acabar con irak para salvarlo
[David Ignatius] Son los iraquíes los que deben decidir si quieren o no un Iraq federal.
Durante el reciente debate en Washington sobre que se llamó gentilmente la ‘división blanda' de Iraq, estuve recordando una de las macabras frases típicas de la Guerra de Vietnam: "Para salvar esa aldea, había que destruirla".
Sé que los senadores que respaldaron el plan del senador Joe Biden para distribuir el poder en un Iraq más federal no quieren destruir el país. Quieren salvarlo. Pero como el anónimo oficial del ejército norteamericano que fue citado en 1968 después de la destrucción de una aldea llamada Ben Tre, están ocultando la conveniencia detrás de una retórica de salvación.
Iraq podría en realidad separarse en tres cantones semi-autónomos -sunní, chií y kurdo-, como han recomendado Biden y otros. Observando la guerra sectaria que asola al país, ése parece ser, a menudo, el resultado inevitable. Pero este acto de desmembramiento nacional no es algo que los norteamericanos debieran recomendar. No importa cuánta sangre y dinero hayamos gastado en Iraq, seguimos siendo intrusos allá. No es asunto nuestro.
La aprobación de la resolución de Biden el 26 de septiembre ya ha tenido un buen resultado: Ha enfadado a los iraquíes y provocado un raro momento de unidad. Muchos de los partidos políticos árabes importantes en Iraq firmaron una declaración conjunta denunciando lo que llamaron "la propuesta del gobierno norteamericano de adoptar una política para dividir a Iraq". La declaración unió a los seguidores del clérigo chií extremista Moqtada al-Sáder con los chiíes laicos de Ayad Allawi -¡ahora sí hay progreso! Sólo estuvieron ausentes los partidos kurdos, que quieren el mayor grado de autonomía posible con respecto al Iraq árabe, y el Consejo Supremo Islámico Iraquí (conocido antes como SCIRI), que quiere fundar un mini-estado chií en el sur.
Biden se ha apresurado a aclarar que no quiere disolver el estado iraquí sino que se utilice el federalismo que ha sido incorporado en su propia y nueva Constitución. Y para ser justo con Biden, hay que decir que es una de las escasas figuras políticas de cualquiera de los dos partidos que han tratado de pensar en alternativas creativas a la fracasada política del gobierno de Bush. Pero ahora ha encontrado un fuerte rechazo de los iraquíes y debería entender mejor que muchos que ese es un buen desarrollo. La embajada norteamericana en Bagdad enfatizó prudentemente que la resolución del Senado no era vinculante y no representaba la política oficial de Estados Unidos.
"No hay que tener miedo a la soberanía iraquí, aunque se exprese de modos que no te gusten", recordaba a sus comandantes el general John Abizaid, el ex comandante del Comando Central norteamericano toda vez que paraban en la zona de guerra. Y ese es el prisma correcto para mirar el debate sobre la división de Iraq: Es bueno que los iraquíes se enfaden con resoluciones parlamentarias para dividir al país; es bueno que denuncien a los guardias de seguridad de Blackwater que jalan el gatillo con demasiada facilidad. Es bueno que propongan un acuerdo formal para limitar y definir cómo y dónde operarán las tropas norteamericanas en el país. Ésa es la soberanía iraquí.
Uno de los errores de Estados Unidos en Iraq ha sido su relajado desprecio por el país y su historia. La gente a menudo hablaba de Iraq como de una construcción artificial del imperialismo británico y sugirieron que las cosas marcharían mejor si, como la antigua Yugoslavia, se disolviese a lo largo de sus fronteras étnicas. Los analistas israelitas ciertamente apoyaban esa idea. Yo escribí hace 25 años, en el diario Kivunim, sobre una entusiasta propuesta de un académico israelí de dividir Iraq en tres enclaves. Pero esos análisis pasaban por alto la sorprendente resistencia de la identidad iraquí, que ha persistido durante siglos.
Históricamente, este era el país situado entre dos ríos, el Tigris y el Eúfrates, una fértil medialuna que se estiraba desde las montañas en el norte hacia las tibias aguas del Golfo Pérsico. Existía un país llamado Iraq en 539 antes de Cristo, cuando el emperador persa Cyrus ocupó Babilonia y propuso convertirlo en su capital. En su libro ‘Understanding Iraq', el historiador William R. Polk nos recuerda que el nombre proviene en realidad de la palabra persa ‘eragh', que significa ‘tierras bajas'.
Sabemos ciertamente que había un Iraq en el 680 después de Cristo, cuando el nieto Hussein del profeta Mahoma fue llevado con engaños a lo que ahora es Karbala, y asesinado. Y que la identidad árabe iraquí sobrevivió siglos de Imperio Otomano, cuando el país estaba dividido en las tres provincias que los británicos fusionaron en una en 1920 para dar forma al moderno Iraq.
Los iraquíes y sus vecinos árabes tardarán en perdonar a Estados Unidos las penurias humanas que acompañaron la destrucción del régimen de Saddam Hussein. Pero si esa historia termina con la destrucción del estado iraquí, abrirá una herida que no sanará en siglos. Los iraquíes pueden decidir, al final, que sí quieren una ‘división blanda'. Pero mientras no lo digan ellos, no deberíamos inmiscuirnos en el negocio de desmembrar su estado.
Sé que los senadores que respaldaron el plan del senador Joe Biden para distribuir el poder en un Iraq más federal no quieren destruir el país. Quieren salvarlo. Pero como el anónimo oficial del ejército norteamericano que fue citado en 1968 después de la destrucción de una aldea llamada Ben Tre, están ocultando la conveniencia detrás de una retórica de salvación.
Iraq podría en realidad separarse en tres cantones semi-autónomos -sunní, chií y kurdo-, como han recomendado Biden y otros. Observando la guerra sectaria que asola al país, ése parece ser, a menudo, el resultado inevitable. Pero este acto de desmembramiento nacional no es algo que los norteamericanos debieran recomendar. No importa cuánta sangre y dinero hayamos gastado en Iraq, seguimos siendo intrusos allá. No es asunto nuestro.
La aprobación de la resolución de Biden el 26 de septiembre ya ha tenido un buen resultado: Ha enfadado a los iraquíes y provocado un raro momento de unidad. Muchos de los partidos políticos árabes importantes en Iraq firmaron una declaración conjunta denunciando lo que llamaron "la propuesta del gobierno norteamericano de adoptar una política para dividir a Iraq". La declaración unió a los seguidores del clérigo chií extremista Moqtada al-Sáder con los chiíes laicos de Ayad Allawi -¡ahora sí hay progreso! Sólo estuvieron ausentes los partidos kurdos, que quieren el mayor grado de autonomía posible con respecto al Iraq árabe, y el Consejo Supremo Islámico Iraquí (conocido antes como SCIRI), que quiere fundar un mini-estado chií en el sur.
Biden se ha apresurado a aclarar que no quiere disolver el estado iraquí sino que se utilice el federalismo que ha sido incorporado en su propia y nueva Constitución. Y para ser justo con Biden, hay que decir que es una de las escasas figuras políticas de cualquiera de los dos partidos que han tratado de pensar en alternativas creativas a la fracasada política del gobierno de Bush. Pero ahora ha encontrado un fuerte rechazo de los iraquíes y debería entender mejor que muchos que ese es un buen desarrollo. La embajada norteamericana en Bagdad enfatizó prudentemente que la resolución del Senado no era vinculante y no representaba la política oficial de Estados Unidos.
"No hay que tener miedo a la soberanía iraquí, aunque se exprese de modos que no te gusten", recordaba a sus comandantes el general John Abizaid, el ex comandante del Comando Central norteamericano toda vez que paraban en la zona de guerra. Y ese es el prisma correcto para mirar el debate sobre la división de Iraq: Es bueno que los iraquíes se enfaden con resoluciones parlamentarias para dividir al país; es bueno que denuncien a los guardias de seguridad de Blackwater que jalan el gatillo con demasiada facilidad. Es bueno que propongan un acuerdo formal para limitar y definir cómo y dónde operarán las tropas norteamericanas en el país. Ésa es la soberanía iraquí.
Uno de los errores de Estados Unidos en Iraq ha sido su relajado desprecio por el país y su historia. La gente a menudo hablaba de Iraq como de una construcción artificial del imperialismo británico y sugirieron que las cosas marcharían mejor si, como la antigua Yugoslavia, se disolviese a lo largo de sus fronteras étnicas. Los analistas israelitas ciertamente apoyaban esa idea. Yo escribí hace 25 años, en el diario Kivunim, sobre una entusiasta propuesta de un académico israelí de dividir Iraq en tres enclaves. Pero esos análisis pasaban por alto la sorprendente resistencia de la identidad iraquí, que ha persistido durante siglos.
Históricamente, este era el país situado entre dos ríos, el Tigris y el Eúfrates, una fértil medialuna que se estiraba desde las montañas en el norte hacia las tibias aguas del Golfo Pérsico. Existía un país llamado Iraq en 539 antes de Cristo, cuando el emperador persa Cyrus ocupó Babilonia y propuso convertirlo en su capital. En su libro ‘Understanding Iraq', el historiador William R. Polk nos recuerda que el nombre proviene en realidad de la palabra persa ‘eragh', que significa ‘tierras bajas'.
Sabemos ciertamente que había un Iraq en el 680 después de Cristo, cuando el nieto Hussein del profeta Mahoma fue llevado con engaños a lo que ahora es Karbala, y asesinado. Y que la identidad árabe iraquí sobrevivió siglos de Imperio Otomano, cuando el país estaba dividido en las tres provincias que los británicos fusionaron en una en 1920 para dar forma al moderno Iraq.
Los iraquíes y sus vecinos árabes tardarán en perdonar a Estados Unidos las penurias humanas que acompañaron la destrucción del régimen de Saddam Hussein. Pero si esa historia termina con la destrucción del estado iraquí, abrirá una herida que no sanará en siglos. Los iraquíes pueden decidir, al final, que sí quieren una ‘división blanda'. Pero mientras no lo digan ellos, no deberíamos inmiscuirnos en el negocio de desmembrar su estado.
isdavidignatius@washpost.com
13 de octubre de 2007
4 de octubre de 2007
©washington post
©traducción mQh
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