vampiros rusos en el metro
[Wesley Morris] Vampiros de después de la Guerra Fría, paranoicos y sucios.
‘Guardianes de la noche’ [Night Watch] es la primera entrega de una saga de tres partes inspirada en una serie de populares novelas rusas de ciencia ficción, y en los últimos dos años, la película ha conquistado su patria, superando en taquilla a ‘El hombre-araña 2’ [Spider-Man 2] y ‘El Señor de los Anillos’. Naturalmente, ahora busca imponerse en Estados Unidos, lo que parece inimaginable, ya que la película es un resonante cocido de sagas lucrativas del pasado: un poco de ‘La guerra de las galaxias’ y un poco de ‘Matrix’, con una pizca de esas películas ‘Underworld’ y más de un tufillo del catastrófico estilo de Jean-Pierre Jeunet en ‘Delicatessen’ y ‘Alien: Resurrección’.
‘Guardianes de la noche’, sin embargo, es única, independientemente de lo familiar que suene la historia.
La trilogía promete un enfrentamiento entre unas Tinieblas y Luz literales. (Nada figurativo lo es durante mucho tiempo en esta película). ‘Guardianes de la noche’ empieza en un moderno Moscú eones después de que los dos lados han acordado una tregua. Basándose en la tenebrosa falta de luz diurna en esta película, creo que ganan las Tinieblas, aunque dedica la mayor parte del tiempo a la Luz.
En el preámbulo de la película se nos dice que el metro de Moscú rebosa de vampiros, seres que cambian de forma, y unos brujos llamados Otros. La película explica cómo uno de esos vampiros, Anton (Konstanin Khabensky) termina trabajando para la Guardia Nocturna, una firma de seguridad del metro que se dedica a proteger a los humanos de los chupasangres del lado tenebroso.
El director Timur Bekmambetov empieza la historia con un montón de promesas, colocando en la pantalla una regular secuencia de guerra medieval.
Pero cuando nos encontramos realmente con Anton en la segunda escena, es un desdichado e insípido hombre de visita en casa de una vieja hechicera a la que le pide que le eche una maldición a su novia infiel, que está embarazada del bebé de otro hombre. Su hechizo produce una de las secuencias visuales más escandalosas de la película. La vieja hechicera prepara rápidamente un cóctel de sangre y vodka, y se pone a trabajar en la chavala traidora. El equipo de la Guardia Nocturna llega justo a tiempo para parar la maldición del aborto. El bebé nace, y la película avanza 12 años, que es cuando empieza la acción.
Este niño no es cualquier niño. Es el Más Grande. Así que de acuerdo al narrador omnisapiente de la película, es la figura que puede inclinar la balanza en la guerra entre las Tinieblas y la Luz. Sólo tiene que elegir un lado. Los dos lados lo quieren, por supuesto, y se pasan la película entera tratando de conquistarlo, aunque la grandeza que queda debajo del corte de pelo de un Príncipe Valiente todavía tiene que verse. (Por supuesto, los americanos saben que él tiene al menos buen gusto, porque lo vemos viendo la película ‘Buffy, la cazavampiros’ [Buffy the Vampire Slayer]).
‘Guardianes de la noche’ prolonga la búsqueda y eventual enfrentamiento introduciendo a un puñado de personajes, para luego abandonarlos e introducir más. Mi huérfano favorito del guión es el Tenebroso, que termina cantando en un estadio agotado, se retira del escenario y empieza de inmediato a ayudar en la captura del Más Grande. Parte de la estrategia consiste en asomar una jarra de sangre por la ventana de su coche para atraer a mísera vampiro Larisa (Anna Dubrovskaya), que ha estado llamando al niño telepáticamente.
La historia llega en copos y bloques, lo que es estresante. Surge el temor de que te has perdido algo, cuando en realidad es probablemente un detalle que no tiene sentido. Viejas historias vuelven al presente y vuelven a marcharse, casi siempre acompañadas por un piano que centellea cursi en la banda sonora. Estoy seguro de que ya se han formado grupos de apoyo de ‘Guardianes de la noche’ para explicar lo que yo no entiendo. Todo parece de un espectacular arbitrario, de cualquier modo, como un elaborado carraspeo por la continuación, que me intriga.
Detalles aparte, Bekmambetov ofrece bastante que se puede conservar. ‘Guardianes de la noche’ es de un zarrapastroso chic, con guiños al gran cine ruso mudo del pasado. Una de las mejores creaciones de la película es un lugar como Matrix donde los Otros pueden ir a buscar a otros Otros. Atrevidamente, se llama la Melancolía. Mientras que en ‘Matrix’ sería un paisaje ilimitado e inmaculado, la Melancolía se ve como un callejón sin salida, sucio y lleno de mosquitos, y las escenas que se desarrollan ahí serían magníficas sin sonido. El trabajo de cámara zumba como un moscardón, y aterriza durante nanosegundos en tapas, pomos, linternas, narices, planos del metro, y carne cruda.
Las películas de ‘Matrix’ estaban compulsivamente controladas hasta el punto de que el menor rayo de humor echaría a abajo toda la seria empresa panteística. ‘Guardianes de la noche’, en comparación, es una pocilga sin dios.
También es una franquicia del primer apocalipsis que se ha ganado su ánimo pesimista. La acción, para empezar, es post-Guerra Fría, post-Chernobyl, y post-perestroika. Las Tinieblas son una parte tan característica de la mentalidad rusa que debe ser simpático ver una película local estirando una mano hacia la Luz.
‘Guardianes de la noche’, sin embargo, es única, independientemente de lo familiar que suene la historia.
La trilogía promete un enfrentamiento entre unas Tinieblas y Luz literales. (Nada figurativo lo es durante mucho tiempo en esta película). ‘Guardianes de la noche’ empieza en un moderno Moscú eones después de que los dos lados han acordado una tregua. Basándose en la tenebrosa falta de luz diurna en esta película, creo que ganan las Tinieblas, aunque dedica la mayor parte del tiempo a la Luz.
En el preámbulo de la película se nos dice que el metro de Moscú rebosa de vampiros, seres que cambian de forma, y unos brujos llamados Otros. La película explica cómo uno de esos vampiros, Anton (Konstanin Khabensky) termina trabajando para la Guardia Nocturna, una firma de seguridad del metro que se dedica a proteger a los humanos de los chupasangres del lado tenebroso.
El director Timur Bekmambetov empieza la historia con un montón de promesas, colocando en la pantalla una regular secuencia de guerra medieval.
Pero cuando nos encontramos realmente con Anton en la segunda escena, es un desdichado e insípido hombre de visita en casa de una vieja hechicera a la que le pide que le eche una maldición a su novia infiel, que está embarazada del bebé de otro hombre. Su hechizo produce una de las secuencias visuales más escandalosas de la película. La vieja hechicera prepara rápidamente un cóctel de sangre y vodka, y se pone a trabajar en la chavala traidora. El equipo de la Guardia Nocturna llega justo a tiempo para parar la maldición del aborto. El bebé nace, y la película avanza 12 años, que es cuando empieza la acción.
Este niño no es cualquier niño. Es el Más Grande. Así que de acuerdo al narrador omnisapiente de la película, es la figura que puede inclinar la balanza en la guerra entre las Tinieblas y la Luz. Sólo tiene que elegir un lado. Los dos lados lo quieren, por supuesto, y se pasan la película entera tratando de conquistarlo, aunque la grandeza que queda debajo del corte de pelo de un Príncipe Valiente todavía tiene que verse. (Por supuesto, los americanos saben que él tiene al menos buen gusto, porque lo vemos viendo la película ‘Buffy, la cazavampiros’ [Buffy the Vampire Slayer]).
‘Guardianes de la noche’ prolonga la búsqueda y eventual enfrentamiento introduciendo a un puñado de personajes, para luego abandonarlos e introducir más. Mi huérfano favorito del guión es el Tenebroso, que termina cantando en un estadio agotado, se retira del escenario y empieza de inmediato a ayudar en la captura del Más Grande. Parte de la estrategia consiste en asomar una jarra de sangre por la ventana de su coche para atraer a mísera vampiro Larisa (Anna Dubrovskaya), que ha estado llamando al niño telepáticamente.
La historia llega en copos y bloques, lo que es estresante. Surge el temor de que te has perdido algo, cuando en realidad es probablemente un detalle que no tiene sentido. Viejas historias vuelven al presente y vuelven a marcharse, casi siempre acompañadas por un piano que centellea cursi en la banda sonora. Estoy seguro de que ya se han formado grupos de apoyo de ‘Guardianes de la noche’ para explicar lo que yo no entiendo. Todo parece de un espectacular arbitrario, de cualquier modo, como un elaborado carraspeo por la continuación, que me intriga.
Detalles aparte, Bekmambetov ofrece bastante que se puede conservar. ‘Guardianes de la noche’ es de un zarrapastroso chic, con guiños al gran cine ruso mudo del pasado. Una de las mejores creaciones de la película es un lugar como Matrix donde los Otros pueden ir a buscar a otros Otros. Atrevidamente, se llama la Melancolía. Mientras que en ‘Matrix’ sería un paisaje ilimitado e inmaculado, la Melancolía se ve como un callejón sin salida, sucio y lleno de mosquitos, y las escenas que se desarrollan ahí serían magníficas sin sonido. El trabajo de cámara zumba como un moscardón, y aterriza durante nanosegundos en tapas, pomos, linternas, narices, planos del metro, y carne cruda.
Las películas de ‘Matrix’ estaban compulsivamente controladas hasta el punto de que el menor rayo de humor echaría a abajo toda la seria empresa panteística. ‘Guardianes de la noche’, en comparación, es una pocilga sin dios.
También es una franquicia del primer apocalipsis que se ha ganado su ánimo pesimista. La acción, para empezar, es post-Guerra Fría, post-Chernobyl, y post-perestroika. Las Tinieblas son una parte tan característica de la mentalidad rusa que debe ser simpático ver una película local estirando una mano hacia la Luz.
24 de febrero de 2006
©boston globe
©traducción mQh
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