nueva clase de recluidos en japón 1
[Maggie Jones] Los chicos se recluyen en sus cuartos, y pueden estar ahí durante varios meses, o años.
Una mañana, cuando tenía 15 años, Takeshi cerró la puerta de su dormitorio y no volvió a salir en los siguientes cuatro años. No fue a la escuela. No buscó trabajo. No tenía amigos.Mes tras mes pasó 23 horas al día en un cuarto no más grande que un colchón grande, donde comía bolas de masa, arroz y otros restos de lo que había cocinado su madre, miraba programas de juegos en la televisión y escuchaba Radiohead y Nirvana. Dijo: "Todo lo que fuera oscuro y sonara desesperado".
No hace mucho me reuní con Takeshi en las afueras de Tokio, poco después de que finalmente dejara la casa de sus padres para incorporarse a un programa llamado Nuevo Comienzo. Estaba demacrado, su cara de aspecto enfermizo, despeinado, el pelo teñido de castaño rojizo, y con la intensidad de un estudiante universitario novato. "No te rías, pero los músicos me ayudaron realmente, especialmente Radiohead", me dijo, a través de un intérprete, antes de garabatear unas letras de canciones en inglés en mi cuaderno de notas. "Eso me alentó a salir de mi cuarto".
La noche que conocí a Takeshi, estábamos en una de las cenas informales, tres veces a la semana, de Nuevo Comienzo, un centro comunitario donde el ambiente es como el de una residencia universitaria -una diana clavada a la pared sobre una enorme mesa de comedor, un desgastado sillón y sillas rellenadas abundantemente frente a un televisor a todo volumen transmitiendo un partido de fútbol. Hay unas dos docenas de jóvenes sentados en las sillas o en esteras tatami, comiendo tallarines y sopa ruidosamente y hablando de películas y música. La mayoría de ellos eran veinteañeros. Y muchos tenían pasados muy similares al de Takeshi.
Junto a nosotros estaba Shuichi, el que, como Takeshi, pidió que sólo usara su nombre de pila para proteger su privacidad. Tenía 20, llevaba vaqueros de talle bajo en su delgado cuerpo y el pelo corto, como Rod Stewart de los años setenta, y soñaba con convertirse en guitarrista. Hace tres años abandonó la escuela secundaria y se convirtió en un recluso durante un miserable año hasta que un terapeuta lo persuadió de incorporarse al Nuevo Comienzo. Detrás de él un joven estaba sentado en el sillón, con pequeñas gafas de marco de metal y una sonrisa tímida. Agachaba la cabeza al hablar, y su voz era tan tenue que me tenía que inclinar para poder oírlo. Después de años de ser intimidado en la escuela y de no tener amigos, Y.S., como pidió ser identificado, se retiró en su cuarto a los 14 y empezó a mirar televisión, a navegar por internet y a armar modelos de coches durante 13 años. Cuando finalmente salió de su cuarto una tarde de abril del año pasado, había pasado recluido la mitad de su vida. Como Takeshi y Shuichi, Y.S. sufría de un problema conocido en Japón como hikikomori, que se traduce como ‘reclusión’ y se refiere a una persona secuestrada en su cuarto durante seis o más meses sin más vida social que la de su casa. (La palabra es un substantivo que describe tanto el problema como a la persona que lo sufre y es también un adjetivo, como ‘alcohólico’). Algunos hikikomori salen ocasionalmente de sus cuartos para comer con sus padres, o salen tarde por la noche a las tiendas nocturnas o, como en el caso de Takeshi, una vez al mes a comprar discos compactos. Y aunque también existen las hikikomori femeninas, y pueden estar sub-representadas, los expertos calculan que un 80 por ciento de los hikikomori son varones, algunos de apenas 13 o 14 y que pueden vivir en sus cuartos durante quince o más años.
Corea del Sur y Taiwán han informado sobre un aumento de los hikikomori, y en Japón haber existido toda la vida. Pero sólo en la última década y sólo en Japón el hikikomori se ha convertido en un fenómenos social. Como la anorexia, que se limita en gran parte a las culturas occidentales, el hikikomori es un trastorno cultural que emerge en el país en particular en momentos específicos de su historia.
A medida que el problema se ha extendido en Japón, ha surgido también una industria en su entorno. Hay grupos de apoyos para familiares, psicólogos que se especializan en el tema (incluyendo a uno que aconseja a los reclusos a través de internet) y varios otros tratamientos a medio camino, como el Nuevo Comienzo, que ofrecen residencias y formación laboral. Sin embargo, a pesar de toda la atención que recibe, el hikikomori sigue siendo confuso. La opinión pública japonesa responsabiliza a todo de su emergencia, desde las madres agobiantes hasta los padres recargados de trabajo y ausentes, desde los matones en las escuelas hasta una economía mediocre, desde las presiones académicas hasta los videojuegos. "A veces me pregunto si acaso entiendo este problema", me confesó una tarde Shinako Tsuchiya, miembro del Parlamento, en su oficina en Tokio. Tiene un grupo de estudio sobre el hikikomori, pero la mayoría de sus colegas muestran poco interés, y el gobierno todavía no destina fondos para su estudio. "No comprenden lo grave que es".
Puede deberse parcialmente a que la dimensión del problema es frustrantemente elusivo. Un importante psiquiatra dice que hay un millón de japoneses que sufren de hikikomori, lo que, si es verdad, quiere decir que se trata del uno por ciento de la población japonesa. Incluso otras estimaciones más conservadoras, de entre 100 mil a 320 mil pacientes, son alarmantes, dadas las graves consecuencias que tiene. A medida que un paciente envejece, las posibilidades de que vuelva a entrar al mundo son menores. En realidad, algunos expertos predicen que la mayoría de los hikikomori que se recluyen durante un año o más no se recuperan nunca. Eso significa que incluso si salen de sus cuartos, no obtendrán un trabajo de tiempo completo o no tendrán una relación de largo plazo. Y algunos no saldrán nunca de casa. En muchos casos, sus padres se acercan a la jubilación y una vez que mueran, el destino de los recluidos -cuyas habilidades sociales y laborales, si las tuvieron alguna vez, se habrán atrofiado- es un interrogante.
No es solamente un problema para los hikikomori y sus familias sino también para un país que ha venido luchando contra una economía decaída, una tasa de nacimientos que cae en picado y lo que se ha dado en llamar crisis juvenil. Desde 1990, la tasa de ‘rechazo a la escuela’ (chicos que no asisten a la escuela durante un mes o más en el año, que a veces precede el hikikomori) se ha duplicado. Y junto a los pacientes de hikikomori, cientos de miles de hombres y mujeres jóvenes no están trabajando ni estudiando. Después de 15 años de lento crecimiento, los trabajos de jornada completa de la generación anterior han desaparecido y su lugar es a menudo ocupado por trabajos de medio tiempo y la sensación de desesperanza sobre el futuro entre muchos japoneses.
Además de la economía, la cultura japonesa y los roles de sexo juegan un importante papel en el fenómeno hikikomori. "Los hombres empiezan a sentir la presión en la escuela secundaria, y su éxito se define en gran parte en un par de años", dice James Roberson, antropólogo cultural en el Instituto Jogakkan de Tokio, y editor del libro ‘Men and Masculinities in Contemporary Japan’ [Los hombres y la masculinidad en Japón contemporáneo]. "El hikikomori es una resistencia contra esa presión. Algunos de ellos dicen: ‘A la mierda con todo eso. No me gusta y no me sirve’". Además, esta es una sociedad en la que los chicos pueden descolgarse. En Japón, los niños viven comúnmente con sus padres hasta la veintena, y a pesar de la depresión económica, hay muchos padres que pueden permitirse mantener a sus hijos indefinidamente, y lo hacen. Como dijo un experto en el fenómeno: "Los padres japoneses piden a sus hijos que vuelen, al mismo tiempo que los sujetan firmemente de los tobillos".
Uno de los resultados es el surgimiento de una nueva clase marginal de jóvenes que no pueden o no quieren vivir en un mundo con trabajos de jornadas completas y que conforman un fuerte contrapunto de la persistente imagen de Japón como un país que rebosa de asalariados industriosos. "Antes creíamos que todos éramos iguales", dice Noki Futagami, fundador de Nuevo Comienzo. "Pero la brecha se está agrandando. Sospecho que habrá una bipolarización de esta sociedad. Habrá un grupo de gente que puede sobrevivir en el mundo global. Y habría otros, como los recluidos, los que no pueden vivir en ese mundo".
No hace mucho me reuní con Takeshi en las afueras de Tokio, poco después de que finalmente dejara la casa de sus padres para incorporarse a un programa llamado Nuevo Comienzo. Estaba demacrado, su cara de aspecto enfermizo, despeinado, el pelo teñido de castaño rojizo, y con la intensidad de un estudiante universitario novato. "No te rías, pero los músicos me ayudaron realmente, especialmente Radiohead", me dijo, a través de un intérprete, antes de garabatear unas letras de canciones en inglés en mi cuaderno de notas. "Eso me alentó a salir de mi cuarto".
La noche que conocí a Takeshi, estábamos en una de las cenas informales, tres veces a la semana, de Nuevo Comienzo, un centro comunitario donde el ambiente es como el de una residencia universitaria -una diana clavada a la pared sobre una enorme mesa de comedor, un desgastado sillón y sillas rellenadas abundantemente frente a un televisor a todo volumen transmitiendo un partido de fútbol. Hay unas dos docenas de jóvenes sentados en las sillas o en esteras tatami, comiendo tallarines y sopa ruidosamente y hablando de películas y música. La mayoría de ellos eran veinteañeros. Y muchos tenían pasados muy similares al de Takeshi.
Junto a nosotros estaba Shuichi, el que, como Takeshi, pidió que sólo usara su nombre de pila para proteger su privacidad. Tenía 20, llevaba vaqueros de talle bajo en su delgado cuerpo y el pelo corto, como Rod Stewart de los años setenta, y soñaba con convertirse en guitarrista. Hace tres años abandonó la escuela secundaria y se convirtió en un recluso durante un miserable año hasta que un terapeuta lo persuadió de incorporarse al Nuevo Comienzo. Detrás de él un joven estaba sentado en el sillón, con pequeñas gafas de marco de metal y una sonrisa tímida. Agachaba la cabeza al hablar, y su voz era tan tenue que me tenía que inclinar para poder oírlo. Después de años de ser intimidado en la escuela y de no tener amigos, Y.S., como pidió ser identificado, se retiró en su cuarto a los 14 y empezó a mirar televisión, a navegar por internet y a armar modelos de coches durante 13 años. Cuando finalmente salió de su cuarto una tarde de abril del año pasado, había pasado recluido la mitad de su vida. Como Takeshi y Shuichi, Y.S. sufría de un problema conocido en Japón como hikikomori, que se traduce como ‘reclusión’ y se refiere a una persona secuestrada en su cuarto durante seis o más meses sin más vida social que la de su casa. (La palabra es un substantivo que describe tanto el problema como a la persona que lo sufre y es también un adjetivo, como ‘alcohólico’). Algunos hikikomori salen ocasionalmente de sus cuartos para comer con sus padres, o salen tarde por la noche a las tiendas nocturnas o, como en el caso de Takeshi, una vez al mes a comprar discos compactos. Y aunque también existen las hikikomori femeninas, y pueden estar sub-representadas, los expertos calculan que un 80 por ciento de los hikikomori son varones, algunos de apenas 13 o 14 y que pueden vivir en sus cuartos durante quince o más años.
Corea del Sur y Taiwán han informado sobre un aumento de los hikikomori, y en Japón haber existido toda la vida. Pero sólo en la última década y sólo en Japón el hikikomori se ha convertido en un fenómenos social. Como la anorexia, que se limita en gran parte a las culturas occidentales, el hikikomori es un trastorno cultural que emerge en el país en particular en momentos específicos de su historia.
A medida que el problema se ha extendido en Japón, ha surgido también una industria en su entorno. Hay grupos de apoyos para familiares, psicólogos que se especializan en el tema (incluyendo a uno que aconseja a los reclusos a través de internet) y varios otros tratamientos a medio camino, como el Nuevo Comienzo, que ofrecen residencias y formación laboral. Sin embargo, a pesar de toda la atención que recibe, el hikikomori sigue siendo confuso. La opinión pública japonesa responsabiliza a todo de su emergencia, desde las madres agobiantes hasta los padres recargados de trabajo y ausentes, desde los matones en las escuelas hasta una economía mediocre, desde las presiones académicas hasta los videojuegos. "A veces me pregunto si acaso entiendo este problema", me confesó una tarde Shinako Tsuchiya, miembro del Parlamento, en su oficina en Tokio. Tiene un grupo de estudio sobre el hikikomori, pero la mayoría de sus colegas muestran poco interés, y el gobierno todavía no destina fondos para su estudio. "No comprenden lo grave que es".
Puede deberse parcialmente a que la dimensión del problema es frustrantemente elusivo. Un importante psiquiatra dice que hay un millón de japoneses que sufren de hikikomori, lo que, si es verdad, quiere decir que se trata del uno por ciento de la población japonesa. Incluso otras estimaciones más conservadoras, de entre 100 mil a 320 mil pacientes, son alarmantes, dadas las graves consecuencias que tiene. A medida que un paciente envejece, las posibilidades de que vuelva a entrar al mundo son menores. En realidad, algunos expertos predicen que la mayoría de los hikikomori que se recluyen durante un año o más no se recuperan nunca. Eso significa que incluso si salen de sus cuartos, no obtendrán un trabajo de tiempo completo o no tendrán una relación de largo plazo. Y algunos no saldrán nunca de casa. En muchos casos, sus padres se acercan a la jubilación y una vez que mueran, el destino de los recluidos -cuyas habilidades sociales y laborales, si las tuvieron alguna vez, se habrán atrofiado- es un interrogante.
No es solamente un problema para los hikikomori y sus familias sino también para un país que ha venido luchando contra una economía decaída, una tasa de nacimientos que cae en picado y lo que se ha dado en llamar crisis juvenil. Desde 1990, la tasa de ‘rechazo a la escuela’ (chicos que no asisten a la escuela durante un mes o más en el año, que a veces precede el hikikomori) se ha duplicado. Y junto a los pacientes de hikikomori, cientos de miles de hombres y mujeres jóvenes no están trabajando ni estudiando. Después de 15 años de lento crecimiento, los trabajos de jornada completa de la generación anterior han desaparecido y su lugar es a menudo ocupado por trabajos de medio tiempo y la sensación de desesperanza sobre el futuro entre muchos japoneses.
Además de la economía, la cultura japonesa y los roles de sexo juegan un importante papel en el fenómeno hikikomori. "Los hombres empiezan a sentir la presión en la escuela secundaria, y su éxito se define en gran parte en un par de años", dice James Roberson, antropólogo cultural en el Instituto Jogakkan de Tokio, y editor del libro ‘Men and Masculinities in Contemporary Japan’ [Los hombres y la masculinidad en Japón contemporáneo]. "El hikikomori es una resistencia contra esa presión. Algunos de ellos dicen: ‘A la mierda con todo eso. No me gusta y no me sirve’". Además, esta es una sociedad en la que los chicos pueden descolgarse. En Japón, los niños viven comúnmente con sus padres hasta la veintena, y a pesar de la depresión económica, hay muchos padres que pueden permitirse mantener a sus hijos indefinidamente, y lo hacen. Como dijo un experto en el fenómeno: "Los padres japoneses piden a sus hijos que vuelen, al mismo tiempo que los sujetan firmemente de los tobillos".
Uno de los resultados es el surgimiento de una nueva clase marginal de jóvenes que no pueden o no quieren vivir en un mundo con trabajos de jornadas completas y que conforman un fuerte contrapunto de la persistente imagen de Japón como un país que rebosa de asalariados industriosos. "Antes creíamos que todos éramos iguales", dice Noki Futagami, fundador de Nuevo Comienzo. "Pero la brecha se está agrandando. Sospecho que habrá una bipolarización de esta sociedad. Habrá un grupo de gente que puede sobrevivir en el mundo global. Y habría otros, como los recluidos, los que no pueden vivir en ese mundo".
15 de enero de 2006
©new york times
©traducción mQh
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