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princesa stripteasera en el diván 2


[Keith O’Brien] Lucy Wightman tenía un exitoso consultorio psicológico en South Shore hasta que su pasado se hizo público. Ahora, después de la acusación, la mujer que en el pasado era la más conocida stripteasera de Boston, defiende su segunda vida como terapeuta, y trata de salvar su dignidad.
Joyce Rossi estaba desesperada en el otoño de 2000. Su hija, Marissa, una novata en la Escuela Secundaria Arzobispo Williams en Braintree, se estaba matando de hambre, y sus primeros intentos de encontrar un psicólogo habían fracasado. Un nutricionista le recomendó una psicóloga de Hingham, Lucy Wightman. "Me formé realmente una muy buena opinión de ella", dijo Joyce Rossi. Wigthman era elocuente y encantadora. Parecía saber un montón sobre trastornos alimentarios y dijo que tenía experiencia con niñas anoréxicas. Marissa Rossi, que ahora tiene 19 años y estudia en el Instituto Skidmore, fue a ver por primera vez a Wightman a principios de 2001. E incluso aunque Marissa dice que ella era una "adolescente cabreada" en esa época, su relación con la terapeuta marchó bien. "Simplemente no se parecía en nada a lo que yo creía que era una psicóloga", dice Marissa. Wigthman era informal, agradable, segura de sí misma, y simpática. Era como una amiga, más que una terapeuta, recuerda Marissa.
Algunos padres encontraron un problema. "Decía que no aceptaba asegurados", recuerda una madre de Braintee cuya hija también vio a Wightman por un trastorno alimentario hace seis años. "Le pregunté por qué y me dijo que a ella simplemente no le gustaba la institución de los seguros y toda la burocracia que implicaba. Simplemente quería que la pagaran directamente".
Cuando Al Deluca, 38, empezó a ver a Wightman en el verano de 2003 para hablar sobre sus problemas maritales, dice que Wightman le dijo que no lo declarara en el seguro, porque no tenía licencia. Sin embargo, muchos pacientes creían que sí la tenía. La palabra ‘psicología’ estaba en el nombre de su consultorio, y eso, de acuerdo a Eric Harris, abogado para la Asociación Psicológica de Massachusetts, es suficiente para demostrar que un practicante no autorizado está violando la ley. Su dirección de correo electrónico es "Dr. Wightman". Sus facturas llevan impreso el título "Lucy Wightman, Ph.D."
"Se subentendía", dice Rossi, "que era una psicóloga".
Aunque en Massachusetts una persona puede practicar legalmente la psicoterapia sin contar con una licencia, una ley del estado exige que los psicólogos tengan un diploma en psicología en algún programa doctoral reconocido por el estado, y que cuenten con una licencia otorgada por la División de Licencias Profesionales. Los psicólogos con licencia también deben contar con dos años de preparación supervisada. Deben seguir cursos específicos, aprobar un examen y satisfacer normas de educación continuada mucho después de que hayan claveteado sus diplomas a la pared.
Aunque Wightman emprendió ese camino en el pasado, nunca solicitó ni recibió un permiso para abrir un consultorio como psicóloga en Massachusetts. Con un diploma de bachiller del Instituto Emerson de 1985 en la mano, sacó su maestría en psicoterapia en el Instituto Lesley en 1996. Luego asistió a la Escuela de Psicología Profesional de Massachusetts MSPP.
No cabía duda, dice su amiga y colega Katy Aisenber, un psicóloga de Cambridge, que Wightman tenía talento. "Creo que si Lucy hubiera querido ser psicóloga, lo podría haber sido muy fácilmente", dice. De hecho, Aisenberh creía que Wightman tenía su licencia y dice que ella en los últimos años incluso envió clientes a su colega de South Shore.
Pero Wightman nunca sacó un doctorado de la MSPP ni de ningún otro instituto acreditado. En un e-mail de diciembre pasado, dice que dejó el instituto cuando estaba trabajando en su tesis y después de que una estudiante la denunciara. La estudiante, de acuerdo a Wightman, dijo a personal del instituto que había estado practicando sin tener licencia -algo que Wightman admite que hacía, aunque dice que estaba bajo la supervisión no pagada de un psicólogo licenciado en esa época y psicólogos y consejeros escolares le habían dicho que esa fórmula era ética. La misma estudiante, escribió Wightman, mencionó también su pasado como stripteasera, relacionándola con un funcionario de la prisión donde estaba internada. "Yo había logrado romper con mi pasado remoto y empezar a hacer algo importante", escribió Wightman en un e-mail. El funcionario de la prisión buscó antecedentes sobre Wightman en internet, la confrontó con fotografías, y le dijo que las reclusas conocían su vida anterior.
"Me destrozó", escribió Wightman, agregando que se retiró de la escuela algunas semanas después. Fue una decisión que Wightman lamenta ahora. Pero no pide disculpas por comprar su diploma de doctora al Concordia College & University, de República Dominicana, una institución online que no es reconocida por el estado de Massachusetts y que se jacta en su página en internet de que puede entregar un diploma en cuestión de días. Dice que ella pensaba que eso era legítimo. "Lo vi", escribió, "como el único modo de salvar todos esos años en la escuela".

"Ahora mismo tengo mi agenda completa", escribió Wightman en un e-mail a mediados de noviembre. Se refería a su práctica, todavía funcionando y aparentemente próspera. Había cambiado el nombre. Ahora se llama South Shore Psychology, lo que es legalmente una notable distinción. A la gente que va a verla no le interesa cómo se llame ella a sí misma. "Creo que cometió un error el usar la palabra ‘psicología’ en el nombre de su consulta. Pero no creo que lo que hizo merezca toda la atención y todas las acusaciones que se han hecho contra ella", dice Al Deluca. "Creo que Lucy está siendo manipulada. Si este asunto sobre su pasado como stripteasera no se hubiera conocido nunca, todo este delirio se habría acabado".
Es un argumento popular entre los partidarios de Wightman, y pueden tener razón. La mayoría de las violaciones de licencia en el estado -de acuerdo a George Weber, director suplente de la División de Licencias Profesionales, hay 49 casos pendientes- no llega a primera plana. Pero lo hace interesante la historia de Wightman es lo mismo que la hacía interesante hace 25 años: Va contra lo normal. Del mismo modo que un tipo de clientes no esperaba encontrar una stripteasera tan inteligente o tan ambiciosa como la Princesa Cheyenne en la Combat Zone, tampoco otros esperaban que su terapeuta fuera una psicóloga no reconocida con un pasado poco convencional.
No todos sus clientes se escandalizaron con su pasado. Algunos oyeron fragmentos de Wigthman misma durante sus sesiones. Otros oyeron rumores. Marissa Rossi, por ejemplo, dice que se enteró de que Whightman había sido stripteasera por otra estudiante -también cliente de Wightman- en el instituto.
En esa época, dice Marissa, admiraba a Wightman, y aceptaba como un hecho todo lo que decía. No le importaban los rumores sobre su pasado como stripteasera y todavía no le importan, ahora que sabe que son verídicos. "Todos tenemos un pasado", dice Marissa. Pero sí siente que fue timada, que alguien en quien confiaba incluso le "lavó el cerebro". "Porque mintió sobre sus capacidades y sus credenciales como psicóloga autorizada", dice Marissa. "Que no era".
Laura Murphy, que, como Marissa Rossi, aparece como víctima en la acusación, coincide. Murphy, que vive en Cohasset, llevó a uno de sus hijos a ver a Wightman en 2001 para un examen neuro-psicológico ordenado por el médico de cabecera para determinar si un envenenamiento por plomo había causado daños cerebrales. Aunque este tipo de análisis requiere un adiestramiento especializado, además de una licencia profesional, Wightman siguió adelante con él, dice Murphy, y recomendó clases especiales. Murphy no atendió el consejo, ni lo siguió, una decisión que demostró ser finalmente correcta. Ahora quiere excusas. "Hizo algo en lo que no estaba calificada", dice Murphy, "y tenemos la suerte de que no causara un impacto negativo en nuestro hijo".
La terapia es sobre todo confianza, gira sobre la revelación de nuestros secretos o temores más íntimos en la esperanza de que hablar sobre ellos nos llevará a mejorar nuestras vidas. Algunos clientes creen que Wightman les ayudó a eso. Otros opinan que se violó su confianza, y cuando analizan los hechos, estos clientes ven a una mujer que montó un elaborado espectáculo.
En cierto sentido, no era nada nuevo para Wightman. En el libro de 1995, ‘Ivy League Stripper’, Heidi Mattson describe su trabajo en Foxy Lady, en Providence, documentando cómo ella y otras bailarinas exóticas acostumbraban a manipular a los clientes. Su objetivo: dar a hombres corrientes y solitarios un rayo de esperanza de que ellos podrían volver a casa con unas mujeres guapas que bailarían desnudas ante ellos. Las mujeres cogían el dinero y se marchaban. No había sentimientos de culpa. No había vínculos. Era simplemente un negocio.
Todas lo hacían, dice Mattson, ahora una madre de tiempo completo que vive en California del Sur. Todas jugaban el juego. Pero nadie, me dice Mattson, era mejor en manipular a la gente que su colega la Princesa Cheyenne, la stripteasera más inteligente que conoció en su vida.

22 de enero de 2006

©boston globe
©traducción mQh

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