milicias de autodefensa en barrios sunníes
[Megan K. Stack] Por miedo a ataques chiíes, los sunníes de Iraq están formando milicias y almacenando armas.
Bagdad, Iraq. Cuando los ‘camisas negras’ vuelvan, los vecinos de la mezquita los estarán esperando.
Los sunníes del barrio han colocado espías de paisano en las calles para vigilar a desconocidos sospechosos. Tienen los celulares a la mano, esperando la llamada que los llevará a las armas. Cuando ocurra, los hombres saldrán de las casas adyacentes, blandiendo sus armas.
Para hacer frente al crecimiento de milicias chiíes como el Ejército Mahdi y sus milicianos de camisas negras y los mortíferos abusos de las fuerzas policiales en manos de los chiíes, los sunníes en los barrios y ciudades mixtas en Iraq están almacenando armas en sus mezquitas y formando cerradas milicias propias.
"Hemos hecho un acuerdo con los vecinos de que si nos atacan nuevamente, tomaremos las armas y nos enfrentaremos a los intrusos", dijo Fares Mahmoud, predicador de la mezquita de El Kousin. "Dependemos del corazón de la gente para defendernos".
La semana pasada tropas estadounidenses se enfrentaron a tiros con milicias chiíes y oficiales americanos se han mostrado preocupados sobre su creciente poder. Al otro lado de la valla religiosa divisoria, la emergencia de bandas armadas de sunníes, a menudo de orígenes de clase media y laicos, presenta un inquietante indicio de lo cerca que está Iraq de una guerra civil declarada.
Las milicias en los barrios sunníes agregan todavía otro elemento armado más a la situación iraquí, que ya cuenta con insurgentes sunníes -a menudo militantes islamitas o antiguos miembros de la elite gobernante de Saddam Hussein-, que han estado peleando contra las fuerzas de seguridad estadounidenses e iraquíes durante tres años.
Entre los sunníes "tienes a los tafkirirs [militantes fundamentalistas], los antiguos baazistas, tienes a la gente que se siente marginada, y tienes a los nacionalistas árabes. Dios nos libre si cada uno de estos grupos forman ahora sus propias milicias", dice Adnan Pachachi, diputado sunní y vocero interino del nuevo parlamento iraquí.
"Desgraciadamente las últimas elecciones mostraron una cosa: Para ganar, necesitas un montón de dinero, y tu propia milicia", dijo.
Entre la creciente violencia, muchos iraquíes creen que no tienen otra opción que armarse a sí mismos con sus vecinos.
"En Bagdad, por ejemplo, se cree que la policía no está ahí para protegerlos", dijo un funcionario occidental en la capital que no quiso ser identificado debido a las delicadas dimensiones políticas del tema. Pero "inclinarse ante la presencia de una milicia para garantizar la seguridad de un barrio en particular no es una respuesta aceptable".
Una escalada en la violencia religiosa podría llevar a países sunníes vecinos, como Araba Saudí y Jordania, a canalizar armas y dinero a Iraq para apoyar a los sunníes de allá, temen algunos analistas. Los sunníes de la región miran el crecimiento de los chiíes -para no mencionar la engordada influencia de Irán, que apoya fuertemente a los grupos chiíes- con fuertes resquemores.
"Esta es una nueva fase -no es la guerra civil clásica, tradicional, sino un tipo de guerra civil", dice Ismael Zayer, editor del diario iraquí Al Sabah Al Jadid. "A fin de cuentas, si nadie los protege y el gobierno no interviene, tienen que protegerse a sí mismos. Pero si me lo preguntas a mí, no me gusta. No me gusta que sunníes o chiíes se armen de este modo".
Como muchos sunníes en Iraq, los feligreses de la mezquita El Koudiri han aprendido una amarga lección de la ola de asesinatos y vandalismo que convulsionaron al país tras el reciente atentado con bomba contra una mezquita chií: A la hora de protegerse, sólo cuenta consigo mismos.
Una noche poco después del atentado de 22 de febrero contra el santuario en Samarra, furgones llenos de pistoleros chiíes armados pararon frente a las puertas de la mezquita y lanzaron ráfagas de fuego de ametralladoras, dijeron los fieles. Se hicieron camino a balazos en el atrio, un rincón cubierto de hierbas donde los gorriones revolotean entre los rosales, y lanzaron granadas por las ventanas de la mezquita. La destrozada mezquita sigue siendo un manifiesto recordatorio de la vulnerabilidad sunní.
"La situación está escalando", dijo Mahmoud, el predicador. "Es por eso que nos estamos organizando".
Las milicias chiíes son un rasgo antiguo de la política iraquí. En la región kurda en el norte del país, en los pantanos del sur y a lo largo de la frontera con Irán, los milicianos han librado una guerra de guerrillas de baja intensidad contra Hussein antes de que el régimen sunní fuera derrocado en 2003. Poco después de la invasión estadounidense, los seguidores del fanático clérigo chií Muqtada Sáder organizaron una milicia en los barrios bajos de Bagdad.
Bajo Hussein la mayoría de los chiíes fueron brutalmente reprimidos, mientras que los sunníes fueron relativamente privilegiados. En estos días, sin embargo, son los sunníes los que se encuentran cada vez más marginados y bajo fuego a medida que las milicias chiíes se hacen más fuertes -y se enraízan profundamente en el ministerio del Interior, cuyos agentes han sido acusados de formar escuadrones de la muerte para atacar a los sunníes.
Decenas de hombres sunníes aparecen cada semana muertos aquí en una campaña que parece una limpieza religiosa, y muchos templos sunníes han sido dañados.
A medida que crece el número de bajas y la cólera por los atentados contra las mezquitas, los sunníes están amenazando con responder con la misma moneda.
"Los sunníes no son débiles. Están reuniendo fuerzas, pero todavía no la han usado", advirtió Alaa Makki, un importante líder del Partido Islámico Iraquí, el principal partido sunní. "Se pueden conectar con nosotros, se pueden organizar a sí mismos, pueden hacer frente a los chiíes".
A diferencia de las milicias chiíes, que están herméticamente organizadas para la autoridad superior de dirigentes y clérigos nacionales como Sáder, las bandas sunníes siguen siendo pequeñas y dispersas.
Sin embargo, son peligrosas, y su rabia se hace más intensa.
"Vamos a responder con violencia a la violencia", dijo Adnan Abbas Allawi, un ingeniero farmacéutico sunní de 35 que estaba una tarde hace poco en un hospital en el centro de Bagdad. "Nos han impuesto esa decisión. No queremos hacerlo, pero no es posible que observemos de brazos cruzados cómo incendian nuestras mezquitas y nos insultan. La paciencia tiene sus límites".
El primo de 21 de Allawi había quedado atrapado unos días antes en uno de los innumerables atentados con coche-bomba en Bagdad. Su cara estaba todavía salpicada de sangre seca, y yacía gimiendo debajo de una manta floreada. Tenía metralla en su pecho y el brazo izquierdo lo tenía destrozado.
Lo rodeaban familiares en su hundida cama del hospital, los rostros sombríos.
"Si nos empiezan a pedir que nos marchemos, formaremos nuestras propias milicias. Todos tenemos armas", dijo Allawi, mirando a su primo. "Una pequeña señal y nos verás en las calles".
Los ataques contra las mezquitas sunníes han tocado un nervio particularmente sensible, despertando una convicción profundamente asentada de que el deber religioso obliga a responder.
Desde los minaretes de las mezquitas, el llamado a las armas ha empezado a manar en todas partes. "Les ordeno, es una fatwa [edicto religioso]. Todos deben tener armas en sus casas, es mejor que poseer una antena parabólica... Comprad un arma", dijo en un sermón de un viernes reciente un jeque sunní en la sureña ciudad de Basra.
"El que no nos siga es un cobarde".
Una reciente y gris tarde, dos feligreses que se habían nombrado guardias a sí mismos estaban en una pequeña mezquita redonda en un barrio mixto de Bagdad.
"Defenderemos nuestra mezquita hasta la muerte", dijo Amar Hussein, portero de la mezquita con un mechón de brillante pelo rojo.
"Lo que queremos es defender nuestro templo de oración", dijo Karar Radi, sentado a su lado en el atrio. La vulnerabilidad de su secta quedó en claro hace un mes, cuando llegaron hombres armados a la casa del predicador de la mezquita. Se lo llevaron en mitad de una noche invernal y no hemos vuelto a saber de él.
Los feligreses estaban desesperados. Primero lo buscaron en los hospitales. Luego se armaron de coraje y fueron a la morgue. Finalmente empezaron a registrar los vertederos de la ciudad. No encontraron nada. La aritmética del Iraq de hoy sugiere que está probablemente muerto.
"Los sunníes se consideran enemigos de los chiíes", dijo Radi, "y viceversa".
Los sunníes del barrio han colocado espías de paisano en las calles para vigilar a desconocidos sospechosos. Tienen los celulares a la mano, esperando la llamada que los llevará a las armas. Cuando ocurra, los hombres saldrán de las casas adyacentes, blandiendo sus armas.
Para hacer frente al crecimiento de milicias chiíes como el Ejército Mahdi y sus milicianos de camisas negras y los mortíferos abusos de las fuerzas policiales en manos de los chiíes, los sunníes en los barrios y ciudades mixtas en Iraq están almacenando armas en sus mezquitas y formando cerradas milicias propias.
"Hemos hecho un acuerdo con los vecinos de que si nos atacan nuevamente, tomaremos las armas y nos enfrentaremos a los intrusos", dijo Fares Mahmoud, predicador de la mezquita de El Kousin. "Dependemos del corazón de la gente para defendernos".
La semana pasada tropas estadounidenses se enfrentaron a tiros con milicias chiíes y oficiales americanos se han mostrado preocupados sobre su creciente poder. Al otro lado de la valla religiosa divisoria, la emergencia de bandas armadas de sunníes, a menudo de orígenes de clase media y laicos, presenta un inquietante indicio de lo cerca que está Iraq de una guerra civil declarada.
Las milicias en los barrios sunníes agregan todavía otro elemento armado más a la situación iraquí, que ya cuenta con insurgentes sunníes -a menudo militantes islamitas o antiguos miembros de la elite gobernante de Saddam Hussein-, que han estado peleando contra las fuerzas de seguridad estadounidenses e iraquíes durante tres años.
Entre los sunníes "tienes a los tafkirirs [militantes fundamentalistas], los antiguos baazistas, tienes a la gente que se siente marginada, y tienes a los nacionalistas árabes. Dios nos libre si cada uno de estos grupos forman ahora sus propias milicias", dice Adnan Pachachi, diputado sunní y vocero interino del nuevo parlamento iraquí.
"Desgraciadamente las últimas elecciones mostraron una cosa: Para ganar, necesitas un montón de dinero, y tu propia milicia", dijo.
Entre la creciente violencia, muchos iraquíes creen que no tienen otra opción que armarse a sí mismos con sus vecinos.
"En Bagdad, por ejemplo, se cree que la policía no está ahí para protegerlos", dijo un funcionario occidental en la capital que no quiso ser identificado debido a las delicadas dimensiones políticas del tema. Pero "inclinarse ante la presencia de una milicia para garantizar la seguridad de un barrio en particular no es una respuesta aceptable".
Una escalada en la violencia religiosa podría llevar a países sunníes vecinos, como Araba Saudí y Jordania, a canalizar armas y dinero a Iraq para apoyar a los sunníes de allá, temen algunos analistas. Los sunníes de la región miran el crecimiento de los chiíes -para no mencionar la engordada influencia de Irán, que apoya fuertemente a los grupos chiíes- con fuertes resquemores.
"Esta es una nueva fase -no es la guerra civil clásica, tradicional, sino un tipo de guerra civil", dice Ismael Zayer, editor del diario iraquí Al Sabah Al Jadid. "A fin de cuentas, si nadie los protege y el gobierno no interviene, tienen que protegerse a sí mismos. Pero si me lo preguntas a mí, no me gusta. No me gusta que sunníes o chiíes se armen de este modo".
Como muchos sunníes en Iraq, los feligreses de la mezquita El Koudiri han aprendido una amarga lección de la ola de asesinatos y vandalismo que convulsionaron al país tras el reciente atentado con bomba contra una mezquita chií: A la hora de protegerse, sólo cuenta consigo mismos.
Una noche poco después del atentado de 22 de febrero contra el santuario en Samarra, furgones llenos de pistoleros chiíes armados pararon frente a las puertas de la mezquita y lanzaron ráfagas de fuego de ametralladoras, dijeron los fieles. Se hicieron camino a balazos en el atrio, un rincón cubierto de hierbas donde los gorriones revolotean entre los rosales, y lanzaron granadas por las ventanas de la mezquita. La destrozada mezquita sigue siendo un manifiesto recordatorio de la vulnerabilidad sunní.
"La situación está escalando", dijo Mahmoud, el predicador. "Es por eso que nos estamos organizando".
Las milicias chiíes son un rasgo antiguo de la política iraquí. En la región kurda en el norte del país, en los pantanos del sur y a lo largo de la frontera con Irán, los milicianos han librado una guerra de guerrillas de baja intensidad contra Hussein antes de que el régimen sunní fuera derrocado en 2003. Poco después de la invasión estadounidense, los seguidores del fanático clérigo chií Muqtada Sáder organizaron una milicia en los barrios bajos de Bagdad.
Bajo Hussein la mayoría de los chiíes fueron brutalmente reprimidos, mientras que los sunníes fueron relativamente privilegiados. En estos días, sin embargo, son los sunníes los que se encuentran cada vez más marginados y bajo fuego a medida que las milicias chiíes se hacen más fuertes -y se enraízan profundamente en el ministerio del Interior, cuyos agentes han sido acusados de formar escuadrones de la muerte para atacar a los sunníes.
Decenas de hombres sunníes aparecen cada semana muertos aquí en una campaña que parece una limpieza religiosa, y muchos templos sunníes han sido dañados.
A medida que crece el número de bajas y la cólera por los atentados contra las mezquitas, los sunníes están amenazando con responder con la misma moneda.
"Los sunníes no son débiles. Están reuniendo fuerzas, pero todavía no la han usado", advirtió Alaa Makki, un importante líder del Partido Islámico Iraquí, el principal partido sunní. "Se pueden conectar con nosotros, se pueden organizar a sí mismos, pueden hacer frente a los chiíes".
A diferencia de las milicias chiíes, que están herméticamente organizadas para la autoridad superior de dirigentes y clérigos nacionales como Sáder, las bandas sunníes siguen siendo pequeñas y dispersas.
Sin embargo, son peligrosas, y su rabia se hace más intensa.
"Vamos a responder con violencia a la violencia", dijo Adnan Abbas Allawi, un ingeniero farmacéutico sunní de 35 que estaba una tarde hace poco en un hospital en el centro de Bagdad. "Nos han impuesto esa decisión. No queremos hacerlo, pero no es posible que observemos de brazos cruzados cómo incendian nuestras mezquitas y nos insultan. La paciencia tiene sus límites".
El primo de 21 de Allawi había quedado atrapado unos días antes en uno de los innumerables atentados con coche-bomba en Bagdad. Su cara estaba todavía salpicada de sangre seca, y yacía gimiendo debajo de una manta floreada. Tenía metralla en su pecho y el brazo izquierdo lo tenía destrozado.
Lo rodeaban familiares en su hundida cama del hospital, los rostros sombríos.
"Si nos empiezan a pedir que nos marchemos, formaremos nuestras propias milicias. Todos tenemos armas", dijo Allawi, mirando a su primo. "Una pequeña señal y nos verás en las calles".
Los ataques contra las mezquitas sunníes han tocado un nervio particularmente sensible, despertando una convicción profundamente asentada de que el deber religioso obliga a responder.
Desde los minaretes de las mezquitas, el llamado a las armas ha empezado a manar en todas partes. "Les ordeno, es una fatwa [edicto religioso]. Todos deben tener armas en sus casas, es mejor que poseer una antena parabólica... Comprad un arma", dijo en un sermón de un viernes reciente un jeque sunní en la sureña ciudad de Basra.
"El que no nos siga es un cobarde".
Una reciente y gris tarde, dos feligreses que se habían nombrado guardias a sí mismos estaban en una pequeña mezquita redonda en un barrio mixto de Bagdad.
"Defenderemos nuestra mezquita hasta la muerte", dijo Amar Hussein, portero de la mezquita con un mechón de brillante pelo rojo.
"Lo que queremos es defender nuestro templo de oración", dijo Karar Radi, sentado a su lado en el atrio. La vulnerabilidad de su secta quedó en claro hace un mes, cuando llegaron hombres armados a la casa del predicador de la mezquita. Se lo llevaron en mitad de una noche invernal y no hemos vuelto a saber de él.
Los feligreses estaban desesperados. Primero lo buscaron en los hospitales. Luego se armaron de coraje y fueron a la morgue. Finalmente empezaron a registrar los vertederos de la ciudad. No encontraron nada. La aritmética del Iraq de hoy sugiere que está probablemente muerto.
"Los sunníes se consideran enemigos de los chiíes", dijo Radi, "y viceversa".
Richard Boudreaux contribuyó a este reportaje.
1 de abril de 2006
©los angeles times
©traducción mQh
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