán, Guatemala. Acurrucada sobre la mesa de un bar una mañana cada vez más calurosa, Erika espera.
Espera clientes, para tener dinero que enviar a casa, espera algo, cualquier cosa que la pueda liberar del vicioso burdel.
Cuando espera a los clientes del día, un borracho de edad mediana sentado a una mesa en un rincón empieza a gritar. El burdel es un poco más sucio y barato que los otros cincuenta que hay en el pueblo y que atienden a inmigrantes, pandilleros, contrabandistas y otros viajeros.
Mientras más grita, más tratan las dos mujeres junto a él de calmarlo. Están determinadas a convencerlo a que vaya a uno de sus pequeños cuartos sin ventilación a unos metros, detrás de la cortina.
Ellas también son inmigrantes centroamericanas que se desligaron de la infinita corriente de gente que corre hacia el norte en busca de su sueño americano. Las dos están en los veinte, pero el burdel también tiene trabajadoras que son menores de edad, dice Erika.
Erika pide una cerveza, que paga un cliente, y se sienta. Es una mujer fornida en apretados shorts y ceñido top. Tiene 31 años, y se ve como si le costara llevar cada uno de esos años.
Devuelta hace algunos años cerca de la frontera estadounidense por funcionarios de inmigración mexicanos, decidió quedarse en Tecún Umán y trabajar en un burdel antes que volver a casa en El Salvador y admitir ante sus cuatro hijos que no podía mantenerlos.
"Creen que soy un ángel", dice, sonriendo, y explica que hijos piensan que el dinero que envía a casa se lo gana trabajando en un restaurante.
El dinero entra desde las nueve de la mañana hasta medianoche, siete días a la semana, en un pequeño cuarto de cemento, de color gris, sin ventilación, en la parte de atrás del burdel, donde recibe seis dólares por cliente. Por cada cliente tiene que pagar un dólar al dueño del burdel.
En los días buenos, dice, atiende a ocho hombres. Uno de sus clientes fijos le ha prometido llevarla con él a Estados Unidos, pero ella no le cree. Fue golpeada por tres hombres en el cuarto del burdel. Uno le pegó con un machete.
Es el mismo cuarto y cama donde duerme con dos ositos de peluche blancos, un álbum de fotos de sus hijos y una mesa, y todas sus ropas amontonadas unas sobre otras. Del techo cuelga una barra fluorescente desnuda.
No tiene más opción que vivir aquí. Son las reglas del burdel.
Tiene miedo de que si se va, los dueños del burdel la atraparan y traerán de vuelta. O pero, podrían ir a su pueblo en El Salvador y tratar de chantajearla, dice.
"Todos los días son lo mismo", dice, elevando la voz por sobre el amplificador del burdel. "Mi cuerpo se estremece. Es una sensación terrible. No te abandona nunca. Ruego a Dios todos los días que me saque de aquí".

28 de diciembre de 2005

©chicago tribune
©traducción mQh

1 comentario

k -

Hola pobre alma perdida, lucha por desaparecir junto a t sombra. Ahí no sobrevirás, este cuarto no es común. Y el tiempo corre.
Suerte