cruda política en iraq
[David Ignatius] Es una buena decisión que Estados Unidos se niegue a pagar las cuentas de un gobierno que no tenga la unidad de Iraq como su principal prioridad.
Desde el punto de vista estadounidense, las elecciones en Iraq han dado a Oriente Medio una demostración de la ley de Murphy: Todo lo que puede salir mal, saldrá mal. En medio de la resultante confusión política, el gobierno de Bush está adoptando el famoso consejo de Yogi Berra de mantener una paciente testarudez: Todavía no termina.
La política iraquí entró en una fase decisiva con las elecciones de diciembre, que eligieron al parlamento que deberá elegir al nuevo gobierno permanente de Iraq. Como diría Yogi, es la temporada de la liga. De momento, no se ha desarrollado como había esperado Estados Unidos.
Los iraquíes votaron en diciembre a los partidos confesionales, contrariando las expectativas americanas de que muchos de ellos volverían a votar por los partidos laicos que se postulan por encima de los vínculos religiosos. Luego, el domingo, en otro revés, el bloque chií dominante conocido como la Alianza Unida Iraquí, confundió las esperanzas de Washington y nominó para el siguiente primer ministro al titular Ibrahim Jafari, al que muchos iraquíes critican por incompetencia. Lo peor de todo, la eminencia gris en la elección de Jafari fue el impetuoso líder de una milicia chií que es un enemigo jurado de Estados Unidos, Moqtada Sáder. Y apostando por Jafari se encontraba también el peripatético Ahmed Chalabi, que sueña con ser el zar económico del próximo gobierno.
Pero todavía no ha terminado. En una ronda de los trapicheos y negocios que rivaliza con Tammany Hall [organización política de los demócratas de Nueva York hasta comienzos del siglo 20 que buscaba el poder político por medio de la corrupción y el padrinaje], los líderes kurdos y sunníes de Iraq -respaldados por la embajada de Estados Unidos en Bagdad- exigen la formación de un gobierno amplio de unidad nacional. Y han adoptado una postura dura frente a la coalición chií: amenazando con formar un gobierno alternativo si no se satisface sus demandas.
Los partidos kurdos, que mantienen la balanza de poder, lograron ponerse de acuerdo en cuanto a sus exigencias para una reunión el 22 de enero, en su bastión de Salahuddin, de un gobierno nacional de coalición. Funcionarios estadounidenses, que respaldan lo que han estado llamando los principios de Salahuddin me pasaron las actas de la reunión. Se trata básicamente de una hoja de ruta para crear el tipo de amplia coalición que podría llevar estabilidad a Iraq y, al mismo tiempo, justificar la enorme cantidad de dinero y vidas que ha gastado el gobierno de Bush en Iraq.
El documento de Salahuddin llama a la formación de un gobierno compuesto por los cuatro partidos más grandes: la alianza chií, la alianza kurda, una coalición de partidos sunníes y la lista laica de Ayad Allawi. La insistencia en incluir a Alawi es un ataque directo contra la facción de Sáder, que cree (correctamente) que Alawi trató de destruir a Sáder y su milicia cuando era primer ministro interino.
Para alcanzar el consenso, el documento Salahuddin llama a la formación de un Consejo de Seguridad Nacional que incluiría a líderes de los principales partidos políticos y, de acuerdo al documento, "definiría políticas que reflejen la unidad nacional y tomen decisiones basadas en acuerdos". El documento también se hace eco de la insistencia del gobierno de Bush de que los líderes de los dos ministerios de seguridad claves -Defensa e Interior- "deben ser neutrales o aceptados por todos los partidos que participen en el gobierno".
"No puede haber estabilidad política a menos que se incluya a todos los grupos", dijo el líder kurdo Barham Salih en una entrevista telefónica desde Bagdad, el miércoles. "Es por eso que la alianza kurda está trabajando en un gobierno que incluya a estos cuatro bloques políticos".
Lo que importa es que Estados Unidos acoja estos principios -con el riesgo de enajenarse a sus aliados chiíes. Zalmay Khalilzad, el embajador estadounidense en Bagdad, explicó esta semana en una entrevista telefónica, que "apoyamos las ideas básicas detrás de los principios Salahuddin. Los ministerios de Seguridad han de estar en manos de gente que cuente con un amplio apoyo, que sean no confesionales y que no tengan lazos con las milicias. No podemos invertir grandes cantidades de dinero en fuerzas que no cuenten con el amplio apoyo de los iraquíes. Ellos deben decidir. Nosotros decidiremos según lo que decidan ellos".
A medida que Khalilzad y otros cuentan los votos, creen que la alianza chií, con unos 130 escaños, no tiene los votos que necesita para formar un nuevo gobierno sin los kurdos. Y calculan que los partidos no-chiíes pueden reunir unos 140 votos -que técnicamente les permitiría formar un gobierno. Eso les da verdadera influencia política -lo que significa que las negociaciones están lejos de haber terminado. Khalilzad no excluye la posibilidad de que, a medida que continúan las negociaciones, Jafari podría no sobrevivir como la preferencia chií para el cargo de primer ministro. "No excluiría la posibilidad de que si ellos no se ponen de acuerdo sobre los programas y la gente, puede haber un nuevo candidato para la función de primer ministro", dice Khalilzad.
Esto es política a pelo: negociar, intermediar, tratos en la trastienda. Es un proceso sucio, especialmente contra el feo telón de fondo de las fotos de Abu Ghraib. Pero es una buena noticia que la gente que quiere un Iraq unido y democrático esté peleando con todo lo que tienen para conseguirlo -y que Estados Unidos esté advirtiendo que no pagará las cuentas de ningún gobierno que no tenga como prioridad número uno la unidad del país.
La política iraquí entró en una fase decisiva con las elecciones de diciembre, que eligieron al parlamento que deberá elegir al nuevo gobierno permanente de Iraq. Como diría Yogi, es la temporada de la liga. De momento, no se ha desarrollado como había esperado Estados Unidos.
Los iraquíes votaron en diciembre a los partidos confesionales, contrariando las expectativas americanas de que muchos de ellos volverían a votar por los partidos laicos que se postulan por encima de los vínculos religiosos. Luego, el domingo, en otro revés, el bloque chií dominante conocido como la Alianza Unida Iraquí, confundió las esperanzas de Washington y nominó para el siguiente primer ministro al titular Ibrahim Jafari, al que muchos iraquíes critican por incompetencia. Lo peor de todo, la eminencia gris en la elección de Jafari fue el impetuoso líder de una milicia chií que es un enemigo jurado de Estados Unidos, Moqtada Sáder. Y apostando por Jafari se encontraba también el peripatético Ahmed Chalabi, que sueña con ser el zar económico del próximo gobierno.
Pero todavía no ha terminado. En una ronda de los trapicheos y negocios que rivaliza con Tammany Hall [organización política de los demócratas de Nueva York hasta comienzos del siglo 20 que buscaba el poder político por medio de la corrupción y el padrinaje], los líderes kurdos y sunníes de Iraq -respaldados por la embajada de Estados Unidos en Bagdad- exigen la formación de un gobierno amplio de unidad nacional. Y han adoptado una postura dura frente a la coalición chií: amenazando con formar un gobierno alternativo si no se satisface sus demandas.
Los partidos kurdos, que mantienen la balanza de poder, lograron ponerse de acuerdo en cuanto a sus exigencias para una reunión el 22 de enero, en su bastión de Salahuddin, de un gobierno nacional de coalición. Funcionarios estadounidenses, que respaldan lo que han estado llamando los principios de Salahuddin me pasaron las actas de la reunión. Se trata básicamente de una hoja de ruta para crear el tipo de amplia coalición que podría llevar estabilidad a Iraq y, al mismo tiempo, justificar la enorme cantidad de dinero y vidas que ha gastado el gobierno de Bush en Iraq.
El documento de Salahuddin llama a la formación de un gobierno compuesto por los cuatro partidos más grandes: la alianza chií, la alianza kurda, una coalición de partidos sunníes y la lista laica de Ayad Allawi. La insistencia en incluir a Alawi es un ataque directo contra la facción de Sáder, que cree (correctamente) que Alawi trató de destruir a Sáder y su milicia cuando era primer ministro interino.
Para alcanzar el consenso, el documento Salahuddin llama a la formación de un Consejo de Seguridad Nacional que incluiría a líderes de los principales partidos políticos y, de acuerdo al documento, "definiría políticas que reflejen la unidad nacional y tomen decisiones basadas en acuerdos". El documento también se hace eco de la insistencia del gobierno de Bush de que los líderes de los dos ministerios de seguridad claves -Defensa e Interior- "deben ser neutrales o aceptados por todos los partidos que participen en el gobierno".
"No puede haber estabilidad política a menos que se incluya a todos los grupos", dijo el líder kurdo Barham Salih en una entrevista telefónica desde Bagdad, el miércoles. "Es por eso que la alianza kurda está trabajando en un gobierno que incluya a estos cuatro bloques políticos".
Lo que importa es que Estados Unidos acoja estos principios -con el riesgo de enajenarse a sus aliados chiíes. Zalmay Khalilzad, el embajador estadounidense en Bagdad, explicó esta semana en una entrevista telefónica, que "apoyamos las ideas básicas detrás de los principios Salahuddin. Los ministerios de Seguridad han de estar en manos de gente que cuente con un amplio apoyo, que sean no confesionales y que no tengan lazos con las milicias. No podemos invertir grandes cantidades de dinero en fuerzas que no cuenten con el amplio apoyo de los iraquíes. Ellos deben decidir. Nosotros decidiremos según lo que decidan ellos".
A medida que Khalilzad y otros cuentan los votos, creen que la alianza chií, con unos 130 escaños, no tiene los votos que necesita para formar un nuevo gobierno sin los kurdos. Y calculan que los partidos no-chiíes pueden reunir unos 140 votos -que técnicamente les permitiría formar un gobierno. Eso les da verdadera influencia política -lo que significa que las negociaciones están lejos de haber terminado. Khalilzad no excluye la posibilidad de que, a medida que continúan las negociaciones, Jafari podría no sobrevivir como la preferencia chií para el cargo de primer ministro. "No excluiría la posibilidad de que si ellos no se ponen de acuerdo sobre los programas y la gente, puede haber un nuevo candidato para la función de primer ministro", dice Khalilzad.
Esto es política a pelo: negociar, intermediar, tratos en la trastienda. Es un proceso sucio, especialmente contra el feo telón de fondo de las fotos de Abu Ghraib. Pero es una buena noticia que la gente que quiere un Iraq unido y democrático esté peleando con todo lo que tienen para conseguirlo -y que Estados Unidos esté advirtiendo que no pagará las cuentas de ningún gobierno que no tenga como prioridad número uno la unidad del país.
davidignatius@washpost.com
17 de febrero de 2006
©washington post
©traducción mQh
0 comentarios