el legado del che
[Patrick J. McDonnell] Han pasado cuarenta años desde que el militante revolucionario fuera ejecutado en una escuela boliviana. Para los gobiernos de izquierdas de América Latina, sigue siendo un ídolo.
La Higuera, Bolivia. Fue una larga lucha, pero los cubanos finalmente conquistaron este perdido villorrio andino, cuatro décadas después de que Ernesto Che Guevara fuera ejecutado en la escuela de adobe de aquí.
Médicos cubanos se ocupan de la salud, educadores cubanos se encargan de las clases de alfabetización y en la biblioteca donada por los cubanos destacan libros de historietas con el Che como superhéroe. Un monumental busto del revolucionario con boina que ayudó a Fidel Castro a hacerse con el poder en Cuba domina la plaza mayor.
"Los grandes hombres como el Che no mueren nunca", dijo Ubanis Ramírez, uno de los cientos de médicos y maestros cubanos importados por el izquierdista presidente boliviano, Evo Morales, cuyo despacho luce un retrato de Guevara hecho con hojas de coca. "Su ejemplo estará siempre con nosotros".
Simpatizantes de todo el planeta se reúnen en este remoto rincón de Bolivia para conmemorar el cuarenta aniversario de la captura y asesinato de Guevara, un héroe de los militantes de izquierda y marca global cuyo refinado rostro adorna camisetas, carteles, carátulas y tatuajes.
Hoy, el legado ideológico de este revolucionario nómade se asoma más grande que nunca en América Latina, apoyado por la elección de una ‘ola rosada' de gobiernos de izquierda desde Nicaragua hasta Argentina. El socialismo está de vuelta y los cubanos son parte de la marcha, y el Che es la desafiante personificación de todo el movimiento.
Para sus críticos, Guevara era un megalómano de gatillo fácil cuyo violento ejemplo condujo a miles a la muerte en inútiles insurrecciones que sólo endurecieron la represión militar desde Guatemala hasta Chile.
Pero para las legiones de seguidores que participan de su culto, Guevara es el idealista predestinado al fracaso, el guerrillero que leía poesías y el "más completo ser humano de nuestra época", en palabras de Jean-Paul Sartre.
"Nuestra causa está avanzando y ya no tenemos que irnos a la montaña a pelear como el Che", dijo Osvaldo Peredo, que preside la Fundación Che Guevara, de Bolivia, y perdió dos hermanos en la guerrilla, uno de ellos luchando junto al Che.
Los médicos cubanos y los petrodólares de Hugo Chávez, de Venezuela, forman parte del nuevo arsenal de una insurrección pacífica que Guevara, abocado a la lucha armada, no podría siquiera haber imaginado.
"Finalmente se está cumpliendo el sueño del Che", dijo el ministro mexicano de asuntos exteriores, Jorge Castañeda, un biógrafo de Guevara que describe al Che más como un porfiado fanático que como inspirado visionario. "La exportación de la revolución cubana está finalmente teniendo éxito en América Latina, gracias a Chávez y su petróleo".
Un legendario jefe guerrillero de la Revolución Cubana que expulsó al dictador Fulgencio Batista en 1959, Guevara trastabilló en sus propias luchas en los años sesenta. Prácticamente exiliado de Cuba después de diferencias con Castro y los protectores soviéticos de Cuba, sufrió una ignominiosa derrota junto con los rebeldes antinorteamericanos en el Congo antes de su muerte en un apartado cañón boliviano al final de una quijotesca campaña de once meses.
Pero cuarenta años después, Guevara obtiene altos puntajes en el reñido campo de batalla de la memoria, emergiendo como una especie de santo laico, congelado a los 39 años entre el Verano de Amor y el abismo de 1968. Hollywood tiene al Che como taquillero: el director Steven Soderbergh está rodando una nueva película biográfica con Benicio del Toro como el Che.
"Hoy el Che está asociado en la conciencia colectiva con valores: su ética, sus principios, su disposición a perder la vida por un ideal", escribió hace poco su biógrafo Pacho O'Donnell en el semanario argentino Veintitrés.
Guevara, un médico sin formación militar formal, también era algo más, dicen sus críticos: un prolífico verdugo, un dogmático y totalitario y co-diseñador del estado policial y aparato de adoctrinamiento de Cuba.
Sus detractores contienden que, para sus admiradores, su breve vida se más a la de James Dean que a la del Presidente Mao, pero sus políticas estaban más cercanas al Camarada Stalin que a Mahatma Gandhi.
"Lo que queda es una especie de aura idealista y romántica", dice Jorge Lanara, un periodista argentino que ha escrito sobre Guevara. "Es más cultural que político".
Guevara, empecinado en crear "muchos Vietnam", escogió la mísera Bolivia en parte por su proximidad a su tierra natal, Argentina, donde esperaba iniciar una revolución. Hoy los voluntarios cubanos en Bolivia viven por el credo ‘Seremos como el Che', el lema típico de la isla comunista.
"Nosotros, pioneros comunistas, hemos jurado ser como el Che", dijo José Valledaris, 45, un ingeniero cubano que estaba regando los arbustos en el mausoleo de Guevara en una pista de aterrizaje que perteneció a los militares cerca de Vallegrande, donde fueron los arrojados y enterrados en una zanja los cuerpos de Guevara y seis compañeros combatientes hace cuarenta años. "Estoy aquí para seguir la tradición del Che".
Un remozada lavandería detrás del Hospital del Señor de Malta se ha convertido en una de las paradas más veneradas del ‘Tour del Che'. Fue aquí que unos triunfantes militares bolivianos exhibieron el cuerpo de Guevara como un trofeo de guerra encima de una batea de cemento, y donde Freddy Alborta fotografió la figura del Che -tan reminiscente de Cristo- ya muerto, pálido y con los ojos abiertos: un símbolo que se distribuyó por todo el mundo. Los peregrinos del Che garabatean rayadas de recuerdo incluso en las grietas.
"El hombre no es más que sus ideas", escribió alguien en francés.
Otro agregó, en italiano: "El que habla con el corazón no muere nunca".
Alguien escribió en español: "Esperamos sus órdenes, comandante".
Hace diez años, unos restos óseos que pertenecían aparentemente al rebelde, fueron desenterrados y llevados a Cuba, aunque persisten las dudas sobre si los huesos realmente son los de Guevara.
En un irónico giro del destino, la prensa ha informado que entre los que fueron sometidos a una cirugía óptica gratuitamente por médicos cubanos, se encontraban nada menos que Mario Terán, el soldado boliviano que mató a Guevara.
"Hace cuatro décadas después de que Mario Terán intentara destruir un sueño y un ideal, el Che Guevara vuelve para ganar otra batalla", informó el Granma, el diario cubano del Partido Comunista. "Ahora viejo, el señor Terán podrá, una vez más, apreciar los colores del cielo y de la selva, disfrutar de las sonrisas de sus nietos y mirar partidos de fútbol".
Aquí en La Higuera, la imagen del Che es tan ubicua como en cualquier internado universitario. Desharrapados campesinos vocean recuerdos del Che y tratan de ganar algo ofreciéndose de guías turísticos o repitiendo dudosas anécdotas sobre el Che.
Aquí, no hay mejor negocio que el Che.
"No sé mucho sobre el Che, pero atrae a los turistas y eso es bueno", dijo Limbert Arteaga, 29, alcalde de la cercana ciudad de Pucara, que supervisaba una feria de salud sobre la tuberculosis organizada por médicos cubanos. "Sé que fue un hombre bueno que trató de ayudar a los demás".
Algunos aldeanos están incluso dispuestos, a cambio de un modesta propina, a mostrar sus altares caseros a Santo Ernesto, una vista que probablemente habría horrorizado a Guevara, que era ateo.
"Al Che le pedimos que no nos pase nada", dijo Manuel Cortez, 62, que vive a unos metros de la escuela donde fue asesinado el Che y que ahora es un museo. "Tenemos fe en el Che".
Hoy los sentimientos con respecto al Che son claramente diferentes a los de hace cuarenta años, cuando los campesinos se mostraban desconfiados y desconcertados. En su diario de la campaña boliviana, Guevara escribe que se sentía abatido por la hostilidad de los lugareños a los que había venido a liberar, tan distintos de los campesinos de la Sierra Maestra cubana.
"Las masas campesinas no nos ayudan en nada; al contrario, nos traicionan", escribió una exasperado Guevara una semana antes de su asesinato.
Para cuando él y los desaliñados restos de su guerrilla llegaron aquí, cientos de comandos adiestrados por Boinas Verdes norteamericanos les estaban dando esperando. Fue capturado el 8 de octubre después de quedar herido en un pie en una balacera en un denso barranco conocido como El Churo, a unos tres kilómetros de aquí. Tras meses de privaciones, pesaba 45 kilos. Una bala había inutilizado su carabina y perforado su característica boina.
"Estaba completamente desmoralizado, nada como en la foto del heroico guerrillero", dijo el general boliviano retirado, Gary Prado, capitán del escuadrón que capturó a Guevara. "Se estaba muriendo de hambre, de sed, desaliñado. Daba pena mirarlo".
Aunque Guevara habría jurado no ser capturado nunca vivo, Prado dice que el revolucionario se rindió aparentemente aliviado. "Soy el Che Guevara y tengo más valor vivo que muerto", dijo a sus captores, según Prado.
Fue esposado y conducido a la escuela.
Al día siguiente, el presidente René Barrientos, un general entrenado por Estados Unidos, decidió que Guevara debía ser ejecutado inmediatamente. El oficial Terán se ofreció para matar a Guevara, disparándole poco después de la una de la tarde, de acuerdo a algunas versiones.
Las últimas palabras de Guevara, ampliamente difundidas pero probablemente apócrifas, fueron: "Dispara, cobarde, que vas a matar a un hombre".
La autopsia daba cuenta de ocho heridas de bala, pero ninguna en la cara que pronto se distribuiría por todo el planeta.
Ernesto Guevara, santo para algunos, demonio para otros, aventurero e implacable enemigo del capitalismo, estaba muerto. Acababa de nacer el mito del Che inmortal.
Médicos cubanos se ocupan de la salud, educadores cubanos se encargan de las clases de alfabetización y en la biblioteca donada por los cubanos destacan libros de historietas con el Che como superhéroe. Un monumental busto del revolucionario con boina que ayudó a Fidel Castro a hacerse con el poder en Cuba domina la plaza mayor.
"Los grandes hombres como el Che no mueren nunca", dijo Ubanis Ramírez, uno de los cientos de médicos y maestros cubanos importados por el izquierdista presidente boliviano, Evo Morales, cuyo despacho luce un retrato de Guevara hecho con hojas de coca. "Su ejemplo estará siempre con nosotros".
Simpatizantes de todo el planeta se reúnen en este remoto rincón de Bolivia para conmemorar el cuarenta aniversario de la captura y asesinato de Guevara, un héroe de los militantes de izquierda y marca global cuyo refinado rostro adorna camisetas, carteles, carátulas y tatuajes.
Hoy, el legado ideológico de este revolucionario nómade se asoma más grande que nunca en América Latina, apoyado por la elección de una ‘ola rosada' de gobiernos de izquierda desde Nicaragua hasta Argentina. El socialismo está de vuelta y los cubanos son parte de la marcha, y el Che es la desafiante personificación de todo el movimiento.
Para sus críticos, Guevara era un megalómano de gatillo fácil cuyo violento ejemplo condujo a miles a la muerte en inútiles insurrecciones que sólo endurecieron la represión militar desde Guatemala hasta Chile.
Pero para las legiones de seguidores que participan de su culto, Guevara es el idealista predestinado al fracaso, el guerrillero que leía poesías y el "más completo ser humano de nuestra época", en palabras de Jean-Paul Sartre.
"Nuestra causa está avanzando y ya no tenemos que irnos a la montaña a pelear como el Che", dijo Osvaldo Peredo, que preside la Fundación Che Guevara, de Bolivia, y perdió dos hermanos en la guerrilla, uno de ellos luchando junto al Che.
Los médicos cubanos y los petrodólares de Hugo Chávez, de Venezuela, forman parte del nuevo arsenal de una insurrección pacífica que Guevara, abocado a la lucha armada, no podría siquiera haber imaginado.
"Finalmente se está cumpliendo el sueño del Che", dijo el ministro mexicano de asuntos exteriores, Jorge Castañeda, un biógrafo de Guevara que describe al Che más como un porfiado fanático que como inspirado visionario. "La exportación de la revolución cubana está finalmente teniendo éxito en América Latina, gracias a Chávez y su petróleo".
Un legendario jefe guerrillero de la Revolución Cubana que expulsó al dictador Fulgencio Batista en 1959, Guevara trastabilló en sus propias luchas en los años sesenta. Prácticamente exiliado de Cuba después de diferencias con Castro y los protectores soviéticos de Cuba, sufrió una ignominiosa derrota junto con los rebeldes antinorteamericanos en el Congo antes de su muerte en un apartado cañón boliviano al final de una quijotesca campaña de once meses.
Pero cuarenta años después, Guevara obtiene altos puntajes en el reñido campo de batalla de la memoria, emergiendo como una especie de santo laico, congelado a los 39 años entre el Verano de Amor y el abismo de 1968. Hollywood tiene al Che como taquillero: el director Steven Soderbergh está rodando una nueva película biográfica con Benicio del Toro como el Che.
"Hoy el Che está asociado en la conciencia colectiva con valores: su ética, sus principios, su disposición a perder la vida por un ideal", escribió hace poco su biógrafo Pacho O'Donnell en el semanario argentino Veintitrés.
Guevara, un médico sin formación militar formal, también era algo más, dicen sus críticos: un prolífico verdugo, un dogmático y totalitario y co-diseñador del estado policial y aparato de adoctrinamiento de Cuba.
Sus detractores contienden que, para sus admiradores, su breve vida se más a la de James Dean que a la del Presidente Mao, pero sus políticas estaban más cercanas al Camarada Stalin que a Mahatma Gandhi.
"Lo que queda es una especie de aura idealista y romántica", dice Jorge Lanara, un periodista argentino que ha escrito sobre Guevara. "Es más cultural que político".
Guevara, empecinado en crear "muchos Vietnam", escogió la mísera Bolivia en parte por su proximidad a su tierra natal, Argentina, donde esperaba iniciar una revolución. Hoy los voluntarios cubanos en Bolivia viven por el credo ‘Seremos como el Che', el lema típico de la isla comunista.
"Nosotros, pioneros comunistas, hemos jurado ser como el Che", dijo José Valledaris, 45, un ingeniero cubano que estaba regando los arbustos en el mausoleo de Guevara en una pista de aterrizaje que perteneció a los militares cerca de Vallegrande, donde fueron los arrojados y enterrados en una zanja los cuerpos de Guevara y seis compañeros combatientes hace cuarenta años. "Estoy aquí para seguir la tradición del Che".
Un remozada lavandería detrás del Hospital del Señor de Malta se ha convertido en una de las paradas más veneradas del ‘Tour del Che'. Fue aquí que unos triunfantes militares bolivianos exhibieron el cuerpo de Guevara como un trofeo de guerra encima de una batea de cemento, y donde Freddy Alborta fotografió la figura del Che -tan reminiscente de Cristo- ya muerto, pálido y con los ojos abiertos: un símbolo que se distribuyó por todo el mundo. Los peregrinos del Che garabatean rayadas de recuerdo incluso en las grietas.
"El hombre no es más que sus ideas", escribió alguien en francés.
Otro agregó, en italiano: "El que habla con el corazón no muere nunca".
Alguien escribió en español: "Esperamos sus órdenes, comandante".
Hace diez años, unos restos óseos que pertenecían aparentemente al rebelde, fueron desenterrados y llevados a Cuba, aunque persisten las dudas sobre si los huesos realmente son los de Guevara.
En un irónico giro del destino, la prensa ha informado que entre los que fueron sometidos a una cirugía óptica gratuitamente por médicos cubanos, se encontraban nada menos que Mario Terán, el soldado boliviano que mató a Guevara.
"Hace cuatro décadas después de que Mario Terán intentara destruir un sueño y un ideal, el Che Guevara vuelve para ganar otra batalla", informó el Granma, el diario cubano del Partido Comunista. "Ahora viejo, el señor Terán podrá, una vez más, apreciar los colores del cielo y de la selva, disfrutar de las sonrisas de sus nietos y mirar partidos de fútbol".
Aquí en La Higuera, la imagen del Che es tan ubicua como en cualquier internado universitario. Desharrapados campesinos vocean recuerdos del Che y tratan de ganar algo ofreciéndose de guías turísticos o repitiendo dudosas anécdotas sobre el Che.
Aquí, no hay mejor negocio que el Che.
"No sé mucho sobre el Che, pero atrae a los turistas y eso es bueno", dijo Limbert Arteaga, 29, alcalde de la cercana ciudad de Pucara, que supervisaba una feria de salud sobre la tuberculosis organizada por médicos cubanos. "Sé que fue un hombre bueno que trató de ayudar a los demás".
Algunos aldeanos están incluso dispuestos, a cambio de un modesta propina, a mostrar sus altares caseros a Santo Ernesto, una vista que probablemente habría horrorizado a Guevara, que era ateo.
"Al Che le pedimos que no nos pase nada", dijo Manuel Cortez, 62, que vive a unos metros de la escuela donde fue asesinado el Che y que ahora es un museo. "Tenemos fe en el Che".
Hoy los sentimientos con respecto al Che son claramente diferentes a los de hace cuarenta años, cuando los campesinos se mostraban desconfiados y desconcertados. En su diario de la campaña boliviana, Guevara escribe que se sentía abatido por la hostilidad de los lugareños a los que había venido a liberar, tan distintos de los campesinos de la Sierra Maestra cubana.
"Las masas campesinas no nos ayudan en nada; al contrario, nos traicionan", escribió una exasperado Guevara una semana antes de su asesinato.
Para cuando él y los desaliñados restos de su guerrilla llegaron aquí, cientos de comandos adiestrados por Boinas Verdes norteamericanos les estaban dando esperando. Fue capturado el 8 de octubre después de quedar herido en un pie en una balacera en un denso barranco conocido como El Churo, a unos tres kilómetros de aquí. Tras meses de privaciones, pesaba 45 kilos. Una bala había inutilizado su carabina y perforado su característica boina.
"Estaba completamente desmoralizado, nada como en la foto del heroico guerrillero", dijo el general boliviano retirado, Gary Prado, capitán del escuadrón que capturó a Guevara. "Se estaba muriendo de hambre, de sed, desaliñado. Daba pena mirarlo".
Aunque Guevara habría jurado no ser capturado nunca vivo, Prado dice que el revolucionario se rindió aparentemente aliviado. "Soy el Che Guevara y tengo más valor vivo que muerto", dijo a sus captores, según Prado.
Fue esposado y conducido a la escuela.
Al día siguiente, el presidente René Barrientos, un general entrenado por Estados Unidos, decidió que Guevara debía ser ejecutado inmediatamente. El oficial Terán se ofreció para matar a Guevara, disparándole poco después de la una de la tarde, de acuerdo a algunas versiones.
Las últimas palabras de Guevara, ampliamente difundidas pero probablemente apócrifas, fueron: "Dispara, cobarde, que vas a matar a un hombre".
La autopsia daba cuenta de ocho heridas de bala, pero ninguna en la cara que pronto se distribuiría por todo el planeta.
Ernesto Guevara, santo para algunos, demonio para otros, aventurero e implacable enemigo del capitalismo, estaba muerto. Acababa de nacer el mito del Che inmortal.
Andrés D'Alessandro contribuyó a este reportaje.
patrick.mcdonnell@ latimes.com
11 de octubre de 2007
8 de octubre de 2007
©los angeles times
©traducción mQh
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